El debate estadounidense sobre la existencia o no del cambio climático fluctúa con la alternancia de partidos políticos al frente del gobierno, y ya se ha sumado a la lista de temas polarizados que emergen en cada proceso electoral. Bajo una administración republicana renace el negacionismo y Trump retira a Estados Unidos del Acuerdo de París meses antes de que, por primera vez en la historia, tres huracanes hicieran fila en el Atlántico para impactar al Caribe y Estados Unidos dejando destrozos de magnitudes también históricas.
¿Cómo afectaron estos fenómenos a las poblaciones más vulnerables? ¿Cuáles fueron las respuestas humanitarias? ¿Cómo es la relación entre estos huracanes y la política del cambio climático? Para responder a estas preguntas repasemos algunos de las consecuencias e impactos de las temporadas de huracanes de 2005 (Katrina), 2012 (Sandy) y 2017 (Harvey, Irma, José y María).
2005: Katrina, inequidad y pobreza en Estados Unidos
En 2005 el Huracán Katrina impactó el sureste de los Estados Unidos causando inundaciones en el 80% de Nueva Orleans, una ciudad construida bajo el nivel del mar y protegida con un sistema de diques. Quedaron dañados 53 de estos diques, dejando a más de un millón de personas sin electricidad durante varias semanas, 700.000 desplazadas, 1.833 fallecidas y 135 que aún se encuentran desaparecidas. La extensión de la zona devastada superó los 233.000 km². Aunque los destrozos causados recientemente por los huracanes Harvey e Irma (2017) pueden superar los impactos económicos del Katrina, estimados en 81.000 millones de dólares, Katrina sigue siendo considerado el mayor desastre natural ocurrido en Estados Unidos hasta la fecha.
Katrina también contribuyó a exponer una imagen poco difundida de Estados Unidos: la pobreza, la enorme desigualdad que existe entre pobres y ricos y su relación con la historia de segregación racial del país. Todo ello obligó a revisar el debate sobre la vulnerabilidad al cambio climático.
Usualmente se considera que los países más pobres son más vulnerables a los impactos del cambio climático en virtud de sus limitaciones económicas e institucionales para hacer frente a desastres naturales. Así se ha debatido en la Convención de Naciones Unidas para el Cambio Climático, donde se estableció el papel de los países desarrollados como financiadores de los procesos de adaptación al cambio climático de los países en desarrollo, tanto en reconocimiento de la responsabilidad histórica de los primeros en el origen del cambio climático, como en virtud de las menores capacidades de los segundos para abordar los impactos.
Katrina mostró que incluso en los países más ricos, los sectores más pobres de la sociedad son vulnerables al cambio climático y que esta vulnerabilidad no se debe tanto a la carencia de recursos sino a decisiones políticas que contribuyen a la inequedad en sectores históricamente en desventaja. Casi el 70% de los residentes de Nuevo Orleans son afroamericanos y la mayoría vive en condiciones de pobreza que los hacen más vulnerables a los desastres naturales: habitan las zonas más propensas a inundaciones, no son propietarios de sus viviendas y, si lo son, no tienen seguros para cubrir los daños.
La Agencia Federal para el Manejo de Emergencias, ya había advertido del riesgo de inundación de Nueva Orleans tres años antes de la tragedia, solicitando al gobierno de Bush nuevas inversiones por una suma de 2 a 3 mil millones de dólares para reparar y mejorar el sistema de diques de Nueva Orleans. Sin embargo, nunca se hicieron las reparaciones. Estaba claro que cualquier evento extremo afectaría principalmente a la comunidad negra, que representa la mayor parte de la población de los Estados de Luisiana, Alabama, y Mississippi. En efecto, una de las principales críticas a la administración del entonces presidente George W. Bush —quien estaba de vacaciones en el momento de la tragedia— fue su tardía respuesta a las inundaciones. Por otra parte, los medios de comunicación estadounidenses transmitían imágenes que criminalizaban a las víctimas como saqueadores, o destacaban los registros criminales de los refugiados. La respuesta deficiente del gobierno fue atribuida a un manejo racista de la situación.
Katrina también cambió nuestra percepción de la cooperación internacional destinada a la atención de emergencias y desastres, ya que para muchos, era la primera vez que veíamos a Estados Unidos, la principal economía del mundo, como receptor de ayuda humanitaria.
