¿Qué tienen en común los conflictos entre Líbano e Israel, Israel y Palestina, Sudán, República Centroafricana, Somalia, Siria, Afganistán, Irak, Colombia, el mar del sur de China? ¿Qué hay de similar en la aparición del DAESH o Estado Islámico, Al Qaeda, Boko Haram, Al-Shabab o las milicias colombianas? ¿Qué tienen en común estos conflictos con todos los que quedan por venir?
En cierto modo, en el fondo de todos ellos, está la lucha por el control de los recursos limitados que hay en este planeta que, además, sirven como una fuente de financiación cuasi ilimitada. Ya sea un ejército, un grupo armado, extremistas religiosos o una revuelta civil, como trasfondo siempre están los preciados recursos naturales. Petróleo, agua, tierras fértiles, minerales… Todos ellos están detrás de estas “guerras climáticas”, como las llaman muchos académicos en los últimos años.
Ya sea por la escasez de agua por la que dicen los expertos que empezaron los levantamientos, más o menos violentos en su momento, en el noroeste de Siria -mecha de la represión de Al Assad y aprovechada por ISIS- o la lucha entre guerrillas en República Democrática del Congo por el control del coltán. El detonante de muchos de los conflictos modernos, aunque siempre esté camuflado con motivos políticos o religiosos, es siempre el mismo: el control de los recursos naturales, que con el cambio climático se hacen cada vez más y más escasos y, por tanto, más preciados.
La geografía es un factor crítico a la hora de comenzar una guerra. Ni siquiera es necesario que el general prusiano Clausewitz venga a decirnos que la naturaleza y las catástrofes que provoca son la clave de la violencia -ya lo era en la época de Prusia y lo siguen siendo ahora. Hay cosas que no cambian y esta es una de ellas. Sin embargo, lo que sí ha cambiado con el paso de los años son los orígenes de esas sequías, inundaciones y otros desastres que hacen del control de los territorios y sus recursos tesoros tan reclamados.
La sobreexplotación de los recursos de manera incontrolada y su agotamiento está provocando un éxodo masivo de millones de desplazados internos y refugiados en el mundo. Se huye de las condiciones extremas que supone el aumento de las temperaturas y las consecuencias derivadas. Desde la Convención de las Naciones Unidas para la Lucha contra la Desertificación llevan más de un año alertando de los peligros que la desertificación supone en los países que la sufre. Monique Barbut, secretaria ejecutiva de la Convención para la Lucha contra la Desertificación, explica que “la desertificación afecta especialmente a los pobres que dependen de la agricultura. A nivel mundial, la desertificación y las sequías han producido disturbios por falta de comida, migraciones e, incluso, conflictos armados. La persistencia del cambio en las temperaturas y la falta de productividad de la tierra provocarán que cada vez más gente tenga que abandonar su país para sobrevivir”.
Cada vez hay menos agua, más sequías, menos tierras fértiles, los combustibles fósiles se agotan. Cuantos menos recursos haya, más beneficios se sacarán de su explotación y, por tanto, más cruenta será la lucha de aquellos que se quieren beneficiar de ellos. Pero no solo desde las Naciones Unidas advierten de este peligro. En las últimas décadas han sido muchos los académicos, políticos y expertos los que han hecho saltar la alarma ante el cambio climático. Al Gore, ex-vicepresidente de los Estados Unidos y ganador del Nobel de la Paz, fue una de las primeras caras públicas en ponerle rostro y datos al calentamiento global y sus posibles consecuencias a medio largo plazo.
Si cuando hablamos de guerra tradicional tenemos el plano local, el regional y la tan temida guerra mundial. Al Gore, en una de sus famosas intervenciones en las conferencias TED, explica que “los problemas medioambientales caen en las mismas categorías que las guerras y la mayoría de ellos son retos locales, como la contaminación del aire o del agua. Pero también existen problemas regionales a nivel medioambiental, como la lluvia ácida en el Midwest norteamericano, en el este de Europa o en el Ártico. Estos son los más comunes. Sin embargo, la crisis climática es de esos tipos extraños de conflicto a escala mundial. Afecta a todo el mundo en todas partes y, por ello, es necesario una respuesta organizada apropiada a nivel global. Necesitamos una movilización internacional en defensa de las energías renovables, de la conservación del espacio natural y, sobre todo, una transición hacia un mundo con un bajo consumo de carbono. Hay mucho trabajo por delante pero podemos movilizar tanto la voluntad política como los recursos, que ya tenemos, para conseguirlo”.
