
Seguro que has oído hablar del concepto de “capital social” en alguna revista de actualidad, periódico de negocios o de boca de algún candidato a gobernar una nación vinculándolo al talento de las personas, su cualificación profesional o la educación de todo un pueblo. En todo caso, se refieren a él como un importante activo en el cual un Estado debería invertir y estimular. Sin embargo, este término y su significado adquieren un matiz distinto y más complejo en las ciencias sociales, convirtiéndolo en un elemento de constante debate aunque manteniendo su relevancia para explicar el buen funcionamiento económico de una región y el alto nivel de integración social entre sus miembros.
El concepto ‘capital social’ (CS en adelante) acuñado por James Coleman, se comenzó a asociar con la calidad de gobierno (gobernanza), principalmente con Putnam a partir de los 90’s, asignándole cierta carga explicativa a la hora de observar por qué una sociedad puede tender –en menor o mayor medida– a desarrollar instituciones más eficaces para organizarse, promover la participación política y repartir bienestar entre sus integrantes. Sin embargo, no es el único que ha intentado definirlo.
El capital social como activo individual y de clase

Una forma de observar el CS es como lo hizo Pierre Bourdieu, que incorpora un componente de clase social definiéndolo como el activo abstracto pero transferible de las élites para hacer que sus esferas de poder se mantengan generación tras generación. Este capital social construido a través de años de relaciones “endogámicas de clase” funcionaría para el individuo como una red (de poder) de contactos los cuales se reconocen unos a otros (y a una serie de instituciones y símbolos comunes), y que comparten una cultura similar. Este capital social no sería integrador sino excluyente.
Esta definición de CS -a diferencia de la concepción de Putnam- no haría de pegamento social transversal e interclasista, sino que funcionaría como un conjunto de códigos e instituciones que son desarrolladas por y para mantener los privilegios del status quo. De esta manera, Bourdieu deja entender que las personas de clase trabajadora no serían capaces, por una falta de herramientas tecnológicas, culturales y hasta en el sentido de creación de espacios, de acumular (lo que implica crear) un alto ‘stock’ de capital social.
En otras palabras, el CS para Bourdieu es una telaraña simbólica, que se fortalece o debilita con el paso de la historia y sus agentes, la cual aglutina y mantiene compactos, sobre todo, a algunos grupos poderosos de la sociedad. La falta de este CS puede ser un impedimento en la integración del individuo a los mismos.
El capital social como activo social transversal
Por otro lado tenemos a Putnam, que para la pregunta “¿cuáles son las precondiciones para desarrollar unas instituciones sólidas y eficaces para satisfacer demandas sociales, así como una economía próspera?” encuentra un elemento en el que no muchos habían parado atención: el capital social como activo colectivo.
Esta pregunta es formulada en su libro Making Democracy Work que indaga sobre las diferencias entre el norte –una región más industrializada, con mayor nivel de vida y con instituciones menos corruptas– y el sur de Italia. Putnam argumenta que el elemento diferencial para entender por qué unas reformas importantes a nivel local (1976-77) arraigaron mejor y produjeron mayor bienestar en el norte que en el sur fue la participación política que creó una atmósfera de cooperación horizontal, redes sociales vitales, relaciones políticas más igualitarias o menos jerárquicas y una participación ciudadana más normalizada.

Y es que Putnam define CS como el conjunto de características de la organización social, (esencialmente la confianza, normas y redes) que pueden mejorar la eficiencia de la sociedad facilitando acciones coordinadas, que, al igual que otras formas de capital, es productivo, haciendo posible la consecución de ciertos fines que no serían alcanzables en su ausencia (1993:167).
En este tipo de sociedades, la regulación voluntaria de las interacciones sociales entre personas que son extrañas tiende a ser más la regla que la excepción. La confianza generalizada*, como elemento nuclear y transversal de grupo, se manifiesta y se alimenta de la interacción recíproca entre dos o más personas, creando y reforzando el vínculo entre ellos. En cambio, en las sociedades con bajo capital social predomina la desconfianza, el individualismo (ruptura de la reciprocidad) y la fragmentación tendiendo a saltarse las obligaciones tanto morales como legales, lo que lleva al estancamiento y a más aislamiento.
Puntos en común y desencuentros entre Putnam y Bourdieu
Llegados a este punto, se puede decir que en Bourdieu encontramos una definición más estática y excluyente de capital social en tanto que funciona en un círculo cerrado y se retroalimenta del reconocimiento entre “iguales”. El capital acumulado y resguardado es eficaz en su objetivo -mantener a redes de contactos de poder más allá del estímulo monetario- precisamente por no ser un elemento accesible para todos, a veces, de más difícil acceso que el dinero. Es decir, para Bordieu el capital social (siempre ligado al capital económico) no es un activo que genere acción colectiva y cooperación más allá de los asentados grupos de poder de las clases altas de una sociedad. No obstante, diría Putnam, esto no es siempre así. No toda red de confianza funciona para mantener su status quo y excluir al resto, es más, muchos diríamos que la mayoría de grupos que se forman en torno a la reciprocidad, confianza e intereses en común suceden entre personas de clase media y trabajadora y que éstos tienen intereses y fines integradores e inclusivos. Gauntlett remata de la siguiente manera: a Bourdieu le gusta hablar de gente que activamente “juega el juego”, sin embargo en última instancia, los observa como sujetos bastante débiles (2007).
Lo que rescatamos del escepticismo de Bourdieu es el carácter “voluntario” de la asociación, ya que pone en cuestionamiento incluso la posibilidad de que exista un altruismo o “desinterés” en este tipo de procesos integradores, especialmente, dado que nos encontramos dentro de esferas sociales y políticas muy influidas y condicionadas por la esfera económico–capitalista.
Para el francés, la motivación para el asociacionismo no es precisamente la confianza, las ganas de cooperar o llevar a cabo proyectos que favorezcan “desinteresadamente” a la sociedad como conjunto, sino que estaría más relacionado a la competencia y supervivencia del grupo y sus intereses frente al resto.
Para Putnam esto claramente no es así (ver “Making democracy work”), éste, utilizando los casos de la construcción de los estados de bienestar en los países nórdicos, argumenta que el consenso en torno al Estado de Bienestar, conseguido gracias a una suerte de confianza y de asociación “voluntaria”, se produjo sólo bajo la condición de que los intereses particulares de ciertos grupos y los conflictos que entre ellos puedan surgir fueran desplazados a un segundo plano en pos de la idea del bien común. Así que la superposición de los intereses y demandas en búsqueda del –llamado– “bien común” sería posible en ciertos estadios dentro de un marco claro y efectivo de acción colectiva (Ostrom).
En el análisis de Putnam encontramos la recuperación de la “agencia” del individuo (y del asociacionismo) en tanto que no es “víctima de su contexto social” y es capaz, mediante alianzas estratégicas, la confianza y la suma de intereses en proyectos concretos dentro de “marcos de acción colectiva” (Ostrom), de sumar fuerzas y cooperar obteniendo resultados que no alcanzaría sin esta articulación, especialmente cuando una comunidad ha heredado un importante ‘stock’ de capital social, en forma de normas de reciprocidad y redes de compromiso cívico.
El papel de las redes sociales en la producción de capital social
Tanto en Putnam como Bordieu, se puede dilucidar la idea de que el CS se genera a partir de dos elementos; el valor colectivo de todas las “redes sociales” y las inclinaciones (ligadas a la confianza) que surgen de estas redes para hacer cosas por los demás. En el paper “Does the Internet increase, decrease or supplement social capital?” se preguntan precisamente si Internet y las redes sociales han servido para entablar un mayor número de relaciones e interacciones sociales y, a la vez, que éstas funcionen para llevar a cabo, con relativo éxito, proyectos comunes.

