El club de indignados parece haber ganado un nuevo miembro de peso: el pueblo brasileño. En las últimas semanas, miles de brasileños salieron a las calles en diversas ciudades del país y del mundo para protestar por sus derechos. ¿Cómo y por qué está ocurriendo?
En la noche del 20 de junio de 2013, más de un millón de personas salieron a las calles para protestar en más de 80 ciudades brasileñas, entre capitales y ciudades medianas. En Río de Janeiro, el número de manifestantes ha superado los 300.000, según fuentes oficiales (aunque de acuerdo con los manifestantes, por lo menos un millón estaban presentes). En Brasilia, capital del país, miles de estudiantes se reunieron una vez más para protestar delante del Congreso Nacional, edificio de mayor importancia dentro del poder legislativo nacional. En São Paulo, donde todo empezó, más de 30.000 personas también volvieron a ocupar las calles – en lo que ha sido el séptimo acto de protesta en esta mega ciudad. En más de 60 ciudades en diferentes países, bajo el lema “la democracia no tiene fronteras”, los brasileños que viven en el exterior también se están movilizando en solidaridad con sus compatriotas, mostrando su apoyo y simpatía por el movimiento.
Tan sólo dos semanas han transcurrido desde la primera manifestación, en la que no más de 1.500 personas salieron a las calles para exigir la derogación de la subida de las tarifas de transporte en São Paulo. Sin embargo, en este corto período de tiempo, el movimiento que ahora se conoce como #changebrazil (#mudabrasil) se ha nacionalizado e internacionalizado, transformándose y expandiéndose como una bola de nieve de forma extraordinaria e inesperada.
¿Cómo y por qué ha ocurrido? Si las protestas no son sólo por 0,20 céntimos de reales, ¿qué están reclamando, entonces, los brasileños? ¿Por qué, después de más de 20 años de profunda apatía política, los brasileños parecen haber, como ellos mismos dicen, despertado?
Una bola de nieve de violencia, descontento y tecnología
Hay varias razones que pueden ser identificadas como causantes de la ola de protestas que ha tenido lugar en Brasil en las últimas semanas. Sin embargo, tres factores pueden ser destacados: la violencia policial, la acumulación del descontento popular e Internet.
En la segunda manifestación que tuvo lugar en São Paulo, donde la exigencia principal era todavía la suspensión del aumento de las tarifas de autobuses, algunos manifestantes prendieron fuego a vehículos y destruyeron algunos bienes públicos durante las protestas. Los medios de comunicación, nacionales e internacionales, así como los propios políticos, rápidamente tacharon a los manifestantes de “vándalos”, tratando de deslegitimar el movimiento.
Sin embargo, al mismo tiempo que se publicaban fotografías que mostraban la violencia de los manifestantes a través de los medios de comunicación tradicionales, el público, aunque en contra de cualquier acto de vandalismo, comenzó a movilizarse para mostrar la otra cara de la moneda. Comenzaron a circular por Internet y las redes sociales diversos vídeos y declaraciones que retrataban la violencia y los abusos por parte de la policía, que ha sido acusada de usar la fuerza de forma desproporcionada y no justificada contra los manifestantes.
En las protestas que siguieron, los manifestantes procuraron organizarse de forma pacífica, entonando gritos de “no violencia” y animando a los participantes a ofrecer flores y abrazos a la policía, mostrando rechazo a cualquier acto de violencia o destrucción del patrimonio público. Aunque en diversas protestas se hayan registrado actos aislados de violencia, estos han sido llevados a cabo por una minoría. De hecho, muchos de los manifestantes empezaron a invitar a la policía a unirse al movimiento, ya que dicen luchar por derechos comunes también a ellos. Aun así, en varios episodios la respuesta de la policía ha sido una vez más violenta y fuera de lugar. Como resultado, varios manifestantes, incluidos periodistas y personas que no participaban en la concentración, acabaron heridos y/o detenidos.
Esta reacción ha sido interpretada como un intento por parte del Estado de silenciar el movimiento, y un ataque a los derechos democráticos de la población; además de ser una prueba más de las disfunciones y anomalías existentes en todas las esferas de poder público. Y esto parece haber sido la gota que colmó el vaso. La represión y violencia motivaron el afloramiento de la insatisfacción, callada durante mucho tiempo, de miles de brasileños, y ello actuó como catalizador. Más y más brasileños se unieron a la causa, que dejó de ser por 0,20 céntimos y pasó a ser una reclamación general de derechos.
Gran parte de la población podría no encontrar en el aumento de las tarifas una causa suficientemente justa y de prioridad para apoyar las protestas; en cambio, la violencia y la represión parecen ser motivos demasiado grandes como para quedarse en casa.
