29/03/2024 MÉXICO

¿Por qué en España no hay un partido mayoritario (abiertamente) antiinmigración?

Foto tomada durante la manifestación por la unidad de España el pasado 8 de octubre en las calles de Barcelona. [Foto vía Aires de la ciudad]
Pese a la existencia de partidos de extrema derecha, de partidos populistas, de partidos euroescépticos y de partidos que defienden unos 'valores identitarios españoles' y que son abiertamente antiinmigración, no hay ningún partido mayoritario español que incorpore todos estos elementos a la vez, homologándose así a los partidos xenófobos que han surgido en el resto del continente europeo. Una de las razones que explican esta peculiaridad es el hecho de que el discurso nacionalista excluyente se haya orientado hacia elementos que 'tienen origen' dentro de las fronteras españolas. Así, aquello que amenaza la unidad de España, la unidad de sus ciudadanos no es, como en otros países europeos, la inmigración, sino aquellos discursos, creencias o ideologías que vulneran una idea concreta de lo que es España. Sin embargo, el hecho de que no haya un partido de estas características no significa que el Estado español sea un país libre de leyes, agresiones, manifestaciones y actitudes xenófobas. ¡Te lo contamos!

Contraviniendo la tendencia europea y mundial en la cual partidos xenófobos y antiinmigración han ido ganando presencia parlamentaria y mediática a la vez que copando cotas de poder (hasta el punto de ser el poder en algunos casos), en España no ha habido un partido mayoritario equivalente. Un partido similar al que el lector pueda tener en mente: Frente Nacional (Francia), Liga Norte (Italia) o Alternativa para Alemania (Alemania).

Las lecturas del porqué son variadas y muy a menudo responden a intereses políticos. Uno de los principales argumentos del sector progresista es que el fascismo nunca ha sido del todo eliminado de España, que la cultura política franquista quedó injertada en las estructuras del estado desde la transición democrática. Por el contrario, desde un punto de vista centrista se defiende que España es un país abierto y cosmopolita. Nuestro país, lejos de dibujar nuevas fronteras, acoge a inmigrantes desde principios de siglo. Impulsada por Aznar, la inmigración en forma de mano de obra barata como medio para mantener el crecimiento económico sostenido del país demuestra cuán abierta España ha sido frente al fenómeno migratorio. Así, como España siempre ha sido un país de inmigrantes, a los españoles nos toca ser buenos anfitriones.

Ninguna de las lecturas resulta satisfactoria, en especial teniendo en cuenta que en el presente artículo se descartan lecturas únicas y concluyentes del motivo por el cual en España no existe un partido mayoritario abiertamente antiinmigración, xenófobo. Este texto no pretende -pese a su título- concluir que haya una única causa; tampoco espera proporcionar un listado exhaustivo o jerárquico de los posibles motivos. Se defiende, por el contrario, que la existencia de un enemigo interior ha favorecido esta circunstancia.

Otros artículos que han abordado esta misma cuestión, como por ejemplo ¿Por qué no hay un partido exitoso de extrema derecha en España?  (Jorge Galindo, Politikon), señalan otras posibles causas. En el caso mencionado -y no es casualidad- figuran: “Es culpa de (o gracias a) Franco”, “Sí hay extrema derecha, pero está integrada [en el PP]” y “La inmigración no es un aspecto contencioso” en primer lugar. Galindo considera también que en España pervive un “nacionalismo ausente”, que no se siente amenazado por la inmigración. Pese al hecho de que Galindo mencione la competencia de los nacionalismos periféricos con el central como circunstancia ahuyentadora de la “ansiedad cultural contra lo diferente”, a las puertas de un mundial de fútbol y tras ver un aumento más que significativo de banderas en los balcones, creemos que esta variable tiene que ser más remarcada aún: el nacionalismo español no está ausente.

