20/03/2023 MÉXICO

Hermanos Musulmanes archivos - United Explanations

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Dijo Charles Bukowski que “la diferencia entre una democracia y una dictadura consiste en que en la democracia puedes votar antes de obedecer las órdenes”. Una vez que unas cosméticas elecciones presidenciales proclamaron vencedor al nuevo héroe nacional, Abdel Fattah Al-Sisi, Egipto bien puede definirse a sí mismo como democracia, una en la que no obstante las órdenes ya tenían que ser obedecidas antes de las urnas, y ello en un entorno de completa arbitrariedad. El golpe de estado del 3 de julio de 2013, seguido por las masacres del pasado mes de agosto, llevó a muchos a hablar de un retorno a la casilla de salida, esta última representada por la Plaza Tahrir que un puñado de jóvenes revolucionarios decidieron ocupar el 25 de enero de 2011, sentando las bases para una Revolución que inspiraría a jóvenes y no tan jóvenes a lo largo y ancho del planeta. Precisamente de Ucrania, un país en donde millones de idealistas nos han vuelto a recordar el peso de los valores y principios que muchos damos por sentados, viene un proverbio que en Egipto cobra un enorme sentido: “son los genios los que preparan la revolución, los románticos los que la hacen, y son los pajarracos los que de ella se aprovechan”. Y no es casualidad que un pájaro se erija en símbolo de aquellos – el Ejército egipcio – que han demostrado haber sido más previsores y cautelosos que nadie para tomar de nuevo las riendas de un país que nunca dejaron de dominar desde las bambalinas.

Resulta cuanto menos paradójico que el propio Al-Sisi prometiera durante su entronamiento el pasado 8 de junio dar forma a un estado inclusivo. Consciente de que Egipto – un país en el que el sectarismo no es, al contrario de lo que ocurre con muchos de sus vecinos – el rasgo definitorio de su sociedad, da cabida hoy a una sociedad profundamente polarizada. Su nuevo rais se comprometió a construir una sociedad “donde cada parte escucha a la otra con imparcialidad, donde nuestras diferencias son enriquecedoras”. Días después, miles de egipcios se despertaron sorprendidos ante el cierre de varios establecimientos de una famosa cadena de supermercados cuyo propietario está supuestamente vinculado con los Hermanos Musulmanes. El propio Al-Sisi, durante su campaña electoral, se comprometió a continuar en su ofensiva contra los Hermanos. Desde la masacre de Rabia Al Adawiyya de 14 de agosto de 2013, cientos de presuntos simpatizantes – se estima que unos 3.000 – de los Hermanos han sido asesinados, y más de 16.000 miembros de la Hermandad acusados de traición y enaltecimiento del terrorismo han sido detenidos.

Free Alaa Abdel Fattah, prominente activista egipcio y priosionero bajo el régimen de Mubarak, Morsi y ahora también Al-Sisi

También durante estos últimos días ha sido condenado a 15 años de cárceluno de los revolucionarios y activistas más conocidos del país, Alaa Abdel Fattah. Allí podrá unirse con otros egipcios famosos por luchar en pos de la libertad contra cualquier autoridad en el poder. Egipto está siendo testigo de una clara situación de deterioro de los derechos humanos, en particular a la vista de la detención indiscriminada de opositores y activistas políticos, muchos de los que cuales ni siquiera pertenecen a la Hermandad Musulmana. El pasado mes de noviembre fue aprobada una polémica ley anti-protesta, una regulación que ha llevado a la detención y condena de miles de personas, con ejemplos como el del sonado caso de Ahmed Maher, co-fundador del movimiento 6 de abril, el cual ha sido posteriormente prohibido.  El acoso al que se ven sometidos académicos, jóvenes revolucionarios y estudiantes universitarios que han osado levantar su voz contra el régimen no ha hecho sino aumentar en los últimos meses. Para muestra, un botón: Amr Hamzawy, uno de los políticos e intelectuales liberales más destacados de Egipto, fue acusado de insultar al poder judicial en un tweet en el que se limitaba a criticar una sentencia en contra de tres ONGs estadounidenses. Muchas organizaciones de la sociedad civil, como el Centro Egipcio para los Derechos Económicos y Sociales (cuyas oficinas fueron allanadas y cuyos miembros fueron detenidos y algunas de las trabajadoras incluso acosadas en diciembre pasado), han sido hostigadas y amenazadas. Según el índice de democracia de Freedom House, la situación en Egipto se ha deteriorado o estancado con respecto a todos los indicadores.

