02/11/2024 MÉXICO

‘Dientes blancos’ de Zadie Smith

Retrato de la autora. [Foto vía Signature / © Dominique Nabokov]
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'Dientes blancos' es la 'opera prima' –y la obra más celebrada– de Zadie Smith. Ambientada en el Londres de final de siglo XX, la autora consigue no sólo retratar a la perfección aquella sociedad sino describirnos excelentemente algunos pedazos de la naturaleza humana. Construida con esmero, la novela goza de una rica trama y presenta una vasta variedad de recursos, lo que la convierten en un 'page-turner' delicioso.

Dientes blancos, Zadie Smith. Barcelona: Salamandra, 2001.

525 páginas. Traducción de Ana María de la Fuente

“El pasado es prólogo”, así reza la cita que abre Dientes blancos de Zadie Smith. ¿Es la obra una historia de la Gran Bretaña más reciente? ¿Es más bien una novela realista que busca retratar la realidad de los ciudadanos británicos descendientes de las excolonias? ¿O es un libro que trata sobre la identidad y los sentimientos de pertenencia?

Dientes blancos es todo esto y nada de esto a la vez. No lo es nada porque, según la autora en una entrevista a El País – Babelia en 2001: “me interesa sobre todo el estilo. No creo que el argumento sea lo principal en un libro». En esta entrevista, podemos ver como Smith riñe a los lectores y los críticos que han tratado de encasillar su obra como retrato social de la Gran Bretaña auténtica. Ella se explica: solo ha escogido el mundo que ella conoce mejor, el del Londres multirracial de finales de siglo XX. Y si los lectores no conocen esta realidad social —parece querer decir— será que viven en su propia burbuja social“.

Pero aunque Smith quiera centrarse en el estilo —que más adelante analizaremos—, Dientes blancos es también la historia de la Gran Bretaña contemporánea y de una parte de su colectivo, es también una reflexión sobre las identidades y los sentimientos de pertenencia, pese a que la autora afirme que no es lo que considera más importante de la novela. Y es que esta reseña no dirá nada nuevo ni transgresor si afirma que una obra, una vez completada, deja de pertenecer al artista y cobra vida propia. Sin caer en un absurdo ejercicio de sobrelecturas forzadas, toda obra contiene rasgos y mensajes –más o menos explícitos– que han escapado del control del autor. Y aún más en un proyecto que, como Smith explica en la mencionada entrevista, “creció más allá de lo que pensaba en un principio. Salió así”.

Portada de la edición española del libro

Dientes blancos es, pues, la historia de tres familias en el norte de Londres a finales del siglo XX. Por un lado, encontraremos la familia Jones, compuesta por el matrimonio entre el ridículo pero entrañable Archibald, la desdichada Clara y su entregada hija Irie (palabra del patois jamaiquino que se refiere a toda emoción o sentimiento bueno o positivo). Por otro lado, la familia Iqball (erróneamente pronunciado Ick-ball por los ingleses), formada por el apesadumbrado Samad —compañero de Archibald desde que lucharon juntos en la Segunda Guerra Mundial—, su desubicada mujer Alsana y sus dos auténticos —demasiado auténticos— hijos mellizos, Millat y Magid.


Y, finalmente, la racional y científica familia Chalfen, con las que Irie y Millat coinciden tras un castigo escolar impuesto sobre ellos y el hijo mayor de los Chalfen, Joshua. El matrimonio feliz, compuesto por Marcus, un científico innovador, y Joyce, una madre cercana y que necesita dar amor en todo momento, influirán sensiblemente tanto en la vida de los adolescentes castigados, como a Magid.

La familia Chalfen actuará como familia-espejo para los Jones y los Iqball: se trata de una familia de clase media donde “la conversación es esencia de la vida”, donde “no se ocultan  sentimientos en una caja de herramientas”; todo lo contrario que las otras dos. Los Chalfen, genuinamente británicos, “sabían quiénes eran en 1675”, mientras que Irie apenas puede reconstruir su árbol genealógico. Su madre, Clara, es de procedencia jamaicana, mientras que los Iqball son de ascendencia bangladesí.

