“Se paró a mi lado y dijo —mamacita no llores, yo soy varoncito, no tengo culpa, nada, yo voy salir, no te preocupes madre— eso es su última palabra”, cuenta Angélica Mendoza de Ascarza sobre aquel terrible momento cuando escuchó por última vez a su hijo, el 2 de julio de 1983.
Angélica Mendoza nació el 1 de octubre de 1929, en el distrito de Huambalpa, provincia de Vilcas Huamán, en la región Ayacucho, una zona andina del Perú donde la pobreza y la desnutrición crónica eran características de la población del lugar. Su lengua materna era el quechua y creció en medio de los campos y cultivos de la zona sin saber leer ni escribir.
A los 16 años, su madre le dijo que “debía casarse con el profesor Ascarza porque la había pedido y tenía que ser así… igual me pasó a mí”, por lo que se casó muy joven y tuvo ocho hijos, tres varones y cinco mujeres. Su hijo Arquímedes nació el 7 de junio de 1964, era un joven con muchos deseos de estudiar y convertirse en policía. Arquímedes, que ya había acabado el colegio y estaba en la Universidad de Huamanga, fue sacado de su casa a la fuerza por los militares, la noche del 2 de julio de 1983, con sólo 19 años. Desde entonces, Angélica no paró de buscarlo y exigir justicia por su desaparición.
“Señor, yo pues voy a contar a ustedes sobre mi hijo, primero. Mi hijo era Arquímedes Ascarza Mendoza. A ese mi hijo nos han quitado de mi casa los militares, haciendo parar su carro en la puerta de mi casa, parando sus carros del ejército. Yo no vengo con ninguna mentira. Allí entraron, amanecer, dos de julio, a las doce y treinta de la noche, entraron a mi casa. Entraron treinta, poniéndose sus capuchas.
[…] De mis manos lo sacaron; a toditos nos sacaron afuera y con sus balas, apuntándonos así [hace la demostración], nos hicieron parar, sólo en pijama a mi hijo también. A nosotros, también, sólo con ropa de dormir, señores.
Así lo sacaron a mi hijo, que estaba tranquilo, a Arquímedes Ascarza Mendoza. Entonces allí yo les dije gritando: ‘¿Por qué lo están agarrando a mi hijo?’ Diciendo: ‘¿Por qué lo sacan ustedes a este, mi hijo?’ les dije. Entonces ellos me dicen: ‘No, mañana va a atestiguar, sólo para eso lo estamos llevando’. Entonces: ‘¿A qué hora me lo vas a entregar?’ ‘Mañana en la puerta del cuartel te lo voy a entregar’ dijeron. Pero en eso agarré a mi hijo de un brazo y de todo su cuerpo. Y entonces, cuando así lo agarré a mi hijo, me dijo: ‘Carajo, vieja de mierda, deja a tu hijo’.
[…] De esa forma fue como lo sacaron a mi hijo. Entonces, alcanzándolo ya en la puerta, lo agarré a mi hijo, y a los dos juntos nos sacaron, hasta la puerta me arrastraron pisándome, dándonos de puñetes. Pero cuando llegamos más a la puerta, me torcieron mi mano hacia atrás. Me pisan en el suelo. Querían matarme con sus balas. Me quitaron a mi hijo así de mis manos. Entonces ellos lo metieron en esos, sus carros del ejército, a mi hijo. Salí por encima de la pared, saltando como una loca. Entonces vi como lo metieron en el carro del ejército. Los seguí hasta cierta parte de arriba, pero cuando me hicieron asustar con sus balas, ya no pude seguirlos más.”
Parte del testimonio y traducción oficial que ‘Mamá Angélica’ dio en quechua a la Comisión de la Verdad y Reconciliación. Fuente: Centro de Documentación e Investigación del Ministerio de Cultura del Perú.
Al día siguiente, Angélica fue al cuartel Domingo Ayarza, conocido como ‘Los Cabitos’, para preguntar por su hijo, y le dijeron “acá no lo hemos traído, los de la investigación deben ser los que se lo llevaron”. Luego fue a la policía de investigaciones y la mandaron a la Guardia Republicana, y tampoco le dieron explicaciones. Entonces, al no poder encontrarlo, caminó gritando y llorando por las calles, percatándose de que otras mujeres también pasaban por la misma situación.
“Después de eso, hasta quince días caminé como loca. Entonces mi hijo me había enviado ésta su papeletita, esto es testigo. De adentro del cuartel donde se encontraba, me había enviado esta papeletita, ¿qué diciendo?: ‘Mamacita, me encuentro acá adentro, busca un abogado y también dinero y sácame’.”
“Al no saber ya ni qué hacer, fui donde un abogado. Lo presenté a los fiscales, pero no dio resultados. En ese tiempo los fiscales también estaban amenazados y también todos los jueces. Entonces, por el miedo que tenían, ya no fueron allá adentro; pero de todas maneras yo sí fui al cuartel. Había, señor, un padre; y con el padre hemos ido hasta el cuartel. Cuando entramos, allí me dijeron: ‘En las celditas hay… soldados castigados’. Eso me hizo ver. Entonces me dijo: ‘Así es como castigamos, no lo hemos traído’. Eso, diciendo, me negó.”
