La indignación más allá de las plazas
A mediados de junio de este mismo año, en pleno proceso de levantamiento de las acampadas indignadas, surgió un debate natural sobre el futuro y la continuidad del movimiento. Muchas voces “expertas” auguraron que la fragmentación del 15M en pequeñas asambleas de pueblos y barrios no iba a provocar otra cosa que la “deformación” del movimiento y su progresiva disolución. Sin embargo, hoy, seis meses después de la convocatoria de manifestación del 15 de mayo, el movimiento no sólo no ha desaparecido, sino que se ha consolidado como un actor político colectivo.
Acostumbradas como estamos a analizar actores políticos organizados y burocráticos, nos cuesta entender que un movimiento que sigue voluntariamente al margen de la arena política institucional, haya podido adquirir tal trascendencia. Su liquidez, su indefinición, sus estructuras reticulares, la impredecibilidad de sus acciones y su composición heterogénea, han superado los instrumentos de estudio de los analistas sociales. Todo estos factores, lejos de ser un lastre, han garantizado la supervivencia del movimiento ante la incredulidad del resto de actores políticos institucionales, que ni disponen de las herramientas para comprenderlo ni de los medios para combatirlo.
La estabilidad de la actividad del movimiento en el tiempo es, precisamente, el factor que ha investido al 15M del estatus de actor político colectivo. Su supervivencia a lo largo de estos seis meses ha constatado que no se trataba de un efímero movimiento de primavera, sino de un fenómeno político-social de mayor envergadura.
El poder de la indignación colectiva
Un fenómeno que, en primer lugar, ha sido capaz de atraer el foco mediático. Pese a la complicada relación que se ha venido dando entre los medios de comunicación de masas y el 15M, las acciones que las indignadas han llevado a cabo han sido un reclamo para los medios. La toma de las plazas, el activismo digital, las manifestaciones masivas convocadas sin el respaldo de actores institucionales, el paro de desahucios o las marchas indignadas, son sólo algunos ejemplos de la efervescencia y creatividad del movimiento. En definitiva, acciones con una alta visibilidad que han llamado la atención de la ciudadanía y, en consecuencia, de los medios de comunicación de masas.
La originalidad y la actividad frenética del movimiento no sería posible sino estuviera estructurado de forma horizontal y descentralizada. Una estructura de código abierto en la que los recursos, la información y las propuestas nacen desde cualquier nodo y fluyen libremente por la red. Cada uno de los nodos que componen la red descarga la información, la modifica, la adapta a su especificidad local y la comparte de nuevo. El discurso del movimiento se construye gracias a la inteligencia colectiva fruto de este proceso. De ahí la dificultad de comprenderlo con los instrumentos de análisis tradicionales: no hay jerarquías, ni estructuras fijas; no hay una tendencia homogeneizante, ni un volumen estable de militantes. Es cierto que existen unos objetivos globales en abstracto, más o menos compartidos por un gran número de ciudadanas. Sin embargo, el camino a seguir para alcanzarlos es menester de cada una de las asambleas, es decir, está sujeto a la localidad. Esta estructura glocal, líquida y cambiante, resulta incómoda cuando se pretende encorsetar al movimiento en organigramas. Sin embargo, la liquidez no es un problema para los que saben surfearla.
El movimiento no sólo no ha remitido, sino que se ha globalizado. El pasado 15 de octubre ciudadanas de más 900 ciudades de 82 países distintos marcharon en contra de los abusos del poder financiero y la connivencia de sus gobiernos. Fue la primera demostración de una indignación global coordinada entre los distintos movimientos locales que han ido surgiendo a lo largo de 2011. Desde la primavera árabe hasta #OccupyWallStreet, desde Sol hasta Kerr Park en Oklahoma.
Finalmente, el 15M goza de un apoyo mayoritario entre la ciudadanía. En el Informe IOP de Simple Lógica publicado a mediados de junio de este mismo año, el 73% de la población encuestada afirmaba que aprobaban las manifestaciones del 15M y el 72% estaba de acuerdo en mayor o menor medida con las ideas del movimiento. Los datos de Metroscopia de El Pais de finales de junio revelaban unos datos similares, con un 79% de apoyo ciudadano a las propuestas surgidas de las asambleas del 15M. Asimismo, el barómetro del CIS de junio 2011 confirmaba que 7 de cada 10 españoles simpatizaba en mayor o menor medida con el 15M y más del 60% le auguraba continuidad en las calles o en la red.
