19/03/2024 MÉXICO

Lo Kafkiano, ampliado

Dibujo de de David Zane Mairowitz y Robert Crumb.

Presos de un ataque de pesimismo incontrolado, o por mera costumbre –no lo sé– tendemos a asociar los adjetivos derivados de los nombres de estos autores (Kafka y Dante) a situaciones y geografías exclusivamente pesadillescas. Al hacerlo, estamos interpretando sus obras de manera parcial, olvidándonos de otras posibilidades de interpretación y significación que igualmente proponen.

En el último de sus Nueve ensayos dantescos, escribió Borges: “sospecho que Dante edificó el mejor libro que la literatura ha alcanzado para intercalar algunos encuentros con la irrecuperable Beatriz”. En el poema, “una sonrisa y una voz, que él sabe perdidas, son lo fundamental”. Es decir, como en vida fue imposible, Dante, para encontrar algo de consuelo, escribió un poema donde se juntaba felizmente con Beatriz; ése es, según la lectura sentimental que hace Borges de la Divina Comedia, el propósito último del poeta. Borges considera que lo demás, todo lo demás, para Dante, son intercalaciones.

Lo que está haciendo es plantearnos que leamos el vasto poema dantesco como el mejor poema de amor jamás escrito.

Siguiendo su ejemplo, podemos leer otras obras o a otros autores en clave sentimental. Ya lo hizo Roberto Bolaño en Entre paréntesis con el Quijote. Dijo en el “Discurso de Caracas”: “…recuerdo aquella página del Quijote en donde se discute los méritos de la milicia y la poesía, (…)

Adam and Eve in the garden of Eden. Stipple engraving by F. Bartolozzi after T. Stothard, 1792

y Cervantes, que fue soldado, hace ganar a la milicia”. Para Bolaño, se puede percibir en esas páginas “un fuerte aroma de melancolía, porque Cervantes hace ganar a su propia juventud”.  Visto así, todo el libro está lleno de intercalaciones, digresiones, historias y sub-historias que no son sino un pretexto para poder escribir esas páginas (las que realmente le importaban), en donde ensalza su juventud, y todo aquello que perdió en su juventud. Ambos autores crearon la realidad que necesitaban. El primero vio su amor cumplido; el segundo hizo ganar a su juventud y homenajeó a sus pérdidas.

 

La verdad es que no podemos saber qué quisieron decir, íntimamente, estos autores con sus libros, pero nada nos impide hacer una lectura más emotiva que racional (siempre que pueda desprenderse del texto con naturalidad, con sentido común). Una lectura así se puede aplicar, también, a Kafka.

 

Entre otros encantos, la lectura sentimental nos permite ampliar el significado de lo que entendemos por ‘kafkiano’ o ‘dantesco’. Manuel Vázquez Montalbán, en una entrevista televisada, definió lo kafkiano como una situación cargada de absurdo. Y en El escriba sentado escribió que “lo kafkiano nominó el horror a la vez abstracto y concreto de nuestro tiempo: la posibilidad de que extrañas fuerzas internas y externas nos llevan a la desidentificación”. Harold Bloom, por su parte, escribió en El canon occidental que, “ciertamente, kafkiano ha adquirido un significado siniestro para muchos de entre nosotros”.

 

De todos modos, la mejor advertencia para entrar en Kafka, la dio, a mi juicio, Albert Camus en el último capítulo de El mito de Sísifo, donde sugiere que lo más indicado es “empezar la obra sin ideas preconcebidas”, y que “sería un error quererlo interpretar todo en Kafka”. En realidad, me parece un acercamiento adecuado, éste que propone Camus, para la obra de cualquier escritor (o creador). Estoy de acuerdo con las interpretaciones anteriores, pero sólo en parte. Sí, cierto, el absurdo y lo siniestro son dos constantes en la obra de Kafka; también, kafkiano es el ser que, por diferente, es despreciado y castigado con cualquiera de las formas de la incomunicación (como ocurre en La metamorfosis o en la Carta al padre). En cambio, en el cuento “Una cruza” vemos una atmósfera parecida a las amables fábulas de Esopo, por ejemplo, y no a la de los mundos habituales de Franz Kafka. Esa lectura sentimental que cambia nuestra percepción del Quijote o la Comedia, nos permite, también, cambiar lo que hemos entendido tradicionalmente por kafkiano.


