29/03/2023 MÉXICO

Lluis Torres, autor en United Explanations

Lluis Torres08/01/2020
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Durante la madrugada del 3 de enero de 2020, EE.UU. eliminó al General de División y Comandante de la Fuerza Quds del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria de Irán, Qasem Soleimani, una de las personas más poderosas del país. El ataque representa la mayor agresión contra Irán desde la Guerra Irak – Irán. Te explicamos qué quiere conseguir Estados Unidos con esta operación, por qué ninguno de los actores está realmente interesado en una escalada del conflicto y a dónde nos puede llevar esta tensa situación.


Lluis Torres31/01/2018
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El pasado sábado 20 de enero de 2018 se celebró, en el Palacio de Pedralbes de Barcelona, el seminario War & Peace in the 21st Century. What is Russia up to? El seminario, organizado por el Barcelona Centre for International Affairs (CIDOB), influyente think tank español dedicado al ámbito de las Relaciones Internacionales, contó con la presencia de diversos expertos de primer nivel en dicho campo de estudio y, especialmente, en el tema sobre el cual versaba la jornada: la vuelta de Rusia a primera línea del escenario internacional.

Javier Solana, presidente honorario del CIDOB y figura clave de la política europea que ostentó los cargos de Secretario General de la OTAN, Alto Representante de la UE para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad y Comandante en Jefe de la EUFOR [Foto vía WikimediaCommons].

Iniciando el encuentro, Laura Pérez Castaño, concejala de Relaciones Internacionales del Ayuntamiento de Barcelona, hizo una pequeña exaltación de la rica cultura rusa y su impacto en el mundo, para luego expresar sus preocupaciones respecto al comportamiento político de la actual Rusia de Vladimir Putin. Principalmente, Pérez Castaño explicó su experiencia en los campos de refugiados jordanos y lamentó que Rusia no estuviera aprovechando su posición de poder en el panorama internacional, y en la región de Oriente Medio, para resolver la situación en Siria. Además, la concejala también denunció la deriva autoritaria del régimen ruso y su falta de respeto por los Derechos Humanos, resaltando las vulneraciones sufridas por la comunidad LGTBI en el país.

Así, la primera de los conferenciantes ejemplificaba perfectamente —y probablemente sin pretenderlo— la estructura de la jornada: para estudiar el papel de Rusia en el mundo actual se analizaría tanto su política interior como su política exterior, y la relación entre las mismas.

Acto seguido, Antoni Segura, profesor de Historia Contemporánea de la Universidad de Barcelona y presidente del CIDOB, y Javier Solana, presidente honorario del CIDOB y figura clave de la política europea que ostentó los cargos de Secretario General de la OTAN, Alto Representante de la UE para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad y Comandante en Jefe de la EUFOR, hicieron una presentación formal del acto y, sobretodo, resaltaron la importancia de las próximas elecciones presidenciales rusas del 18 de marzo de 2018.

Hechos los discursos de introducción, Marc Marginedas, corresponsal de El Periódico en Moscú, comenzó la primera parte del seminario, dedicada al análisis de la política interior rusa, hablando de la entrada de Rusia en una fase de incertidumbre interna. Dicha situación se debería, según el periodista, a dos factores clave: la permanencia de Putin al frente del Kremlin —siempre teniendo en cuenta que, según la Constitución rusa, el mandatario debería haber abandonado el poder hace tiempo— y las luchas de poder entre la élite rusa que pueden ir ligadas a las siguientes elecciones; y la recesión económica que Rusia arrastra desde hace años debido, principalmente, a la caída de los precios del petróleo.

Marc Marginedas, corresponsal de El Periódico en Moscú [Foto: Amadalvarez vía WikimediaCommons].

El relevo lo cogió Konstantin Von Eggert, periodista y comentarista político ruso, que fue jefe de la sección rusa de la BBC (2002-2008) y es columnista regular del Deutsche Welle. Von Eggert empezó su intervención con una sentencia contundente: el próximo 18 de marzo no habrá elecciones, Putin seguirá gobernando el régimen después de un mero trámite plebiscitario. Pero cabe preguntarse si este será su último mandato, ya que prevé que Rusia entrará en una fuerte crisis política.

¿Por qué? La justificación de esta afirmación se encuentra en la necesidad de Putin de legitimar su régimen autoritario de forma democrática. A lo que cabe preguntarse cómo realizará el presidente ruso esta maniobra. Según Von Eggert, el Kremlin tiene dos vías para legitimarse, la oficial, consistente en la promesa de reformas económicas y relevo de cargos gubernamentales para maquillar su apariencia de cara, sobretodo, a la Unión Europea; y la “real” —o la visión de Von Eggert de lo que sucederá en Rusia en los próximos meses—, que se expresa en cambios de poco calado (quizá, como mucho, la sustitución de un par de ministros del gobierno) y el afianzamiento de las tres bases del régimen de Putin:

1) La utilización de la policía como fuerza de represión del Kremlin.

2) Garantizar a la élite económica impunidad a cambio de su apoyo al gobierno.

3) La militarización de Rusia, perceptible en el incremento constante del presupuesto militar.

Sin embargo, según el periodista, esta estrategia tiene poco futuro a medio plazo. Desde hace 20 años, más del 50% de la población rusa es pro-democrática, un enorme segmento de población que se encuentra sin representación. Por otra parte, el mayor enemigo del régimen es la politización de una juventud que crece sin expectativas de futuro ni estabilidad; y éstas son, precisamente, las personas que crearán inestabilidad en la Rusia de Putin.

El siguiente potente fue Arkady Ostrovsky, editor de la sección de Rusia y Europa del Este de The Economist, que sentenció que cada vez es más claro que los problemas de Rusia no se resolverán por la vía económica sino política. Ostrovsky señaló la paradoja de que la legitimidad del régimen de Putin se asienta en prometer, al mismo tiempo, seguridad a la élite económica del país y a su población. Esta estrategia, de tintes zaristas, está condenada al fracaso porque el Kremlin no podrá proteger ambos intereses.

Konstantin Von Eggert, periodista y comentarista político ruso, que fue jefe de la sección rusa de la BBC (2002-2008) y es columnista regular del Deutsche Welle [Foto vía chathamhouse.org].

Por un lado, la élite cada vez tiene más lazos con Occidente, lo cual es percibido como una amenaza para el gobierno ruso, que ha empezado a cercar a una oligarquía económica que, precisamente a consecuencia de estos movimientos, se siente cada vez más insegura. Por otro lado, la sociedad, asfixiada por la represión de las fuerzas de seguridad y la corrupción económica e institucional, también siente una inseguridad creciente.