En España no es extraño vincular política y deporte. Las victorias de las selecciones de fútbol y de baloncesto en europeos y mundiales han sido un orgullo nacional. El pasado domingo 8 de abril, la selección española de tenis se clasificaba para las semifinales de la Copa Davis imponiéndose al combinado alemán en la plaza de toros de Valencia. Días antes, el 5 de abril, la justicia alemana negaba la existencia de un delito la rebelión y dejaba en libertad bajo fianza a Carles Puigdemont. El diario deportivo Marca señala la vendetta española: el deporte como defensor del (tocado) orgullo patrio.[Foto vía Marca]

Si se permite hablar momentáneamente de la experiencia personal, cuando el articulista cursaba el grado en Ciencias Políticas y de la Administración en la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona, entre los compañeros y compañeras de clase y en las conversaciones que se mantenían con las y los profesores, la segunda idea defendida por Galindo -que la existencia del PP ha favorecido de algún modo la no proliferación de la extrema derecha- era la opinión que se veía mayoritariamente como la variable más explicativa.


¿Qué sentido tiene estar buscando quién es el “Le Pen español”? ¿Qué intereses hay detrás de tal voluntad? ¿Que no exista un partido mayoritario abiertamente antiinmigración en territorio español es un hecho a celebrar? ¿Podemos concluir que el Estado español está libre de políticas públicas, manifestaciones y declaraciones (ya sean mediáticas o de bar) racistas?  

Durante la semana del 14 al 20 de mayo de este año, cuatro hechos de mayor o menor importancia política han hecho que la variable explicativa del enemigo interior (a nuestro juicio, hasta ahora poco tenida en cuenta) tomara importancia y, por lo tanto, llamara la redacción de este artículo. Pero no nos precipitemos concluyendo, veamos los hechos:

En primer lugar, el pasado 16 de mayo, un reconocido abogado neoyorquino “increpa, insulta y amenaza a empleados de un restaurante por hablar español”.

En segundo lugar, tras dos meses de bloqueo institucional, durante la semana se cierra el acuerdo de gobierno en Italia entre el Movimiento 5 Estrellas y la Liga Norte, un gobierno que estudia llevar a cabo políticas de corte euroescéptico y antiinmigración.

En tercer lugar, Quim Torra es investido como President de la Generalitat de Catalunya. A pocas horas de tomar posesión del cargo, unos antiguos artículos y tuits desatan una polémica por su carácter, para decirlo finamente, antiespañol. Algunas opiniones más extremas lo han calificado de supremacista y xenófobo.


Finalmente, el domingo 20 de mayo el partido político Ciudadanos (C’s) (re)lanza una propuesta para crear un movimiento ciudadano transversal que ayude a la ciudadanía española a “volver a estar orgullosos de ser españoles” y  a “recuperar el prestigio que ha perdido nuestro país”. Tras un primer intento fallido con Movimiento Ciudadano (2013-2017), la nueva plataforma propuesta por el partido naranja es España Ciudadana.

¿Por qué han sido mencionados estos cuatro hechos a la vez y no sería descabellado vincularlos a la ausencia de un partido mayoritario abiertamente xenófobo en España?

  1. La cultura hispana no es hegemónica y padece agresiones fuera de su territorio

La primera anécdota nos recuerda que la lengua y cultura hispánicas no son dominantes en la esfera mundial y que con el ascenso al poder de Donald Trump en la Casa Blanca, se ha institucionalizado una cultura antiinmigración en los Estados Unidos de América, empezando por la voluntad del Presidente de construir un muro en la frontera con México. Ahora bien, este hecho no tendría que apartarnos de la vista que también hay comportamientos xenófobos en España, ya sea hacia otras culturas o nacionalidades de fuera del Estado o de dentro del mismo.

  1. Una formación xenófoba entra en el Gobierno en la vecina (geográfica y culturalmente hablando) Italia

Cuando en Italia (y ya no en la lejana y excomunista Hungría) asciende al poder un partido abiertamente antiinmigración, la gran mayoría siente una punzada de conmiseración para con los nacionales del país transalpino, y siente también alivio de no tener en España un gobierno de este carácter. Asimismo -y vamos entrando en la reflexión de fondo- piensan que directamente no hay en España un partido homologable a la Liga Norte italiana, o como más gusta decir: un “Le Pen español”, un “Trump español”.

