En 1975 una crisis financiera de causas aún desconocidas llevó a la ciudad de Nueva York al borde de la bancarrota. Inmediatamente los banqueros se lanzaron a pedir el recorte de los servicios públicos, la destrucción de los sindicatos y la subvención de las empresas. Los mismos argumentos en similares circunstancias llevaron a Margaret Thatcher al poder en el Reino Unido. “No hay alternativa”. “No hay alternativa”. Lo repitió hasta convencer a los británicos de que el único camino hacia la recuperación económica pasaba por el desmantelamiento de los servicios públicos. Sin la reiteración de determinados argumentos los ciudadanos no habrían acataran sus medidas. Sin eso… y sin la amenaza que suponía el Comunismo.
Pero la división del mundo en bloques estaba condenada a desaparecer. Los ciudadanos ansiaban la libertad en todas sus acepciones: Lech Walesa y el sindicato “Solidaridad” se rebelaban en la Polonia de los ochenta mientras la URSS se descomponía incluso antes de la caída del Muro de Berlín en 1998. La desaparición del comunismo en Europa posibilitó la instauración del mercado único basado en “cuatro libertades”: mercancías, servicios, personas y capitales. Desafortunadament ha sido esta última la que ha prevalecido por encima de las demás. La desregulación financiera y el auge de una economía especulativa en detrimento de una productiva han provocado un desastre sin precedentes que pone en peligro la supervivencia de la UE como proyecto político, social y económico.
Lenguaje y discurso
Robándole el titular al articulista George Monbiot, nos preguntamos cómo nos hemos metido en este lío. La respuesta para casi todos los expertos se encuentra en una forma de capitalismo extrema y descontrolada. En aras de alcanzar la ansiada salida a la crisis, los ciudadanos de los países desarrollados aceptan con democrática sumisión el socavamiento de derechos laborales, sociales y políticos mientras sus gobernantes diagnostican un “coma” para la mayor herramienta de cohesión social que Europa ha tenido, el Estado de Bienestar. De nuevo suena el estribillo de la canción: “no hay alternativa”.
Sin embargo, llevar a cabo este proceso “de la noche a la manaña” era imposible. Según Hayeck, padre de lo que hoy conocemos como neoliberalismo, tardaría al menos una generación imponer ciertas ideas en la sociedad. Básicamente: reivindicar la máxima libertad para el mercado frente a una mínima intervención del estado, reducido a mero creador y defensor de los mercados y la propiedad privada, dejando el resto de tareas a las empresas que proporcionarían los servicios básicos –entre ellos Derechos Humanos como la educación y la salud- al tener como motivación el beneficio. Esta la teoría. En la práctica, el neoliberalismo sin control genera una crisis tras otra que luego solo puede resolverse con aquello que más detesta: la intervención del Estado.
En el Reino Unido pre-Thatcher una de cada diez personas vivía bajo el umbral de la pobreza. Tras su paso por el gobierno esta proporción de elevó a una de cada cuatro. Los diez años de administración Reagan cambiaron la distribución de ingresos en Estados Unidos por políticas desarrolladas desde la Heritage Foundation su principal think tank: mientras el uno por ciento que ya era muy rico aumentó en un 50% sus ingresos, el 10% más pobre perdió un 15% siguiendo la norma no escrita de “cuanto más bajo estás en la escala, más te empobreces”. Entonces ¿cómo una doctrina generadora de tal desigualdad ha sido aceptada?. ¿Cómo el minúsculo grupo de la Universidad de Chicago ha salido del gueto y se ha extendido al mundo?. Para Susan George ha sido gracias a la creación de una enorme red internacional de fundaciones, instituciones, centros de investigación, publicaciones, expertos, escritores y relaciones públicas que “desarrollan, empaquetan y lanzan sus ideas sin descanso”. Sin duda el lenguaje y su uso discursivo han sido claves.
El discurso del “sentido común”
Sus argumentos han calado en las sociedades desarrolladas valiéndose de referentes comunes en la forma, pero no en el fondo, a los que usaron anarquistas y sesenta y ocho mayistas al referirse al “estado opresor”. Pero frente a la utopía que destilan citas como la conocida “Sed realistas, pedid lo imposible” o “Si no puedo bailar, no quiero ser parte de vuestra revolución” de la anarquista Emma Goldman se opone frontalmente la racionalidad del Pensamiento Único. Este concepto, acuñado por el sociólogo Ignacio Ramonet en la edición francesa de Le Monde Diplomatique de 1995, es una “visión social, una ideología, que se pretende exclusiva, natural, incuestionable”. De ahí que el lenguaje neoliberal se describa a sí mismo como “de sentido común”.
Para asegurarse la globalización del discurso se escogió como lengua vehicular el inglés: wealth creators, tax relief, big government, consumer democracy, red tape, compensation culture, job seekers y benefit cheats son términos de nuevo cuño donde el lenguaje del mundo de los negocios da un salto e invade otros terrenos como el cultural, el social o el político creando nuevos conceptos cuyo fin es cantar las bondades del capitalismo, como su identificación con libertad y democracia. El lenguaje público y político se reformula dándole la vuelta a las palabras y aparece la figura del spin doctor, el nuevo asesor político, el storyteller que convierte hechos en historias jugosas o al menos digeribles para los electores. Uno de sus mayores exponentes fue Alastair Campbell, Director de Comunicación y Estrategia de Tony Blair hasta 2003 acusado en dos ocasiones de presentar ante la prensa informes falsos para justificar la invasión de Irak.
Dándole la vuelta a las palabras: la neolengua
Lingüístas críticos con el neoliberalismo como Marnie Holborow han estudiado su impacto en el ámbito educativo, en concreto en el universitario. Las universidades son “competidores” entre sí mientras que los estudiantes son el “target” o “unidades de recursos”. Incluso se habla de “la industria de la universidad”. En España la nueva versión de Educación para la Ciudadanía -rebautizada como Cívica y Constitucional- subraya “el papel de la iniciativa privada en la generación de la riqueza”. En Irlanda por ejemplo, el boom económico vino de la mano de la privatización del sistema educativo. De hecho la Universidad de Handbook usaba como lema en 2002 “Vosotros, estudiantes, sois nuestros clientes”. Ni rastro de Pedagogía ni de Didáctica. Es la re-semantización que cambia el significado original de las palabras y la economización.
Aunque si alguien ha resultado útil para el asentamiento de esta neolengua han sido los medios de comunicación. Eufemismos puros y metáforas como “ticket moderador”, “ponderación del gravamen”, “ajustes”… contaminan la noticia. El lenguaje periodístico -que según el manual de estilo de RTVE debe ser “preciso, claro, breve, emplear verbos de acción e informar en positivo”- es otra víctima del virus de la re-semantización. Y si esta por sí sola no funciona, se ridiculiza o ignora a los grupos y agentes sociales que se oponen a sus medidas. Los mass media españoles están llenos de ejemplos en el tratamiento despectivo del 15M o de todos aquellos contrarios a las medidas impuestas por Bruselas.
Entristece pensar que hace una década las palabras que Durao Barroso ha dirigido a los griegos ante la celebración de nuevas elecciones probablemente llevarían la palabra “chantaje” en alguna parte del titular. Esto nos arrastra a una conclusión más dolorosa aún si cabe: la erosión del Periodismo y de la democracia.
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