18/03/2024 MÉXICO

La retórica de la extrema derecha nacionalista y el populismo tradicional, ¿un binomio inseparable?

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El concepto de populismo parece haber perdido su significado tradicional para adaptarse a los (no tan) nuevos movimientos de extrema derecha que florecen en Europa y Estados Unidos. Analizamos de dónde venimos y hacia dónde vamos.

El uso del lenguaje ha sido, desde siempre, una habilidad de suma importancia en la narración de la historia por su capacidad de confeccionar percepciones. En los últimos años hemos sido testigos de la recuperación del término populismo, el cual ha sido achacado tanto al movimiento de izquierda encabezado por Pablo Iglesias como a la ultraderecha racista de Wilders o Le Pen, pasando por Duterte, Maduro o Trump. Este automatismo deliberado ha llevado a la pérdida de sentido del propio término, convirtiéndolo en un calificativo despectivo que entraña demagogia, un discurso pomposo y la manipulación de las masas poco educadas. Esta visión simplista y tendenciosa ha hecho perder de vista los verdaderos orígenes del populismo, su historia y teorización.

Históricamente, el adjetivo populista vino a calificar a los distintos movimientos de izquierda surgidos en Latinoamérica desde una perspectiva no-latinoamericana. Estos fenómenos sociales tenían en común grandes movilizaciones populares, protagonizadas por un líder carismático que actuaba como elemento aglutinador de los diferentes sectores. Sin embargo, para entender la evolución del populismo como mecanismo de cambio político es necesario tener en cuenta a dos pensadores contemporáneos que, junto a otros, asentaron las bases y desarrollaron el marco teórico del término: Antonio Gramsci y Ernesto Laclau.

Partiendo del concepto de hegemonía introducido por Gramsci, Laclau sostuvo que en las sociedades avanzadas la revolución ya no era posible mediante un golpe al poder establecido.

Su razonamiento subrayó el factor de que en dichas sociedades el sector dirigente integraba a su orden las mayorías sociales, las cuales obedecían debido a la construcción de un régimen hegemónico. Pero, ¿en qué consiste el régimen de hegemonía? La hegemonía gramsciana es la construcción de consenso social en torno a un orden que unos pocos establecen como norma. Se trata de la confección de una voluntad común entre los distintos sectores sociales que resulta en más que la suma de las partes ya que, en lugar de yuxtaponer las demandas de cada uno de estos, crea un horizonte ideológico aceptado por grandes mayorías. A su vez este horizonte neutraliza las demandas de sus excluidos, naturalizando parte del dolor subyacente en una sociedad.

Para ejemplificar lo que a primera vista puede parecer demasiado abstracto, imaginen un país ficticio compuesto por los sectores campesinos, proletarios y burgueses. En esta sociedad, el sector dirigente burgués elabora una voluntad general –la democracia, el progreso– que supera las posibles demandas materiales del resto de la sociedad, tales como mejores salarios, el repartimiento de la tierra, los derechos de la mujer, etc., generando un consenso social. Sin embargo, este régimen se desentiende de los requerimientos de una parte importante de la sociedad, la cual queda excluida, y neutraliza su dolor mediante un discurso que lo justifica, naturaliza y que incluso inculpa a quienes lo padecen – desahucios, despidos exprés, pérdida de poder adquisitivo –, alienándolos del sistema.

Para el entendimiento del proceso teórico recurrimos a un ejemplo histórico, en este caso el del Partido Comunista Italiano (PCI). Tras finalizar la Segunda Guerra Mundial se dio en el seno del partido un debate sobre cómo se debía entender a partir de entonces la formación. Por un lado, se encontraban los partidarios de conservarlo como partido de la clase obrera, mientras que otro sector liderado por Palmiro Togliatti reivindicó el olvido del Mezzogiorno, en el sur de Italia, donde no había clase trabajadora, pero seguían vivas reivindicaciones tan básicas como el agua corriente, las cooperativas escolares o la lucha contra la mafia.

La pérdida de centralidad del proletariado en la vida política a favor de un ensanche de las bases populares convertiría el PCI, veinte años después, en el principal instrumento de incorporación política de segmentos sociales tradicionalmente excluidos.

Enrico Berlinguer, ex secretario general del PCI. [Imagen: Archivo L’Unità via El Nacional.CAT]


La conversión del PCI de partido obrero a partido popular le llevó a representar una noción más acertada del pueblo italiano, y con ello creó un nuevo horizonte tal y como describe el concepto de hegemonía gramsciana. Esta nueva concepción de partido llevó a la formación a ser capaz de realizar alianzas transversales, sobreponiendo el interés político al objeto de conservación de su estructura marxista e inventar un nuevo sujeto colectivo, el pueblo, ante la pérdida de centralidad del proletariado como instrumento de cambio.

