Tenemos pocas certezas sobre cómo va a ser el mundo que nos vamos a encontrar tras los confinamientos a los que nos ha sometido el Covid-19. Si más o menos globalizado. Con más democracias, o menos. Con más protagonismo chino o de los EEUU. Hay algo en lo que los expertos sí se ponen de acuerdo: Nos vamos a enfrentar a una recesión sin precedentes. “La peor crisis desde la Gran Depresión”, ha pronosticado Kristalina Georgieva, la directora del FMI, cuál oráculo de Delfos.
De este virus, el económico, pronto podremos observar sus síntomas. Se cuentan entre ellos, un desajuste en los balances de las pymes, un aumento del paro y una depresión en el consumo, entre muchos otros reveses. En el caso particular de Italia y España, los países europeos más afectados por la pandemia, el sector turístico va a atravesar un año negro. Y no hay que descartar posibles rebotes del virus que obliguen a destinar más recursos a la sanidad pública.
La buena noticia es que para esta enfermedad económica ya tenemos una vacuna: el gasto público. Los estados ya han movilizado una cantidad importante de recursos fiscales para que empresas y trabajadores capeen las nefastas consecuencias del parón al que nos ha sometido el coronavirus. España, por ejemplo, movilizó 117.000 millones de euros en inversión pública (200.000 contando la aportación privada) para proteger a trabajadores y ciudadanos afectados. En definitiva, parece que de esta sí que nos va a sacar “papá estado”. Pero hará falta mucho más gasto.
Los recursos tendrán que venir de todos los niveles. No sin razón, distintas voces reclaman muestras de “solidaridad europea”, una respuesta coordinada que asegure que ningún país europeo pierde el tren de la recuperación económica. Especialmente Italia y España, que además de ser los países más afectados por el Covid-19 acarrean considerables niveles de deuda heredados de la crisis del euro, son los principales interesados en que haya mecanismos de solidaridad europea que ayuden a los países en problemas.
De ahí que estas últimas semanas, el Eurogrupo haya celebrado una serie de sesiones maratonianas para alcanzar las demandas del “plan marshall europeo” que Roma y Madrid demandaban. Para ello, el arco mediterráneo desempolvó un viejo archivador con una propuesta para mutualizar la deuda, lo que durante la crisis del euro llamamos eurobonos. España, Francia e Italia, junto a otros países de la Eurozona apuestan por emitir deuda conjunta para financiar los costes de la crisis del coronavirus.
Como ya sucedió en la crisis del euro, la propuesta se topó con la férrea oposición del norte de Europa, quienes capitaneados por Alemania y Holanda de nuevo resisten la mutualización. En su lugar el Eurgroupo aprobó un paquete de 500.000 millones de euros: 100.000 para un seguro común de desempleo, 200.000 para que el Banco Europeo de Inversiones de crédito a empresas y 240.000 para el fondo de rescates. “Es bueno que haya un acuerdo, pero la envergadura de este paquete es pequeña”, decía Guntram Wolff, director de Bruegel, un think-tank económico a Bloomberg.
Recientemente, España ha propuesto un fondo con deuda perpetua de 1.5 billones. La Comisión Europea emitiría deuda con el presupuesto europeo, y los fondos se distribuirían proporcionalmente a los estados con más problemas según indicadores comunes y transparentes. Estos podrían ser, la afectación de la pandemia en el PIB, el aumento del paro, etc. De manera que, los fondos no contarían como deuda de los estados, algo que invitaría a que los inversores perdieran confianza en el país por alto endeudamiento. No es la mutualización de la deuda, pero sí una medida solidaria.
¿Qué es la mutualización de la deuda?
Eurobonos y “coronabonos” son dos maneras de referirnos a propuestas de mutalización de la deuda que emiten los países que conforman la Eurozona. Es una idea que ya se descartó durante la crisis del euro, y que ahora vuelve a estar sobre la mesa para cubrir los costes de la recuperación económica del Covid-19 evitando alcanzar niveles de endeudamiento sin precedentes en la UE.
Para financiar parte del gasto público, los países emiten deuda, es decir, piden prestado a los mercados financieros a cambio de un pago futuro de la misma cantidad, más un interés. En el caso de España, se trata de los llamados bonos del tesoro. Las tasas de interés varían en función de la confianza que tengan los mercados en que el estado va a amortizar la deuda. Como los estados rara vez suelen quebrar, el interés suele ser bajo.