 

Sulphamic acid. Credit: Gwyneth ThurgoodAttribution 4.0 International (CC BY 4.0)

 

El protagonista del relato recibe en herencia un animal mitad gato, mitad cordero, pero, contra todo pronóstico, asimila la extrañeza de este regalo con orgullo porque es “todo un espectáculo para los niños”, que, fascinados, no sienten asco, miedo o rechazo como por otra parte sí siente la familia Samsa cuando Gregor, tras pasar, como sabemos, una noche intranquila, se despertó convertido en, bueno… aquello. Sienten inocente y cándida curiosidad. La actitud de quien posee este animal indescifrable, al considerar que “esta parte de la herencia es algo como para lucir”, es otra clave más que nos permite ampliar el concepto de lo kafkiano. Es decir, no sólo no se castiga la extrañeza, sino que se ve como algo por lo que sentirse orgulloso. Lo que, en otros relatos del mismo autor, desgasta emocionalmente al personaje hasta anularlo por completo, y provoca repulsión en terceros, curiosea aquí a los niños. Lo kafkiano ya no tiene nada de siniestro en “Una cruza”. Ya no es imposible la verdadera comunicación con el otro, como sí ocurre en otros cuentos como “Jinete en un balde” o “Una confusión cotidiana”. La rareza o la extrañeza del otro se asimila aquí sin mayor problema.

Ahora es Kafka el que crea la realidad que necesita, el que tiene tiempo para mundos poco ‘kafkianos’.

 

No obstante, lo cierto es que, presos de un ataque de pesimismo incontrolado, o por mera costumbre –no lo sé– tendemos a asociar los adjetivos derivados de los nombres de estos autores (Kafka y Dante) a situaciones y geografías exclusivamente pesadillescas. Al hacerlo, estamos interpretando sus obras de manera parcial, olvidándonos de otras posibilidades de interpretación y significación que igualmente proponen. Claro que hay situaciones dantescas y kafkianas (lamentablemente), en el sentido al que estamos acostumbrados. Lo que quiero decir es que nadie duda que esos epítetos sean negativos (cuando, como digo, no tienen por qué serlo) y hemos encaminado nuestra lectura de sus textos para que siempre sea así. Parece que ya le hayamos adjudicado un significado definitivo a palabras como kafkiano o dantesco, cuando, realmente, contienen otras lecturas tan sugerentes y estimulantes como las que ya conocemos.

Según Borges, “la más indiscutible virtud de Kafka es la invención de situaciones intolerables”. Sin duda esa es una de sus virtudes. De lo que no estoy tan seguro es que sea “la más indiscutible”. Como se ve en el cuento anterior, lo kafkiano significa también lo contrario de todas esas lecturas, así como lo dantesco, como dijo Ernesto Cardenal en unos versos de su Cántico Cósmico, significa tanto lo infernal como lo paradisíaco:

 

Ojos aquellos que volver a ver

sería como que la luz volviera para atrás.

Junto en mi canto triste astrofísica y amor.

Ojos color de oro eran los de Mireya.

Mireya mi amor de infancia en las playas de Poneloya.

Fue mi Beatriz. De ojos dantescos

que no sólo es lo dantesco un bombardeo, un terremoto.

Dantesco es también el Paraíso.

Y mi Mireya, dantesca.

 

En la complejidad y la vastedad de la Divina Comedia encontramos una descripción temible del Infierno, pero también de la cara más amable del Paraíso y de la vaguedad del Purgatorio. Sobreponerse a lo que convencionalmente se entiende por estos términos es un gesto que corresponde al lector porque, como dice Cardenal en otro libro-poema, Versos del pluriverso, “Mi decisión de cómo observar un electrón / cambia al electrón”. Así, la imagen de un autor cambia dependiendo de qué aspecto de su obra resaltemos.


Hablo de un proceso similar a la reflexión que hace Borges sobre la influencia literaria en “Kafka y sus precursores”, uno de los más incisivos ensayos de sus Otras inquisiciones. “El hecho es que cada escritor crea a sus precursores”, dice Borges. Parafraseándolo, quedaría en “El hecho es que cada lector crea al autor”. Es nuestra lectura la que hace de Dante y de Kafka dos grandes poetas de la barbarie. U otra cosa.

Centrarse en los lugares más recónditos de la obra de un autor no nos garantiza una lectura cabal. Pero obviar esos lugares tampoco. El Kafka de la no ficción también contribuye –y quizá el que más– a ampliar el radio de los significados de su obra, y convierte el adjetivo que se deriva de su nombre en un poliedro. 