Dientes blancos es una novela muy completa, con una rica trama y estilo, por lo que resulta difícil de resumir. Si nos aventuramos a hacerlo, podríamos decir que es la historia de la Gran Bretaña más contemporánea y de una parte de su colectivo, así como una reflexión sobre las identidades y los sentimientos de pertenencia.

Y así, con una trama empapada de humor tragicómico, descripciones sociologizantes y un profundo conocimiento de los mecanismos que vertebran una buena novela, Smith trazó no solo una entretenida y completa trama —de la cual podrían salir varias obras más— sino un destacado ejercicio de estilo; una obra arrolladoramente buena: pocas operas primas pueden presumir de ser tan logradas, tan bien ensambladas. Y es que Dientes blancos es una novela de muchas capas, que puede leerse desde distintos puntos de vista, por ejemplo:

  • Un mero retrato realista del Londres cosmopolita de finales de siglo XX y de sus familias, con pátinas antirracista y feminista, entre otras, de fondo.
  • Una historia de conflictos intergeneracionales: la defraudación por parte de los hijos de las expectativas paternas.
  • Un retrato de la psicología humana y de los mecanismos con que los individuos nos justificamos a nosotros mismos y nuestros actos.
  • Una aproximación más filosófica a nuestra existencia: ¿qué es lo que nos mueve?, ¿cómo y por qué nos identificamos con los colectivos?

En lo referente a los mecanismos que Smith utiliza para ensamblar la novela, podemos encontrar la construcción de la trama a través de paralelismos, de hechos que sirven de espejo el uno con el otro —como así hemos visto que era la familia Chalfen para las Iqball y Jones—. Asimismo, mientras el narrador parece conocer perfectamente el entorno social en el cual nos movemos, las familias Jones e Iqball no se interesan en absoluto por el funcionamiento del mundo ni por entender la ciudad donde viven: están fuera de lugar.


A lo largo de la novela, Smith también juega con todo tipo de fuentes, combinando el narrador y los diálogos estándar con cartas, anuncios, pósters, entrevistas radiofónicas, comunicados de prensa, fragmentos de libros, listados, árboles genealógicos y ¡hasta dibujos! También usa la tipología de las letras, no sólo para resaltar los dobles sentidos que las frases puedan tener, sino para marcar los diferentes recursos que está utilizando. Por desgracia, la versión en castellano publicada por la editorial Salamandra no recoge la mayoría de juegos tipográficos, algo que sí hace la versión catalana publicada por La Magrana.

Así, ateniéndonos a otro mecanismo, el narrador omnisciente también acompaña el lector ayudándolo a entender mejor lo que está sucediendo: hay veces en que la aparición de una fuente —un fragmento de un libro de botánica de Joyce, las cartas de un viejo amigo de Archibald, Ibelgaufts— funciona de analogía, de premonición, de explicación más directa de una situación que, narrada, tan sólo podría ser entendida entre líneas, y no de forma tan clara.

Otro recurso utilizado por Smith es contar la historia manteniendo vacíos temporales que el lector debe rellenar a través de la lectura atenta de los hechos posteriores. Porque lo más importante para la autora no parece ser que el lector siga tanto el contenido de una anécdota en particular, sino cómo ésta afecta a nivel psicológico y vital al protagonista. Para hacerlo, el retrato de los hechos siempre estará acompañado por descripciones del raciocinio, del proceder y de las consecuencias personales que cada personaje ha experimentado en relación a la acción narrada.

Fragmento de la representación del musical ‘White Teeth’, adaptación de la novela por Stephen Sharkey y representada entre 27 de noviembre y 22 de diciembre de 2018 en el Kiln Theatre de Londres. [Foto vía Kiln Theatre / © Mark Douet]

Del mismo modo y siguiendo el mismo esquema, Smith estará también muy atenta a los procederes grupales: cada sistema social tiene sus propios lenguajes, geografía, territorio, rituales, creencias, leyes contractuales… El ejemplo más claro, descrito de manera formidable, es el retrato del instituto donde asisten Irie, Millat y Joshua.

