El sector del turismo parece ser uno de los pocos que escapa a la crisis financiera y lo que es más, goza de grandes perspectivas. Europa, un continente que está afrontando importantes retos -desde el Brexit hasta la llegada de refugiados, pasando por la intervención en Siria, los movimientos independetistas escocés y catalán, la crisis financiera y el auge de los movimientos políticos extremistas- tiene en el turismo una fuente de buenas noticias.
Según el Informe Panorama OMT del turismo internacional – Edición 2016, publicado por la Organización Mundial del Turismo (OMT, “World Tourism Organization”, por sus siglas en inglés), las llegadas de turistas internacionales a Europa alcanzaron los 608 millones, aumentando un 5% en el año 2015 en relación a 2014. Actualmente, Europa es destino de un poco más de la mitad del turismo mundial (51%). A pesar de ser un mercado bastante maduro, Europa fue la región con mayor crecimiento en términos absolutos: 27 millones de turistas más que en 2014. Algunas de las claves de estos buenos resultados son el declive de la popularidad de algunos destinos turísticamente exitosos como Túnez o Egipto -cuyos mercados se han vuelto menos atractivos por la acción terrorista de Daesh y por la inestabilidad política y social vivida en los últimos años en los países-, la debilidad del euro en 2015, que ha vuelto más atractiva la región para los mercados ajenos a esta moneda, y por la recuperación de muchas economías europeas ha impulsado el turismo intrarregional.
Los ingresos por turismo internacional crecieron un 3% en términos reales, llegando a los 451.000 millones de dólares (406.000 millones de euros), lo que equivale al 36% de los ingresos mundiales.
Los mercados emisores del turismo internacional se han concentrado tradicionalmente en las economías avanzadas de Europa, las Américas y Asia y el Pacífico. Sin embargo, con al aumento de la renta disponible, muchas economías emergentes han experimentado un fuerte crecimiento en los últimos años, en particular en los mercados de Asia (con China al frente), Europa Central y Oriental, Oriente Medio, África y América Latina. Si unas líneas más arriba presentábamos a Europa como el mayor destino turístico del mundo, también podemos afirmar que el viejo continente se trata de la principal región emisora de turistas del planeta (encabezada por Alemania y el Reino Unido), generando la mitad de todas las llegadas internacionales, seguida de Asia y el Pacífico (24%), las Américas (17%), Oriente Medio (3%) y África (3%).
Un futuro prometedor, aunque no libre de desafíos
Se ha dicho que el turismo es para el siglo XXI lo que la industria representó para el XIX. En el año 2005 la OMT, a través del estudio Turismo: Panorama 2020, vaticinaba un incremento del turismo en el mundo a tasas entre el 5% y el 7% anual, con una previsión, en el año 2020, de 1.600 millones de turistas, frente a los 760 millones de la época. Hoy, 11 años más tarde, la OMT ha actualizado el estudio con la publicación de Tourism Towards 2030. Según este informe, se calcula que el número de llegadas de turistas internacionales en todo el mundo crecerá un promedio del 3,3% al año durante el periodo comprendido entre 2010 y 2030. Según el ritmo de crecimiento previsto, las llegadas de turistas internacionales en el mundo superarán la cifra de 1.400 millones en 2020 (valor inferior al previsto en el anterior estudio) y 1.800 millones en 2030.
Pero el escenario turístico actual no está libre de importantes desafíos tanto de escala local como global. ¿Es posible garantizar la sostenibilidad ambiental, social y cultural de las ciudades receptoras de turismo al tiempo que éste se asienta en su base económica? Para ello hará falta abordar cada a uno de los retos que conlleva.
