Grandes pensadores en la historia de la humanidad establecieron categorías de análisis que permiten pensar, incluso hoy, hechos de coyuntura internacional. Este es el caso de obras emblemáticas como La historia de la guerra del Peloponeso de Tucídides, El arte de la guerra de Sun Tzu o De la guerra de Carl von Clausewitz. Todos estos estrategas militares establecieron preceptos que habrían de considerar los líderes globales para que sus campañas resultasen exitosas.
A continuación, sintetizaremos los principales aspectos mencionados por estos estudiosos que resultan ser clave para el pensamiento actual en el marco del desafío que representa la amenaza del grupo terrorista ISIS para la Administración Trump.
La prudencia de Tucídides
Tucídides, por medio de su principal escrito La historia de la guerra del Peloponeso, procuraba, a través de un método racional, exponer los mecanismos por los cuales se desenvuelve la historia con el objetivo de prevenir a futuros actores de sucesos como los que llevaron a la caída de Atenas en el siglo V a.C. Pensadores como Hobbes —con su libro Leviatán— o Maquiavelo —con El príncipe— reunieron el legado del estudioso ateniense. En sus obras, un punto central es la concepción de los mismos acerca de la naturaleza humana, en donde resulta evidente la particular importancia que adquiere la noción de poder, lo que termina por definir la cosmovisión realista.
Entre los principales fundamentos tratados por Tucídides se destacan sus ideas acerca de la periferia. Para el erudito, presionar demasiado a los actores periféricos genera un sentimiento en ellos que los obliga a reaccionar. En este sentido, y extrapolado a la temática actual, es bien conocida la injerencia en términos políticos que históricamente ha tenido EE.UU. en el mundo árabe.
La presión estadounidense sobre terreno árabe después de la Guerra Fría se manifestó en Irak. La política de Washington fue la contención dual: una estrategia centrada en contener de manera simultánea a dos de los estados más beligerantes en la región, Irak e Irán. Posteriormente a la Guerra del Golfo, la organización al-Qaeda comenzó a operar de forma más activa, en parte gracias al incentivo que presentaban sus miembros de combatir contra un país que consideraban profundamente antirreligioso, prosionista y contrario a los baluartes de vida promulgados por la fe islámica.
En lo que respecta a la actual política contra el grupo terrorista ISIS, la administración estadounidense no debe dejar de considerar que, tal y como menciona Fukuyama en su libro América en la encrucijada, “si combatimos a un grupo relativamente pequeño de fanáticos amparados por un amplio colectivo de simpatizantes, el conflicto parecerá una guerra de contrainsurgencia librada a escala mundial. Eso vuelve inapropiada una respuesta exclusivamente militar al desafío, dado que las guerras de contrainsurgencia son profundamente políticas y pasan por ganarse desde el principio los corazones y las mentes de la población en general.”
De lo anterior se lee que Washington debería estimar que los desequilibrios que se producen en el interior de los estados como producto de su influencia directa pueden traducirse en un aumento del islamismo radical. En este sentido, la invasión estadounidense de Irak, en el año 2003, propagó las dificultades. Lo anterior se materializa en la idea de que a consecuencia de la caída del dictador Saddam Hussein, se terminaron por erosionar los frágiles pilares en los que descansaba el “equilibrio” que actuaba sobre el mundo árabe —etapa anterior a la manifestación de la Primavera Árabe—, y esto permitió que los grupos terroristas aprovecharan el caos posterior para desempeñar sus acciones.
En esta situación pueden entenderse los principales fundamentos que intentó sostener —aunque no pudo lograrlo— la Administración Obama. Esto es, reconducir la atención y los recursos de seguridad y política exterior de Oriente Medio a Asia.
Todo esto encierra la denominada paradoja de la intervención o, dicho en la lógica de Tucídides, el imperio que no interviene se resigna a perder su carácter imperial, pero si lo hace puede generar respuestas adversas. En referencia al tema abordado, la activa participación estadounidense en los asuntos domésticos de los países árabes puede contribuir a la lucha contra el terrorismo transnacional, como así también generarlo.
En qué situaciones intervenir, con qué medios y durante cuánto tiempo deberá estar definido bajo la idea de prudencia. Tucídides sostenía la postura de que los imperios sobreviven sólo cuando conocen sus límites, además de añadir que la diplomacia —bajo la consideración, trasladado a la óptica actual, del complejo entramado de redes que opera en Siria—, con el respaldo de la fuerza, debe ser preferida al empleo exclusivo de la fuerza.
El realismo en Clausewitz
“La guerra no es simplemente un acto político, sino un verdadero instrumento político, una continuación de las relaciones políticas, una gestión de la misma por otros medios.”
Con esta frase, Clausewitz hacía referencia a que el fenómeno de la guerra encierra múltiples nociones, entre ellas una dimensión que proviene del poder estatal. Las operaciones que tienen como blanco al ISIS encierran multiplicidad de intereses políticos: Rusia desea la permanencia de Bashar al-Assad, su aliado más importante en la región; Bashar al-Assad busca mantener el poder de la misma forma en que lo poseía con anterioridad a la irrupción de la Primavera Árabe; Turquía teme que la crisis en Siria continúe afectando su ámbito doméstico; Arabia Saudí juega su propio juego con su histórico rival regional, Irán.
Este juego de intereses tiene relación con otra premisa mencionada por el militar prusiano: “Así, cuando se trata de un proyecto de guerra, el primer punto de vista tiene por objeto investigar los centros de potencia del enemigo y reducirlos en lo posible a uno solo”. Esto hace pensar acerca de la necesidad de que la Administración Trump haga recordar a cada uno de los contendientes el único asunto que poseen en común: derrotar al ISIS. La situación podría redundar positivamente en la política exterior de Washington dado que disminuiría el total de recursos físicos y financieros que debería emplear este país para neutralizar a su enemigo.