  1. La necesidad de algunos agentes políticos de encontrar un “Le Pen español”

Ante la falta de un referente claro, desde unos sectores progresistas y nacionalistas no-españoles, se ha insistido últimamente que Albert Rivera y C’s ocuparían este vacío. Por el contrario, tras la revelación de los polémicos artículos y tuits de Quim Torra, algún político español ha apuntado que sería el President quien ocuparía esta indeseada condición.


Ahora bien, deberíamos aquí hacer un breve paréntesis: ¿es realmente un análisis necesario y funcional el tratar de discernir quién es el “Le Pen español”? ¿Por qué España tiene que encontrar un personaje que sea homólogo a estas figuras si las realidades sociales, políticas y culturales del Estado español son distintas de las de los otros países? ¿Por qué tenemos que encontrar al malo? ¿Para así poder encubrir otras políticas de carácter igualmente antiinmigración que, cuando sean recriminadas, puedan ser eludidas como si de un patio de colegio o de una pelea entre hermanos se tratara: “Sí, pero el malo es él”?

  1. La llamada a volver a sentirse orgulloso de ser español y recuperar el prestigio (¿internacional?)

Volviendo al hilo que nos ocupa, España Ciudadana ha sido constituida, como hemos visto, con el objetivo de “volver a estar orgulloso de ser español” y  “recuperar el prestigio que ha perdido nuestro país”. Bien, uno se puede preguntar entonces cuándo y por qué los españoles han dejado de estar orgullosos de serlo y cuándo y cómo España ha perdido su prestigio (¿internacional?). A bote pronto, el conflicto en Cataluña y la consiguiente crisis institucional sería, seguramente, la respuesta más intuitiva; sin embargo, profundizar ahora en el tema nos desviaría de la cuestión que abordamos.

Los partidos antiinmigración acostumbran a ser una suma de la defensa de la nación y sus consiguientes valores, una retórica populista antiestablishment y antiinmigración, euroescepticismo y resonancias (o concomitancia) con la extrema derecha. En España no hay ningún partido mayoritario que encarne la suma de dichas  variables.

Dejando de lado los análisis de carácter más sociológico y de datos -igual o más efectivos, pero no preferibles para el articulista-, se argumentará, a partir de la retórica usada por España Ciudadana y por los actores mediáticos españoles (en especial, por la prensa), el porqué no hay un partido mayoritario abiertamente antiinmigración en España. La tesis defendida es que, a diferencia de la tendencia vista en la mayoría de países occidentales, la tensión social derivada de la crisis de representación política y de la crisis económica ha sido canalizada mediáticamente a través de un discurso nacionalista excluyente (de oposición al otro) dentro de las fronteras estatales y no fuera, como sí sucede en otros países.

En algunos países occidentales, además, este descontento popular frente al enemigo externo ha ido acompañado de una retórica antiestablishment. He aquí otra diferencia en España: ¿recuerdan Syriza y Grecia? Lo que por muchos ha sido tildado de populismo fue canalizado en España por la izquierda, personificada en Podemos, y no por un partido de derechas. Adoptando los principios del 15-M, la formación lila encabezó el descontento ciudadano hacia la casta. Aunque Ciudadanos les haya intentado hacer sombra (¿alguien recuerda las declaraciones de Josep Oliu, director del Banco Sabadell?), la agrupación morada es quien más provecho ha sacado de la insatisfacción ciudadana hacia las elites.

