Prodigios. Una antología de poesía árabe. Diversos autores. 2017. Barcelona. Libros del Zorro Rojo. 142 páginas.
Quien no ame escalar montañas/ vivirá eternamente entre fosas.
Abul-Qásim al-Shabbi
¿Que no vivimos, aún, en las más profundas fosas? ¿Acaso hay alternativa? En la oscuridad de la fosa todo parece igual, nada destaca y si destaca se margina o se interioriza, nos hemos acostumbrado a vivir plácidamente y sin altercados. Y hemos olvidado que las disonancias y las provocaciones son aquello que nos permite entender el mundo en el que vivimos, es decir “La disonancia/ (por si os interesa)/ conduce al descubrimiento”. Es importante enfrentarse a estas disonancias pero no interiorizarlas o regularizarlas, hay que entender las tensiones y las diferencias, justamente por eso, y no solamente por eso, la poesía nos atrae tan irremediablemente. De entre todos los géneros literarios —signifiquen lo que signifiquen— la poesía es la que tiene más disonancias en su estructura: en ella la forma y el contenido luchan por obtener nuestra atención. Aunque la cultura occidental ha priorizado sistemáticamente el contenido sobre la forma. Como si la forma fuera un refuerzo del contenido, hasta el punto que nos hemos olvidado de ella. La forma es la manera como se organiza el contenido pero también, y éste es el aspecto que más nos interesa ahora, su forma gráfica, su aspecto visual. La poesía tiene forma, el lenguaje tiene forma, el propio libro es una forma. Pero ésta ha sido tan interiorizada que solamente nos acordamos de ella cuando el poeta rompe con las convenciones anteriores —el caligrama, la poesía concreta, etc.— o cuando se juega con los aspectos tipográficos. Únicamente en esos escasos momentos nos acordamos que hay una tensión entre forma y contenido y que la relación entre ellos es más interesante que cada una por separado.
Escalar montañas no es más que aceptar disonancias, aceptar diferencias. Escalar montañas es conocer y enfrentarse a otras culturas sin la intención de regularizarlas, sino reconocerlas como diferentes y aprender a interpretar la relación entre su forma —de hacer las cosas— y su contenido —el motivo por el que lo hacen—. Es por eso que Prodigios. Una antología de poesía árabe de Libros del Zorro Rojo se postula como un ejemplo perfecto, pues en él nos sentimos obligados a enfrentarnos a múltiples tensiones que nos fuerzan a ver y buscar nuestros propios problemas en el otro. Prodigios es sobre todo una antología de poesía ilustrada, una antología que reúne tres antologías publicadas originalmente en francés, que impone des del primer vistazo una profunda impresión de satisfacción y temor. Las ilustraciones, realizadas por el algeriano Rachid Koraïchi, aparecen como el elemento principal de esta dualidad inicial, pues Koraïchi no ha elaborado ilustraciones “convencionales” sino que ha unido la larga tradición caligráfica con la riqueza cultural y artística del mundo árabe. Sus ilustraciones usan tintas principalmente básicas y alternan las formas figurativas y las abstractas, aunque incluso las más puramente figurativas tienen un gran contenido simbólico, no sólo porque representen elementos simbólicos en sí mismos sino porque o bien se dibujan mediante la caligrafía o bien son el resultado de centenares de signos caligráficos más pequeños, así que su simbolismo procede de su contenido y de su forma. Pues algo que está construido a partir de otros elementos nunca se puede entender si no es simbólicamente. Además, intentan reflejar no sólo algunos elementos determinados del poema sino el poema por completo, seguramente por eso él afirma sentirse más cerca del trabajo de un artista plástico que del de un ilustrador.
Pero aparte de las ilustraciones hay también el trabajo de caligrafía de Ghani Alani y de Abdallah Akar que son los encargados de las versiones árabes —y en algún caso francesas— de los poemas. Así pues, cuando nos enfrentamos a la mayoría de los poemas que componen la antología —pues algunos, por motivos de maquetación o de espacio no son bilingües— nos encontramos con una doble página a todo color y el poema en la traducción al castellano y su original caligrafiado. Es entonces cuando recordamos que la escritura tiene forma, la caligrafía nos obliga a reflexionar en ello y las formas ornamentales, figurativas y simbólicas de Koraïchi nos interpelan constantemente: la caligrafía significa y representa al mismo tiempo; el trazo puede representar un caballo, una planta o un humano y no dejar de significar, o significar de más. Y nos es imposible resistirnos a la potencia visual y estética que por fuerza, aunque no entendamos su significado, la caligrafía del poema atrae por su forma. Foucault parece que lo vislumbró hace años: no se puede leer y admirar la escritura simultáneamente, cuando se lee no percibimos su forma, y cuando admiramos no podemos entender el significado. ¿Significa eso que para alguien ajeno a nuestro alfabeto fonético, alguien que no puede leer nada escrito con él, es capaz de ver belleza en su forma? ¡Nuestro alfabeto también tiene forma! El descubrimiento, producido sin duda por la disonancia de ser incapaz de leer el poema en árabe y la imposibilidad de admirar el poema en castellano, nos acompañará des del primer poema y no nos abandonará ya jamás.