Unos 70 países enviaron donaciones u otro tipo de ayudas por sumas que superaron los 854 millones de dólares, de los que únicamente se usaron 40, es decir, menos del 5%. La mayor parte de la ayuda ofrecida por los distintos países no resultó finalmente recogida. Este es el caso de Cuba y Venezuela, los dos primeros países en ofrecer ayuda tras el desastre, que comprometieron más de 1 millón de dólares, varios hospitales móviles, plantas de tratamiento de agua, comida, agua embotellada, 1.100 médicos y 26’4 toneladas de medicinas. El gobierno de Bush rechazó esta ayuda, ya que consideraba a estos dos países como “hostiles” a Estados Unidos. También declinó ofertas de sus aliados políticos Canadá, Reino Unido e Israel,y de varios países asiáticos que habían sido impactados por el Tsunami del Océano Índico en 2004. El manejo de la ayuda internacional en este caso, puso en evidencia el importante papel que juegan la existencia de redes de organizaciones locales en el manejo de recursos para la atención de emergencias y desastres. También se hizo evidente el sesgo ideológico y la influencia de las relaciones políticas en la atención de desastres y el manejo de la ayuda humanitaria.
2012: Sandy y la reelección de Obama
En 2012, el Huracán Sandy impactó la costa este de Estados Unidos, afectando entre otras zonas, al condado de Manhattan en la ciudad de Nueva York, donde reside la segunda mayor población de multimillonarios del planeta.
El Huracán Sandy elevó la temperatura del mar hasta dos grados centígrados, incrementando la evaporación y las enormes masas de agua que luego se convirtieron en lluvia, inundado todo a su paso. Fallecieron 11 personas en Cuba, 54 en Haití y más de 100 en Estados Unidos. Además, el huracán casi amenaza la seguridad de esa nación y del mundo luego que hubiera que detener el funcionamiento de varias plantas nucleares que se vieron en riesgo ante las inundaciones y dejó sin electricidad a 8 millones de viviendas. Sumado a eso, a pocos días de la tormenta, en Nueva York y otras ciudades que serían afectadas se generaron disturbios por la escasez de combustible y comida.
A la luz de lo ocurrido en Estados Unidos, pareciera que la magnitud de los impactos del cambio climático o su impredecibilidad superan con creces aquello a lo cual la capacidad económica por sí sola serviría para sobreponerse. ¿Sería acaso más adecuado pensar la vulnerabilidad al cambio climático en función del modelo de desarrollo o de la equidad de una sociedad?
Posiblemente el más interesante de los efectos de Sandy fue que convirtiera al cambio climático en uno de los temas definitorios de la campaña electoral estadounidense, asegurándole la victoria a Obama en su reelección.
Durante la Administración Bush, el gobierno había silenciado el debate en torno al tema climático. Su vinculación directa con la industria petrolera percibía al cambio climático como una amenaza. Para Obama, quien disputaría las elecciones pocos días después del paso de Sandy, y para sus aliados del sector financiero, en cambio, éste era una oportunidad de hacer negocios y de revitalizar el abatido sistema financiero mediante la creación de bonos de carbono y otros mecanismos de mercado. De pronto, el gobierno reconoce que Sandy es una demostración de la existencia del cambio climático y ese gesto termina de definir el apretado resultado a favor de Obama, quien fuera calificado como “El Presidente del Cambio Climático” por Bloomberg, quien entonces era Alcalde de Nueva York.
El análisis posterior a las tormentas enfatizó las formas de distribución de la ayuda, la cual favoreció a los dueños de viviendas por encima de los inquilinos, y a los grandes negocios por encima de las necesidades comunitarias.
Sandy afectó a la ciudad de Nueva York y con ella las operaciones bursátiles de Wall Street y la actividad económica del corazón financiero de Estados Unidos. Al igual que Katrina, Sandy develó la inequidad y la pobreza. Muchos de los habitantes de los sectores más pobres ni siquiera evacuaron sus viviendas por falta de recursos, de apoyo estatal o por miedo a perderlas. En la ciudad más rica del mundo, los habitantes de Manhattan experimentaron la vulnerabilidad económica y ambiental que viven día a día los pobres de Nueva York, especialmente la población negra.
2017: Harvey, Irma, José, Katia y María
En agosto de 2017, vimos por primera vez en la historia tres huracanes entrando simultáneamente al Caribe. Desde 1981 hasta la fecha, se han registrado 18 impactos en tierra de huracanes tipo 5; sólo en septiembre de 2017 se registraron 6 eventos similares. A pesar de todos los indicios de que el cambio climático es un problema urgente, la Administración Trump comenzó el 2017 cancelando un conjunto de inversiones dirigidas a proyectos de adaptación para el manejo de inundaciones en Houston y anunciando el retiro de Estados Unidos del Acuerdo de París de la Convención de Naciones Unidas para el Cambio Climático.
