A pesar de ser habitual en nuestro país la presencia de contenedores de recogida de ropa usada en muchas ciudades, aún hay gran cantidad de prendas que acaban en vertederos. Según la Asociación Ibérica de Reciclaje Textil, 34 son las prendas por año que una persona consume en nuestro país y, aunque el gasto por hogar en ropa ha descendido en el periodo 2007-2015, se han mantenido el número de prendas debido al fenómeno de la ropa barata. La cantidad de ropa desechada está en torno a los 10-14 kg. por persona y año, de los cuales tan solo entre 1,5 y 2,5 kg. se deposita en contenedores.
En el mundo de la moda, la estrategia fast fashion ha irrumpido con fuerza en el mercado y ha modificado los patrones de consumo, siendo España un referente en este concepto. Básicamente, consiste en una mayor rotación de prendas en las tiendas para que los clientes acudan con mayor frecuencia a adquirir los nuevos modelos con el resultado de un aumento de las ventas. Como ejemplo en Inditex, uno de los pioneros de esta estrategia, tarda entre dos y tres semanas en diseñar y fabricar un modelo que acaba de aparecer en cualquier pasarela de moda del mundo y sus pedidos tardan en llegar a sus tiendas, como máximo, 24 horas en Europa y 48 horas en cualquier otro país. Del desfile al consumidor y, rápidamente, al olvido.
Para ampliar: Impacto del fast fashion. Informe de Greenpeace
Una parte de esta ropa, tal vez por sentimiento de culpa o simplemente por humanidad, se destina a tiendas de caridad y una parte de la población cree que son distribuidas gratuitamente en países de rentas bajas. Pero la gran mayoría de esta ropa, entre el 70% y el 90% según afirma el Doctor Andrew Brooks en su libro Clothing Poverty, se vende a distribuidores que clasifican las prendas y las exportan a mercados de países en vías de desarrollo en donde se hace negocio con ella.
¿Cuáles son las consecuencias de exportar ropa usada en estos países?
Miles de zapatillas de marcas como Nike o Adidas amontonadas, camisas de Ralph Lauren y Zara polvorientas o trajes para hombres de estilo anticuado son prendas habituales de ver en los mercados locales si uno viaja por países africanos. Kenia, Uganda Tanzania, Costa de Marfil, Ghana y Nigeria son los principales mercados de ropa usada en este continente.
Este negocio beneficia a los locales que pueden adquirir prendas de calidad por un precio muy inferior al que puede costar en Occidente, a los ciudadanos que se dedican a la venta de estos productos -la mayoría de las veces, en el sector informal de la economía-, y a los gobiernos, que se proveen de ingresos a través de los aranceles en las aduanas. Sin olvidar a las empresas exportadoras de los países desarrollados.
A primera vista, todo parecen ventajas para todas las partes. Pero en 2015, la Comunidad de África del Este (EAC por sus siglas en inglés, que agrupa a Kenia, Tanzania, Uganda, Ruanda, Burundi y Sudán del Sur) anunció que prohibirían la importación de ropa usada en 2019. Siguen la senda de países como Bolivia, México o Zimbabue, donde prohibieron la importación tiempo atrás. Y el objetivo es claro: fortalecer una industria textil que ha quedado en mínimos debido la dificultad de ser competitivo con la importación de ropa usada a bajos precios. Estas políticas de prohibición, de carácter proteccionista, ya empiezan a pasar factura al sector que venía creciendo con fuerza en los últimos años.
Fue en la época de los años 80 y principios de los 90 cuando los programas de liberalización que llevaron a cabo los países africanos, con importante presión del Fondo Monetario Internacional, junto con la caída del precio del algodón y el aumento de las importaciones chinas que dañaron seriamente el tejido industrial de África Subsahariana. Como ejemplos se puede citar a Kenia, que poseía sobre medio millón de trabajadores en el sector y hoy solamente en torno a 20.000. O podemos citar a Ghana, que ha perdido el 80% de los empleos en el sector.
