En los últimos días, la Cámara de Representantes de Estados Unidos ha aprobado, por una abultada mayoría, un proyecto de ley que busca interponer sanciones económicas contra Irán. Como represalia al desarrollo del programa de misiles balísticos y el apoyo del país a organizaciones consideradas como terroristas por Washington, la cámara baja del congreso estadounidense pretende castigar a las entidades o personas de su país vinculadas con negocios que tengan relación con la Guardia Revolucionaria de Irán.
A pesar del cumplimiento del acuerdo nuclear alcanzado entre el régimen de los ayatollahs y el G5+1 (los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU más Alemania), estas sanciones refuerzan el discurso de Donald Trump hacia Irán, quien no ha escatimado en señalar al país como un patrocinador del terrorismo y una amenaza para la estabilidad regional. En su gira por Oriente Medio, Trump, junto a sus aliados Israel, Arabia Saudí y otras monarquías del Golfo, fortalecieron relaciones con miras a afrontar el desafío expansionista de la teocracia chií. Sumado a lo anterior, las continuas pruebas militares en el golfo Pérsico han revivido las tensiones entre los dos países. ¿Pero por qué las sanciones están dirigidas en contra de la Guardia Revolucionaria?, ¿qué es esa Guardia?
De un brazo armado de la Revolución a una institución iraní
En 1979, diferentes facciones políticas, religiosas, sociales y militares constituyeron el movimiento revolucionario que derrocó a la dinastía del Sha Mohammad Reza Pahleví. Bajo la consigna de establecer una república islámica, fue la corriente liderada por el ayatollah Ruhollah Jomeini la que finalmente implantó un régimen teocrático, el cual cambió drásticamente el orden regional de Oriente Medio y se convirtió en el primer reto para la Guardia Revolucionaria. La lucha por el poder después de la revolución hizo que el brazo armado que apoyaba a Jomeini bloqueara cualquier tipo de disidencia y movimiento contrarrevolucionario. Esto permitió que las diversas milicias alrededor de Irán —fieles a la tradición y principios chiíes del Islam— se consolidaran no sólo como los guardianes de la revolución sino como un aparato armado paralelo a las fuerzas armadas.
Para 1988, y tras ocho años de guerra contra Irak, la Guardia Revolucionaria adquirió más relevancia en la estructura política iraní. Su participación activa en los frentes de batalla no sólo limitó la expansión de las tropas iraquís, sino que le otorgó una mayor legitimidad que, en consecuencia, le permitió alcanzar un despliegue militar y burocrático más amplio. Adicionalmente, la guerra contra el régimen de Saddam Hussein, apoyado militarmente por el gobierno de Ronald Reagan, consagró tres elementos vigentes de la política exterior iraní: su aversión hacia Estados Unidos e Israel, su alianza con Siria y la expansión de la revolución a través de una red de agentes no estatales.
A diferencia de las fuerzas armadas regulares, en un principio la Guardia Revolucionaria se caracterizó como un cuerpo militar dedicado a ejecutar tácticas de guerra no convencionales. Durante la guerra contra Iraq, los miembros de la Guardia o, en su defecto, los miles de jóvenes de las milicias Basij, realizaron incursiones sorpresa o emboscadas a posiciones fijas del ejército iraquí. Lo anterior, en complemento con el apoyo político por parte del gobierno, les permitió alcanzar una posición vital en la defensa de los intereses iranís en el país y la región, aumentando así el número de combatientes y capacidades militares.
No obstante, el fortalecimiento militar de la Guardia Revolucionaria en los frentes aéreo, marítimo y terrestre chocó con dos escenarios totalmente opuestos que, como resultado, fortalecerían su posición en el escenario político. Mientras, por una parte, fuera de sus fronteras, la Guardia consagraba la expansión de la revolución posterior a la Guerra civil en Líbano mediante Hezbollah, y en Palestina por medio de Hamas y la Yihad Islámica, en el interior de Irán la muerte de Jomeini provocó una expansión de la corriente reformista que finalmente se consagró en 1997 con la victoria en las elecciones presidenciales del político Mohamed Jatami. A diferencia de Jomeini, el nuevo líder supremo, Alí Jamenei, no gozaba de la misma popularidad que el anterior ayatollah, por lo cual éste le concedió a la Guardia Revolucionaria un rol más político que, en definitiva, marcaría una posición de la República tanto en la defensa de la revolución como una la propagación de una red de aliados transnacionales.
La encrucijada del reformismo
En términos políticos, la victoria de Jatami significó una recuperación de la figura presidencial dentro de Irán y un mensaje contundente por parte de la sociedad iraní hacia el régimen. La demanda de reformas políticas y económicas más liberalizadoras ya tenía un precedente después de la presidencia del conservador Akbhar Hashemi Rafsanjaní, quien había adoptado en su momento una posición más conciliadora con los países occidentales. Sin embargo, con la elección de Jatami, las peticiones por parte de la población se trasladaron a las calles, encendiendo las alarmas del líder supremo, quien en definitiva le daría vía libre a la Guardia Revolucionaria para persuadir al presidente de acabar con las protestas. Igualmente, en 2009, tras las manifestaciones contra la dudosa elección del ultraconservador Mahmud Ahmadineyad, fueron la Guardia y sus milicias Basij quienes contuvieron los reclamos de miles de personas en las calles de Teherán.
Actualmente, el movimiento reformista, en representación del presidente Hassan Rohani, se constituye como un contrapeso importante frente a la línea conservadora más dura del líder supremo, la Guardia Revolucionaria y el partido de la Sociedad del Clero Combatiente. La promoción de la libertad, al igual que una mayor participación de las mujeres en los asuntos políticos y económicos, ha permitido a este movimiento conseguir un apoyo importante en miras de promover transformaciones desde el gobierno y el poder legislativo. Igualmente, el movimiento reformista ha promovido una menor participación de la Guardia en los asuntos internos, de tal forma que ésta no incida en el curso de la política iraní.