Y, por esta razón, no es desafortunado decir que todos los mecanismos comentados son ensamblados y ensalzados gracias a la creación de una propia visión del espacio social descrito en la obra. Sin la profundidad de análisis de los dilemas generacionales —Samad cree que sus hijos han perdido el norte porque no han seguido con el camino que él había previsto para ellos—; las reflexiones acerca del determinismo histórico —Marcus quiere intentar eliminar el efecto del azar en la vida de los ratones así como la familia Chalfen quiere terminar con el efecto del azar en la vida de los Iqball y los Jones— o el énfasis en la necesidad de creer que tenemos los humanos, la obra no sería tan lograda.


Los personajes de Dientes blancos quieren pertenecer.

Ante una vida que se asemeja como una serie de eventos a primera vista casuales, aleatorios, insignificantes, pero que acaban tomando grandes dimensiones —solo empezar la novela, Archibald no logra suicidarse porque ha aparcado el coche en un sitio de carga y descarga—; ante la historia que parece que sólo sabe suceder repitiéndose generación tras generación; ante el desarraigo que los migrantes y sus segundas generaciones sufren, los personajes quieren una vida simple, un lugar en el que sentirse seguros, al qual pertenecer.

Avanzando los estragos que poco más tarde causaría la jihad, Millat buscará la pureza en el Islam; Marcus Chalfen encontrará la seguridad en la ciencia, Joshua en el activismo animalista y Archibald y Samad en la visita diaria al bar O’Connells: un lugar donde nada cambia, un no-tiempo. El mundo es tan complicado de entender que más vale sólo conocer –a la perfección– lo más cercano, aquello que se puede controlar más fácilmente.

Con una distancia irónica y un humor tragicómico de fondo, Smith utiliza paralelismos, usa distintas fuentes y tipografías, deja pistas y realiza descripciones psicológicas y sociológicas para construir su obra. De este modo, asiste y dota de envergadura el acto de lectura.

Porque Smith se mira el ser humano con distancia irónica, empañando la novela de humor tragicómico y construyendo héroes patéticos: «alguien ha terminado la guerra por nosotros», apunta Samad cuando, finalmente, después de estar dos semanas incomunicados en un pueblo periférico y residual en el conflicto, él y Archibald descubren que la Segunda Guerra Mundial ha finalizado.

Y es que como reflexiona Joshua hacia el final del libro: «las cosas llegan sin que uno pueda influir en ellas. No hay nada que se pueda hacer». O, como apunta aún más acertadamente para el desarrollo de esta idea la versión catalana: “el mundo te pasa a tí, tú no le pasas al mundo”. Parece así que Zadie Smith quiera decirnos que el ser humano es insignificante, que no deberíamos tomarnos tan en serio a nosotros mismos y que debemos de dejar de preocuparnos y disfrutar más de la vida.

Una idea que la autora llevará un poco más lejos —quizá demasiado—. Utilizando la voz de Irie, el personaje con el cual probablemente Smith se siente más identificada, la autora reivindica el derecho a ser felices de los hijos. Clama por dejar atrás la batalla entre quién se es y quién se tendría que ser, entre quién fueron y quién serán según lo que les imponen sus padres: Irie desea que llegue el momento en el que las raíces paternas dejen de tener importancia, dejen de condicionar nuestra experiencia vital.

Entendamos cómo la queramos entender, Dientes blancos es una gran novela. Y como tal, es difícil de resumir, de poder hacerla entender a través de una simple reseña. Mi consejo, léanla, ¡por favor! No se espanten ante sus 525 páginas: una obra tan rica merece ser degustada lentamente.

Esta es una explicación sin ánimo de lucro.

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Ferran Muñoz Jofre

Graduado en Ciencias Políticas y de la Administración, cursa actualmente un máster en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada. La política y la cultura han sido siempre sus focos de interés, como demuestra su experiencia laboral como becario en distintas instituciones culturales y empresas del mundo editorial barcelonés. El voluntariado no asistencialista y la educación en valores como herramientas de transformación social, así como la preservación no excluyente de las identidades y el feminismo, son sus más firmes convicciones.


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