Mucho se habla de la crisis energética, entendida como el aumento en los precios del petróleo, la falta de diversificación de la matriz energética nacional, o la búsqueda por establecer políticas de adaptación a y mitigación de los efectos del cambio climático. Todos estos temas ponen la energía en el centro del debate de políticas públicas, pero lo cierto es que hay otra crisis energética que afecta la vida cotidiana de millones de hogares que no tienen acceso a fuentes de energía para satisfacer las necesidades domésticas ni la capacidad de pagar los servicios energéticos.
La pobreza energética es definida como la falta de acceso a los servicios modernos de energía, esto es, el acceso doméstico a la electricidad e instalaciones limpias para cocinar. Se estima que cerca del 18% de la población mundial vive bajo estas condiciones.
La energía tiene un fuerte impacto sobre el bienestar humano y el progreso económico. Por un lado, las condiciones de temperatura adecuadas para la salud (18 a 20° C en invierno y 25° C en verano), previenen enfermedades respiratorias, artritis y reumatismo, así como favorecen la resiliencia emocional. A su vez, reducen la mortalidad prematura en los segmentos de la población más vulnerables, como los niños, embarazadas y ancianos. La iluminación extiende el periodo de luz para horas extra de estudio y trabajo, el uso del frigorífico permite almacenar alimentos y medicamentos, y el uso de instalaciones modernas para cocinar, reduce el trabajo diario de recolección y transporte de leña, así como la contaminación ambiental en el hogar.
Por otro lado, asegurar a la población el acceso a la energía reduce el riesgo de endeudamiento, desconexión del suministro y degradación de la infraestructura edilicia. A su vez, permite el uso de electricidad para pequeños negocios, y el desarrollo de mejores servicios de transporte y telecomunicaciones. El uso de distintos tipos de energía puede además beneficiar a la agricultura y la industria manufacturera, aumentando así la productividad de un país y ampliando la calidad y variedad de productos disponibles.
Acceso doméstico a la electricidad
Una de cada 5 personas en el mundo no tiene acceso a la electricidad. La cifra es aún más impactante en África sub-sahariana, donde 2 de cada 3 personas es pobre en términos energéticos. Si bien hay una cierta correlación entre el nivel de desarrollo de los países y las oportunidades que estos presentan para acceder a la electricidad, este es un problema que aqueja también a los países desarrollados.
Sin ir más lejos, en la Unión Europea, 54 millones de ciudadanos tienen dificultades para pagar la cantidad mínima de servicios energéticos y mantener su vivienda a una temperatura adecuada durante el invierno. En España, el aumento salarial no acompaña el incremento del gasto en energía doméstica de muchas familias, lo que explica, entre otras cosas, que en sólo dos años haya aumentado en 2 millones el número de personas en situación de riesgo de pobreza energética. Los últimos datos indican que 16,6% de las familias españolas destinan más del 10% de sus ingresos a la luz.
Acceso a instalaciones limpias para cocinar
Alrededor de 2.600 millones de personas no tienen instalaciones limpias para cocinar. El uso de leña, el carbón vegetal y desechos orgánicos para cocer los alimentos y para calefacción, produce contaminación en el aire del hogar y la consecuente inhalación de humo tóxico.
Esta práctica está muy extendida en África sub-sahariana y países en desarrollo de Asia (más del 70% de la población). En India, esta práctica es llevada a cabo por más de 800 millones de personas, en tanto que en Haití lo hace un 93% de la población y en Guatemala un 64%. El estilo de vida y prácticas instaladas muchas veces hacen que más allá de posibles programas de electrificación de baja escala orientados a zonas rurales o comunidades pequeñas, no sean suficientes o se abandonen a los pocos meses.
Un acceso sustentable
Atendiendo a esta problemática, en la Cumbre del Milenio, los países presentes acordaron adoptar una serie de medidas antes de 2015 para reducir en un 50% la cantidad de personas que no tienen acceso a los servicios modernos de energía. Reconociendo que sin este acceso no sería posible alcanzar los Objetivos de Desarrollo del Milenio, Ban Ki-moon incluyó el objetivo universal del acceso a energía moderna en la iniciativa Energía sustentable para todos, introduciendo aspectos de cambio en el mercado para que se contribuya a la sustentabilidad.
No obstante, el problema del actual modelo de desarrollo dominante se focaliza en la inversión de una infraestructura energética a gran escala, orientada muchas veces a la exportación de energía a países desarrollados, sin prestar suficiente atención al uso doméstico, ni a las necesidades y capacidades de quienes no pueden acceder a la energía. A la hora de llevar adelante proyectos para ampliar el acceso a la energía, es necesario definir qué objetivos se van a perseguir, cuáles servicios energéticos son los prioritarios y cuál es la población objetivo. Sólo así se podrá garantizar la seguridad de abastecimiento, el acceso a servicios energéticos y evitar impactos ambientales irreversibles, todos factores que representan, respectivamente, la dimensión económica, social y ambiental de la sustentabilidad.
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