Como resultado, el resentimiento popular contra el Gobierno ha aumentado, y las protestas ven incrementado su tamaño cada semana. Las huelgas, sentadas y manifestaciones se han convertido en acontecimientos habituales. Varios acontecimientos han ido agravando las tensiones políticas. Un ejemplo, a finales del año 2012, fue el rechazo completo de Ennahda a entablar cualquier diálogo con su principal adversario, el Nida Túnez Party (“Llamada of Túnez), la adopción de medidas por el Congreso de la República para prohibir este último partido y, sobre todo, el asesinato del líder de Nida el 18 de octubre. El país se vio de nuevo sumido en la inestabilidad tras el asesinato de un conocido líder izquierdista de la oposición, un vehemente flagelo de los islamistas radicales, Chokri Belaid, el pasado 6 de febrero, en el marco de lo que muchos consideran un complot a gran escala de los extremistas para sumir el país en el terror, deteriorando aún más tanto la situación tanto social, como política y económica. Las manifestaciones y enfrentamientos volvieron a estallar en todo el país, muchos de ellos pidiendo la dimisión del Gobierno islamista, espoleados por temores de que los radicales religiosos estuviesen tratando de descarrilar la transición del país hacia una democracia real. Y como gota que colma el vaso, semanas atrás un asesinato sacudió al país una vez más, Esta vez, lo que desencadenó la crisis política fue el asesinato el 25 de julio del diputado Mohamed Brahmi, crimen atribuido a una escisión salafista. Tal y como Belaid y Brahimi denunciaron antes de su asesinato, muchos tunecinos creen que el Gobierno, y en particular el partido Ennahda, es responsable de no poder controlar a los elementos más extremistas y de atizar los temores de una oposición que hoy en día se siente asediada. La “Troika”, en efecto, parece estar luchando para encontrar un compromiso entre religiosos de línea dura y laicos, sin fuerzas reales para establecer su propia agenda política. Esto se suma al estancamiento constitucional que se prolonga sin perspectivas de solución en el corto plazo.
Manifestaciones de la polarización
Durante semanas, miles de personas han vuelto a tomar las calles de Túnez. Sus principales quejas tienen como blanco de nuevo tanto la Asamblea Constituyente, cuya actividad ya ha sido suspendida de momento como el Gobierno islamista. Tras el éxito logrado por el movimiento Tamarrud en Egipto, varias iniciativas del estilo han ido surgiendo a lo largo y ancho de la región. El Tamarrud tunecino ha tomado últimamente un impulso espectacular, situándose incluso a la base de la puesta en marcha de una “semana de la salida” (de los islamistas, se entiende). Además de eso, y también sospechosamente siguiendo la estela de Egipto, diferentes grupos de la oposición han creado un Frente de Salvación Nacional, que reúne a diversos actores desde la extrema izquierda al centro-derecha. A pesar de que el presidente de Ennahda, Rached Ghannouchi, fue rápido en dar el pistoletazo de salida a un periodo de consultas con una de las partes interesadas clave del país, el mayor sindicato UGTT (Unión General de Trabajadores de Túnez), los partidos en la oposición han rechazado hasta ahora el establecimiento de un gobierno de transición. La mayoría se niega a que este tipo de vehículo esté encabezado por los islamistas, que han mostrado una actitud cada vez más divisiva y, sobre todo, no han cumplido casi ninguna de sus promesas iniciales.
