Año 2161: los seres humanos han sido modificados genéticamente para dejar de envejecer a los 25 años de edad. A partir de ese momento, un reloj individual bajo la epidermis del antebrazo inicia una cuenta regresiva de un año. Al llegar a cero, el reloj se apaga y su portador se consume. La única manera de sobrevivir es conseguir más tiempo ya sea a través del trabajo, el robo o la caridad. Este es el futuro que nos plantea Andrew Niccol en “In Time”, su cuarto film como director. Un futuro en el que el tiempo ha sustituido al dinero como moneda de cambio y el equilibrio del sistema socioeconómico oscila entre el deseo de supervivencia de las clases bajas y el deseo de inmortalidad de las élites económicas.
En un período de crisis económica global, como en el que nos encontramos, el planteamiento de Niccol resulta muy atractivo como crítica desde la cultura a las desigualdades generadas por el tardocapitalismo financiero. Es una lástima que la fuerza de la premisa inicial se desinfle y banalice a medida que avanza la trama, hasta ofrecer un diagnóstico reduccionista del problema y una solución igualmente simplista: una suerte de Robin Hood del futuro, encarnado por Justin Timberlake, que aplica justicia redistributiva en las cuentas temporales de los más pudientes. “In Time” adolece de profundidad argumental, credibilidad interpretativa y valor para salirse de las viejas recetas. En lugar de eso, la superficialidad, el reparto de actores superventas y la autocensura se imponen. Es decir, la lógica del beneficio taquillero ha diluido lo qué podía haber sido una crítica feroz al capitalismo líquido.
Quizá la fuerza de este tipo de películas que, incluso partiendo de premisas transgresoras, se moldean hasta adaptarse a las preferencias conservadoras del gran público, resida precisamente ahí: en su capacidad de acercar, desde el ocio, determinados planteamientos a grandes capas de población. El mero juego de pensar en “dinero” cada vez que en la película hablan de “tiempo” permite al espectador tejer analogías entre el futuro que nos plantea Niccol y el presente en el que nos encontramos. Quizá sea en la simplicidad de ese ejercicio mental dónde subyace la crítica al sistema de “In Time” y no tanto en la solución que el film plantea.
Capitalismo líquido, lucha de clases e incertidumbre
Las analogías entre el sistema capitalista presente y el que plantea Niccol en “In Time” son evidentes. Sin embargo, la introducción del tiempo como moneda de cambio radicaliza todos los preceptos y todas las desigualdades. La principal diferencia reside en la desvinculación entre consumo e intercambio: es decir, el consumo de tiempo es constante, líquido, inexorable y sigue fluyendo independientemente del intercambio de bienes. Ya no es sólo que los protagonistas de “In Time” tengan que pagar con su tiempo de vida el abastecimiento de sus necesidades básicas, sino que pagan por cada segundo que siguen vivos. Así pues, el consumo deja de ser algo voluntario, el margen de maniobra de los individuos se reduce y las opciones que propugnan el consumo responsable o “alternativo” como vías de escape al sistema, pierden toda su fuerza. En este estadio final del capitalismo líquido se genera una estructura socioeconómica que, aunque se asemeja bastante a la actual, recrudece a los individuos, polariza las clases e incrementa las desigualdades.
De hecho, resulta curioso que cuánto más líquido es el capital, más rígida se torna la estructura de clases; en el caso de “In Time”, polarizada entre una oligarquía poderosa casi inmortal y una gran masa precaria con una corta esperanza de vida. Un individuo pertenece a una u otra clase en función de una serie de factores: la posición que ocupa en el proceso productivo, el lugar dónde vive, su capital temporal e incluso sus patrones culturales y de conducta. El ascenso social es casi imposible: los que están en la base viven al día, hacinados en el gueto y necesitan ingresar tiempo en sus cuentas personales constantemente. El trabajo asalariado les provee de apenas unas horas de vida. El emprendimiento es casi imposible por la necesidad de ingresos inmediatos. El coste de la vida aumenta día tras día para mantener ese equilibrio. Las financieras se aprovechan de esa desesperación ofreciendo créditos de tiempo a un alto interés, inasumibles por la mayoría.
En esta situación, el robo se plantea como una opción plausible para la supervivencia. Por ese motivo, los poderosos viven en una metrópolis segura (New Greenwich), alejada de los suburbios y con peajes de acceso tan caros que evitan que cualquier persona del gueto, con apenas unas horas de vida, pueda acceder. La segregación es casi total. Además, la policía se encarga de controlar que no haya flujos irregulares de tiempo en las zonas precarias.
