La relativa paz que vive el mundo pasa por la estabilidad de naciones como Estados Unidos, Rusia, Reino Unido, Francia y China, amén de India, Pakistán e Israel. Todas ellas tienen al menos algo en común: son potencias nucleares —si bien es cierto que, sólo las primeras, lo son de iure—.
El mayor problema que se presenta actualmente, aparte de que cada vez más estados se configuran como nuevos poseedores de armamento nuclear, es la existencia de grupos terroristas que han manifestado su interés por sustraer este tipo de materiales para sus propios fines.
Pese a que no se conoce de forma cierta la relación que existe entre el terrorismo y las armas de destrucción masiva, los grupos radicales con capacidades y motivación suficiente para, de algún modo, utilizar armas nucleares es muy pequeño. Iraq y Afganistán suponen un campo de entrenamiento perfecto para los grupos yihadistas en la técnica de la guerra asimétrica —basada en la diferencia de fuerzas que tienen los contendientes entre sí, lo que hace que se usen tácticas atípicas en la propia contienda—. Un ejemplo claro sería la Guerra de Iraq entre los Estados Unidos y los insurgentes.
Si bien es cierto que los países que poseen armamento nuclear lo tienen escondido bajo grandes medidas de seguridad, el miedo a que se produzca un atentado terrorista en el que se use un arma nuclear es latente. Más aun si los terroristas tienen en el punto de mira, por temas de transportabilidad, el armamento táctico nuclear ruso o las armas nucleares de Pakistán, debido a su política inestable y a los contactos de sus Fuerzas de Seguridad con grupos yihadistas. Como dato, se dice que Al Qaeda desde el año 1993 intenta conseguir armamento nuclear. Para Osama Bin Laden, mucho antes de los atentados del 11 de septiembre, su “deber religioso” era adquirir armas de destrucción masiva, biológicas y químicas.
Un informe del Harvard Kennedy School´s Belfer Center for Science and International Affairs de marzo de 2016 comentaba que hay tres tipos de terrorismo nuclear. El primero —es el más difícil de conseguir pero las consecuencias que se derivan de su uso son las más devastadoras— donde los terroristas pueden adquirir o fabricar incluso una bomba nuclear para posteriormente detonarla en un núcleo urbano densamente poblado. En este caso, sólo es posible fabricar un artefacto para estos fines si se usa highly enriched uranium (uranio enriquecido) al menos de un 90% —el uranio de los reactores térmicos convencionales no sirve para los fines bélicos, por eso debe tener una concentración tan alta—. El segundo sería la creación de una bomba sucia, diseñada para dispersar cantidades muy pequeñas de material radioactivo en la atmósfera. El tercer tipo sucedería si un grupo terrorista lleva a cabo un ataque a un complejo nuclear con el fin de destruir la instalación, esto provocaría una emisión incontrolada de radiación, perjudicando tanto al medio ambiente como a las personas.
Claro que este escenario es, junto con el robo de material nuclear, el más preocupante. Si nos retrotraemos en la historia, este acontecimiento no ha sucedido sólo una vez, lo que quizá lo haría un acto aislado y poco preocupante. En 2012, un trabajador belga abandonó su trabajo para luchar en Siria. En esa misma central en la que trabajaba —Doel-4— se identificó un sabotaje cuando una persona vertió 65.000 litros de lubricante en una turbina, sin peligros para la seguridad pero con un coste cercano a los 200 millones de dólares. En 2015, el sistema informático de la agencia nuclear belga fue pirateado. Europa ha sufrido varios atentados en el último lustro, los más recientes indican que el próximo objetivo puede ser un ataque a alguna central nuclear europea.
Fuera del territorio europeo, y volviendo a la zona del este, tanto Pakistán como Rusia tienen vulnerabilidades muy importantes. Como comentábamos anteriormente, la forma más rápida para que un grupo terrorista obtenga un arma nuclear es mediante la transferencia de material por un país que tenga un pensamiento parecido al suyo, lo que disminuiría en grado sumo los costes y los problemas de seguridad. En este sentido, las Fuerzas Armadas de Pakistán apoyan al radicalismo islámico y podrían suministrarles todo lo necesario si atacan a un enemigo común.
Tras esto, lógicamente los Estados han empezado a generar una estructura de seguridad propicia, para que no haya resquicios que puedan permitir un problema mayor. La Cumbre de Washington que se inició en 2010 tiene como objetivo principal el refuerzo de la cooperación entre Estados a la hora de que éstos aseguren de forma óptima todos los materiales nucleares que hay en el mundo.
Además, hay que destacar las ayudas de otras entidades que intentan detectar, retrasar e incluso prevenir el terrorismo nuclear, que afecta de manera directa a la seguridad nuclear —incluye la prevención y detección del robo, sabotaje, acceso no autorizado, transferencia ilegal y otros actos de tipo criminal de los Estados y del mundo—. El hecho contrastado de que Corea del Norte haya demostrado su arsenal de armas nucleares es una preocupación, dado que este país tiene cierta tendencia a subastar el armamento al mejor postor, para más inri, dicho Estado abandono el Tratado de No Proliferación en 2003.
