En el siguiente artículo, que constituye el primero de una serie de tres, pretendemos analizar brevemente cómo se ha construido un discurso hegemónico sobre la corrupción, muchas veces pesimista y engañoso según algunos autores como Orlando (2004) o Gil Villa (2013) en el que se sugiere que unas culturas o religiones son más corruptibles que otras. En algunos casos, estos discursos incluso, estaban dotados por un componente racista injustificable.
¿Qué entendemos por cultura?
Cuando en este artículo hablamos de “cultura”, nos referimos a lo que en un sentido popular se entiende como “nosotros”: “nosotros los latinos”, “nosotros los mexicanos”, “nosotros los negros”, “nosotros los mestizos”, etc. Ese “nosotros” siempre se refiere a un elemento identitario, que, en relación a la corrupción, se asocia a ideas como lastre u obstáculo.
“El problema es la cultura”
En uno de sus textos menos conocidos, “Modernización y Corrupción” (1968), Samuel P. Huntington relaciona directamente altos niveles de corrupción con falta de modernización política. En él establece que “las diferencias entre los niveles de corrupción entre las sociedades ‘modernas’ y ‘desarrolladas’ del ‘mundo Atlántico’ respecto a Latinoamérica, África y Asia, reflejan en gran medida las diferencias de la modernización y desarrollo político” (Huntington, 1968:253). El estadounidense responsabiliza a la prominencia de la “cultura” en la esfera estatal de la falta de reformas del Estado, ya que:
“si la cultura de la sociedad no distingue entre el rol del rey como una persona privada y su rol como Rey, es imposible acusar al rey de corrupción cuando toma dinero público (…) entonces sólo cuando tal distinción es clara, es posible comenzar a definir algunos comportamientos como corruptos”, Huntington, 1968:253.
Razonamiento que finalmente conduce a Huntington a decir, en una suerte de predicción determinista, que los países “mulatos” de América Latina (Panamá, Cuba, Venezuela, Brasil, República Dominicana y Haití) tendrán más altos niveles de corrupción ya que en ellos parece haber mayor desigualdad y mucha menor rigidez en la estructura social que en los países “indios” (México, Ecuador, Guatemala, Perú y Bolivia) o países “mestizos” (Chile, Colombia, El Salvador, Honduras, Nicaragua, Paraguay) (Huntington, 1968:258). En resumen, su propuesta de modernización del Estado tendría como objetivo principal contrarrestar la cultura de algunas sociedades que mantendrían “normas tradicionales” e impidirían alcanzar los principios deseables bajo los cuales las instituciones funcionen.
Uno de los primeros y más influyentes autores que introducen los factores culturales en la academia es Max Weber mediante “La Ética Protestante y el Espíritu Capitalista” (1905). Weber pretendía explicar las diferencias entre el desarrollo industrial de los países protestantes respecto al resto del mundo a través de variables religiosas y culturas políticas. De la misma forma, Inglehart (1990) encontró que el 75% de la variación en el índice de la percepción de la corrupción se explicaba por factores culturales, lo que le llevó a asegurar que la convivencia de “valores tradicionales” con iniciativas para la modernización del Estado, sería un detonante de actos de corrupción. Los estudios sobre la corrupción hasta los años 70, con cierto sesgo determinista (cultural), parecen sugerir que, en pos del cambio entre la relación de los ciudadanos con los recursos públicos, ciertas pautas culturales deben ser modificadas o mantenerse bien alejadas de la administración pública, dejando a las culturas anglosajonas y religión protestante como paradigmas estructurales para el desarrollo económico y probidad.
Ni la cultura, ni la religión
Más adelante, se entendió que, aunque la cultura influye en las preferencias, ideas y pautas de comportamiento de los individuos, ésta no es determinante ni suficientemente explicativa. Así, aunque La Porta en 1997 mostrara que el catolicismo y el islam tenían un efecto positivo en la corrupción, debido a su composición jerárquica. Dos años más tarde, y con una muestra más grande, la correlación encontrada anteriormente (bajo esa perspectiva culturalista) entre religión y corrupción fue identificada como débil por el mismo autor, así como por por Leila Shadabia en su artículo “The Impact of Religion on Corruption”. Shadabia, llega a dos conclusiones: lo que se asocia con altos niveles de corrupción (IPC de TI) es el número de religiones más que el tipo de religión, ya que la religión en general funcionaría como una barrera interna para evitar “malas acciones/pecados”, y segundo, la corrupción y su control no son el resultado de ninguna religión, ya que son las instituciones y el gobierno las que imponen mayoritariamente las normas dentro de su jurisdicción y competencias.
En todo caso, el factor religión tiende a perder peso en favor del tipo de Estado y de los medios de comunicación ya que son éstos los actuales creadores de normas sociales tanto formales como informales.
