El proceso de integración europeo se puede entender como la búsqueda de un bloque político-económico fuerte, de alta competitividad y poder de negociación, capaz de alcanzar prosperidad económica, progreso social y un liderazgo de carácter mundial. A lo largo de su historia, la Unión Europea ha superado múltiples obstáculos pero la conjunción de diferentes crisis económicas y sociales durante los últimos años genera dudas sobre su verdadera capacidad, no sólo de liderar sino también de subsistir. Producto de ello, el “euroesceptismo” se ha ido afianzando, aumentando la creencia en la insostenibilidad del modelo, debido a varios temas que amenazan la cohesión de la unión: bajas tasas de crecimiento económico, presión social frente a las políticas de austeridad, fragmentación en la confianza de la moneda, auge de los populismos (nacionalismo) y la crisis migratoria.
Antecedentes: ¿cómo surge la Unión Europea?
La integración surge a partir de la latente necesidad de figurar en el escenario mundial después del declive provocado por la Segunda Guerra Mundial y la indiscutible hegemonía por parte de Estados Unidos y la Unión Soviética. La intención de lograr una pronta recuperación económica, para poder competir con estas dos superpotencias y prevenir futuros conflictos, acerca a las naciones europeas en un espíritu de cooperación. La integración europea se va concretando en 1949 con la creación del Consejo de Europa, cuyo objetivo se centra en la protección de la democracia, el Estado de Derecho y los derechos humanos.
Posteriormente, empiezan a nacer las entidades supranacionales con objetivos de carácter económico. Surge en 1952 la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA) fundada por Francia, Italia, Alemania occidental, Bélgica, Países Bajos y Luxemburgo. Esta integración que regulaba los sectores del carbón y del acero creaba un mercado común (eliminación de aranceles) entre los países miembros y sobrevivió a las presiones de quienes deseaban una Europa federalista. Esta integración económica se va a extender cinco años mas tarde con la aparición de la Comunidad Económica Europea (CEE), fundada por los mismos miembros de la CECA y con el propósito de impulsar aún más la cooperación económica y política. En los años siguientes se unen Irlanda, Reino Unido, Grecia, Portugal y España.
Estos bloques económicos permiten la consolidación de Europa como potencia y es a partir del tratado de Maastricht (1992) que finalmente se consolida la formación de la Unión Europea, no sólo para ser competitiva desde el ámbito económico sino también con vocación de conseguir una unidad política. Sin embargo, la historia parece haber seguido un camino diferente y la UE experimenta, desde hace más de una década, un estancamiento que la ha mostrado vulnerable e incapaz de demostrar su anhelada solidez, sumida en un estado permanente de crisis sin una visible y pronta solución.
El bagaje económico de la Unión
Las dificultades de este sueño europeo se hicieron más notorias a finales de la década del 2000. La UE sufre una fragmentación producto de la desigualdad económica que pone en evidencia los fallos estructurales del proyecto y que continúa amenazando directamente los niveles de bienestar de la población. La situación económica catastrófica de Grecia era un augurio de los desafíos que tendría que enfrentar el continente, las bajas tasas de crecimiento y el déficit se extendieron de forma contagiosa por otros países de Europa, afectando particularmente a Irlanda, Portugal y España. Para mitigar la crisis, se pusieron en marcha, en 2012, una serie de políticas de austeridad que se concentraban en el recorte del gasto público y el incremento de impuestos, lo que desató en la población incertidumbre e inconformismo frente a la manera de gestionar las economías en recesión.
Parece que lo peor de dicha crisis ha quedado atrás pero las señales que presagian un buen camino hacia la prosperidad económica (considerables tasas de crecimiento, bajas tasa de desempleo y tasas de interés coherentes para el control de la inflación) aún no son visibles. La zona experimenta un tímido crecimiento que cuestiona su posición de superpotencia. Prueba de la incertidumbre es la tasa de interés del Banco Central Europeo, fijada en un mínimo histórico de 0% con la intención de aumentar el consumo y la inversión. La economía europea sigue padeciendo y perdiendo terreno frente a otras potencias económicas.