El ambiente también se ha deteriorado enormemente en lo que al trato recibido por la prensa se refiere. No se trata sólo de que los periodistas sean incapaces de siquiera ponerse en contacto con los responsables de la campaña de Al-Sisi, sino deejemplos como el del periodista Abdullah Elshamy, al borde de la muerte como consecuencia de una huelga de hambre de más de 100 días por haber sido encarcelado injustamente acusado de pertenecer a un grupo terrorista y difundir noticias falsas. Otros tres periodistas de Al Jazeera, junto con otros 17 acusados​​, están siendo juzgados por difamación y apoyo a los Hermanos Musulmanes de Morsi, y se enfrentan a cargos que han provocado la indignación internacional. Se trata también de periodistas extranjeros inocentes, golpeadas con saña en manifestaciones, acusados ​​de difundir mentiras en sus países acerca de la objetividad del proceso de transición. Justo después de que la constitución fuera suspendida el pasado 3 de julio, las fuerzas de seguridad ya cortaron la señal de todos los medios de comunicación considerados islamistas y allanaron sus oficinas en una ofensiva que llevó a la posterior detención de los primeros periodistas.

Egipto se erige hoy en día en un ejemplo de lo que podría llamarse “justicia selectiva“. El mundo entero se acongojó cuando el pasado marzo tanto el líder de los Hermanos Musulmanes, Mohammed Badie, como 622 de sus seguidores fueron condenados a muerte por el tribunal penal de Minya, que confirmó la sentencia de muerte para 37 de los mismos. El resto fueron encarcelados de por vida en un juicio que ha tenido secuelas y que en esta ocasión sólo duró unos pocos días y se desarrolló en dos sesiones sin siquiera escuchar los argumentos de la defensa. El propio fiscal declaró hace unos pocos días que el proceso no había tenido sentido alguno. El Gobierno de Egipto afirma que su poder judicial es independiente, y lo peor del caso es que esa parece ser la verdad: los jueces egipcios no hacen sino representar a una (vociferante) mayoría de la población, a la que se ha lavado el cerebro a base de declaraciones oficiales, propósitos demagógicos y programas de dudosa objetividad retransmitidos por la televisión pública.

Foto: Amr Abdallah Dalsh

Estos no son sin embargo los desafíos a los que la prensa hace referencia con mayor énfasis. Y es que la economía de Egipto – aún controlada en aproximadamente un 30% por el poderoso Ejército – se encuentra hoy en un estado aún peor de lo que estaba hace un año. Las subvenciones a los combustibles y alimentos no son ya sostenibles, algo que se ha convertido en la norma en muchos países de la región. El turismo y la inversión extranjera siguen siendo quasi inexistentes. El déficit presupuestario sigue siendo peligrosamente alto. También lo es la tasa de desempleo, que día tras día amenaza con llevar de nuevo a los egipcios a tomar las calles. Aunque existe la posibilidad de que se reanuden las negociaciones con el Fondo Monetario Internacional, las condiciones que impondrá la organización serán draconianas y tendrán un impacto no desdeñable en el día a día de los ciudadanos egipcios. En el ínterin, mientras se predica a diestro y a siniestro la necesidad de que los egipcios se sacrifiquen bajo el emblema de la austeridad, a pocos se les escapó que el salario del Presidente ha aumentado en un 950%. La corrupción sube así puestos en la lista de las principales preocupaciones de los egipcios de a pie.

En el plano geopolítico, Egipto le llevará unos años recuperar su posición de líder del mundo árabe. Basta con echar un vistazo a los más fieles aliados de Egipto hoy en día: Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos – cuyo apoyo a los Salafistas no ha pasado desapercibido -, países que han canalizado enormes cantidades de dinero para apoyar al régimen militar. Antes de ellos lo hacía Qatar, cuya vinculación con los Hermanos Musulmanes ha sido uno de los principales motivos que han llevado al pequeño país del Golfo – cuyo papel a comienzos de la Primavera Árabe es más que destacable – a enemistarse con gran parte de sus vecinos. Y antes de ellos lo hacían los Estados Unidos, cuya “ayuda militar” fue ideada como poderosa garantía del Acuerdo de Paz entre Egipto e Israel de 1979. Egipto fue un gran imperio y sus habitantes siguen sintiéndose hoy herederos de los faraones. Gran parte de esta gloria pasada fue recuperada en los tiempos de Nasser y auge del panarabismo. Parece hoy Egipto demasiado angustiado por recuperarse de la inestabilidad interna como para preocuparse por influir en la multitud de acontecimientos que le rodean.

