Recicladores, recolectores, carreros, cirujas, pepenadores, catadores do lixo… en cada ciudad de América Latina reciben un nombre diferente. En definitiva, personas que han hecho de la basura su profesión.
Incluso en las ciudades en los que la gestión de residuos se establece de manera organizada, teniendo en cuenta los derechos de los trabajadores, la recogida de basura es un empleo no siempre bien considerado, en muchos casos denostado y que, en ciertos países, delimita la línea entre la pobreza y la miseria.
Los trabajadores informales del reciclaje son una realidad en la mayoría de las ciudades latinoamericanas, en las que en muchos casos no existe ningún tipo de conciencia de qué es el reciclaje. A la basura va lo que ya no sirve, lo que sobra o está en mal estado, lo malo. La historia de La Concepción es la de decenas de familias de recicladores, que viven en su lugar de trabajo: un basurero.
Aunque no reconocido legalmente, La Concepción es un barrio que pertenece al municipio de Soledad, contiguo a la ciudad de Barranquilla, la más grande de la región Caribe de Colombia. Hace más de cuarenta años, se ubicó en este lugar el vertedero de basura oficial del municipio. Esto provocó un movimiento de familias llegadas desde barrios colindantes para instalarse allí con un único propósito: vivir de la basura (y con la basura). Funcionó como “botadero” durante años hasta que perdió su condición de basurero oficial, dejando a decenas de familias en situación de vulnerabilidad, viviendo en un asentamiento ilegal e intentando encontrar una salida a lo que siempre ha sido su medio de vida: el reciclaje de la basura.
La Concepción fue construido sobre un cenagal del río Magdalena, hoy en día sepultado bajo la basura. Hace años, durante la temporada de lluvias, el desbordamiento del Magdalena provocaba una repentina elevación del nivel de agua causando cada año destrozos incalculables.“Cuando pasaba el invierno, entonces respirábamos tranquilos…” el agua, los residuos e incluso animales arrastrados por el río causaban constantemente problemas de higiene e incluso epidemias que duraban meses.
En todo Barranquilla, el pésimo sistema de alcantarillado hace que cada vez que llueve se formen los denominados arroyos, fuertes corrientes de agua que inundan calles y casas llegando a arrasar vehículos e incluso personas a su paso. Esto afecta a prácticamente todos los barrios de la ciudad, pero especialmente a aquellos ubicados en el sur en donde, además de no haber asfalto, no disponen de un material resistente para construir las viviendas. Cuánto más tratándose de un barrio construido sobre un vertedero. Hoy en día, los vecinos de La Concepción han conseguido que se les construyan diques de hormigón que han substituido a los de madera que ellos disponían como única vía alternativa a perder sus viviendas. Aún así, al no haber un sistema de desagüe, ésta se queda estancada suponiendo un grave riesgo para la salud, especialmente por la acumulación de basura del barrio.
En La Concepción nunca se ha llevado a cabo ningún registro del número de familias que habitan en la comunidad. Myriam tiene claro que este es el primer obstáculo a la hora de identificar las necesidades de barrio y desarrollar políticas públicas que mejoren su calidad de vida. Ella ha crecido en La Concepción, donde ha criado a sus hijos, que gracias a haberse formado, han podido desplazarse a otros barrios a buscar alternativas. “Hay que estudiar mijito, no hay luz acá, pero hay que salir adelante”, eran las palabras con las que Myriam alentaba a sus hijos para evitar que se dedicaran al trabajo que realiza la mayoría de la población del barrio. No obstante, ella continúa defendiendo la dignidad de los recicladores, aunque se queja de la falta de atención que reciben por parte de las autoridades, que no aseguran una sistema de salud para todos. Lo mismo ocurre con la educación. Por este motivo, Myriam realizó un censo para contabilizar a todos los niños que viven en La Concepción para dirigirse a las autoridades y empresas privadas para así llamar la atención sobre la situación. “El problema es que nos hemos mal acostumbrado a vivir de la buena voluntad de la gente” pero eso, añade Myriam, no hubiera pasado si nos trataran como a otros ciudadanos más.
