Cada parte de la vida de las mujeres que viven en los territorios dominados por el Estado Islámico está sometida por la oscuridad, e incluso su mirada es anulada tras la niqab, para una sociedad que de por sí vive sumida en las tinieblas. Ejecuciones aleatorias, castigos y torturas despiadadas forman parte de la realidad cotidiana de los habitantes que viven reprimidos por el yugo del terror y la barbarie impuesto por el grupo terrorista a través de su particular interpretación de la sharia —corpus del derecho islámico— y sus respectivas condenas a quienes incumplan alguno de los preceptos de la ley.
Ningún ciudadano escapa de esta amenaza constante, pero esta ansia por arrebatar toda libertad y esperanza se ensaña con un colectivo todavía más vapuleado: las mujeres. Además, en algunas ciudades, como Raqqa, el Estado Islámico cuenta con un grupo parapolicial llamado Al-Khansaa e integrado por mujeres —la mayoría extranjeras—, cuya misión es velar por el estricto cumplimiento del código de conducta por parte de sus congéneres. La abaya mal colocada, provocar ruido con la risa o pasear sin un tutor masculino son motivos suficientes para que la brigada femenina aplique torturas o latigazos a las mujeres que violan la ley.
Para que el mundo lo sepa
Sin embargo también hay quienes denuncian esta situación de cautiverio inalterable, aun arriesgándose a una condena de muerte. Es el caso de Om Omran y Om Mohammad (nombres ficticios), dos mujeres sirias que se atrevieron a grabar con cámaras ocultas la vida diaria en la ciudad de Raqqa.
En el vídeo, publicado por el periódico sueco Expressen, las mujeres muestran cómo la violencia y la intimidación se encuentran en cada esquina de la ciudad, donde cualquier acto puede ser motivo de ofensa para los combatientes del Estado Islámico que pasean libremente por sus calles con los fusiles en mano. También pueden verse detalles más íntimos como los rostros ocultos por la niqab de las mujeres que anuncian las cajas de tinte capilar o el miedo de un taxista por exponerse a una pena de treinta latigazos por llevar a una mujer sola.
«Estoy deseando quitarme la niqab y la oscuridad que nos oculta. No puedo esperar a vestir de la forma en que lo hacíamos en el pasado para poder salir a la calle sin tener miedo y sin ver armas o extranjeros con barbas y que intimidan”, relata una de las protagonistas. «Quiero vivir como me gusta. Comprar lo que me gusta. Quiero andar sola, libre, sin tener un guardia conmigo. Nada es más importante que la libertad».
Las mujeres se deshacen de sus cadenas
Las opacas vestimentas son, quizá, el elemento que mejor simboliza la opresión absoluta que sufren estas mujeres. Tanto es así que las imágenes del fotoperiodista Jack Sashine se han convertido en un colosal grito por la libertad, la igualdad y la condena absoluta a un grupo decidido a mantener a toda una población sumida en el medievo.
Las fotografías muestran la llegada de varios refugiados sirios al Kurdistán occidental —o Rojava en kurdo— la zona de mayoría kurda al noroeste del país, controlada por las Unidades de Protección Popular (YPG). «Para mí estos son los momentos que marcan el inicio de la liberación de Tel Abyad», cuenta a Verne el fotógrafo que vive estas escenas a diario.
Para muchas personas que huyen del horror la región kurda se ha convertido en el último bastión de la esperanza para su país, y en la promesa de la construcción de una sociedad democrática e igualitaria.
Las voces que tendrán que ser escuchadas
Precisamente en Cizîr (Rojava) un grupo de diez mujeres kurdas y árabes han creado JIN FM, la primera radio independiente femenina en Siria, en la que las voces hasta ahora silenciadas toman el protagonismo en un espacio eminentemente liderado por hombres, desafiando así las múltiples barreras sociales todavía existentes.
«Cuando abrimos era la primera vez que se escuchaba lo que piensa la mujer a través de su propia voz, hemos tenido una gran aceptación», comenta Sherin Ibrahim, fundadora de este proyecto y, además, de la escuela de periodismo dirigida exclusivamente por mujeres y de la que ya han salido tres promociones de alumnas.
Aunque reconocen no tener todavía «mucha experiencia para hablar de política», abordan temas sociales que se centran, sobre todo, en la familia y también en aspectos de salud, debido a la propagación de enfermedades por la guerra.
La labor de estas mujeres no se reduce a lo puramente informativo. Desde los micrófonos de JIN FM envían, cada día, la fuerza y la esperanza que miles de mujeres necesitan para creer que un futuro es posible. «Nosotras combatimos a los terroristas saliendo de casa», afirma la periodista.