Irán es un caso parecido. Por todos es sabido que este país apoya a Hezbolá. Estados Unidos e Israel no pueden permitir que el tema se descontrole, dado que, aparte de ser un grupo terrorista, este mismo, tiene una ideología muy contraria a Israel, lo que hace que haya un factor de riesgo muy grande.
Los Estados no son los únicos potenciales vendedores de armas nucleares a los grupos terroristas, los líderes políticos con gran influencia en la materia podrían proporcionar el material necesario a éstos, ya sea por razones ideológicas o económicas. El doctor Abdul Qadir Khan reconoció en 2004 haber proporcionado información y material altamente sensible a Libia, Irán y Corea del Norte para sus programas nucleares.
Por tanto, como se ha ido viendo en este punto, el escenario internacional se enfrenta a “la existencia de grupos terroristas que han declarado su intención de adquirir, robar u obtener de cualquier otra forma materiales nucleares con la finalidad de fabricar artefactos nucleares”.
Consecuencias de un atentado terrorista nuclear
Hemos de entender que las consecuencias se derivan de la intensidad y el tipo de atentado que se produzca.
“Si un IND (improvised nuclear device) explotara en el suelo, en un terreno normal seco, un día claro, con una potencia de 1 kT, produciría un cráter de 8 metros de profundidad y 40 metros de diámetro; el radio de daños letales por la onda de choque sería 175 metros; los edificios situados a menos de 200 metros sufrirían daños graves y se derrumbarían; a 500 metros del lugar de la explosión, más del 80% de la población expuesta sufriría quemaduras de segundo grado, y casi el 20% sufriría quemaduras de tercer grado; las personas expuestas situadas a menos de 700 metros recibirían una dosis mortal de radiación gamma Considerando además las víctimas se contarían por miles”.
Los terroristas, en caso de tener capacidad de adquirir todo lo necesario, podrían hacer un artefacto nuclear improvisado que supere el kilotón de masa, llegando hasta los 10 kT. Pero esto no termina aquí: si los efectos directos no fuesen los deseados, el chantaje sería otra opción. En este sentido los dispositivos de dispersión radiológica y los artefactos de emisión radiactiva o RED supondrían una buena herramienta para crear alarma social, amén de la radiación que se generaría en el lugar de la explosión —como sabemos, los efectos de la radiación dependen de la absorción, intensidad y del tiempo de exposición—.
Un ataque a una central nuclear sería un escenario mucho más peligroso que el anterior, pese a que no generaría una explosión las consecuencias podrían ser parecidas al accidente de Chernóbil o incluso mayores. La radiación provocada por este desastre provocó 56 víctimas directas y otras 9.000 con diferentes tipos de cánceres atribuibles directamente a la radiación emitida, además de los daños económicos, las tareas de descontaminación, desplazamiento de personas y la atención médica necesaria debido a las consecuencias del incidente
Terrorismo Radiológico
Si bien vamos a hablar en este caso de terrorismo radiológico, hemos de comentar que, el químico, biológico y por supuesto, el nuclear, se han convertido en una preocupación desde los atentados del 11 de septiembre de 2001.
Pese a esto, toda la atención se suele centrar en los materiales fisibles —reacción que se produce cuando el núcleo de un objeto es capaz de experimentar una fisión con neutrones libres, algunos isotopos fisionables son el neptunio, plutonio, americio y curio, el único que existe en la naturaleza es el uranio-235—. Pero las fuentes radiactivas que se usan en la medicina, industria e investigación pueden ser también muy peligrosas Así pues, si una fuente sellada está rota o tiene fugas, puede contaminar el medioambiente y el ser humano puede ingerir materiales radioactivos —el control de materiales radiactivos está regulado por el Tratado Euroatom, titulo II, capítulo 3—, además de estas, existen fuentes huérfanas, que son aquellas que están abandonadas, perdidas o retiradas sin autorización.
El armamento nuclear se destaca por tener capacidades inmediatas, a diferencia de algunas armas biológicas cuya capacidad de destrucción también es instantánea, pero en un periodo de tiempo más lento. Con respecto al armamento químico y el radiológico, hemos de decir que están un peldaño por detrás en lo estrictamente destructivo —tienen menos capacidad de destrucción muchas veces, son nombrados como Weapons of Mass Disruption o Armas de Alteración Masiva—.
El problema está en que, por ejemplo, las fuentes huérfanas no cuentan con el control de los gobiernos. Por tanto, no se puede hacer un seguimiento de este material radiactivo desde el fabricante al usuario para eliminarlo de forma segura. Esto provoca que las probabilidades de que ciertos grupos terroristas accedan y detonen una bomba sucia sean muy altas. Los efectos de la radiación pueden ser diversos. Si asumimos que las personas son el objetivo principal de estos ataques, los cambios celulares afectarían a la totalidad de su estructura, pero los daños en el ADN serían los daños biológicos más graves producidos por la radiación.
