Parafraseando el título de la famosa plegaria patriótica estadounidense de Irving Berlin, el título del documental hace referencia al discurso dado por el presidente Geir H. Haarde para tranquilizar a los ciudadanos seis días antes de que la Bolsa bajara un 77 por ciento y la burbuja financiera e inmobiliaria estallara dejándolos en estado de shock.
La opera prima de Helgi Felixson recoge la “revolución silenciosa”, gestada en apenas tres meses, desde el 6 de octubre de 2008 con la aparición pública del presidente de la nación para tranquilizar a los inversores y asegurar los depósitos hasta su renuncia y la convocatoria de nuevas elecciones el 26 de enero de 2009. Luego el Estado nacionalizó tres grandes bancos, el partido de gobierno dejó el poder después de 18 años, el FMI tuvo que rescatar al país de la bancarrota, la inflación galopó, el desempleo creció y el valor de su moneda, la króna, se redujo a la mitad.
Comenzaba así el drama de una isla con una superficie de apenas 100.000 kilómetros cuadrados y poco más de 300.000 habitantes que hasta ese momento figuraba como el “más feliz del mundo” y que había pasado una década, desde finales de los 90 hasta el estallido de la crisis, cimentando su prosperidad económica en la dinámica de los mercados crediticios y bancarios.
A través de las vivencias de ciudadanos que participaron en las movilizaciones, de algunos de los brokers implicados y del propio ex presidente, se ofrece un análisis lúcido y demoledor de lo sucedido en Islandia. Y desde ese microcosmos se nos revelan las claves de una crisis que tiene proporciones planetarias. “Hay gente que lo ha perdido todo, a la que solo le queda el recurso de marcharse, hay familias desgarradas … si tuvieras que culpar a algo o a alguien ..¿a quién lo harías?” pregunta Felixson a un ex directivo de Kaupthing. “la crisis nunca tuvo que pasar, nunca tuvo que ser como fue”, contesta este.
Crisis de governanza. Crisis de democracia. Crisis de valores
Esas son las consecuencias, pero veamos las causas. “Gob bless Iceland” nos deja entrar en la vida de un policía pluriempleado como seguridad nocturno y buzo para hacer frente a la hipoteca que pesa sobre su diminuta casa en un pueblo de apenas 700 habitantes y no perder su trabajo. “Tener todo, no tener nada”, se lamenta. También en la de una familia de cuatro miembros al borde del desahucio que recuerdan con nostalgia lo felices que eran en una casa más pequeña y en una vida centrada en quererse más y en comprar menos. O la de una autónoma que no tiene más remedio que recoger la comida que sus vecinos tiran a la basura. O la de una peluquera canina reconociendo amargamente que piensa en abandonar el país mientras cepilla a su perro, curiosamente llamado Esparta.
“God bless Iceland” es el retrato de una sociedad entrampada hasta las cejas sobre la cual planea el fantasma del rescate, algo que los islandeses relacionan con el control sobre sus recursos naturales. La única salida posible es la emigración. El film deja muy claro que la crisis financiera es producto de una crisis de gobernanza, de democracia y de valores. “Tenemos el record mundial en mentir y robar a otra gente, en hacer trampas para conseguir dinero. Esta nación ha perdido su reputación” brama un manifestante durante uno de los sábados islandeses. “¿Elige la nación el gobierno o el gobierno a la nación”, se pregunta otro. “Estos políticos no son responsables nunca de lo que hacen, se comportan con arrogancia y tiranía” se queja amargamente un pescador. Mientras, su compañero le responde “es verdad. Si empezaran a hablar con la gente, y a tratar a otros como personas. A hablar con los jóvenes con respeto y diálogo, sin tiranía”.
“Cambiar el gobierno no es suficiente. Necesitamos cambios en la gobernanza” afirma otra ciudadana mientras advierte “pase lo que pase la gente no será complaciente y observará lo que está pasando. Y no creo que nadie se conforme con menos que los cambios necesarios porque esta locura no puede continuar. Este puñado de personas –refiriéndose a los dueños de los bancos- los controlan todo, manteniendo a los demás en la oscuridad”.
Responsables frente a ciudadanos “activistas”
Y los ciudadanos cumplieron sus amenazas. Tras tres intensos meses de protestas, caceroladas, mítines y presión sobre su gobierno en la que todos los ciudadanos se habían convertido en “activistas”, participando incluso en actos ilegales sin saberlo, el 26 de enero se disolvió el gobierno de coalición y se celebraron nuevas elecciones, la principal demanda de los islandeses. Además decidieron no pagar una deuda que consideraban ilegítima. “Yo siempre he sido puntual con el pago de mis letras”, reconoce una de las protagonistas del documental, “pero ahora ya no, ya no tengo miedo a dejar de pagar”. “Cuando uno ve tantos abusos de poder tu actitud cambia”, añade.
Atrás quedaba el comportamiento de unos políticos empecinados en echarse la culpa los unos a los otros y en desacreditar a los manifestantes; en un presidente que en plena crisis y para desviar la atención convoca una rueda de prensa –sin preguntas-, no para admitir responsabilidad alguna, sino para compartir su diagnóstico de un tumor maligno. En unos gestores financieros convencidos de que estaban haciendo negocios sólidos y solventes pero que son conscientes de que las enormes cifras que manejaban se convirtieron en meros símbolos que no les dejaban ver a las personas que había tras ellos y que reconocen sin pudor que quizás “tuvieron demasiada libertad” o que vivían “encumbrados, pisando fuerte”. En personajes como Björgólfur Thor Björgólfsson, que pasó de ser admirado por ser el primer milmillonario de la historia de Islandia al símbolo de la avaricia que se lava las manos porque “no estaba en el país” o era un “mero accionista” de esos bancos “y no sabía lo que hacían”. Y en medios de comunicación que no informaron a los ciudadanos de lo que estaba pasando y cuya única fuente de noticias era la prensa extranjera, la sueca sobretodo.
“God bless Iceland” captura la esencia de una revuelta silenciosa y pacífica que ha sido posible gracias a una sociedad profundamente madura y cohesionada donde, en plena manifestación la policía, a cara descubierta y placa visible, dialoga con los participantes y les pide que entienda que su trabajo es fastidiarles la fiesta.
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