Los habitantes del gueto viven en la incertidumbre, pero no en los términos en los que la analizamos normalmente (laboral, emocional o de autorrealización personal) sino en la más básica de las incertidumbres, la que se encuentra en la base de la pirámide de les necesidades: la vital. Cuando son apenas unas horas las que separan a los individuos de su muerte, desaparece cualquier proyección de futuro. Bauman [1] describe en la Modernidad líquida las consecuencias psicológicas de los individuos que viven en una sociedad de este tipo: desarraigo afectivo por el miedo a establecer relaciones duraderas (“¿Quién tiene tiempo de tener novia?” pregunta Will Salas a su madre al inicio de la película), individualismo salvaje, egoísmo, relaciones basadas en el coste-beneficio, fragilidad emocional, ansiedad, miedo, adicciones y otros comportamientos autodestructivos. En este caso, la fuente de esta fragilidad humana no es tanto el trabajo, como describe Sennett [2] en la Corrosión del carácter sino la líquidez total del capital, el tiempo convertido en moneda de cambio. Es una pena que Niccol no profundice en el aspecto psicológico-emocional de los protagonistas de “In Time”. Apenas sí tenemos una prueba de esta fragilidad en la aceptación natural de la muerte por parte de los habitantes del gueto, el alcoholismo de Borel, el mejor amigo de Will Salas -el protagonista- o las repetidas escenas de pulsos a vida o muerte en las zonas precarias.
Los poderosos, por el contrario, viven la otra cara de la posmodernidad: la que describe Lipovetsky [3] en La era del vacío. Una vida de consumo y hedonismo, de moda, ostentación y opulencia. En tanto el dinero es tiempo, la demostración más básica del poder económico es la parsimonia: la lentitud de sus acciones contrasta con la celeridad de los habitantes del gueto. Una clase lúdica y ociosa, capaz de jugarse al póker cantidades de tiempo que salvarían muchísimas vidas en la periferia. Sin embargo, los poderosos viven ajenos a esa realidad gracias a lo que Lipovetsky denomina una indiferencia operacional.
La apatía es, sin embargo, el mal endémico de los habitantes de la metrópolis, la carencia de emoción en sus vidas, la postergación de cualquier actividad bajo la percepción de un futuro casi infinito y el asfixiante estado de seguridad en el que deben vivir. Sólo en determinados casos esa situación se convierte en hastío insoportable: como el del hombre que regala un siglo de vida a Will Salas antes de suicidarse, rompiendo el equilibrio sistémico y dando pie a la trama de la película.
¿Moraleja?
En lugar de ahondar en las consecuencias sociales y psicológicas de una sociedad en la que el capital se ha tornado completamente líquido, Niccol opta por centrarse en una solución simplista que es errática en tanto que no es sostenible. La implementación de justicia redistributiva, gestionada por los protagonistas (es decir, por manos privadas) no deja de ser caótica y arbitraria. La moraleja se banaliza, al no ir acompañada de una toma de conciencia social de las desigualdades o de una organización colectiva de esa redistribución. Los protagonistas acaban imponiendo el darwinismo social contra el que creen estar luchando.
Así pues, “In Time” nos permite establecer analogías entre esa sociedad futura y la presente. Al radicalizar conceptos y simplificarlos, nos ayuda con el diagnóstico de los males intrínsecos del capitalismo líquido, que son extrapolables al estadio actual del capitalismo financero. Sin embargo, la solución que plantea es un parche, un simple zarandeo (heroíco, eso sí) a un sistema cuyos cimientos son demasiado sólidos para caer sin una reflexión más profunda y una masa crítica que la sustente.
[1] BAUMAN, Zygmunt. Modernidad líquida. Editorial Fondo de Cultura Económica, México DF, 2003
[2] SENNET, Richard. La corrosión del carácter: las consecuencias personales del trabajo en el nuevo capitalismo. Anagrama, Barcelona, 2006.
[3] LIPOVETSKY, Gilles. La era del vacío. Anagrama, Barcelona, 2002.
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2 comments
Carlos García Reche
23/01/2013 at
Coincido absolutamente con la crítica. Además, el procedimiento de “intercambio de tiempo” que sugiere In Time me parece bastante absurdo e irregular.