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Los libros de Historia el día de mañana estudiarán el año 2011 probablemente como un punto de inflexión en la democracia en el mundo. No solo porque la primavera árabe podría traducirse en la cuarta ola de democratización según los parámetros de Samuel Huntington, sino porque las manifestaciones contra los recortes del estado del bienestar y la injusticia social han cruzado el Atlántico y se han extendido desde Grecia a Estados Unidos.
El año comenzó con un levantamiento popular y pacífico en Túnez por la democracia, que desencadenó un efecto contagio en todo el mundo árabe. Unos meses después, no había dirigente en el mundo árabe que pudiera afirmar sin faltar a la verdad que no se habían producido dentro de sus fronteras protestas por la libertad.
Pero las voces de la democracia también llegaron al Norte, y tras las manifestaciones por una “Democracia Real Ya” en España, se han producido protestas en Grecia, Reino Unido, Francia, Portugal… Ahora los estadounidenses también han decidido echarse a la calle y ocupar Wall Street, hartos de verse asfixiados dentro de un sistema que les está haciendo pagar por una crisis que provocaron otros.
Los manifestantes neoyorquinos comparan el parque Zucotti (rebautizado como la Plaza de la Libertad), con la plaza Tahrir. En términos generales, podríamos decir que los que salieron a las calles árabes para pedir la caída de sus dictadores querían libertad y el derecho a decidir quién les representa. En las calles españolas se escuchaba “No nos representan”. Los protagonistas de la primavera árabe quieren democracia. Europeos y estadounidenses ya la tienen, pero la democracia parece haber perdido el significado para ellos. Los jóvenes árabes quieren votar, los jóvenes occidentales no saben para qué sirve su voto, inmersos en un sistema partidocrático y bipartidista que antepone el interés de los mercados al interés general de la sociedad.
Overeducated, underemployed: los jóvenes en el centro de la injusticia social
El 17 de diciembre de 2010 el tunecino Muhammad Bouazizi se quemó a lo bonzo. Muhammad tenía estudios, pero se ganaba la vida con un puesto ambulante que la policía le destrozó por no tener licencia. Como él, muchos tunecinos licenciados se encontraban en paro, y esta fue la chispa que provocó que tantos compatriotas suyos se sintieran identificados y decidieran echarse a la calle para reclamar mejores oportunidades.
Pero el paro entre jóvenes cualificados no es solo una característica del mundo árabe. Cuando los españoles decidieron echarse a la calle el paro entre los menores de 25 años superaba el 40%. Uno de cada cuatro jóvenes estadounidenses está desempleado, más de uno de cada tres si nos atenemos a la población afroamericana. Los altercados de Tottenham nos mostraron que ahora más que nunca existen jóvenes desarraigados y con una carencia notable de expectativas y esperanzas en el sistema. Estos jóvenes que protagonizaron estos episodios de violencia se encuentran ante un Estado del bienestar cada vez más mermado. Los recortes sociales y económicos les encierran en un círculo del que cada vez les es más difícil salir.
Sin duda, los jóvenes son los principales afectados por las desigualdades económicas crecientes y las injusticias sociales que se están convirtiendo en el mínimo común múltiplo de los países occidentales. Por primera vez esta generación de jóvenes, vivirá peor que la generación anterior.
Socialización de los riesgos, privatización de los beneficios
La función social de los bancos es canalizar el capital para incrementar la riqueza y mejorar así la calidad de vida de los ciudadanos. Los años de bonanza produjeron unos beneficios desmesurados, gracias a la desregulación del sector y la avaricia de los banqueros que preferían no tener en cuenta los riesgos. Cuando llegaron las vacas flacas optaron por socializar las pérdidas, para seguir paralelamente con su política de individualización de los beneficios.
Un 15% de la población estadounidense vive por debajo del umbral de la pobreza. En un lado de la balanza, la Main Street, el ciudadano de a pie, el 99% de la población que engloba a todos aquellos jóvenes con contratos abusivos, becarios precarios, desempleados y frustración. En el otro lado, Wall Street, un uno por ciento de la población que concentra el 40% de la riqueza mundial.
Bancos rescatados con dinero público, mientras los banqueros se aseguran nominas millonarias. Despidos masivos de multinacionales con beneficios históricos. Casos de corrupción que nos llegan cada día a nuestros oídos, mientras los políticos insisten en que es necesario aplicar recortes en la sanidad, la educación… Dinero hay, el problema es que está mal repartido.
Comparar los levantamientos en el mundo árabe con las manifestaciones de los jóvenes occidentales es a todas luces difícil. Para un sirio que se arriesga a ser disparado por un francotirador puede que no tenga sentido hablarle de cómo las políticas neoliberales atentan contra nuestras libertades y justicia social. Pero la lección que pueden extraer un tunecino o un egipcio, hoy a punto de votar libremente por primera vez, es que la democracia y la libertad es una batalla que se gana día a día. Keep your eyes open.
Ésta es una explicación-opinión sin ánimo de lucro
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