No es posible entender el feminismo de hoy sin echar la vista atrás y reivindicar las luchas de tantas mujeres del pasado. En este artículo, repasaremos la historia de los movimientos feministas, prestando especial atención a determinados hechos y protagonistas del siglo XIX y la primera mitad del XX. Las publicaciones de Mary Nash, historiadora especializada en historia de las mujeres, han sido las principales fuentes utilizadas.
El feminismo de Mary Wollstonecraft
Se considera a Wollstonecraft como una de las fundadoras del feminismo moderno liberal. En 1792 se publicó su obra “Vindicación de los derechos de la mujer”. Como indica Mary Nash, Wollestonecraft aplicó los principios ilustrados a un discurso liberal que defendía los derechos de las mujeres. Mary Wollestonecraft, con un estilo de vida muy alejado del ideal de “Ángel del Hogar”, fue sistemáticamente ridiculizada por algunos sectores de la sociedad.
La filósofa era partidaria del igualitarismo radical, que reivindicaba la plena igualdad entre sexos. Defendía que las diferencias entre hombres y mujeres no se debían a diferenciaciones biológicas, sino a la educación y socialización recibidas.
Así pues, Wollestonecraft sostenía que la ignorancia a la que se sometía a las mujeres era fruto de una estrategia de los hombres para mantener su “tiranía”.
Aunque en esa época no se aceptaba la presencia de mujeres en los debates políticos, Wollestonecraft frecuentó los círculos radicales y expresó su opinión sin tapujos. Se opuso a las ideas de Jean-Jacques Rousseau sobre las mujeres, ya que el filósofo francófono consideraba que el objetivo de las mujeres era complacer a los hombres.
Rousseau concibió a las mujeres como meras acompañantes de los hombres. Mientras que sus ideas sobre la educación tenían en cuenta a los niños como personas en sí mismas, las niñas eran víctimas de un determinismo natural. Para él, la mujer no merecía una educación racional, sino que su principal función era agradar al hombre y darle hijos. Wollestonecraft, en cambio, respondió a los postulados de Rousseau y rechazó la educación discriminatoria propia de la sociedad patriarcal.
La escritora inglesa relacionó la educación femenina con el progreso general de la sociedad. En este punto, su igualitarismo quedó mediatizado por su postura de clase burguesa, puesto que defendió que el modelo educativo estaba marcado por el extracto social. En el caso de las mujeres trabajadoras, se priorizaban los oficios manuales, mientras que para las mujeres de clase media la educación se centraba en sus capacidades racionales.
La Revolución Francesa y las mujeres
Coincidiendo con el proceso revolucionario, nacieron los clubes republicanos femeninos y las primeras declaraciones de los derechos de las mujeres. Son relevantes los cahiers de doléances (cuadernos de quejas), donde las mujeres del Tercer Estado expusieron sus peticiones y reivindicaciones al quedar excluidas de la Asamblea Nacional. Pedían entre otras cosas, la proscripción de la prostitución, la exclusión de los hombres de los oficios de mujeres y una mejor educación.
Asuntos como la violencia de género y el abuso que sufrían las mujeres en el ámbito familiar también merecieron gran atención en el conjunto de quejas. Bajo el pseudónimo de madame B. B. del País de Caux, una mujer ilustrada afirmó que, de igual forma que los nobles no podían representar el Tercer Estado, tampoco los hombres podían defender los intereses de las mujeres. Por lo tanto, para madame B.B. las mujeres debían tener representación política propia.
Pese a estas peticiones, la Asamblea General proclamó en agosto de 1789 la conocida Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, en la que las mujeres no estaban incluidas. Es decir, aunque el texto proclamaba la libertad y la igualdad de derechos, paradójicamente se dejaba fuera a la mitad de la población.
