La miscelánea de textos heterogéneos que compone Humanidades en acción, antología publicada recientemente por Rayo Verde, es ante todo el reflejo de una experiencia concreta o, mejor, de una serie de experiencias de reflexión colectiva llevadas a cabo dentro del marco del Aula Oberta del Institut d’Humanitats de Barcelona. Como destaca la filósofa y coordinadora del proyecto Marina Garcés en el prólogo: el Aula Oberta nació con la intención de ser un espacio «de libre acceso y de espíritu aún más libre, al que algunas personas que últimamente estaban proponiendo ideas, desarrollando investigaciones o realizando acciones en el ámbito humanístico pudieran acudir para explicar sus proyectos» (p.9).
Así, Humanidades en acción refleja la experiencia del Aula Oberta en la medida en que recoge breves textos firmados por las personas que presentaron sus trabajos, a lo largo de dos años, en los primeros veinte encuentros del proyecto; textos que, a pesar de la disparidad de temáticas y enfoques, comparten una misma inquietud hacia el mundo en el que vivimos y hacia el papel de las humanidades, entendidas no exclusivamente «como un conjunto de disciplinas académicas al que tradicionalmente hemos denominado ‘letras’, sino como un conjunto abierto de actividades que elaboran el sentido de la experiencia humana desde la perspectiva de su libertad y su dignidad» (p.10).
Esta inquietud se materializa de manera diferente en cada uno de los textos. En el escrito que abre el libro, firmado por la misma Marina Garcés, la inquietud toma la forma de una crítica hacia las “humanidades ZERO”, unas humanidades reducidas a puro objeto de entretenimiento, a producto de consumo, a valor (simbólico o material) de cambio, pero que en todo caso «ni nos hacen más cultos, ni más libres, ni más sensibles, ni más iguales, ni más sabias» (p.19).
Este impasse contemporáneo de las humanidades se bifurca en dos tendencias opuestas. La primera, que la filósofa llama “retroutópica”, es la de quien cae en la inmovilidad nostálgica, de quien lamenta la pérdida de importancia de las humanidades y las idealiza, desentendiendose de muchos de los aspectos problemáticos del pensamiento y la cultura humanista:
Sin humanidades no hay democracia, dicen. Olvidan la historia del siglo XX, cuando las sociedades aparentemente más cultas de la historia cometieron los crímenes más atroces y construyeron las pesadillas políticas más terroríficas. Sin humanidades no hay tolerancia. Olvidan que el humanismo fue el núcleo ideológico de la colonización y de su proyecto imperial, racista y patriarcal. Sin humanidades no hay libertad. Olvidan que la cultura no ha sido sólo un recurso de la resistencia, sino que también ha sido –y, de hecho, de forma más frecuente– una herramienta de dominio y de construcción de marcos de dominación, tanto nacionales como de clase (p.20).
La desmemoria de la tendencia retroutópica es compensada por su tendencia opuesta, una tendencia “hipercrítica” que hace hincapié en todos los aspectos de las relaciones entre conocimiento y poder, con el fin «desenmascarar, diagnosticar, descuartizar y denunciar los lenguajes y las instituciones de la cultura» (p.20). La labor de estas conciencias hipercríticas es esencial para que no se produzca una defensa acrítica del legado humanista, pero el haber aprendido claramente las relaciones entre conocimiento y poder, sostiene Garcés, a menudo se traduce en el olvido, «en el marco de las condiciones sociales, tecnológicas, políticas y culturales de nuestra época» (p.21), de las relaciones entre conocimiento y emancipación.
Marina Garcés muestra una inquietud crítica hacia las “humanidades ZERO”, unas humanidades reducidas a puro objeto de entretenimiento, a producto de consumo. Este impasse contemporáneo de las humanidades se bifurca en dos tendencias opuestas: la que la filósofa llama “retroutópica” –la de quien cae en la inmovilidad nostálgica– y la “hipercrítica” –la que hace hincapié en todos los aspectos de las relaciones entre conocimiento y poder–.
¿Cómo salir de este impasse? ¿Cómo recuperar los efectos secundarios, transformadores y emancipadores, de los que carecen las Humanidades ZERO? Frente a una crisis civilizatoria de proporciones planetarias, derivada del progresivo agotamiento de los recursos básicos (materiales e inmateriales) que permiten funcionar al actual sistema de producción, económico y de consumo, hay que apostar por unas “humanidades en transición”, sugiere Garcés: una «transición hacia una emancipación que cuide, desde la reciprocidad, de nuestra interdependencia planetaria» (p.25). Para ello, es necesario repensar la emancipación en sus relaciones con el poder y el saber.
Más allá de la propuesta kantiana, que consistía en atreverse a pensar por uno mismo, pero que se limitaba a formas de saber prerrogativas de la burguesía culta, europea y masculina, hoy en día la cuestión de la emancipación «no depende sólo del acceso al saber, sino de la posibilidad de poder entrar en igualdad de condiciones en la disputa sobre quién puede saber qué, desde dónde se otorga validez a nuestros saberes y qué consecuencias tienen sobre cómo vivimos» (p.27).
