Mientras los anticonceptivos y el aborto seguro pueden salvar vidas y paliar muchos de los daños físicos y psicológicos que causa una violación sexual, su financiación es todavía muy escasa y en algunos casos el acceso a estos servicios de salud es inexistente.
Que el planeta está gobernado por hombres no es ninguna novedad. En pleno siglo XXI tan sólo una veintena de los 193 países miembros de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) están gobernados por mujeres, lo cual no es, precisamente, sinónimo de igualdad de género. Es más, en ninguno de estos 20 países liderados por mujeres el porcentaje de parlamentarias femeninas llega a representar ni la mitad de los escaños de sus respectivas cámaras legislativas.
Es cierto que el sistema decuotas aplicado a las listas electorales de los partidos, así como a la configuración de los gabinetes de gobierno ha supuesto un avance en lafeminización de la política, sin embargo, la cruda realidad es que sigue habiendo una gran desigualdad no sólo a la hora de participar en los procesos electorales, sino también de cara a dirigir carteras de gobierno decisivas para cualquier país, como pueden ser Economía, Exteriores o Interior.
Por lo tanto, la clave podría estar no sólo en aumentar la presencia de la mujer en las listas de los partidos y en los parlamentos –que también-, sino en conseguir aumentar la cifra de políticos con “instinto feminista”, como definió la novelista nigeriana, Chimamanda Adichie, en una conferencia TED. En otras palabras, se necesitarían más líderes masculinos que crean de verdad en la igualdad política, económica y social independientemente del sexo. “Tenemos que aprender a feminizarnos en la vida personal y en la política, en la vida profesional y en las campañas electorales”, defendió en esta misma línea el consultor político Antoni Gutiérrez-Rubí, durante su participación en la VI Cumbre de Comunicación Política celebrada el pasado mes de diciembre en México.
Radiografía de los Parlamentos a nivel mundial
Lo cierto es que para que la mujer pueda estar en igualdad de oportunidades para acceder a la Presidencia de un Gobierno o para influir en la definición de las políticas de un país, es necesaria una mayor presencia de representantes y líderes femeninas, en este sentido, queda todavía mucho camino por recorrer tal y como muestra la radiografía actual de los parlamentos a nivel mundial. Sólo un país en el mundo, Ruanda, cuenta con un Parlamento de mayoría femenina, siendo el 63,8% de los escaños ocupados por mujeres. Detrás de Ruanda, estaría Andorra (50%) y, en tercer lugar, Cuba con 48,9% de representación femenina en su Cámara legislativa.
Según se desprende de los últimos datos de la ONU correspondientes a 2014, Finlandia encabeza la lista de los 19 países del mundo gobernados por mujeres con mayor representación parlamentaria femenina. Concretamente, un 42,5% de los escaños de su Cámara legislativa corresponden a mujeres. A Finlandia, le siguen Islandia (39,7%), Noruega (39,6%), Dinamarca (39,1), Argentina (36,6%), Alemania (36,5%), Trinidad y Tobago (28,6%), Letonia (25%), Polonia (24,3%), Lituania (24,1%), Croacia (23,8%) y Bangladesh (20%).
Por el contrario, a la cola de esta privilegiada lista de países en manos de mujeres, están Brasil (8,5%), Liberia (11%), Jamaica (12,7%), Malta (14,3%) y Chile (15,8%), mientras que no existen datos de la República Centroafricana, Corea del Sur y Kosovo (éste último no reconocido aún por todos los miembros de la ONU). Llama la atención la popularidad con la que cuentan gobiernos como el de Brasil o Chile al tener mujeres presidentas, mientras que los parlamentos de sendos países tienen una bajísima representación femenina.
Asimismo, cabría reflexionar sobre el hecho de que países occidentales que se proclaman defensores acérrimos de los Derechos Humanos y, en particular de los derechos humanos de las mujeres, como EEUU o Reino Unido, se sitúen casi a la par que Arabia Saudita o Marruecos, en cuanto a la presencia de mujeres en la política se refiere. Mientras que la representación media de las mujeres parlamentarias en EEUU y Reino Unido es de 18,3% y 22,6%, respectivamente, los parlamentos de Arabia Saudita y Marruecos cuentan con un 19,9% y 17% , respectivamente.