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Vamos a ser un poco quisquillosos aquí para hacer una pequeña observación: aunque Al Gore ha hecho una gran labor de concienciación respecto a los efectos del calentamiento global, muchos medios de comunicación como El Mundo o Bloomberg ponen en tela de juicio muchos de sus negocios e, incluso, su hogar. No todo es oro lo que reduce y la huella de carbono del exvicepresidente norteamericano parece ser mayor de lo que debería para un activista medioambiental. ¿Algunos ejemplos? Su casa en Tennessee consume lo mismo que veinte viviendas medias en Estados Unidos y, además, es accionista de Occidental Petroleum, la cuadragésimo séptima empresa más contaminante.
Hace apenas seis años el académico y escritor Harald Welzer publicaba su libro “Guerras climáticas: por qué mataremos (y nos matarán) en el siglo XXI”. Un análisis del camino hacia el que nos lleva el estilo de vida moderno, el consumismo, el uso de recursos por encima de las posibilidades del planeta. Después de años estudiando el comportamiento humano, la violencia y los conflictos, Welzer se plantea que uno de los motivos principales del comportamiento violento es la escasez de recursos básicos necesarios para vivir.
Hasta el trabajo de Welzer, el cambio climático solo se había estudiado a nivel científico y no social. Lo que él hizo fue plantearse cómo modificará el ser humano sus técnicas de supervivencia en el nuevo escenario que plantea el calentamiento global. En una conferencia en la Universidad de Boston sobre las guerras climáticas, Welzer explicó que “cuando miramos lugares con condiciones de vida muy duras como el África Subsahariana se ve rápidamente el incremento de problemas muy serios cuando hay que enfrentarse a fenómenos como la desertificación o la degradación de la tierra. Nos encontramos, entonces, con diferentes grupos de personas compitiendo por un trozo de tierra como ocurrió en Darfur. La lucha empeora cuando la poca tierra fértil desaparece por completo y ahí se ve claramente el patrón de los conflictos armados. Está claro que si la supervivencia se ve afectada, no es sorprendente que se llegue a la violencia directa”.
Este ejemplo de Darfur es el mejor para entender la correlación entre escasez de recursos, la lucha por su control y violencia o conflicto armado. La idea clave que une el cambio climático y la violencia es la existencia de otros intereses económicos en la zona. Por ejemplo, la guerra y el genocidio en Darfur no se entienden solo como la lucha entre la población para recuperar o salvar las pocas tierras prósperas que quedaban en la zona. Hay que tener en cuenta los intereses económicos de terceros actores, tanto nacionales como internacionales, que se beneficiaron de esa economía de guerra: por ejemplo, las empresas armamentísticas o los contratistas privados.
Las guerras climáticas no son ni serán causadas solo por el cambio climático sino que deben darse diferentes intereses -en muchas ocasiones privados y económicos- para que la violencia llegue a desarrollarse.
Según Welzer, “esta relación directa entre cambios medioambientales y conflicto armado solo se da en el contexto específico de un estado fallido, un estado sin estructuras y donde hay muchos actores o partes sobre el terreno que están interesados en un conflicto violento, en llevar armas al terreno o crear una situación de conflicto étnico o similar”.
Pero Darfur no es el único ejemplo de guerra climática hoy en día. En los últimos años hemos visto diferentes conflictos derivados, directa o indirectamente, de la lucha por los recursos que escasean por culpa del cambio climático. A nadie se le escapa los frentes abiertos por Israel con Palestina y Líbano donde se disputa el agua -un escaso bien en la zona- de los Altos del Golán. Durante años la lucha no ha hecho más que empeorar, y todo por dominar los manantiales que fluyen y las tierras fértiles de esta meseta situada entre Israel, Líbano, Siria y Jordania.
Además, últimamente se comenta, como ya hemos mencionado, que la guerra civil en Siria comenzó como una represión a los campesinos del norte del país que se manifestaban por la falta de acceso al agua y la desertificación de la zona. República Centroafricana y República Democrática del Congo son dos países que generan, desde hace casi dos décadas, refugiados y desplazados a causa de la desertificación, la escasez de agua potable y la lucha por el control de las minas de minerales, a parte de las peculiaridades de cada una de las guerras.
Como estas, otras muchas. Toda guerra y conflicto armado tiene una causa detrás. En muchas ocasiones, como hemos comprobado, el cambio climático y el control de los cada vez más escasos y preciados recursos naturales.
Esta es una explicación sin ánimo de lucro
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One comment
Gonzalo Calvo
27/10/2015 at
Así que el conflicto entre Palestina e Israel es culpa del cambio climático… Pfff… Dejo de leer.