Estas tres relaciones fundamentales entre saber y emancipación (el quién, el desde dónde, y el con qué consecuencias), deben guiarnos en la transición hacia unas humanidades que recuperen «su fuerza insubordinada y transformadora», y se reconfiguren como herramienta fundamental para la tarea colectiva de elaboración de sentido y valor de la experiencia humana «desde el punto de vista de su dignidad», incorporando «el despliegue conflictivo, abierto y compartido de estas tres dimensiones del pensamiento» (p. 28).
Para superar el impasse, Garcés apuesta por unas “humanidades en transición”, repensando la emancipación en sus relaciones con el poder y el saber. Las tres relaciones fundamentales entre saber y emancipación que deberán guiar la transición serán, pues, el quién, el desde dónde, y el con qué consecuencias.
A partir de este primer texto que define un marco, un espacio crítico, un campo de estudio y discusión sobre el cual trabajar, podemos leer todas las contribuciones que le suceden como incursiones en un terreno común llevadas a cabo desde puntos de partida (por metodología, prácticas, e intenciones de las autoras) fundamentalmente distintos. Ingrid Guardiola, por ejemplo, dedica su texto, Negación, a repensar la idea de la negación, del rechazo, como una forma de resistencia y disidencia colectivas: el no entendido como gesto solidario y colectivo que responde a una situación de injusticia estructural:
La negación no es productiva en un sentido mercantilista, sino humanista: produce fraternidad, solidaridad, resistencia, disidencia e interrumpe la cadena de las órdenes y del orden trazado por las élites económicas y políticas. La negación es propositiva y dialógica, permite un cambio de rumbo en los acontecimientos. Lo único que nos impide decir “no” es el miedo, un miedo complejo que a menudo está menos relacionado con la angustia existencialista (el sentimiento de pérdida, el vértigo de la muerte) que con el miedo a traicionar el sistema con su cadena de órdenes y su positivismo radical. Este miedo no nace de nosotros mismos, sino que nos ha sido inculcado con precisión. Decir no a este miedo es prioritario para poder ejercer libremente el no propositivo. (p.132)
Asimismo, retomando la cuestión de la emancipación, Pablo La Parra Pérez se pregunta, a partir de sus investigaciones sobre cine militante, cómo podemos volver a mirar políticamente las imágenes de las luchas del pasado. Lo que busca, sostiene, es reencontrar en estas imágenes de lucha su presente vivido. Y es justamente reflexionando sobre este presente vivido de las luchas pasadas y sobre la posibilidad de leerlo en ciertas escenas de disenso de la película Numax presenta… (1979) de Joaquín Jordá, que nos insta a abandonar «una mirada de juicio retrospectivo respecto a las escenas de disenso del pasado» y a dejar de analizar esas imágenes «en términos de éxito o fracaso» (p.163).
En lugar de aceptar “el gran eslogan neoliberal” del “no hay alternativa” thatcheriano, imaginando las luchas del pasado como esfuerzos condenados al desencanto, es necesario encontrar maneras de generar un diálogo entre las luchas de nuestro presente y el presente vivido de las experiencias de lucha pasadas –una voluntad, ésta, que encontramos también en las principales novelas del colectivo de escritores militantes Wu Ming, que nos transportan al presente vivido de luchas pasadas como la insurrección campesina encabezada por Thomas Müntzer en 1525, o a las vidas vulneradas en los diferentes frentes por las atrocidades de la primera guerra mundial–. En definitiva, recuerda La Parra Pérez:
No se trata de encapsular las luchas pasadas en una lógica de hechos aislados y extraordinarios, como si fueran mariposas clavadas en el panel de un entomólogo: nada más despolitizador que presentar la política como una rareza, aislada de la vida cotidiana. El objetivo es pensar que nuestras narrativas históricas pueden tejer una memoria insubordinada, capaz de suscitar complicidades entre las luchas del presente y la experiencia vivida de la emancipación en el pasado. (p.163)
Pasando por muchas otras reflexiones –sobre la curiosidad y la voluntad de saber (Manel Ollé), la obstinación de la que debemos armarnos para construir juntas una alternativa al realismo capitalista (María Ruido), el valor de la inoperancia y de la improductividad (Eudald Espluga), la reivindicación de la complejidad de los sujetos y sus identidades y alteridades (Karo Moret)– Humanidades en acción nos anima a comprometernos en un trabajo crítico necesario para nuestro tiempo. El trabajo de poner en marcha –en acción!– un pensamiento, re-activar una reflexión –siempre heterogénea y multiforme– para enfrentarnos, sin reservas, a las preguntas sobre el estado contemporáneo de las humanidades y su(s) papel(es) en nuestra vida.
Esta es una explicación sin ánimo de lucro.
¿Quieres recibir más explicaciones como esta por email?