Sin embargo, durante la crisis del euro descubrimos que sí era posible que un estado europeo entrara en una crisis tan profunda que los mercados financieros no confiaran en su habilidad para pagar la deuda. Eran tiempos en los que estábamos pendientes de la ‘prima de riesgo’, un indicador que mide precisamente esta confianza.
Con la mutualización de la deuda, en lugar de ser un solo país el que garantiza la amortización del bono, pasa a ser un conjunto de países de la Eurozona. Por lo tanto, emitir deuda conjunta reduce el riesgo de impago y el interés de la deuda tiende a ser parecido al del país con menor riesgo, que en la Eurozona es Alemania. Este ‘eurobono’ tendría una gran demanda en los mercados financieros, siempre ansiosos por comprar productos con máximas garantías, aunque tengan bajo interés.
Los “coronabonos” se refieren a una propuesta para realizar puntualmente una emisión conjunta de bonos. Brindaría a los estados más margen fiscal, permitiendo paliar las consecuencias de la recesión con un menor endeudamiento. Una propuesta del think tank económico Bruegel contempla que los “coronabonos” financien el gasto relacionado con los costes de la crisis, bien sea solo el sanitario o también de índole social, como los costes del paro, crédito a las empresas y demás ayudas. En el futuro, los contribuyentes europeos financiarían el pago de la deuda y sus intereses en proporción al PIB de su país.
La propuesta enfrenta a los países llamados “cuatro frugales” (Alemania, Austria, Finlandia y Holanda), que se oponen a la medida, con casi el resto de países de la Eurozona, liderados por España, Francia, Italia y Portugal. Para estos estados los “coronabonos” serían la auténtica muestra de solidaridad europea. “Lo último que un político responsable puede hacer en este escenario es no comprender que la prioridad de las prioridades es salvar vidas, es combatir este virus, es crear condiciones para que las empresas puedan volver a funcionar, los empleos puedan volver a ser seguros”, dijo António Costa, primer ministro de Portugal al conocer el rechazo a los “coronabonos”. “Sólo así las finanzas públicas son sostenibles. El resto es ficción”, zanjó Costa.
¿Por qué los cuatro frugales no quieren “coronabonos” ni en pintura?
La mutualización de la deuda ya se planteó durante la crisis del euro (2010-2012), como un nuevo eslabón en la construcción europea. Los eurobonos, se decía, harían de la eurozona una unión monetaria más estable y más resistente a las crisis, en unos momentos en los que la supervivencia del euro estaba en entredicho.
Los países del norte ya la rechazaron entonces. “No habrá eurobonos mientras yo viva”, llegó a decir Angela Merkel. Alemania, país cuyos intereses subirían de aceptar la mutualización de la deuda, temía que los eurobonos iban a comprometer a sus contribuyentes a un sistema de transferencias permanentes.
Pero entonces los países del sur no partían de una buena situación negociadora, dado que ellos mismos se habían metido en camisa de once varas: Grecia estalló por la falta de transparencia en sus cuentas. España había dejado crecer una burbuja inmobiliaria que había opacado reformas urgentes en su sistema productivo. Italia arrastraba una incapacidad permanente para establecer gobiernos duraderos.
Con pocas garantías de que estas situaciones no se repitieran en el futuro, el norte no temía verse arrastrado a una situación en la que países fiscalmente solventes garantizaran la deuda de países con problemas estructurales. Ellos, además, tendrían que pagar una prima por ello: si hubiera mutualización de la deuda, Alemania pagaría tasas de interés más altas que las actuales.
En cambio, se optó por ayudar a los países del sur mediante el Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE), es decir, los rescates. Estos no son más que préstamos de bajo interés del conjunto de países europeos con condiciones políticas asociadas en forma de reformas estructurales y compromiso de saneamiento del déficit fiscal futuro.
Estas condiciones políticas son el resultado de la misma premisa que opera en los eurobonos: el riesgo moral. El norte temía que si las instituciones europeas establecían un seguro contra el riesgo —en forma de rescates financieros si no puedes pagar la deuda— los países no tendrían incentivos para reducir sus déficits y su deuda. Por ello, los rescates, ya sean del FMI, ECB u otros, igual que los eurobonos si jamás se implementan, acarrean condiciones políticas: si coges nuestro dinero, vamos a intervenir en cómo te lo gastas.