Sin embargo, en materia de política exterior, la posición de los reformistas se ha complementado con el despliegue militar de la Guardia Revolucionaria en los conflictos a lo largo y ancho de Oriente Medio, permitiendo de esta manera a Irán convertirse en un actor clave para la seguridad regional y, con ello, negociar el acuerdo nuclear en 2015 y su influencia político-militar en Irak, Siria, Bahréin y Yemen.
Guerras en Oriente Medio, plataforma para la expansión de Irán
Mientras en Occidente se veía a los movimientos que derrocaron a los gobiernos autoritarios de Túnez, Egipto y Libia como una transición hacia la democracia, el líder supremo de Irán celebraba estos levantamientos populares como un “despertar islámico” de consecuencias mundiales, y una represalia ante los gobiernos corruptos influenciados por Estados Unidos y otras potencias. Sin embargo, cuando las protestas se trasladaron a Siria, aliado incondicional de Irán en la región, se activaron las alarmas en Teherán. La caída de Bashar al-Assad no sólo agudizaría su aislamiento regional, sino que las protestas podrían convertirse en un puente para la llegada de yihadistas de Al-Qaeda y el Estado Islámico a territorio iraní.
Por esta razón, a partir de 2011, la fuerza Quds —cuerpo de élite de la Guardia Revolucionaria encargado de las operaciones extraterritoriales— emprendió una estrategia con elementos comunes al experimento que el cuerpo ya había realizado en Irak después de la caída de Saddam Hussein: apoyar milicias chiíes locales afines a los intereses de Irán que, a su vez, sirvieran como resistencia a la presencia de Estados Unidos en la región.
Pero el caso sirio ha sido diferente. A la presencia de Estados Unidos se suman la participación y los diversos intereses de Rusia, Turquía, Arabia Saudí y las monarquías del Golfo. Para Irán, esto ha significado diseñar cuidadosamente un plan para ganas posiciones en territorio sirio, fijando objetivos compartidos, como la defensa del gobierno de al-Assad junto con Rusia, o aprovechando las acciones militares de los enemigos de Irán contra el Estado Islámico en favor de los intereses de Teherán.
En este sentido, la Guardia Revolucionaria, encabezada por el comandante de la fuerza Quds, Qasem Soleimani, ha proporcionado a Irak y Siria ayuda económica y militar, con miras a derrotar al Estado Islámico y replegar a las fuerzas rebeldes enemigas de al-Assad o del gobierno iraquí. Esto ha significado desplegar tropas de Hezbollah tanto en el interior de Siria como en la frontera sirio-libanesa. Igualmente, bajo la directriz de Soleimani, la fuerza Quds ha conformado milicias de refugiados iraquís, pakistanís y afganos entrenadas para ganar posiciones en el territorio donde progresivamente pierden fuerza los terroristas y la insurgencia.
El futuro de la Guardia Revolucionaria
Las guerras en Siria, Irak y Yemen han permitido la expansión de Irán en la región. En Irak, después del régimen brutal de Saddam Hussein, la corriente chií y aliada de Irán se consolidó en el poder. En Siria, la acción conjunta de las grandes potencias contra el Estado Islámico ha posibilitado que las milicias apoyadas en tierra por Irán se topen con fuerzas yihadistas debilitadas por los continuos bombardeos, lo cual le ha dado oxígeno al gobierno de al-Assad. Por su parte, en Bahréin y Yemen, la influencia iraní ha estado encaminada a derrocar a los gobiernos cercanos o emparentados con la influencia saudí.
En todos estos conflictos, el sello de la Guardia Revolucionaria está presente. Su conocimiento de tácticas de guerra irregular le ha permitido afianzar alianzas con agentes armados no estatales determinantes para ocupar vacíos de poder ante la insuficiencia o poca capacidad de algunos estados. De la misma manera, la cooperación entre la Guardia revolucionaria y las milicias chiíes u organizaciones como Hamas y Hezbollah son estrategias de medio y largo plazo, que buscan establecer frentes ante una posible confrontación militar contra Arabia Saudí, Israel o Estados Unidos.
Por otra parte, en el escenario interno, y pese a su limitada conexión con el presidente Rohani, la Guardia Revolucionaria es un pilar fundamental de la institucionalidad iraní. Su amplio alcance económico, político y militar puede obstruir cualquier tipo de reforma que choque con los principios del ala más conservadora del régimen. De igual manera, el acuerdo sobre el programa nuclear iraní depende en buena medida de la voluntad de la Guardia de ejercer menos presión sobre las negociaciones con el G5+1. Al mismo tiempo, y como quedó demostrado en los atentados terroristas perpetrados en junio en Teherán, la inexpugnable defensa e inteligencia iraní también es vulnerable a las acciones del Estado Islámico.
Por lo tanto, la Guardia Revolucionaria seguirá ocupando un lugar privilegiado en las transformaciones del régimen político y el diseño de la política exterior iraní. En contraste con Rohani, su cercanía hacia el líder supremo le garantiza mantener una línea dura en los conflictos de Oriente Medio, cuyo efecto puede fortalecer la capacidad diplomática de Irán como potencia regional o, por el contrario, las acciones de la Guardia pueden traspasar una línea que no deriven en sanciones económicas con un claro mensaje político sino en una acción militar directa que, como señaló el director del Pentágono, James Mattis, sea el camino para un cambio de régimen en Irán.
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