Eslóganes como “el pueblo quiere la caída del régimen” han sido escuchados de nuevo a través de la mayoría de las ciudades tunecinas. A pesar de ello, Ghannouchi y sus aliados se aferran al argumento de la legitimidad: “en los regímenes democráticos, las protestas no cambian los gobiernos“. Puede que las protestas no sean el medio para derribar un gobierno, pero resulta indudable que las manifestaciones masivas ponen de relieve un agudo problema que atenaza a casi todos los países de la región: una creciente polarización. Una polarización que hasta cierto punto viene de la mano de la democracia y la concesión de libertades, y es por lo tanto una consecuencia de la “primavera árabe”, pero al mismo tiempo una polarización que llevada al máximo y no abordada con la suficiente atención puede conducir a la perpetuación del conflicto social y al estallido de graves episodios de violencia sectaria. Una polarización que sin duda ha sido alentada por una actitud autoritaria e irresponsable por parte de los islamistas. Sin embargo, la oposición y los sindicatos también juegan con cartas marcadas y han puesto en marcha una estrategia extremadamente peligrosa en Túnez, al limitarse a criticar al gobierno en el poder sin realmente ofrecer una propuesta sensata para revertir la situación. Su único objetivo parece ser demonizar a los islamistas, culpándolos de todos y cada uno de los problemas a los que el país se ha ido enfrentando y se enfrenta actualmente. Palabras como “terrorismo” ya han sido insinuadas, sin que exista oportunidad de rectificar y dar marcha atrás. Una vez más, el ejemplo de Egipto se alza amenazadoramente, y nadie parece darse cuenta de las dimensiones que esta crisis puede llegar a adquirir.
Un futuro de incertidumbre
¿Podría el establecimiento de un gobierno de unidad nacional, o “gobierno de salvación” compuesto por tecnócratas que regirían el país por decreto, tal y como ha sugerido la oposición (iniciativa paradójicamente liderada por Hamadi Jebali) ser una solución, al menos transitoria, a la inseguridad, la inestabilidad económica, las divisiones sociales y la inactividad legislativa? En caso de erigirse como una opción viable, el interés nacional que este cuerpo tendría que respetar por encima de todo debería ser antes cuidadosamente definido por todos los interesados, sin excepción alguna. Antes que nada, tanto el actual gobierno como la oposición, los empresarios, los retazos del antiguo régimen… tendrán que aceptar su responsabilidad en todo lo que ha sucedido hasta ahora. El pueblo tunecino debería asimismo ser informado con total transparencia de todo este proceso: no más acuerdos a sus espaldas. Y cada ciudadano debería imponerse el imperativo moral de rechazar la propaganda y tratar de evaluar lo que se les comunica con sentido común y un enfoque crítico. Si sus representantes políticos realmente trabajan para proteger el interés nacional, su bienestar debe seguir siendo el único camino hacia la unidad y la reconciliación nacional. En este sentido, Túnez presenta por lo menos dos aspectos a su favor: por un lado, el papel menor que el ejército y el aparato de seguridad han jugado durante las últimas décadas y, por otro lado, la voluntad de llegar a una verdadera solución pacífica que los líderes están mostrando (o al menos fingen a la perfección).
Pocos días después del “miércoles sangriento“ en Egipto , y con las palabras “guerra civil” en mente de casi todos, los líderes tunecinos fueron víctimas de una intensa presión, ejercida tanto desde dentro y como desde fuera del país, para aliviar la tensión. Tuvo lugar consecuentemente una reunión en París entre Ghannouchi y el ex primer ministro Beji Caid Essebsi. Un acuerdo parece haber sido alcanzado, en virtud del cual el Presidente será sustituido por este último y se formará un gobierno tecnocrático. Una característica sorprendente de este nuevo gobierno es que se crearán dos puestos de viceprimer ministro, que se otorgarán a dos representantes de la oposición, en los ámbitos de seguridad y asuntos económicos. Esto debería garantizar un sistema de pesos y contrapesos, y tal vez una futura campaña electoral más justa y transparente. ¿No dicen que debes mantener a tus amigos cerca y a tus enemigos más cerca aún?
Los tunecinos son más conscientes que nunca de que su transición está en peligro de llegar al punto muerto. Mientras tanto, no se cansan de observar cuidadosamente por el rabillo del ojo a su vecino. A pesar de lo que pueda decir la revista TIME, Egipto siempre ha sido y será por muchos años sumamente pertinente para el mundo árabe en su totalidad. Túnez fue ampliamente predicado como modelo para sus hermanos, como el buen alumno de la “primavera árabe”, parece que muchos obstáculos se han ido posando en su camino hacia una democracia consensual en un país estable y próspero. ¿Será el país capaz de superar estas trabas y erigirse de nuevo como cuna del renacimiento árabe?
Foto de portada: Foto rasgada del ex Presidente Zine El Abidine Ben Ali, fuente: http://bettewettes.blogspot.com
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