Como respuesta a la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, Olympe de Gouges publicó la “Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana” con la intención de reivindicar la inclusión de las mujeres en los derechos políticos y civiles que se acababan de proclamar. De Gouges reivindicó el sufragio femenino, así como el derecho a la libertad, a la propiedad o al acceso a cargos públicos. Desde el punto de vista familiar, de Gouges también mostró su rechazo a la doble moral sexual e incluyó la equiparación legal de hombres y mujeres en el matrimonio. Olympe de Gouges fue guillotinada el 3 de noviembre de 1793 por sus ideas políticas durante el conocido periodo del Terror de Robespierre.
La Declaración de Seneca Falls
En 1848 tuvo lugar la Declaración de Seneca Falls en Estados Unidos en un momento en el que en el país, se estaban desarrollando dos movimientos sociales centrados en la igualdad: el abolicionismo y el feminismo.
Elizabeth Cady Stanton y Lucretia Mott fueron las convocantes de la reunión en Seneca Falls, una pequeña localidad del estado de Nueva York. Allí una mayoría de mujeres y algunos hombres, discutieron sobre muchos aspectos de la vida pública y privada, y rechazaron la marginación femenina en la política, la propiedad o incluso la vestimenta.
Partiendo del principio de que hombres y mujeres son iguales, desde Seneca Falls se reclamó la equidad salarial, el acceso a opciones laborales en igualdad de condiciones o el derecho a la libertad, al patrimonio, a la propiedad y a la participación política. De igual modo, también se reivindicó, entre otros puntos, el acceso a la educación, la igualdad en el matrimonio y el fin de la doble moral sexual.
En las luchas antiesclavistas hubo una gran presencia de mujeres, lo que también benefició la formación de una identidad feminista. Sarah y Angelina Grimké, por ejemplo, fueron de las primeras activistas abolicionistas que aplicaron la misma crítica social a la condición de la mujer. Las mujeres abolicionistas defendieron la igualdad entre los afroamericanos y los hombres blancos, lo que llevó a reclamar también la igualdad entre sexos. Lucrecia Mott, que fundó una de las primeras sociedades en contra de la esclavitud, es otra muestra de los vínculos estrechos entre el abolicionismo y el feminismo.
Otra figura destacada fue Sojourner Truth, una exesclava negra que militó tanto en el abolicionismo como en el feminismo. Destaca sobre todo su discurso “¿No soy yo una mujer?”, en el que desmontó los argumentos divinos que se habían usado para justificar la primacía masculina.
Entonces este pequeño hombre vestido de negro allá, dice que las mujeres no pueden tener los mismos derechos que los hombres, ¡porque Cristo no era una mujer! ¿De dónde vino su Cristo? ¡De Dios y de una mujer! El hombre no tuvo nada que ver con Él.
Truth subrayó su perfil de trabajadora y explicó la opresión padecida tanto por su condición de mujer como de mujer negra esclavizada.
Después de la Guerra de Secesión (1861-1865), el derecho de voto de la población afroamericana no fue seguido por el derecho de voto femenino, como se había esperado. Por ello, las sufragistas Susan B. Anthony y Elizabeth Cady Stanton fundaron poco después la Asociación Nacional Americana Pro-sufragio de la Mujer. El voto femenino se materializó en todo el país en 1920, más de 70 años después de la declaración de Seneca Falls.
Las sufragistas inglesas
Los políticos liberales John Stuart Mill y Henry Fawcett presentaron en el Parlamento británico una petición para solicitar el voto sin distinción de sexo en 1866. Esta petición fue firmada por 1.499 mujeres, pero no prosperó. A partir de esta derrota, nació el sufragismo como movimiento social en Gran Bretaña. Inicialmente dicho movimiento fue constitucionalista. Es decir, las sufragistas actuaban dentro del marco legal vigente con la intención de implantar una reforma que permitiera votar a las mujeres.
