El partido amistoso entre las selecciones de fútbol de Guinea Ecuatorial y de España del pasado 16 de noviembre ha vuelto a redibujar la delgada línea que separa fútbol, política y consideraciones sobre Derechos Humanos. ¿Debe el deporte, y en particular el fútbol, jugar un papel en la defensa de los Derechos Humanos y en la crítica a regímenes autoritarios? ¿O debe considerarse como lo que es, un deporte sin más?
Guinea Ecuatorial, la empresa privada de Obiang
La relación de Guinea Ecuatorial con España es muy particular, pues se trata de uno de los últimos territorios de ultramar que conservó España de su herencia colonial. En las elecciones presidenciales que tuvieron lugar tras la independencia del país en 1968 salió vencedor Francisco Macías, quien se dejó seducir por el totalitarismo e instauró un régimen de terror que se prolongó durante una década. En 1979, un golpe de Estado encabezado por Teodoro Obiang derrocó a Macías, quien fue juzgado y ejecutado. El propio Obiang fue entonces nombrado nuevo Presidente.
A partir de entonces y hasta el día de hoy, cada siete años, como un reloj, Teodoro Obiang convoca elecciones que acaban por darle triunfos aplastantes (de hasta el 98% de los votos en 1996) y que siempre son el blanco de boicots y denuncias por parte de la oposición y de diversas organizaciones internacionales.
El régimen de Obiang es mundialmente famoso por su ínfimo respeto a los derechos humanos, a saber: restricciones a la libertad de prensa, detenciones arbitrarias, tortura y malos tratos, desapariciones forzadas, etc. El país tiene una de las tasas de inequidad más altas del mundo debido, entre otras cosas, a la corrupción imperante en todo el esqueleto estatal. La organización internacional Transparencia Internacional sitúa a la Administración ecuatoguineana entre las quince más corruptas del mundo. Obiang dirige el país como si se tratara de una empresa familiar en la que la mayoría de los puestos de gobierno están ocupados por familiares colocados a dedo por él.
Los jugadores contra el Régimen
Con este decorado en el escenario, la Federación Española de Fútbol decidió, previo visto bueno de la Secretaría de Estado del gobierno actual, viajar a Guinea Ecuatorial para jugar un partido amistoso. Encuentros polémicos como éste han tenido lugar en múltiples ocasiones. En la mayoría de casos el partido se disputa y la polémica generada se olvida. Pero no siempre fue así.
Uno de ellos fue el motivado por la URSS en la Copa del Mundo de Alemania 74. Cuarenta días después del golpe de Pinochet en Chile, la selección de fútbol de la URSS debía jugar en el Estadio Nacional de Santiago de Chile el partido de vuelta de la eliminatoria de clasificación. La URSS emitió entonces un comunicado explicando que no acudiría a Chile y que no disputaría el partido de eliminatoria en ese estadio, que era regularmente utilizado por el régimen como centro de detención y tortura de prisioneros políticos. “Los deportistas soviéticos no pueden en este momento jugar en el estadio de Santiago, salpicado con la sangre de los patriotas chilenos”. Sin embargo, a pesar de la ausencia del equipo soviético, las autoridades chilenas insistieron en que se disputara el encuentro, que se disputó en menos de 5 minutos y con un único equipo en el campo. El árbitro pitó el comienzo de partido y, tras combinar algunos pases, el chileno Chamaco Valdés metió el primer y único gol en una portería vacía. El partido acabó justo después y la FIFA dio la victoria a Chile por 2-0.
También en el Mundial de Argentina de 1978 el deporte sirvió para censurar al régimen. El país estaba sumido en lo que el régimen militar había denominado Proceso de Reorganización Nacional, tristemente célebre por las violaciones sistemáticas de derechos humanos que desembocarían en unas 30.000 personas desaparecidas. El gobierno de Videla vio en la organización de la Copa del Mundo la oportunidad perfecta para maquillar las penurias del régimen y promocionarse de cara a la comunidad internacional. “Mientras se gritan los goles, se apagan los gritos de los torturados y de los asesinados”. Con esta frase definió Estela de Carlotto, presidenta de la Asociación Abuelas de Plaza de Mayo, la utilización del gobierno dictatorial de Jorge Rafael Videla de la Copa del Mundo. El 1 de julio de 1978 se inauguraba dicho campeonato en el Estadio River Plate. Al mismo tiempo, a menos de un kilómetro de allí, en la por entonces Escuela Superior de Mecánica de la Armada, los verdugos del régimen torturaban a ciudadanos argentinos; y al mismo tiempo, las Madres de la Plaza de Mayo, como cada jueves, se manifestaban silenciosamente frente a la Casa Rosada exigiendo una respuesta a la desaparición de sus hijos. La conciencia social afloró en ciertos futbolistas. El portero sueco Ronnie Hellström no asistió a la ceremonia inaugural y, en su lugar, acompañó en su marcha a las Madres de la Plaza de Mayo. Igualmente, algunos jugadores de Holanda se negaron a saludar al final del encuentro a los jefes de la dictadura argentina presentes en el palco del estadio.
¿Queda sitio para los Derechos Humanos en la Marca España?
Como es sabido, la selección española sí jugó el partido en Guinea Ecuatorial. Al ser preguntado sobre la polémica, Del Bosque fue claro: “No venimos a derrocar a nadie ni a ir en contra de nadie”. Efectivamente, los jugadores de fútbol son únicamente deportistas, y no necesariamente activistas de derechos humanos. Igualmente, no es atribuible a éstos la responsabilidad de elegir Guinea Ecuatorial como sede para un partido amistoso, pues es la Federación Española de Fútbol quien toma este tipo de decisiones, siempre bajo la tutela de la Secretaría de Estado para el Deporte.
Más allá de aspectos deportivos, el atractivo económico de Guinea Ecuatorial para España es innegable.
España es el tercer cliente comercial del país, así como su segundo proveedor. Además, tampoco se ha de pasar por alto el encanto petrolífero de Malabo, que ya se erige en uno de los principales productores de petróleo de África Subsahariana.
Prueba de este interés de España es la visita a Guinea Ecuatorial, pocos días antes del partido en cuestión, del Secretario de Estado de Cooperación Internacional y para Iberoamérica. El balance final de dicha visita: varias citas, con sus correspondientes fotografías, en algunos proyectos de cooperación patrocinados por España; y diversas reuniones con altos cargos ecuatoguineanos, entre ellos el Ministro de Comercio y Promoción Empresarial. Ni rastro, sin embargo, de reivindicaciones, ni siquiera una mención, a la situación de los Derechos Humanos en el país.
Éste es tan sólo un episodio más en el que la defensa de los Derechos Humanos acaba resultando un interés meramente complementario, que sólo se pone en práctica a condición de que no perjudique el resto de intereses, especialmente los económicos. Así, la protección de los Derechos Humanos, aún siendo teóricamente parte de la miscelánea Marca España, carece de relevancia sobre el terreno.
Por otra parte, al ser un partido de fútbol el caso suscita especial notoriedad, pues es claro que en las sociedades actuales las figuras del deporte gozan de una atención y relevancia públicas sin parangón. No obstante, no parece que esto sea muy tenido en cuenta por las organizaciones a la cabeza del negocio futbolístico, pues los casos en que los intereses económicos derivados del fútbol se imponen sobre los Derechos Humanos son continuos, pudiendo verse el último ejemplo de ello en la adjudicación de la organización del Mundial 2022 a Qatar, donde se multiplican las denuncias por violaciones de los derechos de los trabajadores.
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