Mientras el intercambio bélico en territorio ucraniano continúa, diferentes tipos de sanciones están siendo aplicadas a Rusia por parte de la Unión Europea y EE.UU. En este artículo, explicamos el por qué y la tipología de las mismas.
Mientras el intercambio bélico en territorio ucraniano continúa, diferentes tipos de sanciones están siendo aplicadas a Rusia por parte de la Unión Europea y EE.UU. En este artículo, explicamos el por qué y la tipología de las mismas.
Históricamente y en la actualidad, las relaciones geopolíticas estatales están caracterizadas por la búsqueda de intereses propios, incluso aunque estos sean contrarios a los principios e ideales democráticos sobre los que se sustentan. De esta forma, se refleja la hipocresía internacional de negociar con dictadores, tiranos o gobiernos absolutistas, o de proclamar el respeto a los derechos humanos mientras se producen constantes violaciones de los mismos en sus naciones, o simplemente se busca un rédito económico encubierto.
La crisis entre las fronteras de Polonia y Bielorrusia ha sido calificada como “un ataque híbrido” en vez de una crisis de migrantes, afirmaciones que coinciden con la teoría del uso de la migración como un elemento coercitivo en la geopolítica.
Las tensiones entre Estados Unidos y China han ido escalando hasta llegar a un punto alarmante. ¿Estamos asistiendo a una nueva carrera armamentística entre dos superpotencias?
A menudo, la distinción jurídica entre refugiados e inmigrantes sirve de coartada para que los Estados no asuman plenamente sus responsabilidades con los migrantes. ¿Pero qué dice el Derecho Internacional y cuáles son realmente las responsabilidades que tienen los Estados frente a estos dos grupos vulnerables?
La situación en Siria se añade a la larga lista de asuntos que tensionan las ya sensibles relaciones entre Irán e Israel. ¿Estamos a las puertas de un nuevo conflicto de alta intensidad en la región?
Se avecina un nuevo panorama internacional en materia de Seguridad y Defensa si, finalmente, la UE consigue superar su dependencia con los EE.UU. y apostar por una fuerza militar común. Esto requerirá no solo el consenso unánime de sus Estados miembros, sino el reforzamiento de sus ideales europeos.
La retirada de Estados Unidos de Afganistán ha abierto un sinfín de preguntas con respecto no solo a la influencia norteamericana en regiones tan alejadas de su territorio como Afganistán, sino sobre las capacidades reales del país americano como Estado hegemónico indiscutible en el sistema internacional. Sin embargo, presumir el declive norteamericano en la esfera internacional a partir de la anticipada retirada de Afganistán y calificarlo como una derrota en su política exterior sería un gran error que no deberíamos cometer. Se trata simplemente de una redefinición de intereses.
Luego de asumir su mandato el pasado 20 de enero de 2020, muchos analistas consideraban la victoria de Joe Biden como el retorno a una administración más moderada y menos confrontativa hacia sus principales aliados y hacia su antagonista en la esfera internacional: China. Sin embargo, hay un elemento que todavía persiste en la actual administración norteamericana, que hereda de su predecesor Donald Trump, y es una política exterior destinada a identificar a China como el principal enemigo de los valores norteamericanos.
La nueva doctrina de Biden tiene como eje primordial la distinción entre dos sistemas políticos antagónicos, representados por la democracia norteamericana y la autocracia china; un juego de suma cero que no puede mantener su coexistencia en la política mundial.
Es así que la administración norteamericana buscará solo cooperar en aquellas áreas donde se pueda manifestar un interés en común con China, como el medio ambiente, pero responderá enérgicamente en todos aquellos ámbitos donde presente oposición, en especial el económico, militar y tecnológico.
Si bien los esfuerzos norteamericanos por controlar y detener a las amenazas del terrorismo y de la yihad global fueron la piedra angular que definieron su doctrina de seguridad estos últimos 20 años, hoy sus preocupaciones giran en torno a la competencia con grandes potencias, como Rusia y China, en los diferentes dominios del sistema internacional.
De acuerdo al informe anual sobre amenazas mundiales a la seguridad nacional de Estados Unidos (en inglés ATA), confeccionado en abril de 2021, China representa el mayor desafío para la seguridad norteamericana y las normas internacionales de Occidente. Según el documento desclasificado, el interés del Partido Comunista Chino (PCCh) por expandir la influencia china implica socavar la seguridad económica y política norteamericana, fomentando nuevas normas internacionales basadas en el sistema autoritario chino. Si bien el informe no sugiere un enfrentamiento militar entre ambos países, sí considera una intensificación de la presencia china en las llamadas “zonas grises”, espacios geográficos donde conviven diferentes autoridades de poder delimitadas por el margen de la legalidad de un conflicto latente.