Así pues, ¿cómo mantiene Putin la estabilidad de su régimen? El gobierno se legitima a través de dos pilares fundamentales: la victoria en conflictos externos, como la anexión de Crimea o la guerra del Donbass (este de Ucrania); y la personalización del régimen, creando un discurso que equipara a Putin con el Estado.

Sin embargo, ¿cuánto puede durar lo primero y que pasará cuando haya una transición y se tenga que acabar lo segundo? Coincidiendo con Von Eggert, Ostrovsky percibe que el cambio generacional es una amenaza para el Kremlin, y cuanto más intente Putin mantener el status quo, más catastrófica será la caída del régimen después de la era del actual presidente de Rusia.

Arkady Ostrovsky, editor de la sección de Rusia y Europa del Este de The Economist [Foto vía edition.cnn.com].

Con estas consideraciones en mente llegó el turno de Marie Mendras, politóloga especializada en estudios rusos y post-soviéticos, y profesora de la Escuela de Asuntos Internacionales de París (Universidad Sciencies Po). La profesora Mendras estructuró su intervención en torno a la idea de la “política de la supervivencia” del gobierno de Putin. Si bien en todos los regímenes democráticos hay un factor clave que mantiene la estabilidad —que es el conocimiento, por parte del líder político del momento, de que su mandato, y por tanto su poder, es limitado y sabe que habrá un relevo—, Rusia no cuenta con esta base fundamental, y el gobierno de Putin se mantiene buscando su propia supervivencia, lo cual crea una inestabilidad permanente.

Esta búsqueda de la supervivencia para mantenerse en el poder es lo que guía las políticas del Kremlin, y es lo que la profesora Mendras ha catalogado como “política de la supervivencia”. Pero, ¿por dónde pasa esta supervivencia interna? Básicamente por el conflicto. No obstante, si analizamos la situación, ¿realmente puede decirse que Rusia haya ganado alguno de los conflictos de los últimos años?

1) Rusia ha perdido Ucrania, y el conflicto del Donbass se ha enquistado sin una victoria real por parte del régimen ruso.

2) La anexión de Crimea ha provocado un alud de sanciones económicas por parte de Occidente que no hacen sino estrangular al Kremlin.

3) El gasto del gobierno en hackers dentro de la operación pro-Trump no se ha traducido en un beneficio directo para Rusia, sino que únicamente ha atrapado al Kremlin en una teórica relación de ‘amistad’ con el gobierno de EE.UU. de la que, en realidad, no obtiene ningún beneficio.

Por otra parte, a nivel de política interna, Putin cada vez se ve más atrapado por un malestar social que debe compensar con su legitimización a través de la política exterior. Este malestar se asienta sobre dos bases:

1) La alta clase media rusa se siente amenazada por la conducta del Kremlin y muchos han huido de Rusia, pero con la intención de volver. Esto representa una amenaza para la estabilidad interna porque, para Putin, significa la llegada de rusos que han bebido de ideas occidentales.

2) Moscú está en crisis por la falta de un proceso efectivo de decision-making en las instituciones gubernamentales: los propios decisores están coartados por un sistema instaurado por el régimen que genera percepción de corrupción institucional.

Marie Mendras, politóloga especializada en estudios rusos y post-soviéticos, y profesora de la Escuela de Asuntos Internacionales de París (Universidad Sciencies Po) [Foto: Heinrich Böll Stiftung vía WikimediaCommons].

En conclusión, teniendo todo esto en cuenta, es necesario reflexionar sobre qué significa para Europa la búsqueda constante de la supervivencia a través del conflicto por parte del régimen ruso. Según Mendras, el ejemplo ucraniano es clarificador: Putin no permitirá revueltas sociales en los países que él considera en la órbita rusa, ni la independencia real de estos países de los lazos que los unen a Moscú, ni el acercamiento de los mismos a Europa.

Acabada la intervención de la experta, se inició un pequeño debate entre los ponentes sobre las ideas expresadas en esta primera parte del seminario. Recogiendo lo expresado en la última intervención, los ponentes acordaron, en su mayoría, que el gobierno ruso está en una fase de supervivencia que pasa por el conflicto. La cuestión es, ¿cuál será el próximo conflicto que buscará el Kremlin para legitimarse?

Marie Mendras, en su análisis, fue más allá y expresó que Putin ya ni siquiera busca legitimidad, sino el control del poder comportándose de una forma abiertamente autoritaria. Ante esta idea, Von Eggert manifestó su desacuerdo y puso en relieve que sin el apoyo social y económico interno el régimen será incapaz de sobrevivir. Y este apoyo, como muestran los ejemplos históricos de Georgia (casos de Abjasia y Osetia del Sur) y Chechnya, proviene de la victoria en conflictos externos, por lo que Moscú buscará nuevas batallas que ganar, probablemente en los países bálticos.

En este punto, Ostrovsky puntualizó a ambos ponentes. Por un lado, rebatió a Von Eggert diciendo que Rusia no tiene la capacidad para “crear” situaciones, como un conflicto en los bálticos, sino para aprovechar e incidir en escenarios ya creados, como en Ucrania o Siria. Por otro lado, enfatizó la idea de que Putin sí necesita legitimidad para sobrevivir y, dado que su apoyo entre la población ronda el 5-10%, no sólo necesita el favor del ejército para alcanzar dicha supervivencia, sino que tiene que buscar, más que nunca, formas de legitimación. No obstante, ya que el sistema establecido está fallando por corrupto, cabe preguntarse cómo podrá Putin cumplir este objetivo.

El lugar de Rusia en el orden mundial: el comportamiento exterior del régimen de Putin

La segunda parte del seminario comenzó con una breve intervención de Cristina Gallach, antigua Subsecretaria General de Naciones Unidas del Departamento de Información Pública y Comunicación, que enfatizó la imposibilidad de entender la política interna rusa sin entender la política exterior.

En este sentido, quiso señalar las posibilidades de colaboración entre Rusia y Occidente. Dado que los problemas de Occidente cada vez son más globales y están más interconectados, hay que cuestionar si Rusia es un socio fiable para hacer frente a estas problemáticas y, si lo es, ¿en qué áreas?