Por último, pero no menos importante, resulta hoy casi imposible hablar de Egipto sin hacer alusión a la situación de la mujer. El régimen hizo saltar las alarmas cuando millones de espectadores reaccionaron con rabia e indignación ante un vídeo que circulaba por YouTube y mostraba a una joven desnuda y ensangrentada tras haber sido violada por un grupo de hombres en plena celebración del comienzo del reinado de Al-Sisi, acontecimiento no aislado que precisamente tuvo lugar en la plaza que tantas ilusiones despertó en el pasado. No sólo violaciones de ese calibre, sino casos de acoso sexual son más corrientes de lo que nadie podría imaginar, e incluso hay estudios que afirman que 9 sobre 10 mujeres se han visto en esa situación al menos una vez en su vida. En una sociedad en la que las mujeres van a la universidad, trabajan y participan en la vida pública, resulta cuanto menos sorprendente que su estatus y dignidad se vean puestos en entredicho día tras día. Las causas, según los expertos, son varias: una educación insuficiente o inexistente en este sentido, la frustración de los hombres egipcios, la religión, la imposibilidad de muchos jóvenes de casarse bien pasados los 30… 

El nuevo Presidente de la República Árabe de Egipto tiene pues ante sí un panorama desolador en el que destacan tareas cuanto menos sisíficas. Muy a su pesar, e independientemente de la intensidad con la que prosiga la lucha contra los Hermanos Musulmanes, parece improbable que se consiga acabar con una organización creada casi un siglo atrás y que ha conocido represión y persecución la mayor parte de su historia. Tampoco será tan fácil silenciar a una población que hoy en día ansía la estabilidad y la tranquilidad más que nada en el mundo, pero que tanto en 2011 como en 2013 descubrió el poder que era capaz de ejercer y se atrevió a cuestionar lo que sus autoridades decidían. Una población que tarde o temprano se dará cuenta – si no lo han hecho ya – de la necesidad de reconciliación que obstaculiza el proceso de reconstrucción de un verdadero estado del que puedan volver a sentirse orgullosos. Quizás Al-Sisi sea el héroe del momento, quizás su imagen aún reluzca en paneles, pósters y camisetas vendidos en cualquier esquina. Pero sus “súbditos” han demostrado que son ciudadanos de un país en el que no puede darse nada por sentado.

Ésta es una explicación sin ánimo de lucro

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La denominada “Revolución egipcia” representó una época de esperanza y entusiasmo para millones de habitantes del mayor y más poblado y, con frecuencia, también el que muchos consideran un modelo a escala del mundo árabe. Sin embargo, más de dos años después del levantamiento que derrocó a Hosni Mubarak, el país no ha conseguido aun recobrar la estabilidad y ya se ha aproximado peligrosamente al abismo en varias ocasiones. Y hoy por hoy la situación se perfila mas grave que nunca.

Durante los últimos meses, cientos de miles de personas se han echado a las calles con cierta regularidad, de nuevo enarbolando eslóganes contra lo que consideraban un régimen autoritario, esta vez en forma de gobierno dominado por islamistas encabezados por una figura polémica y opaca como es la de el ya ex Presidente Mohammed Morsi. Los Hermanos Musulmanes, organización clandestina duramente reprimida durante 84 años, no dudaron durante un año en echarse a sus espaldas no sólo el poder ejecutivo central, sino la totalidad de las instituciones (la última ronda de nombramientos así parecía apuntarlo), y la propia redefinición de la identidad egipcia como exclusivamente musulmana, principalmente como consecuencia de décadas acumulando una insaciable sed de poder. Ya en 2011, los peores temores de muchos liberales giraban en torno a la posibilidad de que el apoyo tardío de la Hermandad a las protestas y a la posterior transición democrática fuese sólo un paso en su planeado camino hacia el control total del país, y es por ello que consideran que su enfrentamiento con ellos se ha convertido en una lucha por la democracia en sí misma. Una democracia en la que muchos se escudan para justificar lo que objetivamente parece difícil definir como algo diferente a un golpe militar. Golpe militar que, al fin y al cabo, también en su momento llevo al destronamiento del rais Mubarak.

