Artículo redactado conjuntamente por Ramon Armengol y Guillem Pujadas
A menudo, paisajes o animales se han convertido en símbolo de los efectos del cambio climático. El caso de los osos polares, la desertificación o el deshielo son ejemplos claros de ello. No obstante, las consecuencias del cambio climático tendrán, y están teniendo ya, un impacto significativo para todas las poblaciones del planeta.
Pero el impacto se siente de forma muy diversa según la situación geográfica y la dependencia del entorno de una población concreta. Los polos han experimentado la mayor subida de temperatura a nivel global y la NASA calcula que el hielo ártico disminuye a un ratio del 13.2% cada década. El caso de Groenlandia es especialmente preocupante, ya que ha experimentado 61 horas en temperaturas por encima de la congelación en lo que llevamos de 2018, lo que representa 3 veces más que cualquier otro año previo.
El deshielo ártico es visto para algunos como una oportunidad debido a la apertura de nuevas rutas marítimas que podrían conectar América, Europa y Asia a través del Polo Norte. Ademas, se facilitaría la explotación de recursos inaccesibles o muy costosos de explotar como minerales o recursos fósiles. Según diversos estudios, el Ártico podría contener reservas de petróleo y gas que representarían el 25% de las reservas mundiales.
No obstante, el deshielo del ártico acarrea consecuencias desastrosas. La tragedia climática se encuentra en que los efectos del cambio climático en una región producen grandes impactos en otras partes del planeta con ecosistemas aparentemente no relacionados. Así, el deshielo en Groenlandia amenaza con fenómenos meteorológicos extremos en Europa y Norteamérica que ya se están sintiendo. En este sentido, la evolución de los polos y especialmente el Ártico va a ser muy relevante para el futuro climático global como ha sido ya aceptado por el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC en sus siglas en inglés).
Una población que lleva habitando en el Ártico cerca de 1000 años está siendo la primera afectada por estos cambios: los inuit.
Los primeros testimonios
Los inuit están compuestos por unas 170.000 personas y se extienden por el norte de América (Alaska, Canadá y Groenlandia) en las regiones árticas y sub-árticas. Su población sobrevive básicamente a partir de la caza y la pesca, y tiene una concepción de la naturaleza encaminada a la búsqueda del equilibrio armónico entre el mundo natural y el mundo espiritual. Como cuenta el etncolonguista Michele Therrien, los inuit tienen el frío como un valor fundamental y símbolo de fortaleza y salud. Así, durante siglos han desarrollado técnicas para acomodarse a esas condiciones, que se han convertido en parte fundamental de su cultura. No obstante, este entorno parece estar cambiando de forma abrupta: a su cada vez mayor dependencia de recursos exteriores como el costoso combustible diésel, se le añade un fenómeno que no pueden controlar: el cambio climático.
Esa población tan reducida, mayoritariamente joven y, a menudo, olvidada, está sufriendo las consecuencias directas del cambio climático provocado por las sociedades industriales contemporáneas: Un deshielo drástico que cambia radicalmente su entorno, afectando directamente su acceso a comida, recursos básicos o, incluso, sus medios de transporte.
El deshielo convierte la caza y la pesca en actividades más peligrosas e imprevisibles, incluso para expertos cazadores. Además, nuevas enfermedades están apareciendo y obligan a cambiar pautas de consumo: la carne de oso polar, por ejemplo, antaño consumida cruda, debe ser ahora hervida cerca de 6 horas para evitar los efectos dañinos de la trichinella.
Además, los inuit construyen sus vidas acorde con su omnipresente entorno blanco, incluso sus infraestructuras. Que la nieve y el hielo desaparezcan es, en algunos casos, como si el asfalto de nuestras autopistas y carreteras se hiciera pedazos o desapareciera, dejando pueblos y ciudades incomunicadas las unas con las otras. Estos efectos adversos hacen que ciertas poblaciones ya se hayan planteado un posible desplazamiento, pero incluso ello requeriría de fondos de los que en muchos casos no disponen.
Así, los inuit se han convertido en los primeros testimonios del cambio climático y sufren sus consecuencias desde hace 30 años. Consecuentemente, son el termómetro de la evolución climática y nos sirven como referencia para saber el futuro de otras regiones y las posibilidades de adaptación.
Curiosamente, aquellos que más experiencia tienen tratando con el cambio climático no han sido lo suficientemente escuchados. Los inuit no han tenido el peso necesario en las negociaciones internacionales, aun estando representados en los acuerdos de París como delegados árticos. Su conocimiento tradicional transmitido a través de las generaciones puede aportar información de primera mano sobre las consecuencias climáticas, pero también sobre políticas de adaptación in situ más eficaces. No deja de ser paradójico que aquellos que llevan habitando durante siglos los ámbitos árticos, sufriendo las consecuencias de un cambio climático que no han provocado, sean excluidos o no tengan un peso más importante en la acción medioambiental contra el cambio climático y el deshielo. Es una situación recurrente, que ocurre también en el caso de las Islas Salomon, que sufren la otra cara del deshielo: La subida del nivel del mar.
Se hace más necesario que nunca dotar de mayor protagonismo a las partes afectadas, quienes son también las que disponen de mayores conocimientos sobre el terreno y capacidad de actuar en políticas bottom-up.
La lección universal de los Inuit
Los inuit representan una pequeña porción de la población mundial, situada en un territorio relativamente pequeño del planeta. No obstante, nos muestran la fragilidad del entorno y como los cambios bruscos pueden poner en peligro las necesidades más vitales de las poblaciones humanas.
Los inuit se presentan como la oportunidad para estudiar el impacto del cambio climático en sus fases iniciales, pero también como una potencial población pionera en cómo aplicar soluciones tecnológicas, políticas y económicas a la adaptación y mitigación del cambio climático. Consecuentemente, el conocimiento de los inuit debe ser pieza fundamental para definir el futuro de la lucha frente al cambio climático y el fracaso o la victoria de esa pequeña comunidad podría ser el fracaso o la victoria de la humanidad entera. Lo que está en juego es mucho más que el futuro de un grupo reducido de individuos.
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