Como parte del proyecto documental ‘Voces de Vereda‘, hemos hablado con algunas personas de estas comunidades, protagonistas directas del proceso de paz actual y también de las más de cinco décadas de conflicto armado, a través de su día a día, recuerdos, anécdotas, sueños y planes de futuro.
“Antes de llegar por estas tierras, yo me dedicaba al campo, siempre he sido campesino. Miraba que la gente de por aquí llegaban con los bolsillos llenos de plata. Y me vine el 22 de agosto del año 1985. Llevo como 34 años acá. Me compré un terrenito por allá abajo en otra vereda, y ahí empecé a tumbar, a hacer finquita y a sembrar coca. La coca le dio a uno la comida; de pronto no la supimos apreciar, pero plata nos dio. Y todavía la da”.
Colombia, y concretamente esta región, vivió el auge cocalero en la década de los 90. ¿Cómo lo vivió usted, como campesino que se dedicaba a la siembra de coca?
Nosotros estábamos acostumbrados a coger montones de plata: 100, 150 o 200 millones póngale que yo cogía cada mes. Había gente que cogía poquita, por ahí dos kilitos, que eso sumaba cuatro milloncitos cada dos meses; pero otra cogía muchísima. Había gente que, mensualmente, estaba cogiendo 300 o 400 millones. Claro, así mismo se gastaba. ¡Imagínese el descontrol!
¿Cómo le impactó la erradicación forzada de cultivos ilícitos que impulsó el Gobierno de Álvaro Uribe (2002-2010)?
Fue un golpe… un golpe que no hay como explicarlo. Fue un cambio inaudito, un cambio total. De lo alto, caer al suelo. ¿De qué vamos a vivir? Pues había unos ahorritos ahí guardados, enterrados. Pero si nos los comemos dentro de 5 o 6 meses, ¿qué vamos a seguir comiendo? En esta finca donde yo estoy había cuatro familias. Al arrancarles las matas de coca… váyase, porque, ¿qué más? Un 80% de ese personal se fue porque no tenía nada más que hacer. No tenían nada más que coca. No tenían un caballo, no tenían una vaquita para la leche, nada de nada, solamente la coca. Al arrancarle la coca, ¿en qué momento se iba a poner a sembrar comida? Desmoralizados totalmente, pues se fueron y dejaron eso ahí botado. Las personas que nos quedamos por acá era porque teníamos la finquita, teníamos el ganadito, los bienes. Entonces, ¿cómo nos íbamos a ir? Y yo dije, no, yo no me voy. Yo aquí me quedo. Tengo comida, tengo los animales. Yo no me voy.
¿Y le ha ido bien?
Aquí se vive muy bueno. Aquí si uno aguanta necesidades al menos nadie las está chismoseando. Pero son pocas las necesidades que se sufren. Mi papá decía que donde uno se consiguiera la comida ahí estaba bien. Y yo aquí me la he conseguido.
¿Cómo se consigue sobrevivir en una zona remota como esta, en mitad del conflicto armado entre la guerrilla, los paramilitares y la Fuerza Pública?
He sabido vivir porque yo sé, como campesino, cuáles son las normas para no tener problemas con nadie. Entonces, ¿yo qué hacía? Por todos los medios posibles estar neutro. Si usted me pedía un favor, se lo hacía como favor, que es muy diferente a comprometerme con usted. La vida no se la cuida sino uno mismo, nadie más. Ese muchacho que se fue, que se montó en el caballo, ese es hijo mío; estas dos muchachas que hay acá son hijas mías. Si yo de pronto no les hubiera hecho un lavado de cerebro bien bueno, o no les hubiera dado un ejemplo bien bueno, ¿dónde estuvieran?, ¿en la guerrilla?, ¿en los paramilitares? O ya estuvieran muertos.
Aún así, ¿tuvo problemas con algún actor armado?
Sí, en mi familia somos todos desplazados. Unos somos desplazados por parte de los paramilitares, otros por parte de la guerrilla, pero somos todos desplazados.
