29/03/2024 MÉXICO

Barcelona mártir: de atentados, turismofobia y gentrificación
[Fuente elpais.com]

La Rambla, Barcelona
Barcelona ha muerto de amor. Tras el atentado del pasado agosto, la camiseta con el lema 'NO TINC POR' (‘no tengo miedo’ en catalán) se vende a 45€ en las tiendas de moda del barrio del Born, mientras sus vecinos siguen preguntándose dónde vivirán cuando se les acabe el contrato de alquiler.

Sí, fue un día terrible para todos. Una tarde que quedará para siempre en la memoria de quienes sintieron por una vez planear la sombra del terrorismo sobre sí mismos, sobre queridos y conocidos, y redefinieron en un instante sus prioridades.

Esta reflexión no atenúa en lo absoluto mi condena de la violencia y el terrorismo. Poco importa la motivación ideológica cuando el único objetivo es el de hacer daño gratuitamente. Sin embargo, la considero necesaria porque, pulsos políticos aparte, el ataque fue en Barcelona (España) y muchos fuimos una víctima potencial.

Pese al susto, pese a la angustia y pese a lo miserable de un ataque contra inocentes, el sentir que he podido reconocer en diversas charlas, formales e informales, ha sido de alguna manera el de una exigencia autoimpuesta, pero poco natural.

Todo el mundo sabía que era cuestión de tiempo. A muchos, de hecho, nos sorprendió que nos sorprendiera. Pero que fuese en la Rambla rebajó, si cabe, la ansiedad de mucha gente sabedora de que, por lo general, la población barcelonesa es la que menos la pisa. Y no hablemos de turismofobia, pues la culpa no es de los turistas, ni de la izquierda catalana, como quiso insinuar Lluis Bassets.

Eso sí, quien vive en Barcelona sabe que podía haber sido muchísimo peor.

La Rambla no es nuestra

El atentado fue un golpe a muchos niveles. Miedos, incertezas, incertidumbre, retrasos, confusión, ideas conspiranoicas y, por encima de todo, la sensibilidad a flor de piel, al conocer el poder del desconocimiento.


La Rambla, seña de identidad, no era nuestra y lo sabíamos. La Rambla era una tierra conquistada por el turismo. Tras los ataques, todos sentimos un pedazo de nuestro corazón encogerse, como sabiéndose en peligro, reclamando como propio un espacio bastardo, usurpado. Y duró unos días.

La Rambla no es nuestra. Nos la han quitado, y lo poético que tuvo pensar que nunca había dejado de ser nuestra no era sino un espejismo identitario fugaz. Aquel que termina con la agonía. Y sólo tras pasear unos días después por el parque temático que es el centro de Barcelona, con sus mundos de terror y fantasía, caí en mi ingenuidad.

Tenemos una atracción nueva. Se ha producido un fenómeno de transformación en el que el resultado natural de una cosa es científicamente reproducido según su rentabilidad. Como sucede con la gentrificación de cada vez más barrios de la ciudad, el resultado se convierte en objetivo. En este caso, la compasión y la solidaridad ajenas, y el desfile multicultural. Suena frívolo, pero si antes no podíamos pasear por la Rambla, ahora no podemos ni siquiera cruzarla, que es lo que más hacíamos —los barceloneses— con ella.

Ahora el turista se siente compungido por el azar temporal. “Podría haber sido él”, y rinde homenajes a las víctimas accidentales; compra cirios, velas, flores, peluches y carteles bendecidos por organizaciones hasta ahora abiertamente ignoradas. Minutos de silencio sin principio ni final, filmados para quién sabe qué, mientras la circulación de personas se ríe de esos minutos de rito improvisado. Unos metros más arriba, después de todos los árboles grabados con mensajes de paz y respeto por la diversidad, varios musulmanes de distintas culturas, identificados con carteles al cuello, ofrecen abrazos de tolerancia para desmarcarse de la generalización que la política y los medios hacen de ellos, ajenos al hecho de que el “gesto simbólico” de que la humanidad es una, no hace sino reproducir las distinciones y reforzar los antagonismos. Mientras tanto, la gente lo filma al son de los minutos de silencio. Porque si algo le faltaba a Barcelona, era ser mártir.


Barcelona ha muerto de amor. Ahora la camiseta con el lema ‘NO TINC POR’ (‘no tengo miedo’ en catalán) se vende a 45€ en las tiendas de moda del Born, mientras sus vecinos siguen preguntándose dónde vivirán cuando se les acabe el contrato de alquiler.

Ésta es una reflexión sin ánimo de lucro.

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Kenneth Ledgard Weiss

Historiador y Antropólogo, amante de la música, la lectura y los idiomas, le apasionan el estudio de los impactos sociales y el eterno debate sobre cómo la sociedad y el individuo se influyen mutuamente. Ha trabajado en el sector turístico, como profesor, traductor, y en defensa de la Libre Expresión. Tras un recorrido cíclico entre España, Chile y Perú, vive actualmente en Barcelona donde prosigue su carrera en investigación.


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