Clausewitz también señala: “Al hablar de destrucción de fuerzas enemigas hemos de observar que nada nos obliga a limitar este concepto simplemente a fuerzas físicas sino que, por el contrario, deben comprenderse en ellas necesariamente las morales, puesto que ambas se penetran hasta en sus más pequeñas partes, y por tanto, son en absoluto inseparables”. De esto se sigue que, debido a que uno de los principales objetivos del ISIS consiste en establecer un califato, pérdidas territoriales como las que ha tenido que afrontar recientemente la organización terrorista contribuyen a diezmar la moralidad de sus combatientes. A consecuencia de este hecho, la administración estadounidense debe considerar la posibilidad de que a futuro —ante la inminencia de la pérdida territorial— aumente la insurgencia.
Clausewitz continúa: “Un rápido y vigoroso cambio a la ofensiva —el relámpago de la espada vengadora— es lo que constituye los más brillantes episodios de la defensa”. Con base en esta premisa es posible entender el “ataque quirúrgico” que lanzó Estados Unidos en Afganistán dirigido hacia el predecesor de al-Qaeda.
Si bien la ofensiva en la lógica del militar prusiano resulta oportuna, también es necesario considerar otro de sus fundamentos: “La torpe acometida contribuiría a la destrucción de sus fuerzas propias y no de las contrarias; no podemos en modo alguno referirnos a ella. Es claro que un adversario vivo, valiente y resuelto, no nos dejará el tiempo para ejecutar combinaciones laboriosas de efecto lejano.” Esto significa que, si bien este tipo de operaciones podría contribuir a diezmar los centros principales de abastecimiento de la organización terrorista, ésta indagaría en nuevas estrategias tendientes a detener el avance de sus adversarios. Se hace evidente esta situación cuando ISIS toma a la población civil como rehén, por lo cual Estados Unidos debe precaver un error de cálculo que atente contra la población civil y que, a su vez, mine su credibilidad e imagen a nivel internacional asestando un duro golpe a su apoyo popular y dificultando la erradicación del movimiento.
El milenario legado de Sun Tzu
Sun Tzu decía: “La victoria es el principal objetivo de la guerra, si tarda demasiado en llegar, las armas se embotan y la moral decae.”
La guerra de Irak se manifiesta como el mejor ejemplo para esta máxima del general chino. Trece años después de la invasión estadounidense en el Golfo Pérsico, Irak ocupa el puesto número 11 en el índice de estados fallidos elaborado por Fund For Peace, pero la guerra no sólo tuvo efectos en este país, sino que también actuó en una sociedad estadounidense profundamente afectada por la cantidad de bajas que dejó el conflicto —2.224 militares muertos y 19.945 heridos en el caso de Afganistán, y 4.491 militares muertos y 32.244 heridos en el caso de Irak.
Más en profundidad, la guerra en Irak contribuyó por un lado a sembrar en el inconsciente del ciudadano estadounidense la idea del “conflicto persistente” en donde su gobierno presenta alternativas limitadas, lo cual lo hace aún más vulnerable a los efectos del terrorismo transnacional; mientras que por el otro lado, las imágenes provenientes del extranjero de ataúdes con soldados muertos propiciaron el planteamiento en la ciudadanía respecto de si su país debería implicarse en este tipo de conflictos que se libran tan distantes de suelo estadounidense y durante un extenso período de tiempo. La situación anteriormente mencionada posee ilación con la siguiente consigna: “He oído hablar de operaciones militares que han sido torpes y repentinas, pero nunca he visto a ningún experto en el arte de la guerra que mantuviese la campaña por mucho tiempo.”
Sun Tzu también añade: “si el ejército emprende campañas prolongadas los recursos del Estado no alcanzarán.” La guerra de Irak fue una guerra enormemente costosa, así lo evidencia el artículo del renombrado economista Joseph Stiglitz titulado La guerra de los tres billones de dólares. Esto también resulta en una enseñanza para la Administración Trump, ya que el presidente prometió “forzar el arranque de Estados Unidos”.
En otra línea argumental, Sun Tzu menciona: “No permitas que tus enemigos se unan, si un enemigo tiene aliados es fuerte, y si no los tiene, su posición es débil.” Ante la inminente pérdida territorial que se encuentra atravesando ISIS, es probable que sus miembros opten por agruparse en otros movimientos que se aboquen a fines similares. En el Norte de África, al-Qaeda crece exponencialmente. Algunos otros grupos menos conocidos como Soldados del Califato en Argelia, Abú Sayyaf en Filipinas, Boko Haram en Nigeria, el Movimiento Islámico de Uzbekistán en Pakistán, Jamaat Ansar Bait al Maqdis en Egipto o el Batallón Okba Ibn Nafaa en Túnez han jurado lealtad al “ejército islámico.”
Por último, una interesante reflexión de Sun Tzu es: “La información previa que debe tener un general no es obtenida de los espíritus, ni de las divinidades ni de los cálculos. Es necesario obtenerla de los hombres que conozcan la situación del enemigo.” En concordancia con la temática actual, el enunciado guarda una amplia relación con las ideas indicadas por Tucídides más de cinco siglos antes. Los imperios se derrumban cuando no entienden sus límites; para superar el indeterminismo de las leyes naturales en las que actúa el espíritu humano los gobernantes deberán ser prudentes, lo cual implica contar con el asesoramiento de expertos en temas específicos como los asuntos militares que permita llevar a cabo “la mejor política posible.”
Ésta es una explicación sin ánimo de lucro.
¿Quieres recibir más explicaciones como esta por email?