Desafíos sociales: la gentrificación
La gentrificación, término que no se encuentra en el diccionario de la Real Academia Española, se define por parte de la Fundación del Español Urgente como «elitización residencial». Se caracteriza por el desplazamiento de los segmentos más pobres de una ciudad o barrio por segmentos de mayor poder adquisitivo, que descubren que la ciudad o barrio en cuestión ofrece una buena relación entre la calidad y el precio y deciden instalarse en él, aprovechando las oportunidades de compras de los precios. Esto suele provocar un aumento global de los precios del barrio o ciudad,dificultando aún más que los segmentos de ingresos bajos o medios puedan seguir residiendo en esa localidad. Un caso evidente de gentrificación es el de la ciudad de San Francisco, en los Estados Unidos, que con el boom tecnológico que ha vivido en los últimos años ha provocado que residentes históricos de la ciudad hayan tenido que desplazarse fuera al no poder costear el coste de vida en ascenso.
Cuando se habla de gentrificación asociada al turismo se suele usar el ejemplo de Venecia. La ciudad italiana cuenta hoy con unos 57 mil habitantes, lo que representa un tercio de la población residente que habitaba esta popularíssima localidad turística a mediados del siglo XX. La ciudad recibe alrededor de 22 millones de turistas cada año. Con este choque de cifras es fácil llegar a la conclusión del porqué la ciudad pierde población año tras año. El documental “El síndrome de Venecia”, galardonado en varios festivales cinematográficos, ha relatado los efectos de esta presión turística sobre la ciudad italiana.
Ejemplos habituales de gentrificación se pueden localizar en China, con un caso evidente en la ciudad de Yangshuo. La que fue una pequeña y tranquila localidad de la provincia de Guilin hoy es destino de millones de turistas, lo que lo ha convertido en un destino turístico de “hipermasa”. Nueva York es otro caso de gentrificación contra la que hoy el gobierno local intenta poner remedio con una serie de medidas que incluyen la construcción de viviendas sociales, obligando a destinarlas a alquileres asequibles para familias con recursos bajos o medios.
La preocupación por la gentrificación también es palpable en Barcelona. Los críticos del turismo de masas advierten que se están reproduciendo los factores de riesgo que la acercan a sufrir el llamado síndrome de Venecia: alta concentración de hoteles en el centro histórico, pérdida de habitantes en áreas sometidas a excesiva presión turística, alejamiento de otras actividades económicas, insatisfacción vecinal… El documental “Bye, bye Barcelona” expone, de la mano de algunos de sus residentes, los graves efectos que tiene el turismo masivo en la ciudad condal.
Desafíos ambientales: impactos locales y globales
El turismo de masas puede tener una importante presión sobre el entorno local, afectando ecosistemas naturales y hábitats, repercutiendo sobre la sociedad local, fomentando la proliferación urbana, el consumo de agua y energía, afectando a la movilidad local y aumentando la generación de residuos.
A raíz de la creciente preocupación por cómo el turismo afecta al entorno la OMT organizó en 1995 la primera conferencia sobre Turismo sostenible, en Lanzarote, en las Islas Canarias. “Desde entonces, todos los congresos que se celebran en el ámbito del turismo abordan el tema con nuevos enfoques: “turismo responsable“ (que minimiza los impactos negativos que genera el turismo y maximiza los beneficios para la población y el empresariado local), el “turismo ecológico o ecoturismo” (que privilegia la sostenibilidad, la preservación y la apreciación del medio tanto natural como cultural) o “turismo solidario” (que busca una mayor equidad con la sociedad local), afirman desde Hundred Rooms, portal dedicado al alquiler de alojamientos turísticos. “El ecoturismo se encuentra en ascenso. Es algo que va desde sugerir la reutilización de las toallas en las habitaciones hasta catálogos de estancias y apartamentos ‘justos’ en poblados africanos.”
Uno de los impactos ambientales globales más relevantes asociados al turismo es el de las emisiones derivadas del tráfico aéreo. A pesar de la mejora de la eficiencia de consumo de las aeronaves, de la reducción de emisiones en el consumo de combustible y del uso de motores menos contaminantes, el rápido crecimiento del tráfico aéreo de los últimos años está contribuyedo al incremento de la contaminación procedente del sector de la aviación.