En esta temporada de huracanes, el sur de Estados Unidos fue inundado y devastado nuevamente. Esta vez le correspondió a Texas, Florida y Puerto Rico. Las desigualdades en la economía más grande del mundo y la vulnerabilidad de los más pobres se hicieron visibles de nuevo. Mientras muchas celebridades y famosos hacían gala de su riqueza para desalojar lujosas mansiones en Florida en aeronaves privadas, otras personas no tuvieron otra alternativa que quedarse refugiados en sus viviendas y arriesgar la vida, pasando penurias para sobrevivir y, en algunos casos, empezar desde cero otra vez.
En el Caribe la situación fue aún peor, Irma devastó completamente varias islas. Antigua fue totalmente arrasada y en Barbuda el 60% de la población perdió sus casas. Por primera vez en 300 años de historia moderna, la isla se encuentra completamente deshabitada, los sobrevivientes fueron reubicados en Barbuda con aviones de Venezuela. En Barbuda, cerca de un 90% de los edificios fueron destruidos. En San Martín, el 95% de la isla quedó destruida. En Saint Thomas no quedaron árboles. Según UNICEF, más de 10 millones de niños viven en los países afectados por el huracán Irma, de los cuales 3 millones son menores de cinco años.
El Gobernador General de Anguila cuestionaba los débiles esfuerzos del Reino Unido en atender la emergencia de la isla, una dependencia de la Corona Británica en el Caribe. Londres anunció un compromiso de apenas £32 millones para las tres colonias británicas en el Caribe afectadas por los huracanes (Anguila, Islas Vírgenes y las Islas Turcas y Caicos).
Paradójicamente, muchas de las islas destruidas por la cadena de huracanes son consideradas por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) como no elegibles para recibir ayuda internacional debido a que sus niveles de ingresos son muy elevados. En algunos casos como el de las Islas Vírgenes Británicas, un conocido paraíso fiscal, el ingreso bruto per cápita es mayor que el del propio Reino Unido.
Sin embargo, estos criterios universalmente aceptados para la asignación de ayuda humanitaria desconocen que los países pequeños, en particular los estados insulares del Caribe y del Pacífico, son especialmente vulnerables a las tormentas como las que vivimos este año, y ello es independiente de su condición económica. En estos casos, su condición de territorios coloniales dificulta el acceso de la ayuda. La Organización No Gubernamental Christian Aid, expresó que “así como los países deben comprometerse, las empresas e inversionistas que se lucran de los paraísos fiscales como Anguila, también deben tener responsabilidades en la reconstrucción de aquellas comunidades que han sido afectadas por el huracán Irma”.
Un caso similar de abandono lo experimentan Puerto Rico y las Islas Vírgenes, ambos territorios bajo la administración de Estados Unidos y afectados notablemente por el huracán María. En Puerto Rico, 3’5 millones de ciudadanos permanecen sin agua limpia, electricidad, ni telecomunicaciones de ningún tipo, sin carreteras operativas, ni alimentos y muchos de los ancianos y enfermos han quedado sin atención.
Mientras esto ocurre en la isla caribeña que oficialmente es parte de Estados Unidos desde 1900, su Presidente, Donald Trump, se refiere a Puerto Rico como si se tratase de otro país. En una reciente alocución en la Casa Blanca, Trump admitió que el gran problema de conseguir ayuda para Puerto Rico era la distancia a “lo que se llama el Océano Atlántico”. Es más, recientemente, Trump, al referirse al desastre causado por el huracán, evocó la deuda pública que mantiene la isla con acreedores de Wall Street, deuda que Puerto Rico no decidió adquirir ni puede manejar porque la isla no es autónoma de Washington en su política financiera. La atención de la emergencia en Puerto Rico ha sido más que deficiente y ha reforzado la percepción de exclusión y marginalidad de los ciudadanos puertorriqueños.
Las experiencias vividas durante estas tres temporadas de huracanes en 2005, 2012 y 2017, nos muestran que la vulnerabilidad al cambio climático no sólo es una condición físico-natural o una consecuencia de la capacidad económica nacional, sino que también es construida políticamente.
Las diferencias preexistentes entre grupos sociales en cuanto al nivel socioeconómico, la salud, la ubicación geográfica, las relaciones sociales y los niveles de organización cooperativa, significan que incluso cuando la gente se enfrenta a un desastre aparentemente similar, experimentará el desastre de maneras profundamente diferentes.
En sociedades más desiguales, la exclusión social, la discriminación y la falta de voluntad política incrementan las dificultades para los grupos sociales marginados, ya de por sí más vulnerables a los desastres naturales. Sin embargo, incluso en los países más ricos, existen barreras políticas para atender a su propia población más vulnerable.
Ésta es una explicación sin ánimo de lucro.
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