Desde entonces, logró reunirse con algunas madres que también buscaban a sus hijos desaparecidos y, juntas, crearon la primera organización de defensa y búsqueda de las víctimas como su hijo Arquímedes, la Asociación Nacional de Familiares de Secuestrados, Detenidos y Desaparecidos del Perú (ANFASEP), y empezaron a buscar por todos lados, en barrancos, ríos, campos y quebradas, logrando descubrir muchos lugares con restos humanos de personas desaparecidas.
El 12 de octubre de ese año, en la parte alta de la Quinua, encontró varios cuerpos amarrados por la cintura, dio aviso de su hallazgo al alcalde y, al día siguiente, pudo revisar los cuerpos sin vida; sin embargo, no encontró los restos de su hijo Arquímedes. También encontró otros cuerpos en la zona de Paracuti, y al ser descubierta por algunos militares fue amenazada, logrando librarse. En Anchakwasi, con la ayuda de un fiscal, llegaron a recoger dos costales con restos humanos. Sin embargo, después de 34 años de búsqueda, el paradero de su hijo aún no es conocido.
Después llegó a Lima, capital del Perú, para denunciar varios casos de desapariciones ante la Comisión de Justicia y la Fiscalía. Angélica ya se había convertido en una mujer que representaba a las demás madres que también buscaban a sus hijos y esposos desaparecidos, y también logró ayudar a niños que quedaron huérfanos como consecuencia de la violencia, acogiéndolos en un local para darles alimento y procurar enviarlos a la escuela. Desde entonces, en Ayacucho la empezaron a llamar ‘Mamá Angélica’, en reconocimiento a la labor que realizaba.
En junio de 2001, el Presidente del Perú, Valentín Paniagua, creó la Comisión de la Verdad y Reconciliación para elaborar un informe sobre la violencia interna que vivió el país como consecuencia del terrorismo. Esta Comisión recogió el testimonio de 1985 personas y fue presentado el 28 de agosto de 2003. El testimonio de ‘Mamá Angélica’ (08 de abril de 2002) fue muy importante porque contribuyó al desarrollo de investigaciones y procesos penales por delitos de violación de derechos humanos, y para dar con los responsables.
Según los datos analizados por el Proyecto Memoria del portal de investigación Ojo Público, en base al Registro Único de Víctimas (RUV), se revela que son más de 9.000 las familias con hijos desaparecidos en los años de la violencia. La Comisión de la Verdad y Reconciliación identificó 4.644 sitios de entierro, de estos, 2.234 se ubican en Ayacucho. En los últimos años, la Comisión de Derechos Humanos (Comisedh) reportó 1.818 sitios de entierro adicionales en esta región. El número de cuerpos identificados, sin embargo, es mínimo: solo alrededor de 2.000, según informa el Proyecto Memoria.
La entidad responsable de continuar con las investigaciones y dar con los restos de las personas desaparecidas es la Fiscalía de la Nación. Respecto a la base militar “Los Cabitos”, la fiscalía ha recogido los restos de 109 personas, pero sólo ha logrado identificar plenamente a cinco, aún sin saberse si entre estos restos se encuentra el hijo de ‘Mamá Angélica’.
Otra de las responsabilidades que tiene la Fiscalía es lograr que el sistema de justicia condene a los autores de estos crímenes, a pesar del tiempo transcurrido, y después de 12 años de un largo proceso judicial, el pasado 17 de agostode 2017, la Sala Penal Nacional del Poder Judicial del Perú emitió una sentencia por tortura, desapariciones forzadas y ejecuciones extrajudiciales de 53 personas en 1983, de las cuales 33 tienen la condición de desaparecidos, 16 sufrieron torturas, 3 mujeres fueron víctimas de violencia sexual y una fue ejecutada extrajudicialmente. Más de la mitad eran estudiantes de menos de 30 años, incluso se comprobó el caso de dos hermanas menores de 7 y 10 años.
‘Mamá Angélica’ estuvo presente en la lectura de la sentencia, cuando el juzgado determinaba que “está probado que un grupo de militares sacó de su casa a Arquímedes Ascarza Mendoza”. También se determinó que los peritos acreditaron la existencia de fosas con restos de 109 personas y, a las 02:32 horas del 18 de agosto de 2017, se condenó al coronel del ejército Édgar Paz Avendaño (79 años) a 23 años de prisión como autor mediato en el crimen de Luis Barrientos y de la desaparición de Arquímedes Ascarza y otros; y al Coronel Humberto Orbegozo Talavera (75 años), jefe del cuartel ‘Los Cabitos’, a 30 años de cárcel por delitos de asesinato y actos catalogados como violación de Derechos Humanos.
Después de 10 días de escuchar la sentencia que en algo se acercaba a la justicia, ‘Mamá Angélica’ dejó de existir en un hospital público de la ciudad de Huamanga, en Ayacucho, a los 88 años de edad, sin saber el lugar donde se encuentran los restos de su hijo. Y sin conocerse aún el paradero de muchos de los autores de los crímenes cometidos hace 34 años, ahora sentenciados y buscados por la justicia. Sin embargo, ‘Mamá Angélica’ es reconocida y recordada como una mujer luchadora por la paz y la justicia en el Perú, una madre que deja un gran ejemplo de la fuerza y el amor eterno a favor de los hombres y mujeres que fueron víctimas de la violencia.
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