Una muestra precoz de esta visión de la política la encontramos en la biografía del mismo Togliatti durante la Svolta di Salerno, en 1944. Pocos meses antes de finalizar la guerra, el político comunista favoreció un pacto nacional del PCI con la monarquía italiana, acción criticada desde el sector socialista. Sus razones se basaron en la gran brecha social y política existente que la guerra había causado en el país i el temor del líder comunista a una guerra civil. Antiguo brigadista internacional, su experiencia en España le marcó duramente e intentó evitar a toda costa el mismo escenario en su país.

Basándose en la experiencia del PCI, Laclau concluyó que todo cambio político en sentido progresista debía pasar por convertir al pueblo en un actor político colectivo, el cual incluyera a los sectores marginalizados por el viejo orden hegemónico. El objetivo de una reacción populista con pretensión de cambio sería, por tanto, la movilización masiva del ente social o Pueblo contra el ente institucional o Estado. Para conseguir la respuesta social, el pensador destacó la importancia de los significantes flotantes o vacíos.

Estos significantes vacíos son elementos del discurso que, pese a no valerse de un significado concreto, configuran las ideologías gracias a su carácter aglutinador, maleabilidad y libre interpretación.

Estos significantes vacíos, compuestos por líderes o símbolos, agregan demandas fragmentadas que se pueden entender con el siguiente ejemplo: una señora a la que no le dejan abortar en una clínica argentina, se quita el zapato y lo arroja contra una vitrina gritando – “¡Viva Perón, hijos de puta!” – . Más allá de reflejar una imagen real del símbolo (¿qué tendrá que ver el político con los requerimientos de la señora?), Perón se convierte en un significante vacío de contenido, que agrega las demandas de la mujer a la que no le dejan abortar, del desocupado, del sindicalista, de los estudiantes y de sectores de la clase obrera. Estos significantes sirven en última instancia para construir un sujeto político popular, que, aun estando constituido por masas con intereses y puntos de vista heterogéneos, actúa bajo un único emblema.


El populismo de extrema derecha en Europa y Estados Unidos

Llegados a este punto cabe preguntarnos cómo el resurgimiento del término populismo ha pasado a identificarse con muchos de los movimientos de extrema derecha en Europa. Pese a que, en efecto, algunos de los elementos teorizados por Laclau son identificables en los discursos de Le Pen, Wilders o Trump, la aplicación del término a dichos movimientos no es más que una deformación de la realidad. Ciertamente, elementos tales como la inmigración o la identidad nacional podrían identificarse como significantes flotantes o vacíos, pues intentan relacionar la pérdida de bienestar tras la crisis del 2008 y el desempleo con la llegada de refugiados o inmigrantes, en su mayor parte musulmanes, mediante un racismo inherente ligado al símbolo de la nación.

En la Nación encontramos un significante que aglutina el escepticismo ante el proyecto común de la Unión Europea. Mediante la reclamación de soberanía y la enarbolación de viejas retóricas nacionales, distintos gobiernos y movimientos políticos de derecha etiquetados como populistas han canalizado el descontento de un sector social ante una política europea dictada en exceso desde Alemania, una vez más, durante el periodo de crisis económica. Sin embargo, lo que a primera vista puede parecer un movimiento populista, deja de serlo en cuanto se analiza en mayor profundidad sus raíces y motivaciones.

Los movimientos de extrema derecha europeos se diferencian de los populismos históricos en que, más que responder a demandas sociales existentes, generan objetos de conflicto sobre los que configuran significantes vacíos para movilizar a parte de la sociedad y llegar al poder. En lugar de responder a los requerimientos existentes en la sociedad, estos movimientos generan nuevas demandas hasta entonces inexistentes basadas en un discurso de segregación y profundamente nacionalista. Su objetivo tampoco es un cambio progresivo de la sociedad, sino el regreso a un estadio nacional anterior, de mayor control de fronteras y mayor homogeneidad racial.

Mientras que el populismo tradicional se basó en la inclusión de sujetos tradicionalmente alienados de la política, la nueva ola iliberal de derechas hace uso de las bases existentes para evitar la inclusión de nuevos sectores sociales o perpetuar su marginalización.

Este aspecto se puede identificar en los discursos contrarios a la destinación de fondos y ayudas sociales a los inmigrantes, así como al rechazo del cupo de refugiados provenientes de Oriente Medio especificado por la Unión Europea. La principal fuerza y debilidad de los nuevos movimientos iliberales subyace en su dependencia en el discurso del odio en la creación de demandas sociales artificiales. En su derrota es indispensable una consciencia social que trascienda el término de fronteras y que, quizá inspirándonos en Laclau, luche continuamente por la inclusión de los sectores sociales tradicionalmente excluidos en la vida política.

Esta es una explicación sin ánimo de lucro.


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Marc Garcia Palma

Barcelona, España. Licenciado en Historia y máster en Relaciones Internacionales. Apasionado del espacio postsoviético, estudio sus dinámicas tanto internas como a nivel internacional. La realidad de hoy se entiende mejor con perspectiva histórica. Email: marcgpalma@outlook.com


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