Los inesperados resultados del referéndum del Brexit han sacudido Europa. La decisión de Reino Unido de abandonar la UE ha cogido por sorpresa a casi todos, y el futuro próximo sobre el modo en que se efectuará la salida de la Unión y cuáles serán las relaciones entre ambos bloques se plantea incierto. Mientras tanto, en el continente, Europa busca reinventarse a sí misma. La decisión británica, más que desencadenar una crisis en el seno de la Unión, viene a sumarse a la larga lista de vicisitudes a las que se lleva enfrentando la UE desde hace años: la crisis económica, el auge del populismo, la crisis de los refugiados o la crisis del Estado de Derecho en Polonia, son muestra de que Europa lleva tiempo moviéndose en aguas turbulentas, que el Brexit no ha hecho más que agitar. Europa sabe que es momento de buscar un nuevo rumbo, de construir un nuevo proyecto que recupere la ilusión de los ciudadanos. Pero, para reinventarse, es necesario entender el fallo que le condujo a esta situación. Y si bien existe consenso a la hora de detectar que algo no marcha bien esas mismas voces no se ponen de acuerdo en identificar los errores y establecer una hoja de ruta para continuar con el proyecto.
[pullquote align=”right”]¿Cuáles son los motivos de que Europa lleve años encadenando crisis? No existe una respuesta simple a este interrogante y, sin embargo, quienes creen en el proyecto europeo consideran que es necesario ser capaces de responderla aunque no coinciden en el diagnóstico.[/pullquote]
Nacida para ser resolutiva, dañada por no encontrar soluciones
Gran parte de las críticas a la UE se centran en su incapacidad de actuar de manera unida y eficiente cuando los problemas acechan. Esta incapacidad de acción se traduciría posteriormente en falta de resultados, que a su vez llevarían al descontento entre los ciudadanos. Lo cual terminaría alentando la aparición de partidos políticos con discursos de corte populista que reclaman la vuelta a la soberanía nacional como alternativa a una UE que ya no es capaz de responder a las demandas de sus ciudadanos. El ejemplo más visible de esta tendencia podemos encontrarlo precisamente en Reino Unido, donde el UKIP ha tenido éxito definiendo la agenda en términos de marcado carácter nacionalista y antieuropeo.
Es frecuente escuchar que todo esto gira alrededor de una crisis política y que podría resolverse fortaleciendo la legitimidad de los procesos democráticos de la Unión. Sin embargo, la mayor parte de críticas a la UE se basan no tanto en la ausencia de mecanismos democráticos (que, si bien mejorables, existen), sino en la ausencia de resultados. Esta visión se centraría así en una concepción de la UE no como un ente político, sino como un supraestado regulatorio ocupado de tareas más técnicas y cuya legitimidad estaría basada en la capacidad de desarrollar outputs eficientes. En esta línea, la única razón de ser de la Unión sería la de producir resultados eficientes, y la mayor crisis para Europa sería la propia existencia de crisis.
La cesión de soberanía en la configuración de la identidad europea
Surge la duda, ¿hasta qué punto podemos hablar de falta de resultados, y hasta qué punto esta falta de resultados tiene su origen en las instituciones europeas? El resultado del referéndum en Reino Unido ha mostrado obvio que la UE es incapaz de construir un discurso que haga frente al euroescepticismo. ¿Por qué no ilusiona Europa? Más allá de la ausencia de un proyecto europeo común o del triunfo del discurso euroescéptico, existe una explicación alternativa que pasa por la conducta electoralista de los gobiernos nacionales y los partidos políticos.
[pullquote align=”right”]¿Por qué ni seduce ni ilusiona la Unión Europea? Quizá haya que volver la mirada a los países miembro[/pullquote]
Para comprender esta explicación, es necesario analizar primero los motivos por los que los estados miembro deciden renunciar a ciertas competencias nacionales y transferirlas hacia la esfera supranacional. Hay varios motivos que explican la decisión de delegar, como lo son la interdependencia económica entre estados, la necesidad de alcanzar compromisos creíbles con un socio o la reducción de asimetrías de información. Un último motivo, el más relevante para esta explicación, es que la delegación de competencias hacia la UE sirve como mecanismo a los gobiernos nacionales para eludir la responsabilidad por la toma de decisiones impopulares. La delegación permite a los gobiernos poder culpar a la Unión Europea de decisiones que de otra manera podrían suponerles un alto coste electoral: es el conocido recurso del “Bruselas me obligó a hacerlo”. Al mismo tiempo, los gobiernos pueden apropiarse las decisiones populares aprobadas por la Unión, aprovechando que las instituciones supranacionales no siempre tienen la capacidad ni los mecanismos para llegar a la ciudadanía y contrarrestar este efecto.
Este mecanismo podría ir más allá, como apuntaba recientemente Martin Schultz, presidente del Parlamento Europeo, si tenemos en cuenta que en ocasiones los gobiernos no sólo echan la culpa a Bruselas de las decisiones impopulares, sino también de la incapacidad de tomar decisiones en asuntos como, por ejemplo, la crisis de refugiados. Sin embargo, en gran parte de estas ocasiones, son los propios gobiernos nacionales quienes son incapaces de ponerse de acuerdo entre sí en el Consejo para sacar adelante medidas.
Urge definir un proyecto que corre el riesgo de desgajarse
Este tipo de conducta, comprensible dentro de la salvaguarda de los intereses de los gobiernos con intereses electorales que dependen del apoyo popular para poder seguir en sus cargos, actúa sin embargo como un campo de cultivo para el euroescepticismo. En un contexto en el que en el debate público, Bruselas suele ser señalada como incapaz de resolver problemas y como culpable de las decisiones impopulares, mientras que los gobiernos nacionales se apropian de los logros conseguidos a través de la integración, lo extraño sería que los ciudadanos europeos estuviesen ilusionados con la Unión. Esto es algo que ha sido visible a lo largo de todo el proceso del Brexit, la crisis más reciente en el seno de la UE: para gran parte del electorado británico, Europa ha terminado siendo identificada como la culpable de una serie de problemas cuya raíz podría haber sido, de hecho, nacional. Del mismo modo, el mecanismo del traslado de culpas podría haber sido clave en el triunfo del discurso euroescéptico del UKIP.
[pullquote align=”right”]Para que Europa salga de esta turbulenta época deberá partirse de una idea compartida[/pullquote]
La encrucijada en la que se encuentra la UE es, sin duda, muestra de que es hora de pensar en hacia dónde va Europa, tal vez incluso de replantear los fundamentos en los que se basa la Unión. Este proceso, cada vez más necesario, plantea también una serie de riesgos: el riesgo de precipitarse, el riesgo de creer que el euroescepticismo es el único enemigo a combatir, el riesgo de no ahondar más en las causas. Antes de combatir el euroescepticismo, será necesario entender por qué ha triunfado, y cuál ha sido el rol de los gobiernos nacionales en este triunfo. Del mismo modo, antes de iniciar un proceso de reconstrucción, será necesario preguntarse primero qué queremos que sea Europa: ¿una unión política o una organización cuyo único fin es el de resolver problemas de forma eficiente? Y es que solo entendiendo las causas de las numerosas crisis, podremos comenzar a resolverlas.
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