Durante estas últimas décadas, y producto de intensas políticas orientadas al desarrollo industrial chino y al crecimiento sostenido, el gigante asiático se permitió realizar los avances militares y tecnológicos necesarios para influir y forzar a regiones vecinas a aceptar las preferencias de Beijing, desde su reclamo por la soberanía de Taiwán hasta la creciente tensión en la frontera con India y las intimidaciones a sus rivales en el mar meridional de China. Además, de acuerdo al documento, Beijing buscará expandir su presencia político, económica y militar en el exterior a partir de la renombrada nueva ruta de la seda, desafiando los intereses económicos norteamericanos y la de sus aliados.
Así, consciente de la creciente amenaza del país asiático, es que Biden ha decidido relocalizar sus esfuerzos en China, mirando, además, con atención a Rusia, y dejando atrás Afganistán.
Abandonar la guerra de Afganistán no implica la derrota estadounidense sino una redefinición estratégica de sus intereses de seguridad nacional. Terminar con lo que se conoce como la guerra ininterrumpida más larga de la historia norteamericana obedece a esta nueva apreciación de sus amenazas, lo cual requiere de una reorientación masiva de sus recursos, tiempo y esfuerzos hacia un enemigo cuya sombra se acrecienta a pasos inconmensurables.
La retirada de Afganistán ha mostrado un factor de suma relevancia para pensar la política de seguridad nacional norteamericana y su relación con el resto del mundo en las siguientes décadas. Si bien Estados Unidos persiste como el único poder en el sistema internacional con la capacidad militar y la influencia política para determinar el curso de acción de las diferentes regiones del mundo, esa atribución resolutiva es cada vez menos absoluta y unidireccional. Biden, a diferencia de Trump, es consciente del gran costo económico, militar y político que implica sostener los intereses estadounidenses por fuera de sus fronteras nacionales sin la ayuda de sus aliados.
Nótese que, en el momento que se escriben estas líneas, Estados Unidos en conjunto con Reino Unido y Australia realizaron un histórico tratado de seguridad (Aukus) el cual supone un esfuerzo cooperativo para contrarrestar la influencia china en el Asia-Pacífico. El tratado, cuyo objetivo es la creación de submarinos a base de propulsión nuclear (más rápidos y más difícil de detectar) con el uso de tecnología estadounidense, ha sido motivo de diversas interpretaciones siendo incluso condenado por la embajada de China en Washington, acusando a los países de una “mentalidad de guerra fría y prejuicios ideológicos”.
Lo que se considera la mayor alianza militar-estratégica entre los países después de la segunda guerra mundial nos permite vislumbrar lo mencionado con anterioridad. Estados Unidos está decidido a contener la expansión China, pero para ello necesita de la ayuda internacional. Sin embargo, la necesidad de cooperación no implica priorizar acuerdos con sus históricos aliados (véase la situación y marginalización del bloque europeo en el Aukus). Es por esto que debe mencionarse que
las próximas alianzas de Norteamérica no serán exclusivamente producto de su histórica relación con sus pares, sino de la utilidad geográfica y política que representen estos para los intereses norteamericanos.
Si bien el caso afgano puede significar cierto costo político para la administración de Biden en la esfera doméstica y una derrota simbólica al excepcionalísimo norteamericano frente a sus aliados, [la retirada de Afganistán es solo el comienzo de una política orientada a la redefinición de los intereses estratégicos-militares norteamericanos a mediano y largo plazo], donde se buscará relocalizar sus esfuerzos y capacidades militares hacia enemigos cuya presencia representen una verdadera amenaza a sus intereses nacionales. Ese lugar lo ocupa hoy China.
La situación de seguridad en el Sáhara Occidental se ha deteriorado exponencialmente en el último mes. Por primera vez en treinta años se ha roto el alto el fuego entre Marruecos y el Frente Polisario. Analizamos la causas y posibles consecuencias de este conflicto, y cómo afecta a la estabilidad de la región.
Nagorno Karabaj vuelve a ser noticia. Desde el 27 de septiembre, una nueva escalada de violencia ha golpeado al Cáucaso. Como hace casi tres décadas, se escribe un nuevo capítulo de la guerra entre Armenia y Azerbaiyán. Compartimos el testimonio de Nargíz Suleymanli, una de las miles de víctimas de este conflicto.