Un producto de masas
El manga en Japón es un producto de consumo de masas. Un dato: sólo en 1989, el 38 por ciento de todos los libros y revistas publicados fueron manga. Constituye una parte muy importante del mercado editorial de Japón, donde hay manga para todas las edades, profesiones y estratos sociales, incluyendo amo/as de casa, oficinistas, adolescentes, obreros,… Tenemos que remontarnos al final de la II Guerra Mundial para encontrar el origen de este fenómeno. La industria del entretenimiento aflora en Japón como respuesta a la necesidad psicológica de evasión ante una cruda posguerra. Sin embargo, la falta de recursos de la población en general requería de medios baratos de entretenimiento. Uno de ellos fue el manga, “garabatos” literalmente. El profesional que se dedica a ello es conocido como mangaka. El primer mangaka contemporáneo fue Osamu Tezuka, autor entre otros, de Astroboy.
Turismo Otaku y salones manga
En la década de los 80 la cultura pop japonesa da el salto a otros países y en los 90 se consolida internacionalmente.Primero desembarca el anime -los espectadores lo ven- y luego el manga -lo leen-. La proyección de Akira, el primer largometraje de anime exhibido fuera de Japón, o Ghost in the Shell, series como Dragon Ball, Doraemon y Shin-Chan, o las producciones del Estudio Ghibli responsable de éxitos como La Princesa Mononoke y El Viaje de Chihiro, sientan las bases de un negocio multimillonario. Después, a través del papel, llegarán las historias de Death Note o One Piece, el manga más vendido, con más de 128 millones de ejemplares.
El primer importador mundial de esta industria cultural es Francia, seguido de EUA, España y Reino Unido. Sólo en Estados Unidos el mercado del anime genera un negocio de más de cuatro billones de dólares, según la Japan External Trade Organization. Incluso el número de turistas que Japón recibió en 2010 se incrementó un 25 por ciento, debido a la llegada de numerosos otaku, convertidos en adeptos a la cultura japonesa gracias al consumo de manga y anime. Y si echamos un vistazo a la red, el número de resultados entorno a la palabra “manga” en Google es de 154 millones, una cantidad bastante elevada.
Tampoco las altas cifras de participación en los salones de manga europeos han pasado inadvertidas para los políticos japoneses, que vieron en ellos una nueva forma de promocionar su imagen internacional. Aunque los cómics y las series son los protagonistas, en estos encuentros no pueden faltar otros aspectos más tradicionales de la cultura japonesa que los asistentes demandan: tomar ramen como Naruto, aprender a usar los palillos o a escribir su nombre con ideogramas antes de asistir a un concurso de cosplay –una de esas excentricidades japonesas que también se ha internacionalizado- .
El manga canaliza un sentimiento de simpatía y fascinación a escala planetaria, donde acción cultural y relaciones internacionales confluyen en la diplomacia manga.
Ésta se nutre del concepto de soft power elaborado por Joseph Nye, teórico de las RR.II., quien a principios de los 90 desarrolló la idea de la producción cultural como herramienta de un Estado para afectar el comportamiento de otros actores. Mientras en la diplomacia tradicional se hace hincapié en el poder militar, económico y político, basándose en relaciones sólo entre gobiernos, las democracias modernas conceden cada vez más influencia a la opinión pública.
Y no han sido sólo los nipones quienes han visto en el manga un vehículo de difusión cultural de fuerte impacto. Estados Unidos empleó esta estrategia, cuando se cumplieron los 50 años de la ocupación de la isla, para sensibilizar a los jóvenes nipones sobre la permanencia de los más de 40.000 soldados estadounidenses en el país, tema curiosamente poco abordado en Japón, con el manga Our Alliance – A Lasting Partnership. Y mientras China, temerosa de la propaganda japonesa oculta tras los enormes ojos de los héroes y heroínas manga, edita sus propios cómics para llegar a sus ciudadanos, los manhua.
Los nuevos embajadores
Esta nueva forma de enfocar la diplomacia, en la que el gobierno japonés invierte 20 millones de yenes anuales (180 mil euros), tiene hasta un cuerpo diplomático propio. Uno de estos nuevos embajadores manga, Takamasa Sakurai, ha recorrido miles de kilómetros, desde la universidad de Bolonia hasta Arabia Saudita, pasando por FICOMIC (Salón Internacional del Cómic de Barcelona), explicando en qué consiste exactamente. Los objetivos fundamentales son el fomento del entendimiento de la cultura japonesa, la mejora de la imagen del país y el establecimiento de relaciones internacionales cordiales. Y la respuesta obtenida permite al gobierno japonés pulsar la cantidad de aficionados a su cultura en todo el mundo, y ver cómo es percibida en lugares tan dispares y culturalmente diferentes del país nipón.
Sin embargo, hay que reseñar que los valores presentes en manga y anime no son, ni mucho menos, una representación de la sociedad japonesa, que distingue perfectamente la realidad en la que vive de la ficción que lee, donde existen mujeres fuertes e independientes y la ecología es uno de sus grandes axiomas.
Ésta es una explicación sin ánimo de lucro
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