Prodigios nos obliga a enfrentarnos a múltiples tensiones que nos fuerzan a ver y buscar nuestros propios problemas en el otro. Con una calidad general de los poemas fuera de duda, la obra nos interpela también mediante su excelente caligrafía y las formas ornamentales, figurativas y simbólicas de Koraïchi.
Leer Prodigios es entrar en un mundo rico y diferente pero que nos resulta íntimamente familiar, si bien ciertos símbolos no los reconocemos como nuestros, como el caballo, signo artístico por excelencia, o el vino, que a nosotros nos puede remitir a pecado pero para la poesía sufí representa el amor o las teofanías. Otros elementos nos recuerdan que al fin y al cabo hay un enorme sustrato mediterráneo: la miel, las palmeras, el mar, el agua… Además de toda la poesía de origen andalusí que hoy en día aún ejerce una cierta influencia en nuestra poesía. Las tres antologías que componen Prodigios (La poesía árabe, La poesía andalusí y La poesía de Argelia) funcionan independientemente, es decir, cada una de ellas lleva su prólogo, su ordenación determinada y su índice de autores, también tienen diferentes traductores, por lo que la lectura se interrumpe en el paso de antología a antología. Aún así, no impide que los poemas se lean con todo su esplendor; además, como hay un trabajo tan concienzudo en la ilustración y la caligrafía, en un solo poema nos podemos perder en significados e interpretaciones, ora la textual, ora la visual o, y sobre todo, la que las enlaza a las dos. Los temas que más abundan en las antologías son el amor (con bellísimos poemas de enamorados), la guerra (especialmente en poetas antiguos), la vida cotidiana y diaria (en los que podemos comparar los poetas clásicos con los contemporáneos) y el exilio, del cual desgraciadamente tantas relaciones podemos establecer con el momento actual, pues hallamos en ellos versos que resuenan por su brusquedad y dureza: “A vosotros, nobles, os confieso:/ este viaje me aterra./ Penosa es del exilio la condición.” O como en La palmera de Abd al-Rahmán al-Dájil que dirigiéndose a la palmera dice: “Eres semejante a mí en el exilio/ y en la ausencia de hijos y familia./ Has crecido en una tierra extraña/ y, como yo, estás desterrada.” La calidad general de las poesías antologadas es indiscutible, su interés intransferible —que cada cual encuentre el suyo— y el valor artístico y plástico del conjunto insuperable, pero no se puede evitar hacer comparaciones, los poemas pertenecientes al último bloque, La poesía de Argelia, destacan por su excelencia, o a lo mejor por su proximidad. Nos encontramos con poemas verdaderamente intensos y bellos, aunque con las ilustraciones se aprecia más potencia visual en el primer bloque, donde se recurre con menos frecuencia a figuraciones.
Por último, cabria destacar el formato elegido por el editor, la forma del libro y su proyección editorial, es decir todas aquellas decisiones que constituyen la diferencia fundamental entre texto y libro, y que marcan con contundencia las condiciones y las expectativas de lectura. Las dimensiones del libro son lo primero que ve el lector, es prácticamente cuadrangular, un poco más alto de lo que es habitual en un libro de poesía y considerablemente más largo. Se entiende, pues, que al ser un libro ilustrado se necesita más espacio para que la imagen y el texto se sientan cómodos, pero también condiciona sus condiciones de lectura: no permite una lectura discreta y furtiva, requiere todo un ritual; en lugar de ser una pequeña joya de lectura es un monumento para la vista. Aunque Libros del Zorro Rojo se especialice en literatura para niños y el prólogo del ilustrador parece apuntar que éste no es una excepción, difícilmente puede cualquier lector sentirse fuera de lugar. Los del Zorro Rojo tienen el magnífico defecto de elaborar libros que permiten tantas lecturas como lectores. El trabajo impecable en la selección del papel, la tipografía —¡recordemos que nuestro alfabeto también es visual!— y el cuidado en los detalles convierten Prodigios en una aventura intelectual, visual y libresca que conviene emprender, los resultados de la misma resultan irrelevantes. Leer es verdaderamente escalar montañas, salir de la zona de confort, buscar la aventura aun a riesgo de perderse en el camino.
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One comment
afsfas
18/05/2020 at
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