Los tres escenarios que se contemplan para emplear material radiactivo son: la liberación directa en el medioambiente, los accidentes nucleares y radiológicos, y los asesinatos con material radiactivo. En relación con un desastre nuclear —podemos retrotraernos a lo anteriormente dicho sobre las fuentes huérfanas—, se podría evitar en parte gracias a un correcto análisis de riesgos, un reconocimiento radiológico de las instalaciones que sean susceptibles de contener material radiactivo y la adopción de medidas de protección.
Por otra parte, los asesinatos con material radiactivo suponen un desafío para los Cuerpos de Seguridad. En 2006 Alexander Litvinenko fue envenenado con Polonio 210. Si bien es cierto que no se puede considerar como un arma de destrucción masiva —tal y como avanzábamos—, el uso del radioisótopo preciso junto con un método adecuado, pueden provocar verdaderos desastres contra la población.
En 2016 el Plan de Estudios para la Captación Jurídica contra el Terrorismo centró sus esfuerzos, entre otras cosas, en los instrumentos jurídicos internacionales contra el terrorismo químico, biológico, radiológico y nuclear, donde se creó el Convenio sobre la Protección Física de los Materiales Nucleares para:
- Exigir a los Estados parte que adopten las medidas pertinentes para asegurarse de que, durante su transporte internacional, los materiales nucleares estén protegidos.
- Exigir que los Estados parte tipifiquen determinados delitos, en los que se incluye, el hurto de material nuclear y la amenaza con su hurto.
- Crear mecanismos de intercambio de información y cooperación.
Estas herramientas hacen que, primeramente, se establezcan niveles mínimos de protección para los materiales de corte nuclear durante el transporte de estos internacionalmente. Por ende, contribuye en grado sumo a que aumente la seguridad nuclear; por otra parte, facilita la cooperación entre Estados de manera internacional, así como, el intercambio multilateral de información. Por último, crea una red de autoridades y puntos de contacto lo que permite una mejora en las labores de coordinación.
Bombas sucias y robo de material por parte de grupos terroristas
Pese a que se ha mencionado —vagamente— qué es una bomba sucia, hemos de delimitar y aclarar ciertas cosas sobre estos artefactos. Además, el interés que suscitan es tan grande que varios grupos terroristas luchan activamente por hacerse con ellas.
Las bombas sucias son también conocidas como dispositivos de dispersión radiológica o RDD —según sus siglas en inglés—. Son un tipo de proyectil en el que se mezclan explosivos, como puede ser la dinamita, con materiales radiactivos, esparciéndose estos una vez que explotan. Existen principalmente dos peligros con estos artefactos, el primero de todos y quizá el más dañino a primera vista es la explosión que se produce; el segundo, por su parte, depende del tipo y la cantidad de material usado, nunca es altamente radiactivo por la dificultad que supone operar con este tipo de elementos sin las herramientas necesarias. Por ello suelen ser bombas con poca radiación; pero aun así, muy peligrosas. Nos adscribimos al término usado anteriormente “Armas de Alteración Masiva”.
Los materiales que se precisan para hacer una bomba sucia son mínimos y están al alcance de cualquier persona. Como decíamos antes, la radiación es parte de nuestra vida, y en los hospitales también existe. Por lo tanto, se podría acceder a un hospital para hurtar lo necesario y con esto, se podría hace un artefacto altamente peligroso.
La facilidad con la que los terroristas pueden acceder a fuentes huérfanas —esbozado anteriormente— se antoja como una complicación más para que no proliferen estas bombas sucias. La sencillez en este caso es un incentivo ya que estos grupos simplemente tienen que acoplar al barril de material radiactivo un dispositivo con la suficiente potencia como para que el contenido se disperse por el ambiente.
En Siria e Iraq existen varios puntos de interés para que el Dáesh se haga con material radiactivo para fabricar bombas sucias —hospitales, colegios, complejos industriales—. En 2014 el gobierno iraquí se vio obligado a informar a la ONU de un robo en la Universidad de Mosul llevado a cabo por Dáesh.
Con respecto a Siria, existe una planta en Homs, donde se obtiene óxido de uranio, cuyas cercanías están custodiadas por el grupo terrorista anteriormente nombrado. Algo parecido pasa en Damasco, donde hay un reactor nuclear destinado a fines de investigación. El caso es que esta entidad ya ha experimentado con este tipo de Armas de Alteración. Los peshmerga kurdos fueron los damnificados, y en marzo de 2016 los yihadistas llevaron a cabo contra la ciudad de Taza en Iraq. Un ataque químico que hirió de gravedad a 1.500 personas causando lesiones, quemaduras, erupciones, problemas respiratorios…
Estos hurtos no cesan aquí. El interés por crear una bomba sucia siempre ha estado ahí ya que en 2015. Dáesh robó el maletín de una compañía petrolera estadounidense cerca de Basora —Iraq—, dicho instrumento contenía capsulas de iridio 192, un elemento altamente radiactivo que, si bien se usa como tratamiento para el cáncer, es un instrumento idóneo para fabricar un dispositivo de dispersión radiológica.
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