- A un día de celebrase las elecciones presidenciales en Perú, las mayores incertidumbres giran en torno a quién será el rival de la súper favorita Keiko Fujimori en la segunda vuelta, si Pedro Pablo Kuczynski o Verónika Mendoza. Todo ello en un contexto de desaceleración económica, creciente inseguridad en las grandes ciudades y mayor penetración del narcotráfico en las instituciones. No obstante, para que estos tres candidatos lleguen a los últimos metros en tales posiciones, en ‘Perú, país de tesoros escondidos’ han pasado cosas que nadie pudo prever. Cual proceso kafkiano, este no ha estado libre de hechos inexplicables, esperpénticos y absurdos. Siendo honestos, el proceso electoral en el Perú no ha sido “muy serio” entendiéndose serio como una falta de cumplimiento de alguno de los derechos básicos en democracia: “todos somos iguales ante la ley”. El Jurado Nacional de Elecciones (JNE) fue maximalista para algunos y minimalista para otros aplicando la ley de forma rigurosa sólo a algunos candidatos, lo que terminó con la exclusión de dos de los favoritos.
Así que no estamos ante unas instituciones que hayan funcionado con la imparcialidad esperable, sino que en un ejercicio de suma cero, los partidos del régimen (especialmente, Fuerza Popular, PPK, APRA) pudieron hacer contraparte a unas presiones (fundadas y que se manifestaron en forma de recursos al JNE) para excluirlos del proceso. Ante mismos recursos y similares argumentos, las agrupaciones de Todos por el Perú (TPP) y Alianza para el Progreso (AP)* fueron excluidas de la carrera electoral.
Para poner en contexto, cabe señalar que estos dos partidos eran tanto segunda como tercera fuerza política respectivamente en distintas encuestas. TPP liderado por Julio Guzmán, economista de formación anglosajona, y de un perfil liberal-socialdemócrata, basó su estrategia electoral en la conocida fórmula “lo nuevo contra lo viejo”, utilizando de forma notable las redes sociales y un discurso amable que anteponía siempre el consenso al conflicto. En una encuesta de IPSOS, sus votantes aducían que votarían por él porque, básicamente, era “nuevo”. No obstante, el no posicionarse de forma clara en algunos temas (consulta previa a pueblos indígenas, renegociación del contrato del gas, entre otros), y la falta de datos en cuanto a la financiación de su campaña fueron obstáculos que nunca llegó a salvar.
Por su parte, César Acuña, director de la universidad César Vallejo, intentó insertar, como ya lo hiciera exitosamente Toledo en el 2001, un – en términos de ciencia política- cleavage étnico. Autoproclamándose, como hizo Ollanta Humala entre el 2006 y 2011, “de una raza distinta”, cual último inca. Sorprendentemente, Acuña junto a una lista congresal con nombres destacados de la política nacional (y algunos familiares), comenzó a sumar apoyos. Sin embargo, cuanto más intención de voto acumulaba, mayor era la lupa con la que se observaba al candidato, quien además lo puso extremadamente fácil: los plagios, los regalos en plena campaña, la pésima articulación de su discurso y el bajo contenido de sus intervenciones comenzaron a hacer mella en su reputación.
Con estos dos candidatos fuera de contienda, y a poco más de un mes de las elecciones, se reconfiguraba el mapa electoral y comenzaba una nueva batalla: la que se libraría por los votos de Guzmán y Acuña (un 25% del total según algunas encuestas). A grandes rasgos, los votos de las clases populares del norte y la selva (por Acuña) y el voto joven, urbano y de clase media del centro y, sobre todo, del del sur del país (para Julio Guzmán). En paralelo, y como cada una de las elecciones, también se lucharía de forma más difusa por los votos de los indecisos, un 20% del total.
Fujimorismo sociológico
La primera que recogería esos votos, casi de una forma automática, fue Keiko Fujimori (sí, la hija del dictador Alberto Fujimori y ex primera dama del séptimo gobierno más corrupto del mundo), que utilizando el mayor monto de dinero (alegadamente privado) invertido en una campaña electoral en los últimos años, una imagen que viró entre lo folklórico –campechano y una estadista de chaqueta, y unos medios de comunicación sospechosamente favorables, se aprovecharía de lo que en España se llamó el “franquismo sociológico”. Esto es, una suerte de ideas relacionadas a la consecución de hitos históricos o proezas cuasi-épicas que son englobadas casi en su totalidad por la figura y el apellido “Fujimori” para una buena parte de la población.