Tamarrud: la rebelión egipcia

Al contrario de las protestas de 2011, en gran medida impulsadas por la “generación Facebook” y por el grupo online “We are all Khaled Said”, todo comenzó con un papel y un bolígrafo. El “Movimiento Tamarrud” (rebelión en árabe) dio sus primeros pasos hace apróximadamente dos meses, gracias a los esfuerzos de varios miembros, de la alarmantemente desunida y heterogénea oposición egipcia, en este caso pertenecientes al Movimiento Kefaya. La idea era poner en marcha una campaña con el objetivo de recoger tantas firmas como fuera posible exigiendo la interposición de una moción de censura contra el Presidente Morsi. En un principio, la campaña se presentaba en términos extremadamente simples y su público objetivo eran los ciudadanos de a pie, pero poco a poco comenzó a ganar impulso gracias al apoyo prestado por personalidades, partidos políticos y otras destacadas instituciones dentro de la sociedad egipcia.

Flickr Jonthan RashadEl gran pecado de los islamistas fue, en el marco de una política cada vez más divisiva e incluso agresiva, desestimar reiteradamente la validez de éste y otros movimientos similares, así como cualquier crítica contra ellos dirigida, escudándose en el sempiterno argumento de la legitimidad, ante la cual unos revolucionarios incapaces de ganar en las urnas recurren a la movilización en las calles con el único fin de perturbar el normal funcionamiento de la política. Esa es precisamente la razón por la cual la campaña pretendía reunir un mínimo de 15 millones de firmas, un número que superaba en dos millones el número de votos que Morsi obtuvo en la segunda ronda de la última elección presidencial.

El Movimiento, de hecho, afirma haber reunido más de 22 millones de firmas. El 30 de junio fue la fecha prevista para la culminación de la campaña, ya que para entonces habría pasado un año exacto desde que Morsi ascendió al poder como el primer presidente civil elegido democráticamente. A tal efecto, la campaña se vio coronada con manifestaciones masivas a lo largo y ancho del país, manifestaciones descritas como las mayores en numero en la historia del mundo árabe, llegando a barajarse incluso la cifra de los 33 millones. La mayoría de las manifestaciones prometieron ocupar las calles hasta que el Presidente abandonara su cargo.

No puede negarse que el éxito de la campaña representa una clara muestra de lo que la mayoría del pueblo egipcio está atravesando estos últimos meses. Entre los firmantes y manifestantes había personas que no habían salido antes a la calle, pero que al mismo tiempo no estaban satisfechos con un gobierno islamista incapaz de garantizar aquella estabilidad que en un principio se erigía como la principal preocupación en época de elecciones y, más grave aún, incapaz de representarles. Egipto se enfrenta en la actualidad a una larga batería de problemas de gravedad no desdeñable, y las perspectivas no son optimistas.

Mucha gente esperaba que la situación mejorase después de la revolución, y los egipcios de a pie (se estima que un 40% son iletrados), apenas comprenden la relación entre un buen gobierno y el deterioro de su calidad de vida. Warren Buffet dijo una vez que “se necesitan veinte años para construir una reputación y cinco minutos para arruinarla”.

La popularidad de los Hermanos Musulmanes fue cayendo en picado a lo largo de los últimos doce meses. Muchas personas se sentían decepcionadas, y tanto la campaña Tamarrud como todas las fuerzas que a ella se fueron uniendo se alimentaron de ese desencanto. La duda que aún flota en el aire es la siguiente, ¿todos los que firmaron la petición estaban contra el Gobierno de Morsi, o simplemente estaban hartos de la terrible situación en la que el país se encuentra desde hace meses, e incluso años?

El argumento principal de los millones de manifestantes reposaba en que, a pesar de que fue elegido democráticamente, “a Morsi no se le dio un cheque en blanco”. Y tal lógica se hizo aplastante tras el controvertido decreto presidencial que en noviembre convulsionó el país de los faraones. El país, que ya estaba increíblemente polarizado después tanto de las elecciones legislativas como de las elecciones presidenciales, se volvió a plantar al borde del precipicio, y la controvertida aprobación de una aun más controvertida Constitución no hizo nada para calmar los ánimos. Tomar la calle se convirtió para muchos en la única opción viable para mostrar su desacuerdo ante la letanía de bizantinos debates sobre la legalidad del proceso de transición. El movimiento insufló ánimos e ilusión a la estancada escena política del país, que hoy por hoy parece revivir el espíritu de la revuelta que derrocó a Mubarak hace más de dos años. En aquel momento, uno de los logros más importantes de la Revolución fue la sensación de empoderamiento que muchos egipcios antes desconocían, hoy libres para expresar sus puntos de vista y denunciar públicamente las malas acciones de las autoridades.