En su epistolario, tanto en sus Cartas a Felice como en sus Cartas a Milena, vemos a alguien cuya vida entera gira entorno a la escritura, que depende de escribir su literatura y sus cartas, y que vive en una perpetua angustia por los daños colaterales de la escritura, como si sus cartas llegarán a tiempo a sus destinatarios, si el servicio de correos será puntual; le vemos desesperado por no recibir una carta, buscando significados ocultos a lo que no lo tiene, inquiriendo por qué para todo, sufriendo por la presión de comunicarse (y en ese sentido podemos presuponer, sin miedo a exagerar, que, de estar vivo hoy, Kafka sería un adicto a WhatsApp y a las redes sociales); también vemos la valentía de empezar una correspondencia –ese aluvión de cartas inesperadas, más o menos sinceras y arriesgadas– con alguien a quien apenas conoce; y le vemos tierno y encendido como el

Female and male hands (above and below respectively). Drawing after H. Fuseli, c. 1793..

amante directo que le hubiera encantado ser. Lo kafkiano aquí está más cerca de los significados tradicionalmente atribuidos, por esos sufrimientos, pero no sólo: kafkiano aquí también es la obsesión contemporánea por comunicarse, la desesperación por hablar, y kafkianas son las muestras de un amor intenso que lo preside todo en su día a día.

En sus Diarios –uno de los más contundentes y estremecedores documentos del siglo XX, del tormento psicológico que definió al siglo– vemos un humor frío, distanciado, que no hay que olvidar que también domina. Los Cuadernos en octavo, junto con los Diarios, conforman el Kafka más íntimo, el más privado; leemos las páginas del que escribe y necesita seguir escribiendo para siempre unas páginas que guardará en un cajón para que nadie se las vea. Es la necesidad de escribir como método de supervivencia; eso es lo que subyace a esas páginas.


Jorge Semprún, en La escritura o la vida, define el gesto de Kafka en las Cartas a Milena como “su juego de desamparo complaciente”, y habla de un “amor exigente, (…) miserable debido a su incapacidad para mantener sus expectativas”. Unas páginas después, Semprún quizá da en el clavo de por qué ilumina Kafka tantas parcelas de la realidad, o de nuestro entendimiento de la vida, al decir que “alcanza (…) el núcleo mismo, metafísico, de la condición humana, su verdad intemporal”. Verdad compuesta, sobra decir, por muchas caras, por muchas realidades, todas ellas expectantes de recibir sus palabras. Kafkiano es el gesto de escribir como método de supervivencia.

Vemos que detrás de Kafka hay tantos aspectos de la vida, de los sentimientos, las actitudes y las pasiones humanas que parece una buena recomendación, a partir de ahora, empezar a matizar exactamente lo que queremos decir cuando decimos que una situación es kafkiana. Hay un abanico de posibilidades en sus obras, y la aparente contradicción que hay en describir algo agradable con el adjetivo kafkiano (o dantesco) se desdibuja en el momento en que esa contradicción ya está presente, ya está anticipada, en sus escritos.

Entiendo que unas cuántas páginas no cambiarán nuestra visión de Kafka. El hecho es que al menos una pequeña parcela de su obra trataba la extrañeza con dulzura, y eso, a mi modo de ver, es tan ‘kafkiano’ como la absurda detención de Josef K. en El proceso.  Inevitablemente reducimos la capacidad que tienen estos autores para definir el mundo, o nuestro tiempo, al emparentarlos a un solo registro. También hay situaciones más amables que esperan que digamos de ellas, con toda la razón, que son dantescas, que son kafkianas. Y no sólo las amables: también las situaciones que no son absurdas pero sí desesperadas, como la necesidad de hablar, de amar bien, o de recurrir al humor cuando hace frío. (Es posible que no logremos nunca definir lo kafkiano en su totalidad).

 

Cuántas cosas convergen en la palabra ‘Kafka’, cuántas cosas se dan cita en esas profundidades, como para que estemos, aquí, limitando sus logros.

 

Mario Amadas

Esta es una explicación sin ánimo de lucro.

 

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Mario Amadas Sainati

Barcelona, España. Escribe para El Cultural y C (revista de ciencia ficción), y es autor del libro "Brooklyn, después de todo" (Ril Editores, 2019), sobre una estancia de medio año en Nueva York.


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