En otras palabras, en el imaginario colectivo peruano (si se puede hablar de uno), pervive la idea y la vinculación directa y magnánima de Fujimori con una serie de políticas y acciones -a partir de sus narraciones- que son valoradas como muy positivas para el interés general y el devenir del país. A través de una férrea propaganda, medios de comunicación comprados y una narración sesgada de lo acontecido en los 90’s en la dimensión social, económica y política, el gobierno fujimontesinista (¿quién es Vladimiro Montesinos?) consiguió convencer a muchos de que Fujimori (casi de forma personal y omnipresente) acabó con Sendero Luminoso, acabó con la crisis económica de los 80’s, ordenó la administración pública, y limpió al congreso de corruptos.
Sin embargo, y sin entrar en este punto en demasía, lo cierto es que Fujimori no estaba al tanto de la persecución al cabecilla y hombre más buscado en los 90’s, Abimael Guzmán. La política económica se basó en seguir a rajatabla la receta neoliberal de la época: privatización de la sanidad, de empresas estratégicas, de servicios básicos y liberalización de la educación. Simplemente se entendió que vender estas empresas públicas por cifras irrisorias era más rentable que mantenerlas. Asimismo, el cierre del Congreso fue probablemente el que englobó las más evidentes manipulaciones y ataques a la libertad de expresión de aquellos años. Se pactó portadas y se difundió durante meses la idea de que el Congreso de la República estaba sólo y exclusivamente lleno de corruptos, sinvergüenzas y holgazanes que “no permitían aprobar leyes antiterroristas y de desarrollo”. Incluso, los militares llegaron a intervenir salas de redacción de periódicos de tirada nacional.
Así que con una “opinión pública” por fin favorable a esta idea, Alberto Fujimori, ayudado por el ejército (Vladimiro Montesinos, su mano derecha, fue miembro destacado del ejército y cadete de la Escuela de las Américas) cerró el Congreso, tomó el control de diferentes instituciones del Estado y avaló una serie de medidas que violaban los principios democráticos y rompían con el Estado de Derecho. Esto se conoció como el autogolpe de estado.
Con una idea más o menos clara del eficaz y gran aparato de manipulación del régimen fujimorista, unas redes clientelares heredadas de la dictadura y unas políticas asistencialistas de amplio calado, se puede entender ese favoritismo de la hija del dictador en las encuestas, pues se establece una conexión cuasi directa entre la figura de Fujimori y cualquier acción política entendida como positiva y necesaria por y para el interés del pueblo. Sin embargo, cabe decir en este punto que toda “ficción tiene parte de verdad, y que toda verdad tiene parte de ficción”.
Más info: ¿Por qué el fujimorismo sigue teniendo tanto arraigo en Perú?
Resto de candidatos
La segunda candidata que según las encuestas más se ha beneficiado de esta reconfiguración del mapa electoral es Verónika Mendoza, que ya venía escalando posiciones gradualmente, debido, principalmente a dos razones: consiguió mostrarse como las antítesis del fujimorismo de los 90’s, por ende, a la candidata K. Fujimori, y se convirtió, sin querer, en blanco de insultos y agravios por parte de rivales, periodistas y opinólogos. Su partido, el Frente Amplio, que como el Perú, se encuentra en vías de desarrollo, es un conglomerado de fuerzas de izquierda, que va desde partidos comunistas a partidos de corte más social demócrata (cabe recordar que las categorías y espectro ideológico en Latinoamérica no se suelen regir sobre los mismos fundamentos que se rigen en Europa) y organizaciones pro derechos humanos, ambientalistas, feministas, entre otros.