En resumen, partidos políticos, sindicatos y otros actores políticos institucionales se han topado con un movimiento cuya estructura y funcionamiento no comprenden (ni comparten), pero que no pueden ignorar. No pueden (ni deben) taparse los ojos ante un movimiento global, mediático, que goza de un apoyo mayoritario entre la ciudadanía y que, contra todo pronóstico, está manteniendo una actividad estable en el tiempo.
La influencia del 15M en los programas electorales
La influencia del 15M en la actitud de voto necesita aún ser estudiada en profundidad. Sin embargo, el CIS publicó a finales de septiembre un estudio postelectoral de las municipales y autonómicas del pasado 22 de mayo, en el que preguntaba por dicha influencia. Los resultados, aunque no son extrapolables al resto del Estado, determinan que la experiencia ciudadana ante el 15M determinó entre el 10% y el 28% del voto y, en la mayoría de los casos, lo reafirmó. Estos datos son incentivos suficientes para que los partidos políticos intenten tejer puentes con el movimiento, bien declarándose explícitamente afines, o implícitamente, es decir, asumiendo parte de las propuestas indignadas en sus programas electorales.
Basta ojear los programas electorales de los distintos partidos políticos que se presentan a las elecciones del 20N (aquí una manera práctica de hacerlo) para descubrir que muchas de las propuestas que salieron de las plazas se han convertido en promesas electorales, con un lenguaje similar aunque, en la mayoría de los casos, con un contenido, cuanto menos, “matizado”.
Aunque los frentes de lucha del 15M son transversales y abarcan prácticamente la totalidad de las problemáticas sociales, las propuestas surgidas en los documentos de mínimos de las acampadas permiten distinguir tres grandes bloques: regeneración democrática, justicia social y vivienda. Este último bloque se ha convertido en unos de los principales caballos de batalla del movimiento tras el levantamiento de las acampadas. El 15M apoya la totalidad de las demandas de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca: dación en pago, conversión de viviendas hipotecadas de primera residencia en parque público de viviendas de alquiler social y reformas orientadas a evitar la especulación. Asimismo, las indignadas han participado activamente en la estrategia de paro de desahucios. No es casualidad que muchos de los partidos partidos políticos incluyan estas medidas en sus propuestas electorales. La mayoría plantean reformas para establecer un modelo productivo más sostenible y diversificado (en distinto grado) e incentivar la accesibilidad a la vivienda. Solo IU, ERC y Compromís-Q introducen explícitamente la dación en pago en sus programas.
En cuanto a regeneración democrática, la principales reivindicaciones del 15M han sido la Reforma de la Ley Electoral para hacerla más proporcional, la mejora de los canales de participación ciudadana en la política institucional, la Iniciativa Legislativa Popular vinculante, una mayor transparencia de las administraciones y la lucha contra la corrupción política. Si echamos un vistazo a los programas electorales de convocatorias anteriores podemos comprobar que, salvo contadas excepciones de partidos minoritarios, jamás los partidos han incidido tanto en las propuestas orientadas a mejorar la calidad democrática. En los programas de las presentes elecciones todos aquellos candidatos que incluyen propuestas sobre regeneración democrática, a excepción del PP, plantean como prioritaria la Reforma de la Ley Electoral (cada uno con sus matices), la reforma parcial o total del procedimiento de la ILP y la mejora de los canales de participación ciudadana.
No resulta tan fácil desgranar la influencia del 15M en cuanto a las propuestas electorales de justicia social, por dos motivos: en primer lugar, economía y fiscalidad son dos temas recurrentes en todo programa electoral, especialmente en las elecciones generales; en segundo lugar, el papel de la economía en esta legislatura ha sido capital y, probablemente, lo hubiera sido de igual modo sin la aparición del 15M. No obstante, la persecución del fraude fiscal, la eliminación de privilegios de altos cargos políticos y de la administración e incluso, la creación de una banca pública, se plantean en términos que en muchos casos recuerdan a las reivindicaciones que salieron de las plazas. De hecho, este último punto, la creación de una banca pública, que nombra explícitamente en los programas electorales de EQUO e IU, es una propuesta recién incorporada a sus programas. IU no la incluía en su programa para las elecciones generales de 2008 y EQUO no existía como partido por aquel entonces.
En conclusión…
Parece evidente que el 15M ha impregnado los programas electorales de la mayoría de los partidos que se presentan a las elecciones generales de 2011. Sin embargo, la influencia del movimiento va mucho más allá del ámbito electoral. El 15M ha re-politizado a una sociedad apática, ha cambiado el lenguaje político, el marco mental y ha sido capaz de permear la política institucional sin institucionalizarse. De hecho, el 15M supera el concepto de movimiento social clásico: es un cambio de paradigma, es decir, una reconfiguración del modo en que la ciudadanía aspira a resolver sus conflictos.
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