Dicho esto, Gallach interpeló directamente al siguiente ponente, Andrey Kortunov, director general del Russian International Affairs Council, preguntándole por qué, si Rusia es tan débil internamente, tiene un comportamiento de gran potencia en política exterior. Además, manifestó la peligrosidad de la idea de que un país tenga que tener un lugar ‘legítimo’ o ‘adecuado’ en el mundo —ya que, en este sentido, podemos preguntarnos cuál es esta idea de legitimidad—; y se preguntó, en abierto, si Rusia es parte del problema o de la solución a los retos del siglo XXI.

Andrey Kortunov, director general del Russian International Affairs Council [Foto vía 2bs.me].

Kortunov inició su exposición haciendo comprender al público que para un país es muy difícil pasar por un período post-imperial (refiriéndose al fin de la URSS) y reubicarse en el orden mundial, ya que todo país que ha pasado por un proceso similar exige al mundo respeto, reconocimiento e influencia. Es decir, que Rusia, al igual que cualquier país post-imperial, se ve a sí misma con derecho a tener un status global especial, y no sólo por su condición de antiguo imperio sino por su larga historia y su capacidad nuclear, sólo igualada por EE.UU.

Sin embargo, y en relación tanto a las potencias europeas, por su proximidad, como a esta idea de sentirse con derecho a tener un status especial en el mundo, Rusia se ha sentido marginada por Europa, que no amenazada, como apuntan otros analistas que estudian las relaciones entre las potencias europeas y la Rusia post-soviética.

No obstante, si bien esto podría ser cierto, Rusia tampoco ha tenido un comportamiento propio de gran potencia, ya que este status va más allá de la proyección de poder (como podría ser la intervención de Moscú en Siria), las capacidades nucleares, la posición en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, o poseer un vasto poder económico (en forma de recursos naturales como el gas o el petróleo), sino que requiere tener una visión del bien común global. Y el Kremlin parece estar faltado de herramientas en política exterior que caminen en este sentido: únicamente utiliza una política de hard power, por ejemplo, con su intención de demostrar a Occidente una posición de poder en Siria y reivindicar su estrategia ahí donde las potencias occidentales fallaron, en comparación con el caso de Libia.

Y aunque Rusia podría ser proveedora de bienes globales, y por tanto ser parte de la solución a los retos del siglo XXI, esto requiere cambiar a los stakeholders (partes interesadas) en el entramado de poder ruso, proceso que pasa inevitablemente por reformar la economía del país.

Terminada la intervención de Kortunov, Judy Dempsey, investigadora sénior de Carnegie Europe y editora jefe de Strategic Europe, inició su exposición señalando que el debate en torno a Rusia está muy polarizado y, sentada esta base, empezó su argumentación remontándose a un suceso clave de nuestra historia reciente: en 2007, como parte tardía de una política de normalización de relaciones con Europa Oriental iniciada por el Canciller de la antigua República Federal de Alemania, Willy Brandt, conocida como Ostpolitik, Alemania envió una gran delegación a Rusia para fomentar el intercambio y la cooperación económica entre ambos países y, por extensión, entre Rusia y Europa. Este gesto, que según la experta reflejaba el intento de esta Ostpolitik moderna de tratar de integrar Rusia a Europa y el mundo, fue rechazado por el presidente Putin.

Judy Dempsey, investigadora sénior de Carnegie Europe y editora jefe de Strategic Europe [Foto vía euractiv.com].

Tal rechazo provocó un cambio de paradigma, y Angela Merkel, y por ende la Unión Europa de la cual es “líder” más o menos informal, empiezan una política de marginalización de Rusia en el contexto europeo y global. Para cimentar la divergencia, este proceso de desconfianza iniciado en 2007 culmina con la anexión de Crimea por parte de Rusia en el año 2014. En este punto, Merkel constata que Rusia no es un socio fiable en el panorama internacional y empieza una unión de los países de la UE contra Rusia, cuyo reflejo más visible es la imposición de sanciones económicas conjuntas al país controlado por Putin.

Como respuesta, el Kremlin comienza una política de intento de división de Europa a través de la propaganda, de la incidencia en procesos electorales en los países de Europa Occidental, y de apoyo a movimientos subversivos en la región —como podrían ser, por ejemplo, los populismos de extrema derecha. Sin embargo, el gobierno ruso, mediante esta estrategia, no consigue revertir el discurso que se ha impuesto entre la población europea y sus dirigentes: no hay que confiar en Rusia.

Con este fracaso, el Kremlin tiene, además, un problema añadido, y es la expansión de la OTAN y la UE, no sólo como organizaciones sino como actores exportadores de valores occidentales/europeos, como ejemplifica el caso ucraniano. Por otra parte, Rusia se ha sentido traicionada tanto por la UE como por la OTAN y el Consejo de Seguridad de la ONU en Libia, ya que lo que pretendía ser una acción encaminada a aplicar la ‘Responsabilidad de Proteger’ (R2P), acabó siendo una herramienta de proyección de poder de Occidente en el exterior.

El debate: enfrentamiento y búsqueda de la cooperación con Rusia

Acabadas las exposiciones de los distintos ponentes del seminario, y habiendo cubierto tanto el análisis de la situación interior como del comportamiento exterior de Rusia, los expertos debatieron extensamente las distintas ideas puestas encima de la mesa, de las cuales sólo destacaremos algunas, priorizando lo más destacable del debate.

Kortunov y Dempsey empezaron resaltando dos errores recientes del Kremlin. Por un lado, según el primer analista, a nivel exterior, Rusia ha cometido un fallo de cálculo al maniobrar de forma reactiva a la Primavera Árabe, malinterpretando la misma como un movimiento impulsado por Occidente. Por otro lado, Dempsey expresó que, teniendo en cuenta la deriva autoritaria del gobierno ruso, éste se ha creado un nuevo frente interno: el trabajo de rendición de cuentas que realizan distintas ONG presentes en el Estado ruso, labor que el Kremlin se ve obligada a vetar o limitar para mantener su estabilidad.

Seguidamente, Solana hizo un extenso trabajo de reflexión señalando un error histórico que ha provocado, en gran parte, el actual enfrentamiento entre Rusia y Occidente. Remontándose a los atentados del 11-S, el ex-Alto Representante de la UE para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad manifestó la importancia que tuvieron estos hechos para Putin, que los percibió como una oportunidad para que Rusia cooperara con los EE.UU. en materia de lucha contra el terrorismo internacional y así conseguir su principal objetivo: ser reconocida como una potencial global.

