Durante los últimos meses, israelís y palestinos han reanudado, después de más de tres años, las conversaciones del llamado proceso de paz para encontrar una solución al conflicto que los enfrenta desde hace más de sesenta años. El diálogo ha sido auspiciado por el nuevo secretario de estado de Estados Unidos, John Kerry, quién se ha marcado como una de sus prioridades la solución definitiva al conflicto y ocupación del territorio palestino. Para entender este proceso y sus probabilidades de éxito es necesario tener en cuenta los distintos actores involucrados en el mismo y los intereses que atañen a cada uno.
¿Actores en igualdad de condiciones?
Es evidente que no hablamos de actores con las mismas capacidades o recursos. En este sentido podemos afirmar que el Estado de Israel es el actor más relevante. Su potencia económica o militar, así como su condición de fuerza ocupante y vencedora en todos los contenciosos armados que se han librado desde 1948, lo sitúan en una situación privilegiada. Israel cuenta, además, con el reconocimiento de la comunidad internacional y, muy especialmente, de las potencias occidentales.
Por el contrario, Palestina se sienta en la mesa negociadora en una clara situación de desigualdad. Para empezar, los territorios palestinos se encuentran divididos y en una situación de discontinuidad, la franja de Gaza y Cisjordania, ésta última subdividida a la vez en unas zonas bajo control de la Autoridad Nacional Palestina, otras bajo el mando de las fuerzas israelís y otras tantas plagadas de asentamientos de colonos judíos. Por otro lado, Palestina apenas cuenta con el reciente reconocimiento por parte de la asamblea de Naciones Unidas como Estado Observador a pesar del insistente discurso oficial por parte de Europa y Estados Unidos acerca de la solución de los dos estados.
En esta situación, es Israel quien controla la negociación, ya que es éste quién puede ofrecer y ceder en las cuestiones más importantes para el conflicto. Debemos fijarnos primordialmente, pues, en la élite israelí y en las distintas posiciones que tienen sus actores para entender el desarrollo del proceso de paz y sus probabilidades de éxito.
El Gobierno israelí, actor principal
¿Está el Gobierno israelí comprometido realmente con el proceso de paz? Cuestión difícil de contestar, pues en el ejecutivo israelí conviven sensibilidades y tendencias políticas muy diferentes. Como consecuencia de su sistema electoral proporcional, Israel tiene una larga tradición de gobiernos de coalición. Los grandes bloques –izquierda y derecha- representados históricamente por el Partido Laborista y el Likud, respectivamente, han buscado el apoyo de formaciones más pequeñas. En muchas ocasiones, los ejecutivos resultantes han sido conglomerados contradictorios, pues estos partidos representan los intereses contrapuestos de los distintos grupos sociales, étnicos y religiosos que viven en Israel.
Algo así sucede en el actual Gobierno. El ejecutivo israelí está formado, a día de hoy, por cuatro formaciones políticas que van del centro-izquierda a la extrema derecha. El gobierno está liderado por Benjamin Netanyahu, de la coalición derechista Likud – Yisrael Beitenu. En el ejecutivo se sientan, asimismo, ministros de Israel Casa Judía (nacionalista de extrema derecha), Yesh Atid, el partido laico y centrista que fue segunda fuerza y la revelación en las últimas elecciones, y Hatenua, la formación de centro izquierda integrada por ex dirigentes de Kadima y el partido Laborista.
En estas condiciones, el Gobierno israelí no tiene una postura común y coherente acerca del proceso de paz. Los distintos partidos gubernamentales responden a los intereses divergentes de los diferentes grupos sociales del país que los apoyan en términos electorales.
La mayoría de estos grupos tienen en común que, históricamente, han ocupado los peldaños inferiores en la escala socioeconómica. Frente la hegemonía económica, política, cultural e intelectual de la élite asquenazí -descendiente de los inmigrantes europeos, fundadora del Estado en 1948 y encuadrada históricamente en el Partido Laborista- el resto de grupos sociales ha buscado otros mecanismos para acceder a las posiciones de poder a partir de su peso electoral. A la par, han intensificado la exaltación de los elementos nacionalistas y la cohesión entorno un enemigo común –los árabes- con el objetivo de reafirmar su identidad israelí.