“Yo sé, como campesino, cuáles son las normas para no tener problemas con nadie”
¿Por qué tuvo que desplazarse?
Llegó aquí una comisión del ejército:
—¿Quién vive acá?
—Sí señor, yo.
—Necesitamos un favor.
—Sí, dígame.
—A ver si nos hace el favor de cargar una remesa con la camioneta.
Y sí, llegaron al momentico dos timbas de gasolina, las eché a la camioneta y me fui. Se iban a subir dos soldados pero les dije que mejor me iba solo:
—¡Ah! ¿Por qué?
—Yo hago el trabajo solo, porque por allá hay la guerrilla, me miran la camioneta llena de ejército y me pueden matar y matarlos a ustedes. Entonces, déjenme ir solo.
—Ah bueno, listo, vaya solo.
Y sí, me fui para allá solo. Y como a los dos días llegó una moto [de las FARC-EP]:
—Me mandaron a decir que por favor mañana se presente a las nueve de la mañana en tal parte.
—Listo. Hasta luego.
Se fue en la moto. ¿Qué hice yo? Yo me la supuse, y eso fue lo que pasó. Sí, “¿Usted cargó esto, y esto, y esto?”. Sí señor. Pues menos mal que no se lo negué. Si les hubiese negado me hubiesen matado, porque eso me dijeron: “Menos mal que tuvo la capacidad de no negarnos, si no usted igual se hubiera tenido que hacer su propio hueco”. Y yo les dije :“Yo no vivo comprometido con usted ni con nadie. Usted me pide un favor a la hora que sea, yo vengo y lo hago sin ningún compromiso. Igual a esa gente [el ejército]”.
—Sí, pero usted sabe que está prohibido… Haga el favor y desocupe la región. Dos días de plazo le vamos a dar.
Y todo esto armado a una pobreza tremenda. ¿Quién me iba a comprar ganado? ¿A quién le iba yo a ofrecer ganado en dos días para venderlo? Pero yo soy viejo y conozco las leyes de por aquí…
¿Y se fue?
Sí, me desplacé a Villavicencio [capital del departamento del Meta]. Mi familia estaba compuesta por ocho personas. Nos dieron una colchoneticas, unas ollitas y nos pagaron unos días de arriendo y ya listo. Me puse a trabajar, pero me aburrí de esa vida. Dije, no, yo me voy a que me maten, que me hagan cualquier cosa, pero yo no me quedo más por acá. Y me vine otra vez. Si me van a matar, oiga, pero yo no aguanto más necesidades acá. Aguantar necesidades en un pueblo [o ciudad] es muy tremendo. Uno aquí [en el campo] tiene la comida, el platanito, yucas, gallinas. Si no pues arranco para la laguna y hay pescado. Hay mucho animal de monte para comer. Por aquí si a uno le da sed se agacha y se toma agua. Vaya a un pueblo a ver quién le regala una bolsa de agua. Si no lleva 200 o 300 pesos nadie le regala. Entonces no. Yo me voy, yo me voy. Y, sí, yo me vine. Arranqué para allá [a hablar con la guerrilla, que le había forzado a desplazarse], me metieron un regaño, que por qué lo había hecho. Y cuando llegué no me encontré ganado, solo los caballos. El ganado todo se había perdido… las gallinas, todo eso se había perdido. ¿Reclamárselo a quién? A nadie, porque ¿a quién se le va a reclamar?
¿Ha mejorado la situación de seguridad a raíz del Acuerdo de Paz?