Sin embargo, después de los atentados, Bush estableció dos prioridades para su mandato: 1) Acabar con el régimen de Saddam Hussein en Irak; y 2) Extender el sistema de defensa con misiles en los países de la OTAN. Esta última política fue entendida por Putin como una presuposición de los EE.UU. de que su relación con Rusia podía fallar y, de hecho, los estadounidenses, y por extensión Occidente, ya se preparaban, de antemano, para que fallase. Esta suposición implantó la desconfianza en el Kremlin y fomentó la divergencia entre Rusia y Occidente.

No obstante, por proximidad geográfica y por las relaciones de poder regional y global, para Europa es muy importante no perder a Rusia, por lo tanto es prioritario para la política europea prepararse para recuperar la relación con este país en la era post-Putin. Una relación perdida, por ahora, debido al sentimiento de marginalización y maltrato que sintió Rusia en los primeros años de mandato del actual presidente Vladimir Putin.

Posteriormente, Von Eggert señaló la dificultad o imposibilidad de dialogar con un régimen cuyo único interlocutor es Putin, y en el que el proceso de toma de decisiones es opaco y está controlado por la oligarquía formada por las empresas estatales. Además, a nivel de política exterior, el Kremlin no sólo manipula a la opinión pública para que la población perciba que el enemigo principal de Rusia es EE.UU. u Occidente sino que el mismo gobierno tiene una política agresiva que pretende hacer implosionar la OTAN forzando que ésta deba —y no pueda— aplicar el artículo 5 del Tratado1.

Sala del Palacio de Pedralbes (Barcelona) donde se realizó el seminario ‘War and Peace in the 21st Century: What is Russia up to?’ [Foto vía CIDOB].

La respuesta a esta afirmación por parte de Kortunov fue clara: la sociedad rusa puede estar manipulada pero no está faltada de sentido común, y eso lo expresan los datos que muestran que el 77% de la población rusa quiere unas mejores relaciones con Occidente.

La profesora Mendras cogió el testigo para cuestionarse también cómo podemos buscar una relación de cooperación con Rusia si el único interlocutor es Putin. Y, más aún, cabe preguntarse qué margen tiene el Kremlin para cimentar esta cooperación si la política interior y exterior está tan interconectada y ambas dependen tanto del conflicto.

Por otra parte, haciendo balance de errores, Ostrovsky señaló que la UE, buscando la protección de sus países periféricos, también ha cometido errores, empezando por querer integrar Ucrania dentro de su órbita negociando con un gobierno corrupto y oligárquico. Además, este movimiento también demostró al mundo que quizá Europa no tenga la capacidad para detener a una Rusia agresiva.

Por tanto, más que seguir con este tipo de estrategia, Occidente debería no limitarse a aplicar políticas punitivas como las sanciones a Rusia y sus oligarcas sino tener una visión a largo plazo y empezar a detectar posibles candidatos a relevar a Putin al frente del gobierno ruso y prepararse para dialogar con el nuevo mandatario.

Siguiendo con el ejemplo ucraniano, utilizado como paradigma de las tensiones entre Occidente, sobre todo Europa, y Rusia, Kortunov enfatizó el descontento de todas las partes con los acuerdos de Minsk que ha ‘congelado’ el conflicto en Ucrania. Sin embargo, la parte más importante de este descontento es que poco a poco el gobierno ucraniano ve quebrantada su fe en la UE, ya que empieza a percibir que Europa no rescatará a Ucrania de dicho conflicto, y esta tendencia llevará a Kiev a aproximarse cada vez más a EE.UU.

En la misma línea, Ostrovsky expuso el error que supone, por parte de Europa, el estar dando apoyo y proveyendo de armamento al actual gobierno de Kiev, ya que esto supone estar ayudando a un gobierno errático, que no combate la corrupción, que tiene una popularidad de en torno el 6%, y que sólo se sostiene por el enemigo externo, esto es por el conflicto en el Donbass. No obstante, es necesario resaltar la evidencia: Europa no puede permitirse abandonar, y por tanto perder, Ucrania.

Con estas ideas en el aire, Solana señaló que, si bien es cierto que es importante no perder Ucrania, será difícil convencer a los 27 países miembros de la UE de seguir dando apoyo al gobierno corrupto de Kiev.

Sin llegar a una conclusión definitiva, y habiendo expuesto errores y aciertos de Rusia y Occidente, repasando los orígenes del enfrentamiento entre los principales actores en este juego, y haciendo pequeñas previsiones de futuro, los diversos ponentes parecieron estar de acuerdo en una cosa: es clave para Occidente buscar y tener una buena relación con Rusia.

*1) Las Partes convienen en que un ataque armado contra una o varias de ellas, ocurrido en Europa o en América del Norte, será considerado como un ataque dirigido contra todas, y, en consecuencia, convienen en que si tal ataque se produce, cada una de ellas, en el ejercicio del derecho de legítima defensa, individual o colectiva, reconocido por el artículo 51 de la Carta de las Naciones Unidas, asistirá a la Parte o Partes atacadas tomando individualmente, y de acuerdo con las otras, las medidas que juzgue necesarias, comprendido el empleo de las fuerzas armadas para restablecer la seguridad en la región del Atlántico Norte.

Ésta es una explicación sin ánimo de lucro.


Lluis Torres07/10/2016
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Hermetismo, semi-autoritarismo, represión, caciquismo y opacidad. Estas son algunas de las palabras que los expertos suelen utilizar para definir el régimen del fallecido presidente de Uzbekistán, Islam Karimov. El líder del Estado más poderoso de Asia Central, que llevaba gobernando el país uzbeko desde 1990 –cuando aún era conocido como la República Socialista Soviética de Uzbekistán– murió el 2 de septiembre de 2016.

Su muerte repentina ha causado preocupación en la comunidad internacional, pues el Estado uzbeko es un enclave geoestratégico de gran importancia para las grandes potencias internacionales. Así, una sucesión lenta en el poder hace temer la reavivación de viejas tensiones presentes en el país, algo que podría causar una desestabilización regional y poner en peligro los intereses de dichas potencias.

Pero, ¿quién era Islam Karimov?, ¿por qué Uzbekistán es tan importante?, ¿cuáles son los peligros asociados a su muerte? Analicemos algunas de estas cuestiones.