El Ejército egipcio: ¿representante del pueblo?

Flick Jonathan RashadLo primero que hay que tener en cuenta es el rol incomparable que durante décadas ha jugado el Ejercito en Egipto. Un ejército que desde el golpe de los “oficiales libres” ha dominado las más altas esferas del poder y, sobre todo, la actividad económica, de la cual se estima que aún sigue controlando un 40%. Un ejército que siempre ha mostrado una imagen cercana al pueblo y del que, gracias a la institución del servicio militar obligatorio, muchos egipcios se sienten parte. Un ejército que al decidir no disparar sobre los manifestantes en 2011 y al convencer a Mubarak de que su momento había llegado, se erigió paradójicamente como garante de una revolución. No obstante, es necesario recordar que el ejército ya se aferró al poder durante más de un año desde el derrocamiento de Mubarak hasta que finalmente decidiera convocar las elecciones, así como los juicios militares, las represiones violentas, el acoso a la sociedad civil y a entidades extranjeras…Al igual que pocos olvidan el papel que el ejercito cumplió antes del cambio de tercio.

Los militares eran conscientes de la legitimidad que habían perdido. Una legitimadad recobrada a medida que Morsi y su gobierno cometían errores injustificables. Una legitimidad otorgada en bandeja de plata por 33 millones de personas. El ministro de Defensa Al Sissi fue muy claro cuando advirtió que no se detendrían si veían que el país era arrastrado al abismo. Dio 48 horas a los Hermanos Musulmanes para evaluar la situación, reaccionar y tal vez aceptar una elegante retirada. Lo que en cierto modo hicieron, ya que Morsi y su equipo presentaron una oferta bastante sensata, antes de que agotara el plazo. Pero ya era demasiado tarde, el Ejército no podía renunciar a esas alturas, el Ejército ya había tomado la decisión de intervenir. Ello hubiese quizás enfurecido aún más a las masas y manchado una inmaculada imagen cuidadosamente construida.

Durante meses, los generales han sabido poner poniendo en obra su plan: mantenerse apartados de la escena política, evitar pronunciarse sobre la política del gobierno, guardar silencio durante los momentos más importantes a la espera de que la población exigiera su intercesión, posicionándose en silencio tras las principales reclamaciones de la oposición, etiquetar sus decisiones como “esfuerzos de reconciliación nacional” y, como golpe final, han negado que su intervención sea un golpe de Estado. El pasado miércoles, con todos los ojos fijos en él, Al-Sissi repitió que los militares no tienen ningún interés en la política, y que la decisión de expulsar a Morsi venia justificado por haber incumplido este “la esperanza de un consenso nacional”. A pesar de las relaciones cordiales entre ambas facciones y la posición ventajosa que la Constitución otorgaba al Ejército, el acuerdo tácito entre las dos fuerzas tenía como único fin restaurar el orden en un país profundamente inestable y dividido.

El golpe de estado militar, ¿la única solución?

Muchos se preguntaran aún si no hubo una alternativa y la respuesta parece clara ante este tipo de escenario de lo que se podría llamar “política maniqueista” y dividiva hasta el extremo. En primer lugar, después de febrero de 2011, los revolucionarios vieron el empoderamiento de los Hermanos Musulmanos como un secuestro de su revolución, y su frustración creció día a día. El Decreto de Noviembre fue la gota que colmó el vaso: la vía política no era ya una opción. El creciente autoritarismo de la Hermandad no ayudó en lo más mínimo: según Nathan Brown, “Morsi y la Hermandad cometieron casi todos los errores imaginables, incluyendo algunos (como acaparar el poder político demasiado rápido o no construir coaliciones), que habían prometieron saber lo suficiente como para evitar”. Una oposición incapaz tanto de acordar una agenda coherente para el cambio como de representar una amenaza real para los islamistas. Y luego destacan los restos del antiguo régimen (los “feloul”), que tras la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en la que su candidato a punto estuvo de vencer a Morsi, se sentían un tanto legitimados para no abandonar la carrera. Cada actor decidió recurrir a una política de clanes. Pero 2011 ayudó a abrir unae tapa que se habían ido erigiendo desde 1950 (o incluso desde siempre), y el derrocamiento de Mubarak convenció a miles de egipcios de que no estaban condenados a permanecer en silencio frente a la mala gobernanza, y que a partir de ahora iban a poder exigir responsabilidad a sus líderes. Fue y sigue siendo la principal ganancia de la Revolución. Pero es también un arma de doble filo, ya que conduce a que jóvenes que nunca han experimentado la democracia a creer que tienen el derecho de derrocar a cualquier autoridad que no sea de su gusto, a que algunos consideren que no merece la pena invertir en un proceso pacífico y democrático.