La señora Janeth lleva más de treinta años viviendo en el barrio. Llegó hasta La Concepción animada por las posibilidades de tener “un ranchito” propio, y poder trabajar del reciclaje en el basurero. Janeth cuenta que hace años el negocio de la basura le permitía vivir mucho mejor, ella podía permitirse tener su casa, su patio y salir cada día a trabajar y ganarse su sueldo de manera digna. Pero eso se acabó cuando la Alcaldía reubicó el basurero, sin dar alternativa ni atención alguna a las familias que vivían allí. Cada cuatro años, Janeth ha visto pasar a candidatos a alcalde que “vienen se llenan de barro, remueven la basura, se agarran a los peladitos e incluso lloran”, y no vuelven a aparecer hasta las siguientes elecciones.
En diversas ocasiones, las autoridades han propuesto planes de desalojo y reubicación de las familias que habitan en La Concepción. Sin embargo esto nunca llega a producirse. Desde hace unos años, viven bajo la amenaza de la construcción de una autopista que unirá Cartagena de Indias con Santa Marta y que atravesará la parte de atrás del barrio. Tras el anuncio de su construcción, otras familias de diferentes lugares se desplazaron a La Concepción para beneficiarse de los incentivos de desalojo de las autoridades. Esto nunca llegó a ocurrir, una evidencia más de que la falta de atención prestada hasta ahora se ha convertido también en una limitación a la hora de resolver la situación. La carretera no se ha construido finalmente y la consecuencia han sido decenas de casas a medio construir que han pasado a ser parte del montón de basura de La Concepción.
Antiguamente, para trabajar en La Concepción era suficiente con tener un palo de escoba en el que ponían un clavo grande y, con eso, escarbaban la basura. Vidrio, aluminio, botes de gaseosa…”ahí no se perdía nada”. La materia orgánica se la vendían a mil pesos colombianos a los habitantes de la comunidad que tenían animales. El resto se vendía al depósito por un precio aceptable. Hoy en día, desde que ya no es el vertedero oficial, se realiza el mismo trabajo: los recicladores salen con sus carros de mulas por el barrio y recogen basura que posteriormente llevan a La Concepción donde realizan la selección de material desechable que preparan para la venta. Actualmente lo que mejor se paga es el cobre y el aluminio, junto con la “pasta gruesa”, los envases, que pueden ser vendidos por hasta 500 pesos el kilo. El vidrio y el cartón se venden por 20 pesos el kilo, lo que equivaldría a 6 céntimos de euro. Los vecinos que todavía se lo pueden permitir, mantienen sus vacas y cerdos, que crían entre la basura.
Depender del tipo de residuos que tira la gente, de cómo encontrarlo y de poder venderlo obliga a que no todos los días sea posible asegurar las tres comidas necesarias. Sin embargo, la comunidad de La Concepción se apoya mutuamente y cuando falta algo el resto de vecinos “se colaboran” con lo que pueden. Incluso cuando fallece algún miembro, entre todos hacen un bote común para poder comprar “la caja” y así enterrarlo dignamente. Sin embargo, no hay una organización de vecinos como tal, las llamadas Juntas Comunales, que velen por las necesidades de la comunidad.
ONG’s, universidades y centros de estudio han desarrollado proyectos de diversa índole para dignificar la vida de los habitantes de La Concepción. En la mayoría de los casos, estos pasan por el desalojo del vecindario y en pocas ocasiones por adecuar las condiciones, legalizar el asentamiento y buscar, en caso de que se considere un riesgo de salud pública, alternativas de viviendas realistas. Las iniciativas de reubicación han sido un fracaso. Las familias eran desplazadas a barrios ficticios, alejados de La Concepción, donde tenían que pagar sus impuestos y gastos de luz y agua, algo que no ocurre en los asentamientos ilegales. Estos programas no iban acompañados de una formación alternativa para los recicladores que, al perder su fuente de ingreso, no podían hacer frente a los gastos que implicaba la reubicación. Tampoco de programas sociales que soporten la incorporación de estas familias a sus obligaciones como ciudadanos.
Lo que a cualquiera le podrían parecer condiciones de insalubridad, es en realidad un barrio donde todas las familias se encuentran unidas y se apoyan en la medida de lo posible. Ellos no quieren abandonar La Concepción, sino tener las mismas coberturas que cualquier habitante que viva en otro lugar de la ciudad.
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