El continente sudamericano se encuentra últimamente atravesando diferentes y complejas situaciones plasmadas en resonantes manifestaciones políticas y sociales.
Basta con sumergirse en la realidad regional para hallar fácilmente rastros de insatisfacción generalizada causada por factores como la desigualdad económica, la pobreza estructural, la corrupción de la clase política y el nulo o escaso desarrollo, entre otros. Situaciones que, por otra parte, obedecen a una lógica sistémica del capitalismo en esta fase histórica y de su dinámica de interacción globalizadora, donde para que unos ganen otros deben perder.
Intentar comprender estos fenómenos por separado puede privarnos de la oportunidad de realizar una lectura mucho más enriquecedora, que es la de ensayar un análisis regional en el cual el estallido social, la ambivalencia que mueve a los electorados de izquierda a derecha una y otra vez, y la crisis generalizada de las clases políticas, muestran claramente una profunda crisis de representatividad de los pueblos latinoamericanos.
Pero entonces, y considerando las profundas particularidades de cada caso, ¿cuál es el factor común que puede advertirse entre las manifestaciones sociales de Ecuador, las protestas en Chile, la crisis en Bolivia, la situación de Venezuela, la debacle política de Perú, el cambio de gobierno en Argentina, la situación política de Brasil, las más recientes movilizaciones en Colombia y la crisis de legitimidad de los bloques regionales?
- Infografía vía Statista
Crecimiento económico sin desarrollo
Bueno, en principio un elemento a tener en cuenta es el antecedente de una década de gran crecimiento económico pero de escaso desarrollo.
Mientras los medios del mundo plasmaban en sus secciones de Internacional los crecimientos a tasas chinas de los países emergentes latinoamericanos, la realidad es que lo que mostraba la macro no se veía reflejado en un desarrollo real para la economía de estos países. Las matrices productivas no se diversificaron, la movilidad social siguió siendo escasa y aleatoria , por lo que la pobreza estructural permaneció irresuelta.
Es por ello que, mientras unos pocos bolsillos se llenan a pasos agigantados, la desigualdad en la región no hace más que aumentar. Estos años de crecimiento económico en la región se han traducido en una mayor concentración de la riqueza, y existe consenso en señalar el aumento de la desigualdad como la principal causa de las crisis políticas que sacuden Latinoamérica.
Un segundo punto en común, la alternancia de los peores. Una vez agotados los modelos autodenominados de izquierda o derecha y sus correspondientes periodos de gobierno (que como ya dijimos no lograron cambios profundos en los problemas estructurales de pobreza y desarrollo), el electorado se inclinaba por un modelo opuesto.
Sin rumbo político a largo plazo
Del paradigma socialista en el que estado ocupa un lugar preeminente en la redistribución de la riqueza, se pasa a una visión pro mercado, liberal, que busca un cambio radical que desmantele lo hecho hasta el momento y edifique en la dirección opuesta. Y viceversa, el gobierno de izquierdas que toma el poder se asegura de revertir las políticas precedentes de su opositor político independientemente de sus resultados. Así sucesivamente, la construcción a largo plazo de un proyecto político y socioeconómico no parece una prioridad para ningún sistema político en Latinoamérica.
Esta dinámica, agravada por las estrategias de perpetuidad que han ensayado con o sin éxito quienes lideraron estos gobiernos, han exasperado los ánimos al extremo, dotando de un potencial político a opciones electorales que en otros contextos no podrían de ninguna manera representar los intereses populares.
La polarización del escenario político como causa o efecto de una tremenda polarización ideológica de las sociedades (esto ameritaría otro dedicado análisis), conforma una fisionomía que se convierte en un germen del odio entre iguales, y que implica el riesgo de alimentar un potencial estallido social, que ya se ha materializado en algunos países.
Claro que hay casos y casos. No es lo mismo la alternancia por agotamiento de modelos cuando hay una salida electoral transparente posible, como han sido los sucesivos giros políticos de Argentina o Chile, donde pueden analizarse más fácilmente los factores que van mutando la voluntad del electorado en una u otra dirección, que casos como Bolivia e incluso Brasil o Venezuela, donde en mayor o menor medida hay elementos distorsivos que complejizan el análisis involucrando cuestiones extra electorales, que exceden el mero análisis de las preferencias a la hora de emitir el voto.
Esta alternancia de modelos aparentemente opuestos, y el reclamo popular de la mitad vencedora por desintegrar cualquier rastro de la gestión anterior -y posiblemente futura, veamos el caso de Chile y Argentina-, conducen a bruscas oscilaciones entre modelos de Estado. De un estado grande e interventor pasamos de manera recurrente a uno pequeño que delega en las fuerzas del mercado las riendas de la economía. Con sus consecuentes desequilibrios y secuelas sociales, donde habitualmente se enriquecen los que más tienen y los amigos del poder, y los trabajadores se caen de la clase media y los pobres… pues ahondan más en su pobreza.
Y esto no solo aplica para las economías hiperinflacionarias de Argentina y Venezuela. Incluso para esos países devenidos en estrellas económicas que pregonaban una economía abierta, de manual liberal, y ostentaban bajísimas tasas de inflación en el marco de un crecimiento sostenido –léase la Alianza del Pacífico, por ejemplo–. El resultado fue el mismo, y el de siempre: altísima dependencia del ingreso de divisa proporcionado casi exclusivamente por la exportación de bienes primarios, que al resultar insuficiente desembocaba en otros problemas para intentar facilitar la llegada de más divisa, como la desregulación financiera, la apertura indiscriminada de la economía, quita de retenciones o impuestos, o más directamente la toma de deudas enormes e impagables.
Recordemos que gobernar es de alguna manera establecer prioridades. Mientras algunos utilizan el gasto público para subsidiar consumo o generar obra pública, otros lo hacen para aliviar la carga impositiva de un sector económico. Cuando podría tomarse deuda para construir puentes o caminos, muchas veces se la utiliza para financiar gasto corriente. No hay un contrapunto en el método, sino en las prioridades.
En definitiva, las rencillas políticas del día a día terminan por obstaculizar la visión de esta realidad por parte de la sociedad. Los pueblos se baten en descarnadas batallas por imponer el signo político de su agrado, denostando cualquier otra manifestación de cualquier tipo y color, mientras subyacen las mismas deudas de siempre y los pueblos enteros se sumergen en sus eternos problemas estructurales.
Los grandes titiriteros del sistema internacional, mientras tanto, sacan tajada de la disputa, como siempre ha sido y será. Y con la sangre de los más necesitados se sigue escribiendo la historia de éste, nuestro continente, nuestra América Latina.
Este es un análisis de opinión sin ánimo de lucro
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