Una de las pocas campañas electorales que se ha basado en el rechazo de la inmigración fue llevada a cabo por el actual Presidente del Partido Popular de Cataluña, Xavier García Albiol, durante las elecciones municipales de 2015, en las que resultó ganador, aunque no con suficiente holgura como para repetir como alcalde. Aún elidiendo el complemento de régimen verbal (“de inmigración” o, más concretamente, “de ciudadanos rumanos”), la ciudadanía badalonesa entendió claramente el mensaje. [Foto vía Público]

Para rematar el extraño caso español (y pese a la existencia de una extrema derecha españolista no mayoritaria), es también difícil encontrar en España un partido abiertamente euroescéptico, como normalmente lo son los partidos antiinmigración. Seguramente la CUP, la organización política de izquierdas e independentista catalana, sería el único partido abiertamente euroescéptico.

Así, en España no existe, discursivamente hablando, un partido mayoritario que esté en contra de la inmigración. Uno de los pocos partidos políticos abiertamente antiinmigración que ha conseguido, al menos, ediles en ayuntamientos, ha sido Plataforma por Cataluña (PxC) en dicha comunidad autónoma. Sin embargo, su presencia es ahora residual puesto que se quedó durante las elecciones autonómicas de 2010 y 2012 a las puertas de entrar en el Parlament. El debate identitario en Cataluña, como es de suponer, también ha ayudado a la residualización de este partido.

Vídeo de la campaña electoral de las municipales del partido Plataforma per Catalunya (PxC). [Vídeo vía cuenta del Partido x la Libertad Sevilla en Youtube]

Que no exista un partido mayoritario abiertamente antiinmigración en territorio español, ¿es un hecho a celebrar? ¿Podemos concluir que el Estado español está libre de políticas públicas, manifestaciones y declaraciones (ya sean mediáticas o de bar) racistas? Analicemos el manifiesto de España Ciudadana antes de responder estas preguntas.

Durante la presentación de dicha plataforma ciudadana, Albert Rivera explicó el 20 de mayo que “Recorriendo España yo no veo trabajadores o empresarios; veo españoles; no veo a jóvenes o mayores, veo españoles ¡Ya está aquí la #EspañaCiudadana! ¡Únete!” ¿Por qué esta insistencia en España y en los españoles? ¿Contra qué debería unirse la ciudadanía española, a su parecer? No sufran, ya les hago yo el spoiler:

“El futuro de España será lo que queramos los españoles. Hemos escrito juntos nuestro destino. Lo hicimos en Cádiz en 1812. Lo hicimos en 1978, abriendo la mejor página de nuestra historia en una Transición ejemplar, en la que todos nos dimos la mano para superar las heridas de la guerra civil y la dictadura, y en 1986 entrando en la Comunidad Europea. Hemos vencido con sufrimiento y valentía al terrorismo de ETA, y venceremos también el terror yihadista. Frenamos un golpe militar en 1981 y en 2017 un golpe separatista en Cataluña. Nos estamos levantando de una grave crisis económica a base de sacrificio, solidaridad y trabajo. Cuando nos dividimos, los españoles somos débiles. Pero juntos somos imparables.”

Así reza un párrafo del manifiesto de España Ciudadana. La unión de los españoles debe tener lugar a su parecer, pues, frente a las importunas fuerzas que tratan de desunirlos: el cuestionar la ejemplaridad constitucional y la premisa de que se hayan superado las heridas de la guerra civil y la dictadura franquista, el euroescepticismo, el terrorismo (bien sea etarra o yihadista), el golpe militar y el golpe separatista catalán y el cuestionar que se haya salido de la crisis.

Cabe decir aquí que estas creencias no pueden considerarse exclusivas de C ’s, sino que con algunos matices podría también ser secundadas por el PP y el PSOE. La existencia de esta mencionada correlación de fuerzas se vería sustentada en, por ejemplo, los últimos pactos de Estado (la respuesta a la situación política en Cataluña) o en el veto a promulgar cierto tipo de leyes (condena de los crímenes franquistas) en los cuales las tres formaciones han ido a la par.