Las sufragistas actuaron como un grupo de presión y ejecutaron una serie de estrategias innovadoras, como escribir cartas a los parlamentarios pidiendo el sufragio femenino, recoger firmas, exigir a los candidatos políticos en las campañas electorales una declaración en la que se comprometieran a eliminar los obstáculos al sufragio femenino o a convocar mítines y campañas de persuasión para convencer a la sociedad inglesa de la necesidad de ampliar el derecho de voto a las mujeres.
A pesar de más de cuarenta años de lucha, las sufragistas no alcanzaron su objetivo. Ello llevó a una radicalización del movimiento, que duró desde principios del siglo XX hasta la Primera Guerra Mundial (1914-1918). Emmeline Pankhurst fue la líder carismática de este sufragismo radical.
Pankhurst creó la Unión Política y Social de las Mujeres (UPSM) en Manchester. Se trataba de una nueva organización sufragista de carácter radical que alcanzó gran notoriedad a partir de 1905. Las sufragistas radicales optaron por los métodos de acción directa, como la intervención de los mítines de los políticos, el rechazo a pagar multas o el desorden público. Eran estrategias subversivas, que rompían con los cánones patriarcales que convertían a las mujeres en sujetos pasivos de la política.
Las llamadas suffragettes fueron adquiriendo cada vez más legitimidad. La elección de cárcel por parte de Christabel Pankhurst y Annie Kenney en lugar de pagar una multa supuso un giro en su lucha. Ambas reclamaron que eran prisioneras políticas y consiguieron nuevos apoyos y adhesiones a su causa. El llamado Viernes Negro también implicó un incremento considerable de adeptos al sufragismo. Unas 300 mujeres protestaron ante el Parlamento británico por la decisión del Primer Ministro de disolver el Parlamento sin tratar la cuestión del voto femenino en 1910. La brutal represión policial, que duró seis horas y se caracterizó por abusos sexuales e humillaciones, fue denunciada por cincuenta mujeres congregadas en la manifestación.
Las suffragettes siguieron adelante con acciones como el incendio de comercios o el lanzamiento de piedras a los domicilios de políticos relevantes. El conflicto se acentuó cuando las encarceladas, entre las que había mujeres procedentes de la aristocracia, la burguesía y la clase trabajadora, exigieron el estatus de prisioneras políticas e iniciaron una huelga de hambre. Que fueran alimentadas a la fuerza causó un gran rechazo social, por lo que el gobierno cambió la legislación y se permitió que las mujeres que se encontraban en un estado de salud delicado salieran de prisión. Sin embargo, una vez recuperadas debían volver a ingresar en la cárcel. Era la conocida “Ley del Gato y el Ratón”.
Después de la muerte de Emily Wilding Davison, que se arrojó al caballo del rey en la carrera de Derby en 1913, el voto de las mujeres fue una cuestión de relevancia política. La suffragette había escrito que el sacrificio era necesario para adquirir la libertad y se convirtió en una mártir de la causa sufragista.
Con el estallido de la Primera Guerra Mundial, las acciones de las suffragettes se paralizaron para dedicarse a la causa bélica. Una vez finalizado el conflicto, se retomó la causa pendiente del voto de las mujeres y, en un contexto marcado por una creciente democratización del mundo occidental, se aprobó el voto femenino en 1918, aunque hasta 1928 se limitó a las mujeres mayores de 30 años y con un nivel económico elevado.
Feminismo y movimiento obrero
Algunos movimientos sufragistas y feministas fueron dirigidos principalmente, por mujeres de la burguesía, pero el sufragismo fue incorporando ideas políticas dirigidas tanto a burguesas como a trabajadoras. Aun así, muchas mujeres trabajadoras no se movilizaron masivamente con el feminismo y el sufragismo, sino que defendieron la emancipación femenina desde los argumentos obreristas y las organizaciones de clase.