El líder soviético y la construcción de Uzbekistán

Uzbekistán no siempre ha ocupado el territorio que hoy en día posee. De hecho, ni siquiera podía considerarse un país unificado antes de la llegada de los soviéticos. En el período previo a la implantación del modelo soviético, la organización política de los territorios al sur y este del Mar de Aral se basaba en kanatos y federaciones tribales más o menos relacionadas entre sí.

El fallecido presidente de Uzbekistán, Islam Karimov [Foto: Kremlin.ru vía WikimediaCommons].
El fallecido presidente de Uzbekistán, Islam Karimov [Foto: Kremlin.ru vía WikimediaCommons].

Con el triunfo del socialismo en Rusia y la expansión de la revolución a los territorios de Asia Central, este sistema de organización política quedó completamente erradicado y se implementó un modelo soviético basado en una fuerte administración estatal centralizada gobernada por unas poderosas élites políticas.

Islam Karimov formaba parte de esta oligarquía. El presidente ascendió al poder en 1990, un año antes de la caída de la URSS y el nacimiento de un Uzbekistán independiente. Con el desmembramiento de la Unión, Karimov y su séquito político no sólo se mantuvieron en el gobierno sino que aprovecharon la desconexión de Moscú para incrementar su poder. A partir de ese momento, se intensifica una política basada en la centralización, el semi-autoritarismo y el culto a la personalidad entorno a la figura del propio Karimov.

Sin embargo, el fallecido líder uzbeko no sólo aprovechó las estructuras políticas del país para afianzar su poder sino que se vio beneficiado por la política soviética implementada en Asia Central. Para debilitar la resistencia de la sociedad a la influencia rusa, los líderes soviéticos diseñaron un proceso de ingeniería geográfica que básicamente reestructuraría las fronteras de los países centroasiáticos para conseguir dos objetivos: 1) El fraccionamiento del mundo turco-musulmán, y 2) La división de los grupos étnicos históricos.

Este proceso no sólo conllevó el debilitamiento de los principales ejes de resistencia que Karimov podía encontrar en Uzbekistán sino que comportó un enorme coste para Tayikistán, que perdió las emblemáticas ciudades –especialmente para el mundo musulmán– de Bujara y Samarkanda, y la región del Valle del Ferganá. Todos ellos enclaves estratégicos entregados a Uzbekistán.

La hegemonía de Asia Central

La creación de un Estado con una administración férrea, afianzado en una oligarquía dominante, y con los principales focos de oposición desmembrados, fue el caldo de cultivo perfecto para que Islam Karimov gobernara a su antojo. No obstante, la reestructuración territorial que permitió a Uzbekistán absorber las regiones tayikas fue la clave para el auge del país que, gracias a eso, pudo actuar como potencia contestataria al hegemón natural: Kazajstán.

El país de los kazajos es el Estado más grande de Asia Central, con conexiones comerciales en China y un apoyo incondicional de Moscú, que ha creado y financiado directamente gran parte de su poder militar. En este sentido, Kazajstán siempre se ha erigido como la potencia hegemónica regional.

Mapa que muestra los cinco países que conforman la región de Asia Central [Foto: Themightyquill vía WikimediaCommons].
Mapa que muestra los cinco países que conforman la región de Asia Central [Foto: Themightyquill vía WikimediaCommons].

Sin embargo, la situación geográfica de Uzbekistán, la asimilación de los territorios mencionados anteriormente, y los movimientos políticos de Karimov cambiaron el panorama. En primer lugar, el control del Valle de Ferganá dio a los uzbekos la capacidad de absorber el flujo principal del río Syr Darya –además de controlar la parte baja del río Amu Darya–, lo que les permitió (vía planificación soviética) desarrollar una política de explotación agrícola intensiva del algodón. Este hecho, ha convertido Uzbekistán en el principal productor de algodón a nivel global, según el gobierno, o en el segundo, según datos de la OMC.

En segundo lugar, observamos que Uzbekistán es un territorio bendecido por los recursos naturales. Con una importante reserva de petróleo, unas reservas probadas de casi dos billones de metros cúbicos de gas natural, y siendo el séptimo productor de oro mundial, el país uzbeko ha desarrollado una grandísima industria extractiva que alimenta gran parte de su economía.

Así pues, Uzbekistán es un país que ha experimentado un importante crecimiento basando su economía en la extracción de recursos fósiles y minerales, y en la explotación intensiva del algodón.

Este hecho ha revertido en un crecimiento poblacional que hace que el país tenga un mercado de 31 millones de personas (siendo el Estado más densamente poblado de Asia Central con 69 habitantes por km2), algo que despierta el interés de China y Occidente, que ya han establecido vínculos comerciales con los uzbekos. De hecho, este interés comercial y la situación geográfica de Uzbekistán han hecho que el país sea clave en la constitución de la “nueva Ruta de la Seda”, marcando el flujo comercial terrestre entre Asia y Europa.

Sin embargo, la geografía y la economía no explican por sí solas el auge del Estado uzbeko como hegemón regional. Si bien las élites políticas uzbekas han ido sangrando los beneficios económicos del país, manteniendo una opacidad en las cuentas estatales para apropiarse de parte de los ingresos derivados de la extracción de crudo y gas natural, Karimov y su séquito han tenido una habilidad política que ha marcado la diferencia con Kazajstán.

Mientras el gobierno kazajo se ha mantenido fiel a Moscú, incluso después de la caída de la URSS, la política exterior de Karimov se ha basado en una alternancia de períodos de aproximación a Estados Unidos con períodos de alianza con China o Rusia. De hecho, Uzbekistán es el Estado de la región que ha querido desvincularse más de Rusia, buscando librarse de su influencia. Esto ha provocado que ambos países mantengan una relación de tensa cordialidad, sin llegar a romper sus relaciones.

Imagen de la entrada a la base militar de Estados Unidos en Uzbekistán [Foto: 1st Sgt. Meyer vía WikimediaCommons].
Imagen de la entrada a la base militar de Estados Unidos en Uzbekistán [Foto: 1st Sgt. Meyer vía WikimediaCommons].

Pero ¿por qué el gobierno de Karimov ha actuado así? Sabiéndose un actor clave de la geopolítica internacional, por sus reservas de recursos fósiles y su situación geográfica, Uzbekistán ha llevado a cabo una política de alianzas variables con el objetivo de no “casarse” con ninguna potencia internacional y así, beneficiarse de todas. En este sentido, un claro ejemplo es que el principal aliado de Estado Unidos en la región es, precisamente, el Estado uzbeko, que permitió a los estadounidenses asentar una base militar en el país para preparar la invasión de Afganistán.

