El mundo capitalista occidental está atravesando una crisis económica sin precedentes desde la Segunda Guerra Mundial. Varios países de la zona euro están en recesión y tres han tenido que ser ‘rescatados’ por la Unión Europea. Esto ha implicado un recorte en los gastos públicos brutal que ha ocasionado una bajada del nivel adquisitivo, tanto en los países ya rescatados (Portugal, Irlanda y Grecia), como en los que el rescate está a la vuelta de la esquina (España e Italia).
Un rescate es un préstamo de dinero con el fin de recuperar la economía del país y que no se vaya a la quiebra. Pero, evidentemente, todo rescate tiene un precio. Y el precio que deben pagar los países que han sido intervenidos o están amenazados de serlo es seguir las instrucciones económicas de la llamada Troika, es decir la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional. Estas instrucciones tienen como único fin, rebajar el déficit económico del país. El cómo, también lo deciden ellos. A saber, reducción del gasto público (recortes en sanidad, educación, salario de los funcionarios, etc.), subida de impuestos generales, como el IRPF o el IVA, que curiosamente perjudican a la clase media y baja del país, y la reforma laboral que abarata el despido y desprotege a los trabajadores.
Las mentiras del Gobierno
España todavía no es un país oficialmente rescatado, pero sí que está actuando como si lo fuera. De hecho, el presidente del gobierno no para de repetir en cada charla, mitin o entrevista que a él personalmente no le gustan las cosas que tiene que hacer, pero que ‘hay que hacerlas, por el bien de España y los españoles’.
Y la verdad, a la gente se le hace difícil creer en sus palabras. No hay más que echar un vistazo alrededor para saber que sus políticas no van a beneficiar al pueblo. A los datos nos remitimos: en los tres países rescatados, es decir Grecia, Portugal e Irlanda, se han aplicado estas mismas recetas y el resultado ha sido catastrófico. Más déficit, más deuda, más paro y más pobreza.
Einstein decía que la locura es hacer la misma cosa una y otra vez esperando obtener diferentes resultados. Y eso es lo que se está haciendo en Europa desde hace varios años.
Lo que más enfada a la gente es la percepción de que no lo hacen por estar locos. Muchas personas ya se han dado cuenta que los gobernantes no están trabajando para el beneficio del pueblo. Las políticas seguidas en los últimos años así lo atestiguan. El único interés que parecen tener es salvar a las grandes entidades financieras, beneficiar a esos entes que gobiernan todo llamados mercados. Y de ahí viene la indignación.
Indignación aumentada por el hecho de tener un gobierno llevado al poder por las urnas, pero también por un programa electoral que no tiene nada que ver con las políticas que han llevado a cabo. Más bien al contrario.
Manifestación
La movilización del 25 de septiembre tuvo su origen en un escrito que corrió a toda velocidad por las redes sociales y los correos electrónicos de miles de personas. En él se hacía un llamamiento a entrar en el Congreso de los diputados, forzar la dimisión del gobierno y organizar una Asamblea Constituyente que permitiera renovar por completo la Constitución para acercarla más a los intereses del pueblo.
La plataforma que lo escribió se vio desbordada en un primer momento debido al numeroso grupo de organizaciones que hicieron suya la protesta, algunas de ellas cercanas a la extrema derecha.
A principios de septiembre, el grupo que redactó el texto y varias organizaciones presentes en el movimiento 15-M, se reunieron para dejar bien claro quién protestaba, y por qué, alejándose de otras opciones políticas que no tenían nada que ver con ellos. En la reunión también quedó más o menos claro que evidentemente no conseguirían entrar en el Congreso, y que la manifestación se realizaría en los alrededores del edificio.
El martes 25 de septiembre, las cercanías del Congreso de los diputados amanecieron valladas, en un perímetro anormalmente grande y con unas medidas de seguridad extremas, que no se habían visto en años.
A lo largo de la tarde, la plaza de Neptuno (a unos 200 metros de las puertas del Congreso), se fue llenando de personas llegadas de diversos puntos de España. La Delegación del Gobierno dio una cifra aproximada de 6000 manifestantes, difícil de creer debido a la amplitud de la plaza de la que hablamos y a los pocos huecos que se veían en las imágines captadas desde los edificios.
A partir de las 8 de la tarde empezaron los primeros altercados. Un grupo de unas 10 personas ataviadas con escudos de plástico bajo una pancarta empezaron a avanzar hacia la policía. Y esta respondió de manera desproporcionada. A partir de este instante se produjo una batalla campal donde los antidisturbios no distinguían a los manifestantes pacíficos del pequeño grupo de alborotadores. Las imágenes de extrema violencia con que las fuerzas de seguridad actuaron recordaba a otras épocas donde España todavía no se podía llamar democrática. La policía llegó a entrar en la estación de Atocha, situada a 1 kilómetro de la plaza de Neptuno, disparando pelotas de goma y golpeando tanto a gente que había estado en la manifestación como a viajeros que simplemente estaban esperando el tren.
Esta actuación desproporcionadamente violenta, provocó que en días posteriores la gente volviera a salir a la calle, sumando una razón más a las múltiples anteriores para que la gente se indigne y salga a la calle. Al día siguiente y el sábado 29 miles de personas volvieron a protestar en el mismo sitio, otra vez con la inmensa mayoría actuando de forma pacífica.
Pero la paciencia se está agotando. En la calle se palpa una tensión que las medidas llevadas a cabo por el Estado, esto es, la brutal represión, no hacen sino aumentarla. Y la cosa no parece que vaya a mejorar a medio plazo. Los últimos presupuestos presentados por el Gobierno esta semana para el año 2013 predicen más sufrimiento para la gran mayoría de las personas que viven en este país.
¿Hasta cuándo aguantarán protestando sólo pacíficamente?
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