Uno de los argumentos más extendidos para defender la política llevada a cabo por Vladimir Putin es el amplio apoyo que tiene entre la población rusa, con unos niveles de popularidad que llegaron a su punto álgido los meses después de llevar a cabo la anexión de la península de Crimea. Cuesta creer que la gestión del presidente no cuente con oposición interna en el país, habida cuenta de la delicada situación de la economía o los ataques a las minorías, especialmente el colectivo LGTB.
Una segunda mirada permite conocer el destino de muchos de los que se levantan contra el actual régimen: las colonias penales. Éstos son centros penitenciarios destino de presos comunes y opositores, quienes comparten zonas sin distinción por los crímenes cometidos. Los relatos de quienes han pasado por estas colonias describen unas condiciones inhumanas en las que los presos son duramente reprimidos y usados como mano de obra. Además, la vasta extensión del país permite ubicarlas en las zonas más inhóspitas añadiendo, más si cabe, crueldad a la estancia en ellas.
A través de una serie de próximos artículos (tres en total) se busca obtener una perspectiva sobre las condiciones en las que viven los reclusos, la lucha que se mantiene contra el corrupto sistema judicial ruso y el perfil de los presos políticos que cumplen condena en ellas.
Siniestro precedente
El fotógrafo Max Adveev entró en una colonia penal de Ercevo, en la región de Arkhangelsk, próxima al círculo polar ártico. Su trabajo muestra parte del interior de una de estas colonias. A primera vista podemos comprobar las condiciones en las que viven los presos: zonas separadas por género, diminutas celdas, uniformes con distintivos en el pecho, trabajo físico en el exterior y espacios para el culto. Lo que en principio no parecen condiciones tan severas se va descubriendo como brutal una vez se conoce la naturaleza del centro penitenciario y las labores que ahí se llevan a cabo.
Uno de los aspectos positivos para la depauperada economía rusa es que no ha sido necesario crear estos centros penitenciarios, esa labor ya la realizó Iósif Stalin en los años treinta del siglo pasado. El Gulag (Centro General de Campos de Trabajo) construyó campos de trabajo a lo largo y ancho de la Unión Soviética donde se hacinaban presos políticos, calificativo para los disidentes con el régimen.
En teoría, estos centros dejaron de funcionar en 1988, pasando a formar de la historia más tenebrosa de la URSS. Para hacerse una idea de las condiciones en las que vivían los presos basta con leer uno de los primeros capítulos del libro “El hombre que amaba a los perros” (2009), de Leonardo Padura, para entender las condiciones en las que vivía uno de sus más ilustres moradores, Trotsky. “Dio unos pasos hacia la calle desde la que se divisaban las últimas estribaciones de los montes Tien-Shan […]. Si permanecía allí diez, quince minutos, se convertiría en una mole helada y se le detendría el corazón, a pesar de los abrigos”. Ahora que estos campos de trabajo han sido convertidos en centro para la conservación de la memoria, muchas voces señalan que en las colonias penales se siguen métodos que guardan un peligroso parecido con el aplicado a los opositores de Stalin.
Cada trabajador es un profesor y un controlador (un chivato)
Ésta máxima se puede leer en las paredes de los barracones en los que se recluyen a los presos. La rutina no solo está formada por trabajos de sol a sol, déficit de sueño y multitud de golpes; a eso hay que añadir un procedimiento en el cual los presos han de vigilar los actos de sus compañeros y delatar a los que cometan alguna infracción. Se pretende así infundir desconfianza y miedo entre la población reclusa, una vuelta más dentro de la perversidad del sistema.
Los presos han de cumplir las exigencias de un plan de rendimiento. Éste marca las unidades que se han de producir según el género: mientras que las mujeres cosen desde pantalones a tiendas de campaña, los hombres realizan actividades con un mayor componente físico, principalmente en el exterior. Esta producción a escala es llevada a cabo sin contraprestación para la población carcelaria y, como incentivo, saben que en caso de no llegar a la cantidad fijada recibirán tremendas palizas. La amenaza surte efecto. Testigos de estas atrocidades establecen las jornadas en más de doce horas con un solo día de descanso al mes.
“Somos mujeres, no ganado”
“I am declaring a hunger strike starting Sept. 23. I refuse to take part in the slave labor in the camp until the penal colony authorities start to conduct themselves in accordance with laws and start treating women inmates like people rather than cattle”.
“Me declaro en huelga de hambre desde el 23 de septiembre. Rechazo participar en los trabajos forzados de la prisión hasta que las autoridades penales no comiencen a comportarse de acuerdo a las leyes y empiecen a tratar a las mujeres presas como personas en lugar de como ganado”.
Esta fue la declaración de Nadezhda Tolokonnikova, una de las dos miembros del grupo de música Pussy Riot, junto con Maria Alkhina, encarcelada en una colonia penal. Su delito: irrumpir en una catedral moscovita e improvisar un concierto punk. El castigo: condena de dos años en una colonia penal. Independientemente de los derroteros que tomó su carrera una vez fuera de prisión, la carta que hizo pública la artista desde la colonia penal número 14 de Mordovia puso de manifiesto las condiciones en las que se vivía intramuros. Castigos físicos y psicológicos tales como palizas o privación de sueño venían acompañados de largas jornadas de trabajo, muchas veces sin finalidad práctica, como cavar agujeros en medio de la nieve. Más que poner negro sobre blanco las condiciones ahí vividas, que muchas ONG venían denunciando, la carta sirvió para escuchar la voz de una reclusa mientras estaba dentro, ya que el temor a hablar mientras se cumple condena permite silenciar los hechos que suceden dentro de los penales.
La voluntad de Medvédev
El actual primer ministro Dimitri Medvédev (quien alterna la presidencia del gobierno con Putin casi desde comienzos de siglo) se manifestó públicamente en contra de la condena a los activistas del grupo Pussy Riot. No solo eso sino que ha venido posicionándose a favor de relajar las condenas por delitos menores, aliviando la situación de los condenados y evitando que éstos se sigan enviando a las colonias penales. De hecho, la agenda marcada por el Kremlin prevé que para 2020 no quede abierta ninguna de las aproximadamente 700 que siguen recibiendo presos. Estas buenas palabras tienen su eco en la reducción de la población reclusa, que ha pasado de más de un millón a comienzos de siglo a los 650.000 de este año. Ahora solo falta observar con detenimiento si los objetivos se van cumpliendo.
Ésta es una explicación sin ánimo de lucro.
Recomendamos:
[button url=”https://www.unitedexplanations.org/2015/12/28/el-oscuro-destino-de-los-disidentes-en-la-rusia-de-putin/” style=”red”]El oscuro destino de los disidentes en la Rusia de Putin[/button]
[button url=”https://www.unitedexplanations.org/2015/11/12/olga-romanova-contra-el-sistema-judicial-ruso-sumarios-amanados-y-amnistias-impostoras/” style=”blue”]Olga Romanova contra el sistema judicial ruso: sumarios amañados y amnistías impostoras[/button]
¿Quieres recibir más explicaciones como esta por email?
One comment
Robert
03/10/2015 at
Pues lo tenemos claro ricardito