Esta alianza militar, que se mantiene hasta hoy en día, ha comportado una importante retribución para Uzbekistán. Como compensación, y bajo el objetivo de acabar con la amenaza islamista (que en este país toma el nombre de Movimiento Islámico de Uzbekistán), EE.UU. ha dado un empuje vital a las fuerzas armadas de Karimov, convirtiendo Uzbekistán en la primera potencia militar de la zona, por encima de Kazajstán. Así es como el Estado uzbeko ha acabado de disputar a los kazajos la hegemonía de la región.

Los peligros de una muerte no anunciada

Aunque el liderazgo autoritario de Karimov comportó el “auge” del país, la inseparable vinculación del dictador con el propio Estado hace temer que su muerte provoque el caos. Por una parte, la pérdida de la figura del líder de uno de los regímenes más herméticos del mundo, puede generar una nueva carrera de las grandes potencias en Asia Central, buscando crear nuevas alianzas políticas, económicas y militares en Uzbekistán. Esto comportaría reavivar el “Gran Juego” que se vive desde hace siglos en la región.

Por otra parte, en un país dónde hay tensiones étnicas y religiosas, la falta de una transición pautada y pacífica podría llevar a graves disturbios que añadieran tensión a la región. En este sentido, la preocupación de la comunidad internacional reside precisamente en el daño que ha hecho el régimen de Karimov al mundo musulmán, que se ha visto perseguido durante todos sus años de gobierno.

Así, la muerte de Karimov puede suponer un alivio a la presión que sufre el Islam en Uzbekistán pero también puede significar la aparición de una reacción igual de brutal por parte de ciertos sectores de la población, que pueden verse influenciados por el Movimiento Islámico de Uzbekistán.

La desaparición del dictador también puede generar una relajación de las fuerzas armadas y una reducción de los controles en la frontera con Afganistán, lo que facilitaría el avance del extremismo islámico desde el país vecino. Este es un hecho que preocupa especialmente, pues siempre se ha temido una alianza entre los talibanes y el Movimiento Islámico de Uzbekistán, cuyo objetivo es la instauración de un Estado Islámico regido por la Sharia en el país uzbeko.

De momento, parece que Uzbekistán tiene un líder temporal, Shavkat Mirziyoyev, que fue Primer Ministro desde 2003 hasta que la Asamblea Suprema lo designó como presidente interino del país. Y, aunque Karimov no señaló nunca a Mirziyoyev como su sucesor, parece ser que sí era su opción predilecta, algo que, por una parte, podría calmar los temores de la comunidad internacional respecto a la sacudida que podría provocar un vacío de poder en Uzbekistán pero que, por otra parte, podría significar que el país seguirá el mismo rumbo: el del autoritarismo, la represión de la población disidente, y la corrupción a gran escala.

Ésta es una explicación sin ánimo de lucro.


Lluis Torres17/08/2016
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En una entrega más del especial Conflictos Hídricos tratamos el caso del Nilo, principal río del este de África cuyas aguas abastecen a 10 estados. Motivo de conflicto desde hace siglos, la lucha por el dominio de sus aguas llega hasta nuestros días; y países como Egipto, Sudán o Etiopía, expuestos a cambios demográficos y geopolíticos, no cederán para conseguir el control del preciado recurso.


Lluis Torres04/05/2016
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Cuando el expresidente de Estados Unidos, George W. Bush, ostentando el liderazgo de una coalición internacional, inició la invasión de Irak en el año 2003, muchas voces ya señalaron que aquella guerra tenía poco que ver con la búsqueda de armas de destrucción masiva o con derrocar un gobierno patrocinador del terrorismo internacional. Más bien, la guerra tenía otro objetivo: controlar el petróleo de la región.

Así pues, el nuevo siglo presenciaba un escenario que el siglo XX ya había visto: el conflicto armado por el control de recursos estratégicos. Estos recursos que solemos asociar con el gas natural, el crudo o minerales como el coltán son estratégicos en la medida en que otorgan poder a aquel que los controla y, en consecuencia, suelen estar muy disputados. No obstante, la importancia de los recursos es relativa y va variando a lo largo del tiempo. Es aquí donde entra en juego el agua, recurso natural esencial que diversos expertos, como el profesor del Five College Consortium, Michael Klare, apuntan que será el recurso estratégico del siglo XXI.

El agua, un recurso cada vez más preciado

Históricamente, al tratarse de un recurso vital para la supervivencia de la población, el agua dulce ha marcado la localización de las sociedades humanas. Hoy en día, además, el agua no solo se utiliza para el consumo humano sino que se ha convertido en un importante recurso energético e industrial. De esta manera, el crecimiento de la población y el desarrollo industrial global han provocado que la demanda de agua haya crecido enormemente en las últimas décadas (por ejemplo, solo en el período 1980–1995 la demanda creció de 2.800 a 3.700 km3 anuales). Sin embargo, la oferta se ha mantenido constante o incluso ha disminuido como consecuencia de actividades humanas agrícolas o industriales que han degradado las reservas existentes.

Esto significa que la necesidad de agua dulce ha ido en aumento mientras que la disponibilidad del recurso es cada vez más baja, dando así lugar a situaciones que se conocen como de “estrés hídrico”. Situaciones en las que los ríos, lagos o acuíferos de una región, habitualmente compartidos por diversos países, no llegan a cubrir la demanda de agua de alguno o de todos los estados. Este es el caso de la región de Asia Central.

El desequilibrio entre la estepa y la montaña

Mapa de Asia Central [Foto: US Aid vía WikimediaCommons].

Los estados de Kazajistán, Uzbekistán, Tayikistán, Turkmenistán y Kirguistán forman el territorio conocido como Asia Central. Esta región se caracteriza por tener un clima semidesértico en el que las tierras áridas constituyen un 60% del terreno. En este contexto geográfico hay dos sistemas fluviales principales que riegan la región: el río Syr Darya, nacido en la sierra del Tian Shan, y el río Amu Darya, que nace en la sierra del Pamir. Ambos se nutren del deshielo producido en estos sistemas montañosos de Kirguistán y de Tayikistán, respectivamente, y fluyen de este a oeste hasta desembocar en el mar de Aral, ya en tierras de Kazajistán y Uzbekistán.

