Para muchos campesinos en India, suicidarse se convierte, a veces, en una solución a sus problemas. ¿Sabían que entre 2003 y 2011 más de 150.000 agricultores decidieron acabar con sus vidas pese a vivir en uno los países que, según se dice, más rápidamente está creciendo en los últimos años?
Las muertes son más que una cifra, no hay duda, pero en este caso atender a los números nos acerca a la magnitud del problema. Fíjense: Tan solo en 2009 un campesino indio se quitaba la vida cada 30 minutos. Según las estadísticas el número de muertes voluntarias de este sector productivo no ha dejado de crecer. Es importante destacar, además, que varios estudios apuntan a la ineficiencia del recuento de estos suicidios. Es el caso, por ejemplo, de las mujeres. No aparecen en estas estadísticas dado que en la mayoría de las ocasiones no son las dueñas de las tierras que trabajan, pero responden por ellas cuando éstas rinden poco. En muchos casos se habla incluso de que la policía amaña los certificados de estas defunciones.
Curiosamente, el estado que más suicidios acumula, según el National Crime Records Bureau (NCRB), es el de Maharashtra, cuya capital es la gran metrópolis de Mumbai. Allí vive Mukesh Ambani, según la revista Forbes, el hombre más rico de la India y a unos cientos de kilómetros suyos hay indios que se quitan la vida porque no pueden con sus deudas. Así es la India, un país de contradicciones y muy complejo.
Las reformas económicas
Para entender los porqués del desgarrador aumento del número de suicidios entre los campesinos indios hemos de remontarnos a los años 90. En aquel momento varias organizaciones financieras internacionales, como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, incitaron a la India a empezar un proceso de apertura. Las nuevas políticas traían consigo la liberalización del mercado y las privatizaciones. Pero además también implicaban que el Estado dejara de involucrarse a través de subsidios en algunos sectores, como por ejemplo el agrario. La intención era hacer crecer la India rápidamente.
Lo lograron. En pocos años el PIB de este país ha crecido dramáticamente. De los 258 mil millones de euros en 1992, a los 1.44 billones en 2011. Sin embargo, ese crecimiento no ha sido igual para todo el país. Mientras los tecnócratas se frotan las manos y el mundo alaba el crecimiento indio, en 2011 el Banco Mundial señaló que casi el 33% de la población vivía por debajo del umbral de la pobreza (algo menos de un euro al día), y cerca del 69% sobrevivía con menos de 1.56 euros al día. De este modo, mientras la India de unos crece, la de otros se empobrece. El sector agrícola es, probablemente, uno de los más perjudicados.
En la India hay una gran masa de la población que ya no es pobre. Eso deberia ser una buena noticia, pero no lo es. Y no lo es porque si vives en áreas rurales, dejas de ser pobre en el momento en que gastas más de 32 céntimos de euro al día, en cambio, si vives en la ciudad ya no eres pobre si gastas más de 40 céntimos.
De todos es sabido que éste es un país de grandes contrastes. También lo es en el mundo rural. Los más afectados por las reformas económicas han sido aquellos que optaron por cambiar sus cultivos tradicionales por monocultivos. Sus tierras, antes destinadas a la obtención de alimentos comenzaron a trabajarse para producir otro tipo de materias primas, fundamentalmente algodón, muy demandado por el mercado internacional.
Sin subsidios y teniendo que competir con las multinacionales, los campesinos se vieron abocados a buscar una alto rendimiento de sus campos. Muchos empezaron a sembrar algodón modificado genéticamente, que prometía no necesitar pesticidas. Se trataba de producir más al menor costo. O esa era la idea, pero toda cara tiene su cruz. Esas semillas milagrosas cuestan el doble que las tradicionales, por lo que los campesinos comenzaron a pedir créditos a intereses altísimos para poder comprarlas. De este modo, quedaban a merced de las ganancias y éstas no existen si la meteorología no acompaña. Además, nadie les contó que esas semillas necesitan el doble de agua que las tradicionales. Si a esto le sumamos que en la India rural los sistemas de irrigación son prácticamente inexistentes, el resultado es más que evidente: llegan las deudas y con ello el fracaso.
El campesino endeudado
Si desde nuestra visión arrogante y eurocentrista perderlo todo laboralmente supone un drama, en la India el problema se convierte en tragedia. Como hombre, el campesino es el cabeza de familia. Sobre sus hombros recae todo el peso de ésta ante la sociedad más cercana. Ahogado por las deudas, es consciente de que ya no cumple con el papel que se le ha adjudicado socialmente: no puede pagar la dote para que su hija se case, ni alimentar a su familia. Entonces, opta por el suicidio.
Con esta decisión, lejos de resolverse la situación económica familiar, se ve empeorada. La deuda se convierte en hereditaria, por lo tanto los acreedores intentarán cobrarla. La mujer tratará de trabajar una tierra que no es suya, los hijos dejarán la escuela para dedicarse al campo y la hija seguirá sin poder casarse, algo muy mal visto en esta sociedad. Con este escenario, muchas familias piden otro crédito para sufragar el anterior, creando así un círculo vicioso.
El periodista P. Sainath fue el primero que denunció los suicidios masivos de campesinos. La presión mediática fue creciendo y el gobierno se vio obligado a tomar cartas en el asunto. En 2008, por ejemplo, el ministro de finanzas promulgó un fondo de alivio de la deuda y otro de dispensa para agricultores, aunque estos movimientos por parte del gobierno comenzaron un poco antes. Ni entonces ni ahora estas medidas son eficaces.
Cuenta el periodista P. Sainath que en 2006 existía en el estado de Andhra Pradesh (al sur-este de la India) una línea directa de asistencia a los campesinos al borde del suicidio. Uno de ellos llamó al gobierno solicitando ayuda y éste envió un representante a su casa. Le escuchó y le explicó que le otorgarían un préstamo de 25.000 rupias (unos 363 euros). Como contrapartida, el representante del gobierno le pidió una “ayudita” del 10% para tramitar los papeles. El campesino, enfurecido quiso presentar una queja al corregidor del distrito, éste ni tan siquiera le recibió. Durante dos meses, siguió intentándolo. Al final, decidió plantarse enfrente de la corregiduría con una botella de veneno y suicidarse frente al gobierno que no le quiso atender. El corregidor, que hasta el momento había evitado al campesino, salió corriendo para socorrerle, le llevó al hospital en su propio coche y allí consiguieron salvar su vida. Pero la historia no acaba aquí. Tras recibir el alta del hospital, le presentaron una factura de 14.000 rupias (unos 200 euros). Ya fuera del edifico, la policía lo esperaba para detenerle. El intento de suicidio es delito.
Probablemente, este campesino lo volvió a intentar. Probablemente él es uno de esos 150.000 agricultores que se han suicidado en los últimos 10 años. Para esos miles de campesinos, el suicido es su solución, pero no para sus familias, que se ven envueltas en una espiral sin fin.
Ésta es una explicación sin ánimo de lucro.
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One comment
Pablo Ortiz
26/08/2015 at
¡Hola! Me ofrezco a corregir las múltiples confusiones que he encontrado en este artículo, especialmente en lo referente al algodón Bt.