Si nos fijamos en los grupos sociales que apoyan el actual Ejecutivo, podemos ver que el Likud se ha basado históricamente en el voto de los sefardíes -provenientes de la inmigración de los países árabes y del norte de África. El socio pequeño de la coalición electoral, Yisrael Beitenu, se ha apoyado, principalmente, en los inmigrantes rusos que llegaron al país a raíz de la desintegración de la URSS y que han adoptado posiciones ultranacionalistas. Por otra parte, el partido Israel Casa Judía se ha autodenominado como la formación defensora de los colonos que viven en los asentamientos de los territorios ocupados. Éstos son, sin duda, el elemento más radicalizado y nacionalista de la población israelí, aunque hay que recordar que muchos de ellos se hacen colonos por las ventajas económicas y fiscales que esto supone.
En la vertiente centrista del Gobierno encontramos Yesh Atid, un partido que emergió en las elecciones de enero fruto del apoyo de los jóvenes y los sectores más laicos de la sociedad. Su discurso se centra en criticar las ventajas de los ultra ortodoxos y el aumento de la religiosidad en la sociedad, pero mantiene una calculada ambivalencia en todo lo que se refiere al conflicto y la ocupación. Por otra parte, Hatenua, el socio pequeño del Ejecutivo, se nutre también del apoyo de las clases medias laicas y lo integran cuadros que antiguamente habían militado en el Partido Laborista o en el centrista Kadima. La líder de Hatenua, Tzipi Livni, es la ministra de Justicia y encabeza la delegación israelí en las actuales negociaciones. Livni y su partido basaron la campaña electoral en la necesidad de encontrar un acuerdo de paz definitivo con los árabes. La ministra es, aparentemente, el miembro del Gobierno más comprometido con el proceso.
Podemos ver, pues, la convivencia de intereses divergentes en el seno del Ejecutivo. Estos intereses responden, asimismo, a las ventajas y pérdidas que el conflicto y la ocupación causan en la sociedad israelí. Mantener el apoyo electoral de los colonos –alrededor de medio millón de personas- supone insistir en la retórica belicista y en la defensa de los supuestos derechos de los habitantes de los asentamientos. Al mismo tiempo, insistir en la necesidad de alcanzar la paz responde a las inquietudes de las clases medias y las élites económicas e intelectuales –situadas mayoritariamente en Tel Aviv y en la zona costera, que ven como el conflicto merma sus posibilidades de pleno desarrollo e integración en el mundo globalizado.
Conjugar estos intereses parece un juego de equilibrios imposible. Solo así se puede entender que la ministra Livni acuda a negociar con los palestinos mientras los ministros de Israel Casa Judía –que ostenta, entre otras, la cartera de Vivienda- anuncien la construcción de nuevos asentamientos en los territorios ocupados. Si a esto le añadimos el primer ministro Netanyahu anunciando la liberación, por decisión unilateral, de más de cien presos palestinos, la posición del Gobierno parece bastante indescifrable.
Por todo esto, podemos afirmar que los actos del Ejecutivo israelí –aparentemente tan contradictorios- responden a los distintos intereses que en él conviven, representados por los partidos que lo conforman. De la misma manera, parece bastante acertado señalar que el éxito del proceso negociador no dependerá del diálogo con los palestinos, sino que será resultado de la negociación en el seno de la élite israelí. El éxito y las propuestas para la paz responderán, por tanto, a las posiciones de poder que los distintos grupos mencionados ocupan en el Gobierno, el Parlamento y el resto de estructuras del Estado judío. De momento, aunque aún es pronto para afirmarlo, todo parece indicar que la mayoría del Ejecutivo no está dispuesto a hacer grandes avances en la resolución del conflicto y la ocupación.
Foto de portada: banderas de Palestina e Israel, fuente: http://www.mattmuller.info
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