Perspectivas de futuro tras el golpe

Tras el golpe, destaca como asunto preocupante lo que ahora pueda ocurrir a los Hermanos, ahora que una caza de brujas parece haber sido declarada. Si esta vez la transición desea producir resultados positivos, debería basarse en un enfoque verdaderamente inclusivo y debe, sobre todo, incluir en el proceso a la Hermandad Musulmana, junto con otros islamistas.

Antes y después del 30 de junio todas las partes hablaron sobre sangre y mártires. Enviar a los islamistas un mensaje según el cual no tienen cabida en el orden político aumenta sin duda sus temores de ser de nuevo sometidos a una sangrienta represión. Esto avivará la resistencia violenta por parte de los seguidores de Morsi, como muestran los acontecimientos que están teniendo lugar estos días. Después de todo, la Hermandad Musulmana ha sido un pilar en la política egipcia durante décadas. A ello se ha añadido un victimismo profundamente inserto en la psicología de la Hermandad. Como señala Kristina Kausch: “una lección que Egipto aprendió el año pasado es que la inclusividad es una condición previa para cualquier política democrática”.

Flickr UN Arab WomenLo que salta a la vista es que Egipto va a perder aún más tiempo absorto en un torbellino de luchas internas, tomado como rehén por una intoxicación de poder y un cierto grado de paranoia por parte de la Hermandad, y por la ausencia de una estrategia efectiva en lo que a la oposición respecta. Para empeorar las cosas, la división ideológica no parece sino estar continuamente profundizándose. La Hermandad pudo haber fracasado, pero su fracaso no era de su única cosecha, ya que también se debía a la falta de cooperación de muchas instituciones cuyo apoyo es vital y esencial para el funcionamiento de un Estado. La única cosa que realmente puede salvar la democracia en Egipto es la propia democracia: la oposición debería proponer alternativas políticas coherentes y hacer creer que son capaces de tomar el poder a través de elecciones, la Hermandad, una vez incluida de nuevo en el proceso político, tiene que reformarse y abrir el camino hacia una democracia más inclusiva. No hay necesidad de reactivar la revolución, sino de inventar un proceso político sostenible. Esto no era una revolución, sino la continuación de una revolución sin terminar. Maquiavelo dijo una vez: “no hay nada más difícil de controlar, más peligrosa de conducir, o más incierta en su éxito que tomar la iniciativa en el establecimiento de un nuevo orden de cosas”. Un último apunte: durante 30 meses, la población egipcia ha mostrado al mundo que no está dispuesta a permitir que nadie, ya sea civil o militar, se aproveche de su revolución. Nervana brillantemente así lo expresa: “en 2011, Egipto se comprometió a volver a Tahrir si sus políticos le defraudaba, y cumplió esa promesa – y con estilo – el 30 de junio. No tengo ninguna duda de que se levantarán de nuevo, y de nuevo, si el ejército o alguien se atreven a debilitarla su dignidad o a mancillar su sueño “.

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Los recientes episodios de desestabilización en Egipto provocan una gran preocupación a Estados Unidos que tiene en el país de los faraones un aliado fundamental en la región del Medio Oriente. Las reacciones internacionales acerca de las masivas protestas han sido tardías y ambiguas. ¿Es que no se oyen los gritos de los egipcios?


Sergi Arjona07/02/2011
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Llevamos varias semanas de revuelta en los países árabes. Egipto es el país de mayor importancia que ha sido sometido a la manifestación masiva de su población. A parte de las causas que motivan las protestas, ¿qué transfondo geopolítico esconde el conflicto? ¿Qué papel desempeña el petróleo o los Estados Unidos en todo esto?