Sí. Los poquitos que llegamos a quedar por acá como campesinos la hemos pasado tranquilos. No nos da miedo del ejército; no nos da miedo de nada, porque antes nosotros vivíamos en una zozobra muy tremenda. Por aquí, en el campo, fue mucha gente la que el ejército mató, de “falsos positivos” [personas asesinadas por la Fuerza Pública, acusadas falsamente de pertenecer a la guerrilla]. ¿Y quién iba a denunciarles a ellos? Nadie. Ellos tenían la autoridad. Aquí llegaba el ejército y me volvía del derecho y del revés, empujaba esas puertas con un culatazo, nos sacaba esos colchones para afuera… hacía lo que quisiera hacer, y todo el mundo temblaba de miedo. Era desastroso. Era un monstruo, para nosotros era algo temeroso. Me podían matar y me reportaban como un guerrillero dado de baja en combate. Ya. Entonces nosotros teníamos mucho miedo. Hoy en día, no. Hoy en día los campesinos están muy preparados, tienen conocimientos de derechos humanos. Hoy en día se encuentra uno con el soldado allá y pasa, bien saludado. Una belleza hoy en día.
Uno de los puntos del Acuerdo de Paz es la sustitución voluntaria de cultivos de uso ilícito a cambio de una ayuda por parte del Estado para fomentar la producción de otros cultivos. ¿Usted se ha adherido?
Sí, nosotros hicimos los convenios con el Estado; los compromisos del campesino eran cumplir con la erradicación [de la coca] y no volver nunca jamás a molestar con eso. A eso nos comprometimos nosotros, a arrancar eso de raíz, a no dejar ni la más mínima raicita en la tierra. Nosotros cumplimos. Vinieron, nos hicieron la revisión y, efectivamente, ni una mata.
“No nos da miedo del ejército; no nos da miedo de nada”
¿Qué alternativas hay a la coca?
Han llegado algunos comentarios del Estado diciendo que la alternativa es el sacha inchi, que tal y que no sé qué. Sí. ¡Pero ese es un cultivo de ricos! Para poner a producir una hectárea de sacha, no cuesta si no la porquería de doce millones de pesos. Y si hay campesinos que no consiguen a veces ni para la comida, mucho menos para doce millones.
¿Y cree que se va a acabar con el cultivo de coca?
Conforme las cosas se vienen dando en el país, la coca no creo que se termine; se va a volver a fomentar. El Estado, el Gobierno, los señores del Congreso, las altas cortes, todos le echan la culpa al campesino. Pero no. En gran parte no es el campesino, es el abandono del Estado hacia los campesinos. Si el Estado dijera, bueno, le vamos a prestar acá al campesino seis millones, a bajo interés, uno en vez de irse a meter a sembrar cultivos ilícitos, se mete con ese cultivo que no tiene problemas de nada, ni miedo de que lo coja nadie. Magnífico, pero ¿dónde está la ayuda?
La implementación de un Acuerdo de Paz, y especialmente uno como el colombiano, que pretende, sobre el papel, provocar cambios estructurales a nivel social, económico y político, se plantea como un proceso a medio y largo plazo. ¿Cómo ve usted este proceso en el futuro próximo?
Al paso que vamos no es mucho lo que nos va a durar esta dicha. Es lo que pensamos varios campesinos, porque no se está cumpliendo. Yo considero que no se está cumpliendo un 70%. Va para dos años que fue firmado el convenio del proceso de paz y nos habrán cumplido un 30%. Donde se sufrió la guerra, donde se está sufriendo la guerra, el apoyo ha sido totalmente mínimo. Nosotros que somos los que labramos la tierra, los que producimos. Usted se va para cualquier pueblo, cualquier ciudad, llámese Colombia, llámese otro país y usted come comida que ha sido trabajada por el campesino. Yo ahoritica venía de echarle agua al ganado. ¿Quién se come ese ganado? Aquí lo sacan en camiones para Bogotá y quién sabe dónde más lo llevarán. Ahí va mi sudor. Entonces, yo no entiendo por qué en Colombia no hay un apoyo para el campesino.
“El problema de la coca no es del campesino, es del abandono del Estado hacia los campesinos”
¿Qué le está faltando a este proceso de paz?
*Esta entrevista se ha realizado en el marco del proyecto documental Voces de Vereda, financiado por la Unión Europea y el proyecto Frame, Voice, Report!, del Ayuntamiento de Barcelona y de la Agencia Catalana de Cooperación al Desarrollo mediante la Beca DevReporter de Lafede.cat
Esta es una explicación sin ánimo de lucro.
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