El discurso nacionalista excluyente resultante de la crisis se está redirigiendo desde ciertos sectores de la sociedad española (ya sean algunos partidos políticos o parte de la prensa generalista) hacia los elementos disruptivos que cuestionan su idea de España dentro de sus mismas fronteras. Entre estos elementos que, según su visión, separan o desunen a los españoles, tienen cabida los  nacionalismos periféricos o la voluntad de investigar y condenar los crímenes franquistas.

En el manifiesto de España Ciudadana hemos podido comprobar como, a diferencia  de otros países, el argumentario contrario a la inmigración no está presente puesto que no se considera una amenaza para la desunión. Y no es solamente porque la mayoría de inmigrantes residentes en España sean castellano-parlantes de nacimiento y, por lo tanto, compartan en gran medida, una cultura cercana. El enemigo contra la unión ciudadana española es el que no piensa en España como lo que es: el que insiste en la necesidad de revisitar la Transición, el que insiste en hablar de Memoria Histórica, el euroescéptico, el que lucha por la yihad, el separatista y el que cuestiona el cómo y el que se haya superado la crisis económica.

Demos ahora un breve repaso al vocabulario que se utiliza en las plataformas mediáticas españolas para referirse a los temas que separan a los españoles. Si bien es cierto que algunos medios más ultra han abrazado una dialéctica hostil hacia los inmigrantes, ésta no es una tendencia en la prensa generalista. Sin embargo, encontramos casos en los que la familia semántica de las palabras utilizadas en los medios de comunicación generalistas sí que es mayoritariamente más hostil. Por cercanía temporal y relevancia social y política, lo ilustraremos con el seguimiento de la crisis institucional en Cataluña.

Se ha percibido como la gran mayoría de veces el conflicto en Cataluña ha sido considerado un desafío. Pero los catalanes, mediante su supuesto chantaje, también habrían trazado un órdago o un envite (frivolizando con los anhelos de parte de los catalanes como si de un juego de cartas se tratara) trazados por unos líderes que (no de forma mayoritaria, pero no por eso menos hostil) han sido calificados de nazis o talibanes y quienes han fomentado una supuesta exclusión y violencia y han dado un golpe de Estado.

Los ciudadanos catalanes habrían sido manipulados, es más, adoctrinados, mediante la escuela pública (por todos es sabido que Albert Rivera es la excepción que confirma la regla: de todos los alumnos de su clase en la escuela pública catalana, él es el único que no es un fanático independentista y que no asiste asiduamente a “aplecs sardanistes”) y la cadena de televisión catalana TV3 (de día sus informativos cuentan con un 96% de credibilidad y son señalados como uno de los más plurales de los que se pueden ver en Cataluña, pero adoctrina de noche).

A través de la hostil retórica usada durante el conflicto institucional en Cataluña, en los últimos años se observa no solo que el nacionalismo español está vivo, sino también que se defiende de aquellos elementos que amenazan sus principios. En este caso concreto, el de la integridad territorial.

Seguramente el vocablo “conflicto” (y queremos pensar que utilizando la acepción correspondiente a “apuro, situación desgraciada y de difícil salida”) ha sido el término más usado. Ahora bien, gran parte de la escena mediática española ha insistido en “desafío”. “Desafiar” según la RAE puede significar “retar, provocar a singular combate, batalla o pelea”, “contender, competir con alguien en cosas que requieren fuerza, agilidad o destreza”, “afrontar el enojo o la enemistad de alguien contrariándolo en sus deseos o acciones”. El símil guerrero está servido: ¿por qué gran parte de la atención mediática no ha interiorizado el término “conflicto”, o incluso “crisis institucional”, como se ha tratado de hacer durante este artículo? La necesidad de encontrar un enemigo que ponga en cuestión la unión de la Patria (o de la nación) y la voluntad de unirse contra él, podría ser la respuesta. Otra reflexión: ¿cumplía antes la organización terrorista ETA la función que ocupa ahora el independentismo catalán?.