Mucho más que 0,20 céntimos
El detonante de estas movilizaciones ha sido, sin duda, el aumento de la tarifa de autobús en 0,20 céntimos de Reales (€0,07), que entró en vigor a principios de mes. Sin embargo, la lista de demandas y motivos de descontento del movimiento es extensa y sigue ampliándose:
- Exigen no sólo la derogación del aumento de las tarifas (que ya han sido revisadas en Río de Janeiro y São Paulo), sino también una mejora radical en la calidad del transporte público. Exigen además que todos los servicios públicos sean de calidad: educación, salud, infraestructuras, etc.
- Exigen el fin de la corrupción que afecta a todas las esferas del poder en el país, el castigo de los culpables y una mayor transparencia en la política.
- Protestan contra la aprobación de la PEC 37, una propuesta de enmienda constitucional que de aprobarse limitaría el poder de los Ministerios Públicos federales y estatales para investigar casos de corrupción, lo que para algunos supone más opacidad del sistema.
- Exigen saber cómo y en qué el gobierno gasta el dinero público; ya que aun pagando uno de los impuestos más caros del mundo (33%), carecen de servicios públicos de calidad.
- Protestan debido a la alta delincuencia y falta de seguridad que sufren cotidianamente; así como por la falta de preparación y alto nivel de corrupción en los cuerpos policiales.
- Protestan por la prioridad que se ha dado a los próximos eventos deportivos que se celebrarán en el país en lugar de invertir en mejoras sociales y más calidad de vida para la población; principalmente por los miles de millones de dólares gastados en la preparación del Mundial. Según sus argumentos, el dinero que Brasil ha gastado hasta ahora en la preparación del Mundial es tres veces más de lo que ha sido necesario para realizar los últimos tres Mundiales sumados. Exigen explicaciones y rendición de cuentas.
- Protestan contra toda forma de violencia que sufren continuamente. Por la desigualdad social y la indiferencia de las autoridades.
- Reclaman también un derecho simple y tan fundamental en cualquier democracia como es el derecho a la protesta en sí misma, a manifestarse pacíficamente sin ser reprimido, y luchar por un Brasil mejor.
Pasado, presente y futuro
Como en la Primavera Árabe, en el movimiento de los indignados en España (el 15-M), y en las recientes protestas en Turquía, las manifestaciones en Brasil están siendo protagonizadas sobre todo por jóvenes estudiantes, sin vínculos a partidos políticos (por lo menos no declarados o comunes) y que utilizan las redes sociales como un instrumento para convocar participantes y diseminar ideas. Se trata de un movimiento orgánico, heterogéneo y que tiene como esencia un sentimiento transcendental de solidaridad y unión. Son movimientos que surgen a partir de un motivo simple y puntual, pero que crece y se transforma cuando es reprimido. En última instancia, lo que une a los manifestantes a luchar por causas tan reales como difusas es un deseo urgente de transformar la realidad en la que viven.
En Brasil no es la primera vez que la población ocupa las calles exigiendo cambios políticos. En 1992, el movimiento que se conoció como “caras pintadas” salió a las calles exigiendo la destitución del entonces presidente Fernando Collor de Mello. Tras lograrlo, el movimiento pasó a formar parte de la historia del país. Una generación más tarde, los brasileños vuelven a ocupar masivamente el espacio público para luchar por sus derechos y, principalmente, luchar por volver a tener en sus manos (o tener por primera vez) el control del destino del país.
Estamos asistiendo al despertar de una población que se ha cansado de ser pasiva y que quiere ser el agente transformador de la sociedad, tratando de buscar un canal directo de participación y diálogo con el poder político para el cambio.
El movimiento no tiene todavía rumbo ni objetivos definidos, propiciado por la espontaneidad de los acontecimientos. Sin embargo, es esencial que se empiecen a marcar algunas pautas. La movilización debe venir acompañada de planteamientos firmes y estrategias que posibiliten cambios concretos, que pueden empezar por cuestionamientos tales como:
- ¿Cómo organizar el movimiento de tal forma que no pierda su fuerza ni caiga en el olvido pasados los días de euforia? ¿Cómo mantener el compromiso e interés de la población por la causa?
- ¿Cómo canalizar la energía del movimiento hacia objetivos firmes y comprometidos?
- ¿Qué instrumentos posee el propio sistema para la realización de los cambios?
- ¿Qué conclusiones se pueden extraer a partir del análisis de otros movimientos similares?
- Y, como autocrítica, es importante también cuestionarse: ¿Cómo cada uno puede, individualmente, contribuir a los cambios?
No se puede negar que ya se ha dado el primer paso. El gigante parece haber realmente despertado. Pero sería un error que los brasileños desperdiciasen esta oportunidad por ya tener la sensación de deber cumplido. Es tan (o más) esencial saber cómo y para qué continuar el movimiento como es empezarlo. Si la población desea realmente ser protagonista de la política del país debe no sólo exigir respuestas de los representantes políticos sino también comenzar a ser partícipe directo en la búsqueda de soluciones.
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