Durante el siglo XIX y las primeras décadas del XX, las distintas corrientes del movimiento obrero criticaron el feminismo burgués, al que acusaban de defender únicamente los intereses de las mujeres de las clases medias. Desde una parte del obrerismo, la lucha específica de las mujeres no tenía sentido, puesto que el propio proceso revolucionario conllevaría automáticamente su emancipación.
Sin embargo, el teórico marxista Bebel escribió sobre las mujeres de una forma específica y denunció la doble explotación de las obreras:
La dependencia social respecto a los hombres y la dependencia económica sufrida por las mujeres en general, y por las trabajadoras, en particular. Bebel, partidario de un feminismo obrero, vinculó su discurso sobre la opresión de las mujeres a los principios de la socialdemocracia.
Otras voces socialdemócratas, como la de la alemana Clara Zetkin, negaron la relación entre el feminismo y la lucha obrera. Para Zetkin, la verdadera emancipación pasaba por la relación entre la cuestión femenina y la lucha de clases. En la Conferencia fundacional de la Segunda Internacional (1889), Zetkin recalcó que las mujeres estaban oprimidas de forma especial por el capital. Clara Zetkin fue presidenta de la Organización Internacional de Mujeres Socialistas, pero no la definió como un movimiento de mujeres. Destacó, en cambio, su perfil proletario como una organización que luchaba por los intereses de la clase obrera. Estos postulados de la socialdemocracia, así como los del posterior comunismo de Lenin, supeditaron la causa de las mujeres trabajadoras a la lucha de clases en la Europa de principios de siglo XX.
En el obrerismo también destacó Mujeres Libres, una organización femenina anarquista española fundada por Lucía Sánchez Saornil, Mercè Comaposada y Amparo Poch. Desde dicha entidad, no se subordinó la cuestión femenina a los ideales revolucionarios anarquistas. La organización no fue catalogada como feminista por sus integrantes, pero Mary Nash no duda en definir este movimiento como “feminismo obrero de signo anarcofeminista”. Mujeres Libres tuvo en cuenta la especificidad de género y la opresión femenina, a la vez que reclamó una lucha autónoma para combatirla. Esta organización reconoció la existencia de una sociedad patriarcal en la que las mujeres padecían una discriminación por razones de género.
Feminismo e imperialismo
Hasta ahora, nos hemos centrado en el feminismo occidental, pero desde otras culturas se han desarrollado también otros feminismos. El imperialismo cultural fue, sin lugar a dudas, una de las consecuencias del colonialismo que ha sobrevivido hasta nuestros días. El colonialismo negó el valor de las culturas autóctonas e impuso el canon occidental como el modelo válido a seguir. En el caso de las mujeres, se ha hablado de una doble colonización, puesto que sufrieron los efectos del colonialismo y del imperialismo cultural como el resto de la población, pero también las imposiciones patriarcales de sus propias culturas.
Especialistas en África, Asia, América Latina y minorías étnicas en Occidente han denunciado el silencio sobre las luchas de las mujeres del llamado Tercer Mundo. Según estas voces críticas, los movimientos de mujeres no occidentales están sometidos a mecanismos de exclusión, también desde el feminismo. Es decir, existe una visión de subalternidad de las mujeres no blancas.
Mujeres de las sociedades del Tercer Mundo han cuestionado el feminismo occidental en cuanto a su voluntad global y universal. Bajo la idea de hermandad global, han detectado imperialismo cultural y la imposición de los cánones occidentales como los únicos posibles para poner fin a la opresión de las mujeres. También ha habido una mirada paternalista de la situación de las mujeres no occidentales y de su capacidad de respuesta y de lucha. Se ha subrayado, en definitiva, la visión victimista de las mujeres no blancas, como si éstas no fueran capaces de defender sus propios intereses.