Siempre que se habla de conflictos fluviales es importante tener en mente la geografía de la región analizada porque el control del flujo de los ríos recae en los estados que controlan su nacimiento. En este caso, los montañosos países de Kirguistán y Tayikistán dominan la fuente de la que beben el resto de los estados del territorio. Es en este punto donde empieza un problema potenciado por las características socioeconómicas y políticas de los países de Asia Central.

La más importante de estas características es la existencia de un modelo económico con un escaso panorama industrial que 1) requiere de una gran explotación del territorio especialmente del agua, 2) mantiene a la mayoría de la población empobrecida y 3) tiene dos ciclos distintos y opuestos: el de los países de la estepa y el de los países montañosos.

En general, la economía de la región se basa en la extracción de recursos como el petróleo, el gas o los minerales y en la producción agrícola, principalmente de algodón.

Este modelo es aplicable sobre todo a los estados situados río abajo que, cada vez más, utilizan técnicas de fractura hidráulica y limpieza de terreno arenoso para obtener los recursos fósiles al mismo tiempo que sobreexplotan las zonas cultivables. En conjunto, esto ha provocado que el uso del agua haya aumentado de forma constante en la misma medida en que el territorio ha sufrido una fuerte degradación medioambiental producida por la utilización indiscriminada de productos químicos y pesticidas. El reflejo más grande de esta degradación y de la enorme explotación de los recursos hídricos ha sido la desecación del mar de Aral.

Por otro lado, los estados situados río arriba, Kirguistán y Tayikistán, utilizan el agua de una forma muy distinta: básicamente para la producción de electricidad. Estos países montañosos tienen necesidad de grandes cantidades de energía durante los meses de invierno, cosa que consiguen habitualmente a través de sus centrales térmicas. No obstante, los dos países han cortado el flujo de los ríos que alimentan el Syr Darya y el Amu Darya para construir presas y centrales hidroeléctricas que ayudan a suplir las necesidades energéticas que las centrales térmicas no pueden cubrir.

De esta manera, los intereses de los estados situados río arriba entran en contradicción con los intereses del resto de países de la región: mientras Kazajistán, Turkmenistán y Uzbekistán necesitan grandes cantidades adicionales de agua durante los meses de verano para alimentar sus campos de cultivo, Tayikistán y Kirguistán no tienen necesidad de liberarla para producir electricidad, sino todo lo contrario, tienen incentivos para reservarla. Sin embargo, durante los meses de invierno estos países liberan las reservas acumuladas con tal de hacer funcionar al máximo sus centrales hidroeléctricas, provocando graves inundaciones en los estados situados río abajo.

Ahora bien, esta dinámica no es nueva y la tensión podría evitarse. Desde 1960, los estados de Asia Central tienen un patrón establecido: los países que controlan el nacimiento de los ríos dejan fluir el agua necesaria para los países que se encuentran río abajo sobre todo en verano a cambio de que éstos les proporcionen combustibles fósiles suficientes para alimentar sus centrales térmicas, especialmente durante el invierno.

El problema surge cuando, a raíz de la caída de la URSS, todos los gobiernos dejan de actuar de forma coordinada y empiezan a guiarse por sus propios intereses. Es así como los estados dependientes del agua Kazajistán, Uzbekistán y Turkmenistán empezaron a encarecer el precio de los combustibles fósiles que vendían a Tayikistán y Kirguistán y a explotar, aún más, las perforaciones de gas y petróleo. De este modo, consiguieron, al mismo tiempo, aumentar su dependencia hídrica y provocar períodos de escasez energética a los estados situados río arriba que respondieron con la construcción de nuevos embalses.

Presa soviética en Kirguizistán [Foto: Oleg Storozhenko vía Flickr].

Pobreza y corrupción: la situación actual

En este momento hay dos factores clave que marcan la tensión en la región. El primero se refiere a las características mencionadas con anterioridad, concretamente a la dimensión social o humana del caso. Los cinco países de la región presentan índices muy bajos de renta per cápita y una igualdad socioeconómica moderada que representa, a grandes rasgos, una igualdad de pobreza entre la población. En este contexto, el 53% de las personas no tienen acceso a agua potable y un 83% no tienen derecho al saneamiento de la misma, según datos del investigador de la UNESCO, Miguel Pérez Martín.

Este panorama enlaza con el segundo punto a tener en consideración: el problema actual se centra en el conflicto que enfrenta Uzbekistán con Tayikistán y Kirguistán, todos ellos países que tienen la densidad de población más alta de Asia Central. Por tanto, en proporción al territorio, estos países cuentan con un volumen más grande de personas que sufren la pobreza y la falta de acceso al agua potable.

Así pues, se puede observar que los principales gobiernos en conflicto son aquellos que reciben una presión más elevada por parte de sus propias poblaciones. El origen de todo el problema reside en que los gobiernos y el aparato institucional de los estados están controlados por élites políticas de herencia soviética que se benefician del modelo económico extractivo implementado en la región. La corrupción que impera en las más altas esferas políticas se basa en la apropiación de buena parte de los ingresos estatales derivados del gas y el petróleo, manteniendo la opacidad en las cuentas comerciales de estos productos. Este sería el caso, sobre todo, de Uzbekistán o Turkmenistán.

Así, mientras la población sufre la pobreza y la escasez de agua, las cúpulas políticas, militares y burocráticas altamente enriquecidas son percibidas, cada vez más, como grandes oligarquías por parte de la población. Para ejemplificar esto sólo hay que fijarse en los gobiernos de Karimov (Uzbekistán, en el cargo desde 1991), Rahmon (Tayikistán, en el poder desde 1992) o Nazarbáyev (Kazajistán, en el cargo desde 1991).

Como respuesta, estas élites, temerosas de perder el poder a raíz de revueltas populares, han canalizado el descontento de la población con un discurso que culpa a los estados vecinos de los problemas de pobreza y falta de recursos hídricos. De tal manera, el mensaje que se intenta transmitir es que la escasez que sufren los habitantes de cada país no es debida a la mala gestión interna sino a la avaricia del resto de países. Por tanto, reclamar cuotas cada vez más altas del agua regional es un acto completamente legítimo.

Los focos de conflictividad

En este momento, el que muestra más ánimo bélico en su discurso es el gobierno uzbeko contra Tayikistán y Kirguistán. El estado uzbeko es el que más intensivamente está aumentando el uso del agua regional para la explotación de los recursos fósiles y los cultivos de algodón. Al mismo tiempo también es el país con más población (28’7 millones de personas) y el más dependiente del agua de los estados situados río arriba. Pero el hecho que provoca esta beligerancia es que Uzbekistán es el país con el mayor poder militar de la región, cosa que utiliza para amenazar de forma constante a los otros dos estados.