A diferencia de otros medios de comunicación españoles, el periódico ABC interpretó la decisión judicial de dejar en libertad bajo fianza a Puigdemont el 5 de abril como un soplo de aire para el golpismo, temiendo que los otros países de la Unión Europea se convirtieran en “paraísos judiciales” para los delincuentes. En ningún momento se plantó que pudiese ser la judicatura española la que estuviese errada en ver delito (de rebelión) en el proceder de Puigdemont. [Foto vía ABC]

De nuevo en el manifiesto de España Ciudadana, reza que ya es hora de dejar de lado los temas que pueden separar a los españoles y remar todos hacia la misma dirección, es decir:

“Ha llegado la hora de liberarnos de nuestros complejos, de construir entre todos un nuevo proyecto nacional para poder hacer frente al populismo y al nacionalismo. Porque ser españoles en el siglo XXI es ser solidarios, es defender la unión y la igualdad, es respetar o mostrar con normalidad los símbolos que nos unen, es, en definitiva, amar la libertad.”

Además de preguntarse cómo se puede construir “un nuevo proyecto nacional para poder hacer frente […] al nacionalismo” (¡vaya paradoja!), la idea de solidaridad, igualdad, respeto y libertad están sin duda presentes. En cambio,  la palabra “convivencia” no figura en ninguna línea del manifiesto.

A los actores políticos que hablan en nombre de la solidaridad, la igualdad, el respeto y la libertad deberíamos exigirles no solo un discurso no hostil hacia la inmigración, sino (sobre todo) también unas políticas y unas acciones acordes con éste. Si nos estancamos en el estéril debate de si hay un partido xenófobo o de si X político es el “Le Pen español”, perderemos de vista lo realmente importante: la rendición de cuentas.

Si hablamos de igualdad, seguramente deberíamos pedir a los firmantes de este manifiesto que exijan, por ejemplo, la aprobación de una ley que obligue a la equiparación de salarios entre hombres y mujeres. O que exijan que los migrantes tengan los mismos derechos políticos que los nacionales españoles y comunitarios. Al hablar de respeto seguramente se les debería pedir que condenen tuits como los de Quim Torra, pero que también lo hagan con declaraciones como las de Federico Jiménez Losantos dónde afirmaba que se podía bombardear Cataluña.

Cuando hablan de solidaridad, libertad y de no alzar fronteras, se les podría preguntar a los firmantes del manifiesto qué piensan de las penas de cárcel a raperos debido a sus canciones y qué opinan de la existencia de los CIEs, de las vallas en Ceuta y Melilla o de las muertes en Tarajal; así como del incumplimiento del Gobierno Español a la hora de acoger a los refugiados a  los que se comprometió ayudar. Y, si fuéramos más radicales, directamente abrir las fronteras españolas y abrazar la solidaridad entre pueblos derribando de una vez por todas las fronteras políticas.

Si tratamos de averiguar qué respuestas da cada partido, cada actor político, a estas preguntas, podremos ver para qué usan estos conceptos (tan utilizados como, a menudo, vacíos de contenido) de solidaridad, libertad, igualdad y respeto. Podremos ver si realmente sus políticas son antiinmigración aunque su retórica no lo sea. Podremos intentar averiguar porqué Albert Rivera solo ve “españoles”; porqué tanta insistencia en la unión de la ciudadanía bajo unos principios que nos unan.

El enemigo no está fuera, el enemigo está en casa; por esta y otras razones no hay un “Le Pen español”. Ello no impide que se siga legislando y llevando a cabo medidas antiinmigración, tolerando comportamientos xenófobos y no censurando manifestaciones y declaraciones racistas en territorio español. Al ciudadano no debe importarle (tanto) encontrar símiles, debe preocuparle más el fiscalizar las políticas y acciones de los actores políticos. Finalmente, la lucha contra el racismo empieza en casa, en la calle, en el bar, en la escuela, en el trabajo: la tolerancia cero a los comportamientos xenófobos de nuestros conciudadanos más cercanos es el primer eslabón de la cadena.