Otro suceso que afecto a la industria textil africana fue la finalización del Acuerdo Multifibras, que estuvo vigente entre 1974 y 2005. Éste se ratificó para que los países desarrolllados (Canadá, Unión Europea y Estados Unidos principalmente) pudieran establecer cuotas a las importaciones de países en vías de desarrollo de textiles y sus materias primas. El fundamento de este acuerdo era proteger la industria nacional de los países con rentas altas debido a que los países sin un estado del bienestar tienen una ventaja competitiva en la producción textil por sus menores costes laborales. Cuando finalizó el acuerdo, China fue la gran beneficiada exportando de manera masiva a África y a países desarrollados ropa barata.
Conclusión, apenas hay sector textil manufacturero en África Subsahariana hoy en día. A excepción de Etiopía, que está atrayendo inversión de firmas extranjeras textiles principalmente debido a, desgraciadamente, los ínfimos salarios con los que su fuerza laboral es remunerada y a Sudáfrica, que es el país más desarrollado de la región.
Estados Unidos, uno de los mayores exportadores de ropa usada, no se quedó de brazos cruzados y amenazó con eliminar las ventajas comerciales que tenían los países de la EAC con el acuerdo comercial AGOA (African Growth and Opportunity Act). Fue aprobado y ratificado en el año 2000 y el último acuerdo fue firmado por Obama en 2015 ampliando la alianza hasta el 2025. Este acuerdo proporciona a países subsaharianos facilidades para exportar sus productos a Estados Unidos mediante la eliminación de aranceles para productos como bienes agrícolas, textiles, componentes automovilísticos o acero entre otros.
Kenia, Tanzania y Uganda recularon y anunciaron que eliminaban las tasas que habían implementado y se comprometían a no imponer una prohibición a la ropa de segunda mano. Algunos países como Kenia son muy dependientes de los beneficios que les proporciona el AGOA para exportar sus productos a Estados Unidos, como las flores o el té, y sus exportaciones alcanzan los 600 millones de dólares anuales.
Aun con la amenaza estadounidense, Ruanda es el único país firme de la EAC en continuar con la negativa a importar ropa usada. El país ya ha perdido algunos de los privilegios de productos libres de aranceles que exportaba a EE.UU. pero el presidente ruandés, Paul Kagame, ya avisó de que la elección ante la que se encontraban era, o bien ser beneficiarios de ropa de segunda mano barata, o impulsar la industria textil nacional.
Ruanda ya elevó considerablemente los aranceles a la ropa de segunda mano y datos del gobierno muestran que el sector se ha beneficiado ligeramente, aunque la mejora también puede llegar a través de la Inversión Extranjera Directa. Por contra, es evidente que esta política afectará a una gran parte de la población que se dedica a la venta de ropa de segunda mano, tanto formal como informalmente.
Y cabe la posibilidad de que los fabricantes textiles chinos sean finalmente los ganadores de esta batalla, inundando estos países de ropa, tanto legítima como no declarada, y que ésta sea la verdadera amenaza para la industria textil local africana. La mayoría de los clientes habituales de ropa usada son aquellos que no pueden permitirse prendas nuevas, por lo que Estados Unidos y China compiten por los mismos clientes pero en diferentes segmentos del mercado. Todo ello se desprende en el estudio de la Agencia Internacional del Desarrollo de Estados Unidos (USAID, por sus siglas en inglés) sobre el mercado de la ropa usada en el Este de África.
El tiempo dirá si las políticas en contra de la ropa de segunda mano consiguen impulsar una industria en países en desarrollo y crear puestos de trabajo. No obstante, la finalidad de este artículo es poner de manifiesto que es probable que la prenda que deseches y tires al contenedor de recogida de ropa la acabe usando alguien de Tanzania, Pakistán o Uganda previo beneficio de un sector desconocido por una gran parte de la sociedad.
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One comment
pablo rojas
17/02/2022 at
quiero saber todas las areas