En conjunto, las necesidades económicas, la presión demográfica y la mala relación política de Uzbekistán con Tayikistán y Kirguistán hacen que el gobierno uzbeko perciba que el control del agua que tienen estos dos últimos estados es injusto y reclame cada vez más cantidades de la misma. Contrariamente, las necesidades energéticas de los estados situados río arriba les impulsan a querer incrementar su control sobre el agua para suplir dichas necesidades y ganar una posición dominante.

Esto nos lleva a una situación en que los tres estados quieren aumentar su control sobre los recursos hídricos regionales. En este contexto, hay dos políticas hídricas que se encuentran en el epicentro del conflicto y que pueden causar una verdadera desestabilización regional:

  1. La presa Toktogul, que da control a Kirguistán sobre el río Syr Darya (cortando su principal fuente, el río Naryn) y puede generar situaciones de estrés hídrico o inundaciones en Uzbekistán, especialmente en el estratégico Valle del Ferghana.
  2. El proyecto de la presa Rogun, que incrementaría el control que ya ejerce Tayikistán, a través de la presa Nurek, sobre el río Amu Darya (cortando una de sus fuentes básicas, el río Vashkh) y que podría generar, también, situaciones de estrés hídrico en las principales zonas agrícolas de Uzbekistán.Ríos de Asia Central [Foto: DEMIS mapserver vía WikimediaCommons].

El nuevo equilibrio de las alianzas internacionales

Ante el aumento de la tensión, en las últimas décadas se ha impulsado, a través de la mediación internacional, el uso del marco de negociación de los “acuerdos del mar de Aral” marco constituido para solucionar el desastre ecológico en este mar para dialogar y restablecer el patrón de intercambio de la época soviética, habiéndose creado incluso la Organización para la Cooperación en Asia Central.

No obstante, en un futuro inmediato no se prevé que este sea el modelo que fomente la cooperación. Paradójicamente, lo que hace que estos países no entren en conflicto directo es la injerencia internacional. La riqueza en gas y petróleo y la estratégica situación geográfica de la región han hecho que Estados Unidos, Rusia y China hayan establecido vínculos económicos y militares con los países del territorio, a fin de intentar “capturar” Asia Central. Al mismo tiempo, son los propios estados de la región los que, en un intento de ganar una posición superior a la del resto de sus competidores, buscan este tipo de alianzas con las tres grandes potencias.

Así, actualmente hay una gran diversidad de ententes en la región. En primer lugar Rusia, sucesora del eje soviético que anteriormente había dominado el territorio, mantiene una relación privilegiada con Kazajistán (segundo campeón militar regional por detrás de Uzbekistán) y Tayikistán. Mientras que con el gobierno kazajo la relación es más económica, asegurando un flujo comercial de hidrocarburos preferente hacia la Federación Rusa, con Tayikistán la relación está basada en la seguridad, a través de la presencia militar rusa en territorio tayiko, especialmente a lo largo de su frontera con Afganistán.

En segundo lugar, Estados Unidos ha aprovechado las débiles relaciones de Rusia con dos de los estados de la región para penetrar en el territorio. En este sentido, el gobierno norteamericano se ha vinculado estrechamente con Uzbekistán, donde ha establecido su presencia militar, y con el estado más “internacionalmente cerrado”, Turkmenistán, con el que ha incentivado una relación comercial preferente a fin de asegurar el control de los hidrocarburos del país.

Finalmente, China se está haciendo un hueco mediante la apertura de una nueva “ruta de la seda”. El gobierno ha fomentado un aumento de las relaciones comerciales con Kazajistán y Kirguistán, hecho que se hace especialmente patente con el proyecto de un oleoducto transcontinental que atravesará el territorio desde el mar Caspio hasta la provincia china de Xinjiang.

Lo que se puede observar es que la competencia interna unida a los intereses de las potencias internacionales está dando lugar a alianzas políticas, económicas y militares que, en principio, podrían suponer un aumento de la hostilidad y la inestabilidad regional.

Las mismas potencias internacionales ya están utilizando el conflicto hídrico como método de presión indirecta. Por ejemplo, el apoyo económico ruso a la presa del Rogun, impulsada por Tayikistán, es una forma de enfrentarse, indirectamente, con el “enemigo” regional de Rusia, Uzbekistán. A la vez, esta jugada supone un aviso para el aliado internacional de este país, es decir, para Estados Unidos.

Sin embargo, parece evidente que, en este momento, ninguna de las grandes potencias internacionales con incidencia en el territorio quiere iniciar un conflicto con las demás. De tal manera, sabiendo que si sus aliados regionales entran en conflicto deberán responder apoyándolos, son las propias potencias las que se encargan de rebajar la tensión entre los estados de Asia Central, a fin de evitar iniciar un conflicto indirecto a través de sus campeones regionales. Así, incluso la presencia de tropas estadounidenses y rusas en algunos de estos países sirve como desincentivo para una eventual escalada de tensiones y, además, son útiles para controlar factores desestabilizantes internos como el terrorismo. Esto también significa que el equilibrio es precario porque si estalla una confrontación entre alguna de estas tres potencias, éstas ya no tendrán interés en pacificar las relaciones entre los países de la región.

En cualquier caso, mientras el panorama internacional se mantenga tal y como está, todo apunta a que se intentarán encontrar soluciones pacíficas al conflicto por el agua de Asia Central. A pesar de las tensiones, en 2008 se formalizaron una serie de acuerdos para garantizar el cumplimiento de la dinámica histórica sobre los recursos: los países situados río arriba dejarán fluir el agua necesaria para los países situados río abajo a cambio de que éstos cedan provisiones a Kirguistán y Tayikistán del carbón, gas y petróleo necesarios para alimentar sus centrales térmicas, siguiendo los patrones estacionales que han calificado como heating season” (temporada de calefacción) y “vegetation season” (temporada de la vegetación).

Si bien es cierto que, de forma regular, los gobiernos de los diferentes estados (especialmente los uzbekos, tayikos y kirguizos) siguen atándose entre sí y reclamando cuotas mayores del agua regional, la situación se mantiene estable. La incidencia internacional es la garantía del cumplimiento de los acuerdos estacionales y, por el momento, nada apunta a que el panorama vaya a cambiar.

Ésta es una explicación sin ánimo de lucro.