En la Unión Europea, las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) procedentes del sector de la aviación se incrementaron en un 87% entre los años 1990 y 2006. Por este motivo desde el año 2012 todos los vuelos desde, hacia y dentro del Espacio Económico Europeo (EEE) de los 28 Estados miembros de la UE, – más Islandia, Liechtenstein y Noruega – están incluidos dentro del sistema de comercio de emisiones de la UE (“EU Emission Trading System”, por sus siglas en inglés). Al igual que las instalaciones industriales cubiertas por el sistema, las compañías aéreas reciben asignaciones negociables que cubren un cierto nivel de emisiones de CO2 de sus vuelos cada año. La legislación actual, aprobada en el año 2008, se aplica a las compañías aéreas de países tanto de la UE como de fuera, algo que generó polémica entre las aerolíneas chinas y de Estados Unidos, quienes mostraron su oposición.
La aviación representa actualmente el 2-3% de la contribución humana al calentamiento global. Además, las emisiones de GEl procedentes del transporte aéreo se prevé que aumenten un 4-5% cada año durante los próximos 20 años. La aviación afronta el reto de encontrar la manera de satisfacer la creciente demanda de transporte aéreo civil, sobre todo impulsada por un escenario de turismo en ascenso, al tiempo que debe reducir su impacto ambiental, especialmente las emisiones de GEI. En este escenario la visión de la Asociación Internacional de Transporte Aéreo es de un crecimiento neutro en carbono para el año 2020, la reducción absoluta del 50% en las emisiones de carbono en 2050 y de cero emisiones dentro de 50 años.
Desafío cultural: preservar la cultura e identidad del lugar
En un interesante artículo publicado en el diario El País, Francesc Muñoz, director del Observatorio de la Urbanización de la Universidad Autónoma de Barcelona, afirma que la era del “turismo de masas” ya es historia. Hoy nos encontramos en la era del “turismo masivo”, que se explica a partir del proceso de globalización.
Según Muñoz, un turismo insostenible puede provocar sobreocupación de los espacios públicos; homogeneización del comercio; banalización del paisaje urbano; dimisión de los habitantes de su propia ciudad e incluso expolio de patrimonios colectivos si no se acompaña de una buena gestión de sus efectos en el entorno urbano.
Históricamente el turismo ha sido un medio de transformación cultural, y ha originado desde la pérdida de valores importantes de la cultura, proceso denominado aculturación, pasando por la adopción voluntaria de expresiones culturales, proceso llamado préstamo cultural, hasta la denominada transculturación, o la transferencia mutua de pautas culturales. Evidentemente esto depende de varios factores, como el tiempo que los turistas inciden dentro de una detrminada cultura, la cantidad de visitantes recibidos o bien el tipo de actividades desarrolladas y su influencia.
Cómo evitar la pérdida de identidad
Uno de los grandes retos en este campo es el de evitar la brandificación del paisaje comercial local o preservar el patrimonio urbano ordinario que ayuda a explicar la identidad de calles o barrios y atestigua por qué una ciudad es diferente de otra.
Sin duda fomentar las expresiones y eventos culturales, promover la educación sobre los patrimonios y asegurar su preservación, protección y restauración es un buen modo para evitar que el fenómeno del turismo transforme de raíz la realidad sociocultural y la identidad de un lugar.
Tal y como concluye en su reflexión Francesc Muñoz, “la urbanalización a la que el turismo global contribuye es la antesala para que el ciudadano acabe dimitiendo de su ciudad y el turista no vuelva a ella. Un escenario de muy difícil retorno. El problema, por tanto no es decir sí o no al turismo sino replantear la manera en la que la ciudad se ofrece al turista para evitar las dinámicas de copy & paste entre urbes que simplifican y banalizan la cultura local y hacen, a la larga, que el propio turista pierda su interés.”
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