En esta línea, Chandra Talpade Mohanty, experta en el feminismo no occidental, opina que el sujeto
histórico sigue siendo la mujer occidental. Para ella, las estudiosas occidentales homogeneizaron a las mujeres no occidentales bajo la categoría de mujeres del Tercer Mundo y, consecuentemente, silenciaron y excluyeron a las mujeres no occidentales, de su capacidad de subjetividad propia. Talpade Mohanty ha expuesto que los movimientos de mujeres y los estudios feministas están, todavía a día de hoy, impregnados de un discurso colonial basado en la superioridad de la cultura occidental.
Leila Ahmed ha reivindicado el feminismo árabe musulmán. Ahmed opina que tras el feminismo occidental, tanto pasado como presente, existe un mensaje oculto: el progreso de las mujeres solo puede producirse tras el abandono de las culturas autóctonas. Ahmed se ha fijado en la crítica del uso del velo por parte de Occidente y ha denunciado la insistencia en la necesidad de abandonar la cultura árabe musulmana como único camino hacia la emancipación femenina.
Ahmed sostiene que nunca se ha argumentado que las mujeres occidentales tuvieran que rechazar su propia cultura para materializar sus derechos. En cambio, sí que se sugiere en el caso de las mujeres no blancas. Mientras que las mujeres occidentales pueden perseguir sus derechos mediante el cuestionamiento de su legado cultural, a menudo se ha presupuesto que las no occidentales deben renegar de sus culturas y abrazar la cultura occidental para conseguir su libertad.
Como muestra de feminismo occidental colonial, podemos citar el feminismo imperial británico. Las abanderadas fueron las “hijas y madres del Imperio”, que eran las portadoras de los valores británicos y de su expansión. Con el uso de estos términos, algunas feministas inglesas se alinearon con el principio de superioridad blanca y destacaron su papel fundamental en la defensa de los intereses imperiales y en la misión “civilizadora” de Gran Bretaña. Para ellas, el avance de la raza sólo podría efectuarse con la liberación de la “madre de la raza”. Así pues, señalaban que el acceso a la ciudadanía por parte de las mujeres sería beneficioso para la consolidación del imperio. A pesar de ello, también hubo feministas inglesas que colaboraron o dialogaron con el feminismo de la India.
La obra Mother India, publicada en 1927 y escrita por la estadounidense Katherine Mayo, atribuye una serie de prácticas discriminatorias como el matrimonio o la maternidad infantil a una cultura hindú patriarcal. Para Mayo, estas desigualdades eran inherentes a la cultura hindú, por lo que apuntaba que la India no estaba preparada para la autodeterminación, sino que necesitaba la influencia de la civilización británica. Así pues, la aparente denuncia de la subyugación femenina se usaba para justificar el imperialismo de la metrópolis.
El libro de Mayo fue recibido con indignación por parte de las nacionalistas feministas indias, que manifestaron que los posicionamientos de esta autora eran graves insultos para ellas. En la India muchas mujeres rechazaban las injerencias del feminismo imperial, pero también se alzaron en contra del discurso patriarcal del nacionalismo hindú. Luchaban, por tanto, por la liberación nacional de la India y por la igualdad de derechos para las mujeres.
Los movimientos de mujeres hoy
A día de hoy, muchos son los movimientos de mujeres que buscan romper con las visiones únicas y uniformadoras y fomentar el trabajo desde la diversidad y la interseccionalidad . De hecho, el trabajo conjunto ya ha tenido algunos frutos y mujeres de todos los continentes han desplegado diferentes estrategias de acción a través de las Naciones Unidas, en organizaciones no gubernamentales o en el asociacionismo. En 1995, durante la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer, se acordaron una serie de compromisos sin precedentes y los derechos de las mujeres se reconocieron como derechos humanos. Más de veinte años después de la aprobación de la Declaración y Plataforma de Acción de Beijing, ningún país ha alcanzado todavía la igualdad de género y las discriminaciones para las mujeres siguen persistiendo. Por este motivo, los movimientos feministas alrededor del mundo continúan batallando para mejorar las condiciones de vida de las mujeres.
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