Pero, la crisis derivada del Covid-19 es diferente. No podemos achacarla a unos banqueros en Wall Street con incentivos para vender deuda hipotecaria basura. Ahora ningún país ha maquillado sus cuentas, ni ha estallado ninguna burbuja inmobiliaria. Esto va sobre la naturaleza recordándonos que somos simples seres humanos y habitamos bajo su imperio.
Al ser una crisis causada por un agente exógeno, es muy mala idea andar buscando culpables entre los países que están enfrentando emergencias sanitarias y, pronto, económicas. Que se lo recuerden sino al ministro de finanzas holandés, Hopke Hoekstra. Después de sugerir que Bruselas debería investigar porqué algunos países no tienen dinero para hacer frente a la crisis del Covid19, el holandés sufrió la reprimenda del primer ministro de Portugal. “Es una postura repgunante”, dijo António Costa sobre la ocurrencia holandesa. Hoekstra, por cierto, rectificó sus palabras. Reconoció que le había faltado “empatía” con los países afectados. Pero no dio su brazo a torcer en el tema de la mutualización.
No se trata solo de un tema de alta política. Los contribuyentes de los países del norte ya indicaron durante la crisis del euro que la mutualización de la deuda es una línea roja. En Alemania, este recuerdo sigue fresco. Una encuesta reciente refleja que el 65% de alemanes se oponen los eurobonos. Además, Merkel es plenamente consciente de que los populistas de Alternativa para Alemania (AfD), un partido euroescéptico, están listos para capitalizar las pérdidas que pudiera tener la canciller de aceptar los “coronabonos”. Ya lo hicieron en 2015, cuando Merkel abrió las puertas del país a un millón de refugiados de África y Oriente Medio.
Aún así, algo está cambiando en la opinión pública alemana. Cada vez hay más voces en el país que matizan o apoyan sin ambages una emisión de deuda conjunta, que en todo caso sería temporal, para salir de la crisis venidera. “El rechazo alemán de los eurobonos es insolidario, mezquino y cobarde”, reza el título de una editorial del Der Spiegel que apoya la mutualización.
El gobierno alemán, y el resto del norte de Europa, temen sentar un precedente. Si ahora acceden a esta excepcional emisión de deuda, en la práctica podría establecerse como un mecanismo recurrente en las futuras crisis económicas. O peor aún, que la emisión de deuda lleguen para quedarse, y forme parte del diseño institucional del euro.
Es inevitable pensar estos días que nos encontramos ante la reválida de un test que la Unión Europea (UE) ya resolvió en la crisis del euro. La diferencia es que ahora nos dirigimos a la catarata con una voluminosa carga de problemas irresueltos. Muchos países están endeudados y tienen poco margen fiscal. La fractura norte-sur ha vuelto a resurgir. A esto hay que sumarle una desconfianza generalizada hacia la globalización y la UE, que devuelve el protagonismo a los estados a expensas de las acciones coordinadas. Y esto es algo que el Covid-19 podría acentuar. Parte de las fuerzas iliberales en el mismo seno de la UE ya han aprovechado la pandemia para virar hacia agendas abiertamente autoritarias. Esta vez, la Unión se la juega.
De ahí que cuando los ciudadanos recurren a la UE en busca de solidaridad, esta debe ofrecer una respuesta. Poco podía hacer en materia sanitaria, puesto que las competencias de salud pública son exclusivas de los estados (aunque sí medió cuando algunos países bloquearon la exportación de material sanitario). Es en materia económica donde la UE puede y debe actuar decisivamente, respondiendo a las llamadas de solidaridad.
El test del Covid-19 parece estar diseñado a medida para ello. Si la UE quiere demostrar que es una comunidad fuerte y unida en los buenos y malos tiempos, debería evitar los titubeos de la crisis financiera del 2010 y la regresión nacional ante la llegada de refugiados en 2015. Los estados miembros de una comunidad sólida y duradera no deberían revelar su rostro más interesado, cada vez que se enfrentan a un problema global. “Europa se forjará en las crisis”, decía Jean Monnet, pero en las últimas grandes crisis no ha habido avances institucionales significativos. Es momento de forjar Europa.
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