Luchando desde el mimbar
La predicación religiosa es, sin duda, una vía excelente para combatir el extremismo y expandir una cosmovisión del Islam más moderada y rigurosa, pero también este ha sido un espacio donde las voces femeninas apenas tenían cabida. Hasta ahora. En los últimos años, la cifra de jóvenes marroquíes que se enrolan en las filas del Estado Islámico ha aumentado considerablemente y lo que preocupa a los expertos es que puedan ejercer una influencia en otros jóvenes mayor que la de los propios imanes. «Reproducen patrones de violencia, tienen poca formación y son como un papel en blanco donde cualquiera puede escribir lo que quiera. No saben nada del Islam», afirma Mohammed Ben Aissa, presidente del Observatorio del Norte por los Derechos Humanos.
La incultura y la interpretación tergiversada de los textos sagrados son las claves a las que apunta Merième, una futura morchida —la versión femenina del imán—, como base del fanatismo. «Ignoran los principios del Islam, por eso les convencen tan rápido. El Islam es una religión de paz», afirma la joven.
Debido a los atentados en Casablanca de 2003, en los que murieron 45 personas, el Ministerio de Habous y Asuntos Religiosos consideró que debía reforzar el control de las mezquitas y de los imanes y competir con otros líderes de ideología salafista y wahabita. Fue en 2006 cuando se incorporó la figura de las morchidates con el objetivo de expandir una versión moderada del Islam y, además, poder llegar a un mayor número de mujeres.
No obstante, a pesar del gran avance social y religioso conseguido, siguen existiendo importantes diferencias entre los varones y las mujeres. Las morchidates no pueden dirigir la oración como lo hace un imán y tampoco tienen que aprender de memoria todo el Corán, sino solo la mitad puesto que su labor principal es educar en valores a las demás mujeres, pero también la prédica religiosa. «La solución contra el extremismo no solo es militar. Hay que educar y nuestro papel es la educación religiosa. La violencia es haram, haram, haram (pecado)», dice Hanane, también una joven morchida.
Brigadas de mujeres en primera línea de combate
Los soldados del Estado Islámico creen que si mueren en combate a manos de una mujer, sus almas irán directamente al infierno. Por eso, las combatientes kurdas de las Unidades Femeninas de Protección (YPJ) se han convertido en la peor pesadilla del grupo terrorista y son un símbolo para el movimiento feminista en todo el mundo.
No obstante, su historia y su lucha va mucho más allá del campo de batalla. «La nuestra es una lucha contra el colonialismo étnico y sexista», dice Nursel Kiliç, presidenta de la Fundación Internacional de Mujeres Libres y representante del Movimiento Europeo de Mujeres Kurdas. «No es solo una lucha de autodefensa, son mujeres que hacen una interrevolución feminista en el seno de la revolución kurda», afirma la portavoz.
Las mujeres kurdas cuentan con una larga historia de resistencia desde comienzos del siglo XX, pero fue en 2012, generaciones después, cuando un surtido grupo decidió organizarse voluntariamente en las YPJ (independientes de las YPG) para frenar el avance del Estado Islámico.
Fue en la batalla de Kobane, en 2015, cuando los medios de comunicación internacionales centraron su atención en estas combatientes kurdas, en buena medida debido a la solidaridad que obtuvieron de fuerzas feministas, anarquistas, comunistas y anticapitalistas en todo el mundo. Y, a su vez, este apoyo internacional puso de relieve que la batalla contra el Estado Islámico no es sino una parte del proyecto total de las mujeres kurdas y de parte de la sociedad kurda en general.
Rojava se está convirtiendo en escenario de una revolución mayor. Más allá del ámbito militar la propuesta de Abdullah Öcalan, líder del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), pasa por el establecimiento de un Confederalismo Democrático «multi-cultural, anti-monopólico y orientado hacia el consenso» (Abdullah Öcalan, Confederalismo Democrático, International Initiative Edition, 2012, p.21), con la ecología, el feminismo y la organización como pilares del nuevo sistema.
«Cuando tu corazón y tu mente trabajan en una misma dirección, no importa lo que tengas entre las manos, puedes luchar con ello», dice una combatiente de las YPJ.
Todo parece indicar que en esa dirección trabajarán una gran mayoría de las mujeres que, con sus diferentes pensamientos y modos de vida, enriquecerán lo que ya es una lenta, pero profunda realidad: el empoderamiento innegable de las mujeres en el mundo árabe y más allá de éste.
Esta es una explicación sin ánimo de lucro
¿Quieres recibir más explicaciones como esta por email?