La respuesta como siempre es muy matizada: depende. No cabe duda de que Internet ha supuesto el surgimiento de no sólo una vía de comunicación, sino una plataforma de interacción (virtual) que ha cambiado la forma de interactuar (en general) con los demás. A priori, se puede pensar que Internet ha ayudado a tejer redes de contactos entre quienes comparten intereses y preocupaciones comunes a escala global. No obstante, si tomamos lo que nos dicen tanto Putnam como Bordieu en lo que concierne a la necesaria confianza que debe existir para generar cooperación, estaríamos frente a un “capital social a medias” en tanto que la “virtualidad” de la comunicación facilita tanto sumarse como desentenderse de ciertas iniciativas. Por lo tanto mella el compromiso, la reciprocidad y la confianza entre los participantes, sobre todo, cuando se usa Internet de manera ocasional. No se sabe con exactitud el compromiso y la fiabilidad del resto de participantes que componen la comunidad virtual no incrementándose necesariamente los costes potenciales de una acción particular individualista (o egoísta).
No obstante, este mismo estudio demuestra que Internet no aumenta ni disminuye el capital social per se, sino que sólo lo potencia cuando existe un gran interés en alcanzar el fin perseguido y el uso es mayor a tres horas a la semana. Además, el estudio descubre que lo que suele pasar es que las personas ya inmersas en proyectos e iniciativas colectivas en “el mundo offline” utilizan el mundo virtual como otro espacio más de dinamización de la acción colectiva, tal y como pasó con la llegada del teléfono móvil. Así, Internet, en lugar de crear capital social, ayudaría a sostenerlo especialmente en usuarios que utilizan Internet con media-alta regularidad, facilitando la comunicación entre los integrantes de una organización tal que se refuercen los vínculos de reciprocidad entre ellos y en tanto que estos espacios sirvan para conocer al resto de participantes (su nivel de implicación). Así que se puede decir que las personas que participan del debate público-político de las redes sociales e Internet con regularidad son más proclives a ser parte de organizaciones e iniciativas “reales” fuera de la red, lo que sugeriría, a su vez, que la participación política en Internet favorecería la participación política en la calle en lugar de mellarla, tal y como parece haber sucedido con la Primavera Árabe, el 15-M en España o las protestas en Brasil el año pasado. Dicho esto, la disputa ideológica y de contenido desmovilizador que podemos encontrar, tanto en los medios de comunicación convencionales como en Internet y las redes sociales, merecería un análisis aparte.
Ésta es una explicación sin ánimo de lucro.
*En este artículo distinguimos la confianza generalizada (la que se posee a la hora de interactuar con un desconocido miembro de tu sociedad) de la confianza particularista (la que se profesa sólo al grupo de confianza: familia, facción, grupo de amigos, entre otros) a la hora de hablar de capital social pues, como vimos con Bordieu, la última crea acción colectiva para adentro bajo una lógica de suma cero (si nosotros ganamos o perdemos es porque el otro ha perdido o ha ganado). La confianza generalizada y el asociarse con extraños tenderían a promover en cambio, la búsqueda del bien común (Putnam).
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2 comments
Enrique Parcen
02/11/2021 at
Muy interesante, gracias por compartirlo, ojalá todos lo leyeran y reflexionaran al respecto.
Nelson Rafael Medina B
28/03/2023 at
I agree with the thinking of Bourdieu and Putnam regarding the rol of the internet in the Social Capital.