El origen del problema: el sistema monetario y el Euro
El sistema monetario siempre ha sido un tema de gran controversia, particularmente la adopción de una moneda única. Esto supondría una fortaleza relevante para los países miembros y una herramienta insertada con el fin de contribuir a la prosperidad. Sin embargo, se ha convertido en un importante obstáculo para el desarrollo. La política monetaria europea ha sido fuertemente criticada por el Nobel de Economía Joseph Stiglitz, quién asevera contundentemente que “quizá sea necesario dejar morir el euro para salvar el proyecto europeo”, en su libro El euro: cómo una moneda común amenaza el futuro de Europa. Stiglitz asegura, con su característico tono de crítica aguda, la necesidad de instaurar instituciones comunes, ya que afirma que desde sus orígenes el euro no contaba ni con las circunstancias necesarias ni con las estructuras requeridas que le permitieran ser eficaz en una región de amplia diversidad política y económica. Es contradictorio el hecho de contar con una moneda única sin un sistema fiscal unificado, generando así incongruencia entre los marcos fiscales del Banco Central Europeo y las instituciones financieras de cada país.
Otro gran inconveniente para las economías de esta región es la imposibilidad de devaluar la moneda, es decir, una política monetaria mayormente inflexible que impide a los países tener una herramienta que estimule la competitividad de los bienes y servicios propios. Cuando se entra en un período de crisis, un país puede afrontarlo introduciendo más dinero a la economía, lo que genera la disminución del valor de la moneda nacional, obteniendo un efecto positivo a corto plazo ya que propicia un mayor número de exportaciones y una progresiva mejora de la economía. Sin embargo, los países miembros de la Unión Europea están atados a la política monetaria común liderada por el Banco Central Europeo. Por estos motivos, los países catalogados como PIIGS (Portugal, Italia, Irlanda, Grecia y España) no tuvieron otra alternativa que verse obligados a seguir los planes de austeridad impuestos por Bruselas ante los profundos problemas de endeudamiento.
En la Unión Europea pero sin Euro
Semejantes han sido las dificultades vinculadas al euro que aún hay 7 países de la Unión Europea que no lo han incorporado a su economía: Rumanía, Croacia, Hungría, Polonia, República Checa, Bulgaria y Suecia. Países que tienen el compromiso de participar en la unión monetaria pero que aún no han incorporado la moneda, ya sea por los criterios para entrar a formar parte de la Eurozona (como mantener la deuda pública en un valor inferior al 60% del PIB) o para evitar todos los problemas que implica adoptar el Euro y así mantener la propia independencia económica (teniendo mayor libertad para devaluar la moneda y disponiendo de mecanismos para controlar la inflación a través de la tasa de interés seleccionada por el banco central respectivo del país). Cabe mencionar que tanto el Reino Unido como Dinamarca poseen cláusulas de exclusión para la no adopción del Euro, lo que les ha permitido mantener sus respectivas monedas.
Brexit y el auge nacionalista
El lema de “unidos en la diversidad” se encuentra en entredicho ante la evidente extensión del nacionalismo (o incluso chovinismo) por Europa. Hecho que tiene unas consecuencias político-económicas que comienzan a notarse de manera relevante, tal como refleja la inminente salida del Reino Unido de la Unión Europea. El brexit puede suponer apenas un preludio que ocasionará una mayor insistencia por parte de euroescépticos de otros países en abandonar la unión. Un escenario que pone al proyecto europeo en el borde del abismo, ya que el 41% del Producto Interior Bruto (PIB) de Europa es generado en Alemania, Francia y Países Bajos cuyas elecciones son este año. Así, existe la amenaza latente de que partidos nacionalistas tomen fuerza, lo que muy probablemente derivaría en varios referéndum de salida a medio plazo.
Si se mantiene la actual situación económica de la Unión Europea se seguirán enviando señales de la fragmentación del sueño europeo a la ciudadanía, lo que puede resultar en un efecto dominó con posibles Frexit, Itaxit, Nexit y demás. Es indispensable repensar el modelo para que la superestructura económica no sea lastrada por una superestructura burocrática que dificulte el proceso de toma de decisiones y para que surjan líderes capaces de entender los nuevos desafíos que se presentan para así proporcionar bienestar a todo un continente.
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