No lo tuvo fácil. Un discurso poco agresivo, su cercanía innegable con la actual primera (y repudiada) dama durante los años 2009-2011 y unos medios de comunicación que nunca cesaron en sus ataques consiguieron que el voto de la población de la costa y norte peruanos se le resistiera. Por contraparte, artistas, escritores y activistas sociales se han mostrado explícitamente a favor de dicha candidatura. Así, recogiendo los votos de Guzmán del sur y de algunos indecisos, Verónika se encuentra empatada en el segundo lugar con Pedro Pablo Kuczynski a una semana de las elecciones.
Pedro Pablo Kuczynski o PPK, ex Ministro de Economía durante los años 2005 y 2006, y ex Ministro de Energía y Minas durante 1982 y 1983, fue otro de los mayores beneficiados de la caída de Guzmán y, especialmente de Acuña en el norte y el Frente Amplio en el sur. Más allá de que pasara gran parte de su vida trabajando en el sector bancario en EE.UU., PPK ha hecho suyo dos de los principales argumentos que muchos candidatos a la presidencia norteamericana han utilizado: “como soy rico, no voy a robar una vez en el gobierno”, y “si he sabido hacer dinero con mi patrimonio privado, sabré hacer dinero en el Estado” -como si ese fuera el objetivo de gobernar-. El PPK arrasa entre los votantes de las clases más acomodadas, tanto su imagen como su discurso muestran estar bastante medidos y calculados. Y tiene a su favor algunos medios de comunicación (sí, esto en el Perú es fácil de observar).
El miércoles 6 sin ir más lejos, Panamericana TV retransmitió íntegramente el cierre de campaña del candidato en Lima, es decir, casi dos horas de publicidad, lo que equivale a unos cuantos cientos miles de dólares. Sin embargo, la justificada duda sobre si un hombre de negocios puede ser un buen representante del pueblo, la aprobación de la 23231 o la ley Kuczynski, que exoneraba de pagar impuestos a las petroleras cuando él era ministro de energía y minas en 1980, exhibió una ethos (lógica moral y de creencias) y un episteme (forma de entender el mundo) en donde el pueblo peruano no es más que “una manada” sin agencia que necesita ser administrada (núcleo del discurso de “lo técnico”) y una posición acrítica contra los crímenes cometidos durante la dictadura fujimorista, probablemente le coloquen en tercer lugar.
Por último, Alfredo Bernechea, candidato del partido Acción Popular, y ubicado en cuarto lugar en intención de voto según las encuestas, ha sido quizá el hombre que menor caso hizo a lo estrambótico de las campañas, y eso en este país se paga caro. La poca agresividad, un exceso de tecnicismo y de teoría económica institucional lo han llevado de ser uno de los favoritos, a pasar a segunda vuelta, y a no contar casi con opciones.
El todo o la nada
Con Verónika Mendoza y Keiko Fujimori en la segunda vuelta se espera una polarización del comportamiento político y electoral en el Perú, donde los cleavages de clase, de urbano-rural o de centro-periferia se difuminen (ya que ambas concentran el voto de sectores muy diversos) para dejar paso a tres cosas: una vuelta a la batalla discursiva e iconográfica en torno al origen más o menos peruano de las candidatas, la resignificación de qué es la izquierda, qué es la derecha y, especialmente, qué fue el fujimorismo y por qué no debería suceder de nuevo. El #KeikoNoVa o lo “Nakers” pueden jugar un papel en clave como ya hicieran las elecciones pasadas reactivando el anti-voto fujimorista que es, por cierto, el más alto en las actuales elecciones. Sorprendentemente, son los jóvenes los que mayor rechazo muestran ante la posibilidad de la vuelta de la fujimorista al gobierno y son éstos, en un país joven demográficamente, los que en buena medida decidirán si conviene un giro hacia la derecha de legado autoritario y escasa propuesta, o un gobierno ambicioso de izquierdas (y algo naive) con limitada experiencia en las instituciones.
Ante estas disyuntivas, se espera que la cantidad de indecisos sea mayor para la segunda vuelta. Por lo que la contienda, que podría ser por primera vez en la historia de un país sumido bajo un feroz patriarcado entre dos mujeres, se antoja muy intenso y lleno de sorpresas. El tortuoso proceso para elegir presidenta acaba de empezar.
*En este caso, sólo César Acuña, líder de AP y candidato a la presidencia de la República fue el único en ser excluido de su lista electoral.
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