Elecciones andaluzas de diciembre 2018: El punto de inflexión

Medio año más tarde, la situación política española ha variado ligeramente desde que se escribió el artículo. Entre otras cosas, muy poco después de ser publicado, Pedro Sánchez inició y ganó una moción de censura al Gobierno Popular de Rajoy. Pese a que no de modo muy sustancial, algunas posturas políticas del Gobierno del PSOE han variado respecto a las defendidas por PP y Ciudadanos, al menos a lo que a nivel discursivo se refiere. La voluntad de retirar los restos del dictador Francisco Franco del Valle de los Caídos y el hecho de que haya declarado públicamente no ser partidario de imputar por rebelión a los acusados por el Referéndum del 1-O en Cataluña son muestras de ello.

Pese a eso, el hecho de actualidad que me llama a redactar esta coda al artículo es la, finalmente, entrada en un Parlamento español de un partido xenófobo y equiparable a la Agrupación Nacional francesa –antiguo Frente Nacional–: la irrupción de Vox en el Parlamento de Andalucía con la cifra nada despreciable de 12 escaños. Como se hizo durante el artículo, no se tratará de apuntar hacia una sola causa el por qué de este auge tan inesperado. Pero, como algunos medios como ahora El País o RTVE y diversos analistas han apuntado, parece claro que el enemigo interior ha sido un factor muy explicativo al respecto.

El rechazo a la inmigración –especialmente en la provincia de Almería y más en concreto en poblaciones como El Ejido– sí que parece haber sido una de las causas más importantes del aumento del partido. Así como también parecen serlo el descrédito de los partidos mayoritarios tradicionales PP y PSOE –sobretodo debido a sus casos de corrupción– y posiblemente, la baja participación –4 puntos menor que en las anteriores elecciones: un factor que tradicionalmente debilita la izquierda–.

Pero no hay que olvidar que Vox también tiene un discurso más beligerante de lo que es habitual en la política democrática hacia aquellas opciones políticas que chocan con sus creencias. Por ejemplo, se muestran hostiles hacia los colectivos que defienden los derechos de las mujeres y de los colectivos LGTBIQ+ pero también –y especialmente–, hacia los que no entienden España, a nivel territorial, como ellos lo hacen. En otras palabras, Vox ha atizado abiertamente el conflicto catalán para sacar rédito electoral y tratar de fijar unos marcos mentales distintos –aunque no muy nuevos– a la ciudadanía española, instando así –¿aún más?– al PP y a Ciudadanos a hacer lo mismo.

Recordemos que la misma Susana Díaz lamentó –¿sarcásticamente?– no haber utilizado el conflicto catalán durante la campaña. No nos aventuraremos a ser tan sentenciosos como lo fue el historiador Joan B. Culla en su análisis del por qué del ascenso de Vox – quién defiende que el auge es debido casi exclusivamente al conflicto territorial con Cataluña– pero, tras este breve repaso, nos parece probado que la extrema derecha española (re)aparece con fuerza cuando se siente amenazada, esto es, cuando los enemigos interiores de su forma de ver España consiguen cotas –y cuotas– de poder y capacidad de modificar la agenda política o hasta la misma naturaleza del Estado.

Ésta es una explicación sin ánimo de lucro.

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Ferran Muñoz Jofre

Graduado en Ciencias Políticas y de la Administración, cursa actualmente un máster en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada. La política y la cultura han sido siempre sus focos de interés, como demuestra su experiencia laboral como becario en distintas instituciones culturales y empresas del mundo editorial barcelonés. El voluntariado no asistencialista y la educación en valores como herramientas de transformación social, así como la preservación no excluyente de las identidades y el feminismo, son sus más firmes convicciones.


One comment

  • ruben ramos

    08/07/2018 at

    el ultranacionalismo se alimenta de los “enemigos internos” basicamente el anticatalanismo y anti todo lo que no sea ultraspañolista

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