Arthur Schopenhauer dijo: “una contribución original al conocimiento pasa por tres fases: primero es ridiculizada; seguidamente se está en contra; y finalmente se implementa”. Esta podría ser la historia del Impuesto a las Transacciones Financieras (ITF), más conocida como Tasa Tobin (TT).
Hoy en día la TT aparece como una de las medidas para poder establecer un cierto control al “desgobierno” de las finanzas así como conseguir unos recursos nada despreciables en un momento en el que los presupuestos de los estados occidentales están “sedientos”. Gracias a campañas como la Robin Hood Tax Campaign, o iniciativas como las de ATTAC o el Foro UBUNTU, a nadie ya no le suena extraño oír hablar sobre la TT. Es necesario, por tanto, conocer qué es y una breve historia de esta idea que ahora parece más cerca que nunca de su aplicación.
¿Qué es la Tasa Tobin?
Cuando hablamos de aplicar un ITF ó TT, nos referimos simplemente a un pequeño gravamen a la compra-venta de divisas, bonos, acciones, derivados, etc. que son, mayoritariamente, de tipo especulativo. Se trataría, por tanto, de un impuesto con un carácter progresivo que, teniendo en cuenta que los movimientos de divisas son de una media de 4 billones de USD al día, generaría una ingente cantidad de recursos. Si se aplica un impuesto al consumo de agua, ¿porqué no gravar las transacciones financieras?
Un poco de historia
En los años 30 John Maynard Keynes, uno de los economistas más influyentes de la historia, ya propuso controlar los excesos que algunas empresas podrían tener sobre Wall Street a través de un pequeño impuesto sobre las transacciones financieras, lo cual podría ayudar a controlar esta dinámica y contribuir al buen funcionamiento de la economía en general. Posteriormente ya en los 70 el profesor James Tobin, en un contexto de caída del modelo de Bretton Woods y del inicio de la libre fluctuación de las divisas en los mercados, elaboró la idea de establecer un impuesto a las transacciones de divisas al contado para reducir la especulación y regular los mercados.
A finales de siglo XX, con la extensión de globalización financiera y la liberalización de los mercados de capitales, se producen una serie de crisis económico-financieras que encienden la alarma respecto al “descontrol” de las finanzas y sus repercusiones globales. Como consecuencia de ello nace ATTAC ( la Asociación por la Tasación de las Transacciones Financieras) quién, a partir de la influencia de Ignacio Ramonet entre otros, recupera la idea de un ITF que permita regular mejor los mercados de intercambio de divisas, reducir la especulación y conseguir unos recursos para la comunidad internacional. A partir de este momento la idea de la Tasa Tobin (quién no simpatizaba con estas ideas) se convierte en un ícono de todo el movimiento de protesta altermundialización que propugna que “otro mundo es posible”.
A mediados de la primera década del siglo XXI, empieza la preocupación por el modo de afrontar los problemas mundiales desde una perspectiva global, y dos de los que más preocupan son el desarrollo y la degradación ambiental. Existe en relación a ellos un grave problema que no es otro que la falta de financiación. La Ayuda Oficial al Desarrollo, bajo el objetivo contraído en los 70 del 0.7% del PIB, no se cumple y los recursos para el cambio climático no aparecen. Concretamente, estamos ante unas necesidades de financiación que ascienden a unos 324 mil millones de USD anuales. Resurge, otra vez, la idea de la TT, pero esta vez como mecanismo de financiación para los bienes públicos globales liderada por los movimientos de sociedad civil internacional.
Y ahora, en un contexto de crisis económica y financiera con los gobiernos occidentales endeudados y con déficits perennes, son éstos los que quieren su implementación. Se cumple de esta manera el “círculo vicioso” del cual Schopenhauer hablaba cuando aparecen nuevas ideas.
Contexto actual
En la Unión Europea toda una serie de países, bajo la batuta del gobierno francés de Nicolás Sarkozy y del alemán de Angela Merkel, es quién ahora ha puesto el debate sobre la implementación de la TT encima de la mesa de forma más decidida. La Comisión Europea y el Parlamento Europeo ya se han mostrado favorables a su implementación, pero continuamente aparecen voces discordantes en contra de su aplicación argumentando que el impuesto va a yugular la economía europea y el efecto final que éste tendrá en los ciudadanos de a pie. El debate también se ha intentado trasladar al marco del G20, pero queda claro que su aplicación a nivel global requiere de un mayor análisis a pesar que más de 20 países ya aplican alguna variante de TT (Brasil, Suráfrica, Corea del Sur, Grecia, Estados Unidos, etc.).
Sarkozy, quien ha defendido durante años la idea del impuesto para financiar el desarrollo, el cambio climático y “poner coto” al capitalismo más voraz (suprimiendo, eso sí, el gravamen a los beneficios en bolsa en 2008), aprobó unilateralmente el pasado enero la aplicación del impuesto sin ninguna mención a la financiación del desarrollo. La cuestión reside, entonces, en el objetivo que se persigue con su implementación y el uso que se dará a los fondos recaudados, así como la voluntad de los gobiernos de ceder parte de la soberanía fiscal que en ellos recae.
Conclusión
La TT no es, seguramente, la idea más ambiciosa para regular los mercados financieros como sí sería, por ejemplo, la supresión de los paraísos fiscales. Sí que podría ser, por el contrario, un primer paso en esta dirección. Lo que realmente se necesita es aclarar quién gestionará los fondos recaudados, los efectos de su aplicación y cuál será su destino final. Todo ello con el objetivo de tener un mayor control de la economía y las finanzas; que lo político recupere la soberanía sobre lo económico; y para obtener unos recursos que sirvan para financiar las necesidades de desarrollo, sociales y la lucha contra el cambio climático.
De lo que no hay ninguna duda es que ahora que estamos más cerca que nunca de su aplicación y que el debate sobre su viabilidad, tanto económica como legal, está superado. Lo único que hace falta para que este mecanismo entre en la tercera fase “de las ideas” como Schopenhauer decía (su implementación), es voluntad política. Algo de lo que últimamente andamos escasos.
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