En nuestras sociedades multiculturales se presenta a veces la necesidad de reconciliar dos derechos que entran en contradicción. Por ejemplo, la libertad de expresión puede a veces chocar con la libertad de culto y religión, y para dirimir el conflicto en algunos casos es necesario establecer algunos límites a una de esas libertades. El caso de la película Innocence of Muslims es un ejemplo de las consecuencias nefastas que este conflicto puede llegar a desencadenar. La película, realizada por Nakoula Basseley Nakoula, un cristiano copto con antecedentes penales, que se hizo pasar por judío israelí y que ahora está en prisión, ha provocado recientemente manifestaciones multitudinarias de grupos de fieles musulmanes en distintos países, cuyo cénit de violencia se alcanzó con el ataque a la embajada estadounidense en Libia el pasado once de septiembre, en el que fueron asesinados el embajador Christopher Stevens y otros tres funcionarios estadounidenses.
A su vez, las viñetas de Mahoma publicadas con posterioridad por la revista satírica francesa Charlie Hebdo provocaron más manifestaciones y reacciones políticas muy diferentes en Europa y en el mundo. Por un lado se culpó a los editores de la publicación de irresponsabilidad, por echar más leña al fuego en una situación ya muy tensa; y por otro, se defendió el derecho de los periodistas y caricaturistas a ejercer su trabajo con plena libertad de expresión.
Estos dos casos plantean una pregunta: ¿Hasta qué punto hay que limitar la libertad de expresión para no ofender los sentimientos religiosos de una parte de la población nacional o de otros países? En Europa no hay acuerdo sobre el tema. Es más, mientras que la mayor parte de los países de la UE no sanciona la blasfemia, otros todavía contemplan penas de cárcel como castigo para quienes pretendan satirizar el culto o simplemente reírse de dios.
La inocencia de Europa
Después de las reacciones a la película Innocence of Muslims, se ha atribuido a los musulmanes una escasa capacidad de aceptar la libertad de pensamiento y de expresión, y la famosa teoría del choque de civilizaciones de Samuel Huntington ha vuelto a cobrar fuerza. Sin embargo, como evidencia el profesor de ciencias políticas francés Oliver Roy, el carácter de las manifestaciones ha sido eminentemente político. Además, también conviene reflexionar sobre el hecho de que las protestas involucraron sólo a un porcentaje mínimo de la población musulmana, dejando indiferente la gran mayoría.
Pero hay que ir más allá para entender que este conflicto tiene una circunscripción mucho más amplia de la que a veces se quiere dar a entender desde Occidente. Al tiempo que Europa critica a aquellos intolerantes con las libertades de expresión parece olvidar que la blasfemia en ocasiones todavía representa un problema en las sociedades secularizadas.
Es cierto que en Europa la virulencia de estos conflictos no alcanza el grado de crispación social que sí se da en las sociedades musulmanas, pero a veces las consecuencias pueden acarrear incluso penas de cárcel para los supuestos blasfemos. Probablemente muchos recuerden el caso del cantautor Javier Krahe y de su video titulado Cómo cocinar a un Cristo. El 15 de diciembre de 2004 el programa Lo + plus de Canal Plus emitió algunas imágenes del vídeo realizado por Krahe en los años setenta, en el que un crucifijo era troceado, untado con mantequilla y horneado, “saliendo al tercer día en su punto”, como Cristo resucitado. El Centro Jurídico Tomás Moro, una organización cuyo fin es “cristianizar el derecho, cristianizar la sociedad”, presentó una querella criminal por escarnio de las creencias religiosas, y el juicio a Krahe finalmente tuvo lugar en mayo de 2012, ocho años después de que ocurrieran los hechos. En ese caso, el artista español fue absuelto dos semanas después de que comenzara el proceso.
Tal y como cita Oliver Roy, en Occidente han sido varias las películas que han suscitado duras polémicas, como La última tentación de Cristo de Martin Scorsese o Golgota picnic de Rodrigo García.
La misma suerte podría no tener un joven internauta griego que fue detenido el pasado 21 de septiembre por la policía y acusado de blasfemia por haber creado en Facebook un perfil falso en el que se reía de un monje cristiano ortodoxo fallecido en 1994. El código penal griego castiga con entre uno y dos años de cárcel las “ofensas a Dios y a la Iglesia Ortodoxa de Cristo”. Ya en el 2003 el caricaturista austríaco Gerhard Haderer fue juzgado en el país helénico bajo cargos similares por retratar a Jesucristo como un hippy. Pero en el caso más reciente hay que remarcar el papel del partido neonazi Amanecer Dorado, que cuatro días antes del arresto del joven había denunciado de forma iracunda el caso ante el Parlamento griego.
La blasfemia: ¿Delito o derecho?
La Unión Europea ha expresado en varias ocasiones su posición oficial acerca de la blasfemia. Por ejemplo, en la Recomendación 1805 (2007) la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa afirma rotundamente que la blasfemia o el insulto a la religión no deberían constituir un delito, ya que las creencias religiosas pertenecen a la esfera privada del individuo. Está claro que las instituciones europeas, aun atribuyendo a los Estados cierta libertad para establecer unos parámetros legales en este sentido, toman partido a favor de la libertad de expresión, garantizada por el artículo 10 del Convenio Europeo de Derechos Humanos, definiéndola como base de toda sociedad democrática.
El 23 de octubre de 2008, la Comisión de Venecia (un órgano consultivo del Consejo de Europa en materia de derecho constitucional) también elaboró un documento sobre la situación en Europa de las leyes sobre blasfemia e insultos religiosos. La Comisión reiteró la inutilidad de crear nuevas normas que sancionen la blasfemia y a la vez, subrayó la necesidad de abolir las normas existentes.
No obstante, la blasfemia sigue siendo ilícita en Austria, Dinamarca, Finlandia, Grecia, Italia, Países Bajos, y recientemente también en Irlanda, cuyo gobierno estableció en 2010 una multa por blasfemia de hasta 25.000 euros.
Otros países (como España) abolieron el delito de blasfemia per se, pero siguen contemplando el delito de escarnio religioso, o incluyen la blasfemia en la categoría de delitos de incitamiento a la violencia. Quizás esto sea porque, como recoge la misma Comisión de Venecia, hoy día tampoco hay acuerdo sobre cómo definir el concepto de blasfemia.
Parece claro, por tanto, que no es la blasfemia aquello que debería constituir el límite a la libertad de expresión, sino la incitación a la violencia o la lesión efectiva de la libertad religiosa. Por consiguiente, si bien es preciso que los gobiernos protejan la pluralidad religiosa y el derecho de los ciudadanos a observar sus propias creencias, estos no deberían coartar la libertad de expresión, aunque esta inquiete o sea percibida como provocación por parte de la población, siempre y cuando las manifestaciones criticas o satíricas en cuestión no inciten a la violencia ni lesionen la libertad religiosa de las personas. Cabe citar que ni en el caso de la película, ni en el de las caricaturas y tampoco en el del monje griego, se puede decir que exista esta lesión o incitación a la violencia.
Lluís Bassets, director adjunto del periódico El País, escribe: “La blasfemia es hija de la divinidad, una manifestación estrictamente religiosa que refuerza con su transgresión la fuerza de lo sagrado. Castigar la blasfemia es propio de sociedades teocráticas, organizadas según las leyes de los dioses y no de los humanos.” A luz de los hechos y de lo dicho, parece claro que los países musulmanes no son los únicos que deberían reflexionar sobre este conflicto de derechos y libertades.
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