Otros países que destacan por su alta representación parlamentaria femenina, pese a estar en el llamado “Tercer Mundo”, son: Nicaragua (40,2%), Senegal (43,3%) o Mozambique (39,2%), éste último casi a la par del Parlamento español, que cuenta con un 39,7% de representación femenina. Entre los países musulmanes, la feminización política destacaría en Argelia (31,6% de sus representantes parlamentarios son mujeres), mientras que en Kuwait o en Líbano apenas se roza el 4%.
Conciliación familiar y falta de liderazgo
Centrándonos en el “grupo de las veinte” líderes femeninas mundiales, encabezado por las latinoamericanas Cristina Fernández de Kirchner (Argentina), Michelle Bachelet (Chile) y Dilma Rousseff (Brasil), las escandinavas Tarja Halonen (Finlandia), Jóhanna Sigurdardóttir (Islandia), Helle Thorning-Schmidt (Dinamarca) y Erna Solberg (Noruega) o la veterana Seikh Hasina Wazed (Bangladesh), cabe decir que estas mujeres gozan de un gran reconocimiento y legitimidad en sus respectivos países por parte de sus ciudadanos/votantes. Sin embargo, tal y como puntualizaba Gutiérrez-Rubí, los éxitos de las mujeres parecen menos éxitos en la actualidad: “se les reconoce la mitad del trabajo, les cuesta el doble llegar y permanecen la mitad del tiempo (en la política)”.
Mujeres indias participan en un acto político
Precisamente, es paradójico que a pesar de haber hoy más presencia femenina en las instituciones públicas y partidos que hace treinta años, siguen siendo escasas por no decir inexistentes, en muchos países, las políticas que faciliten a las mujeres conciliar la maternidad y la vida familiar con su cargo político. La líder costarricense del Partido Acción Ciudadana, Epsy Campbell, lo sabe bien. En una entrevista, reconocía que para ganar algo en política hay que “sacrificarse y mucho”. Dedicarse a su país, le supuso una separación de ocho años de su actual marido y padre de sus hijas. Pese a todo, sentenció que “feminizar la política es el reto del siglo XXI y merece la pena luchar por ello”.
Para alcanzar ese reto, aún lejano, es necesario liderazgo, justo lo que parece seguir siendo una asignatura pendiente. Es evidente que se necesitan más políticas de empoderamiento, pero también reconocimiento entre las propias mujeres, como resaltó la senadora mexicana, Claudia Corichi, en la citada cumbre: “la sociedad se enfrenta a un gran reto: el que las mujeres sean reconocidas entre sí de que son líderes. No sólo depende de la reforma electoral. Es un esfuerzo también entre las mujeres: sus valores como personas”.
En este punto, otra senadora mexicana Cecilia Romero destacó que un aumento del número de mujeres en las listas electorales de un año electoral a otro, no implica más igualdad. Es decir, no parece que funcione el efecto de afinidad de género o gender affinity effect. Por ello, esta representante se preguntó, “cuotas, sí, pero después, ¿qué?”. Es evidente que la igualdad de género no se puede basar en “maquillar” o hacer más femeninos los parlamentos y gobiernos, sino que se necesitan más mujeres políticas con cargos y carteras decisivas para conseguir otra política, y para ello, será también necesaria la implicación y el compromiso de los líderes masculinos. “Eso es ser hombres y mujeres responsables en el siglo XXI”, concluyó.
El próximo año 2015 se cumplen 20 años de la Conferencia Mundial sobre la Mujer celebrada en Pekín entre el 4 y 15 de septiembre de 1995. Mientras partidarias y detractoras se posicionan en torno a la conveniencia o no de un nuevo acontecimiento mundial, urge hacer balance: ¿cuánto hemos avanzado en el empoderamiento de la mujer y la igualdad de género?, ¿cuánto queda por hacer y cómo?
La Ayuda Oficial al Desarrollo también está en crisis. Aunque algunos países han reducido a más de la mitad el presupuesto destinado a la solidaridad y el desarrollo de los países del Sur, no se trata tanto de una crisis de falta de recursos económicos, sino de cómo se utilizan esos fondos. ¿Cuánto de este dinero llega en realidad a los países pobres?
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