La cultura de lo corrupto
La cultura o civilización, en un sentido etnográfico amplio, es aquel todo complejo que incluye el conocimiento, las creencias, el arte, la moral, el derecho, las costumbres y cualesquiera otros hábitos (como la comedia) o capacidades adquiridas por el hombre en cuanto miembro de la sociedad. En esta línea, también se pueden encontrar trabajos que hablan de “Cultura la corrupción” se refieren a la capacidad de incorporar como hábito la práctica o vía corrupta. La corrupción ha sido banalizada o asumida como “lo normal” por la mayoría de los integrantes de una sociedad. En estos lugares, la corrupción, aunque criticada, es aceptada como remplazante de los medios formales para establecer intercambios no sólo entre público-privado, sino entre privado-privado (por ejemplo, en la firma de un contrato de venta de bienes raíces).
Gil Villa dice sobre México que la corrupción ha alcanzado un tratamiento popular en clave de humor como si fuera una operación de inversión conceptual, dando la vuelta a la versión oficial y extrayendo lo positivo de lo negativo, como puede ilustrarse en el siguiente chiste:
“¿Sabe usted por qué los mexicanos no somos campeones en corrupción, sino subcampeones? Porque nos pagaron para ocupar el segundo puesto” (Gil Villa, 2008:270).
Podríamos decir, parafraseando a Gil Villa, que más que la cultura de la corrupción o una cultura corrupta, esta forma de corrupción (buro-política), la cual forma parte del día a día de los individuos, compone una “cultura de lo corrupto”, modificando los hábitos y los afectos en torno a la corrupción. La cultura no puede ser corrupta.
Esto condujo al siguiente entendimiento: se debía cambiar a la sociedad para cambiar a las instituciones, discurso que caló en parte de la academia, especialmente en el imaginario colectivo popular que relacionaría causalmente a su cultura, “raza” o fenotipo con la pobre calidad de vida en su país. Esto, alimentado de otros discursos desarrollistas y racistas (como el visto por Huntington en las líneas anteriores), generados desde la época colonial, trasladaría la idea siguiente a muchos ciudadanos de los estados del sur global: “somos pobres porque somos corruptos, no como los blancos, protestantes, etc.”
Ninguna cultura puede ser más corrupta o corruptible que otra
Por tanto, se puede decir que ninguna religión, “etnia” o cultura es más corruptible que otra, como evidenció Shadabi, y que la “cultura de la corrupción” hace referencia a lo habitual del acto, más no significa que mientras más habitual más corruptible sea. Las variables que afectan o generan la corrupción tienen que ver con otras cosas, como veremos en próximos artículos.
Eso sí, tan importante como cambiar el enfoque es cambiar el discurso que desde ciertos sectores se ha venido realizando a la hora de analizar el fenómeno. Necesitamos revertir ese mensaje pesimista y determinista que sobre la corrupción circula dentro de las sociedades poscoloniales.
En pocas palabras, estos discursos deterministas ilustran las consecuencias de la corrupción generalizada en la cultura y la vida en la sociedad (cómo y cuán habitual es la corrupción), pero no las causas, ya que se entiende que ninguna cultura es más corruptible que otra si cuenta con los medios de control (instituciones) anticorrupción necesarios.
Ésta es una explicación sin ánimo de lucro
Puedes consultar aquí la segunda parte del artículo:
[button url=”https://www.unitedexplanations.org/2017/08/23/fallado-las-reformas-anticorrupcion-nos-costado-tanto-dinero/” style=”red”]¿Por qué han fallado las reformas anticorrupción y por qué nos han costado tanto dinero?[/button]
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2 comments
Alberto Andrés Mantecón
22/08/2017 at
Hola,
según el mapa de percepción que se cita en el articulo, los paises del mal llamado
primer mundo quedan casi exentos de esa consideración, cuando a mi opinión no
debería ser asi.
Mas bien creo que es otro nivel de corrupción puesto que ellos, entiendase sus
políticas y sus gobernantes, son responsables de lo que ocurre en la realidad
actual a nivel mundial, puesto que gracias a su gestión la corrupción campa a sus
anchas por todo el planeta.
No veo comparable que el cazique de turno de una región de un pais en vias de
desarrollo sea corrupto a que la política corrupta global nos este llevando a un
colapso energetico, económico, medioambiental y humano sin precedentes en la
historia.
No se quien hace la valoración y en base a que se puede decir que Nigeria es
mas corrupto que USA, en cualquiera de los dos paises te pueden matar por
intereses ocultos.
Para mi es mucho mas corrupto el que genera, origina, promociona o no hace
nada para detener esa corrupción, y esos son los paises que el mapa dice:
Muy limpios.
Andy Philipps Zeballos
25/08/2017 at
Pertinente comentario. Por eso te recomiendo echar un ojo a este artículo: https://www.unitedexplanations.org/2014/09/17/la-corrupcion-de-guante-blanco-y-el-nuevo-indice-del-que-escucharas-hablar/. Gracias y un abrazo.