- Juventud no es más que una palabra. Así lo decía Pierre Bordieu en una entrevista realizada por Anne-Marie Métaillié, publicada en Les jeunes et le premier emploi.
Hace unos días tuve el privilegio de ser parte del equipo de facilitadores del Foro Nacional de Juventud para la empleabilidad juvenil organizado por la Organización Internacional de la Juventud (OIJ), e implementado con ayuda de la Secretaría Nacional de la Juventud-Perú (SENAJU). Como tal, pude escuchar las palabras inaugurales a cargo de funcionarios del Ministerio de Economía y Finanzas, el Director de la OIT para América Latina, el Secretario Nacional de la Juventud y miembros de la OIJ. Y algunas cosas me llamaron la atención. Primero, la tendencia a centrar el debate de la empleabilidad juvenil en el “emprendimiento”. Y segundo, que el funcionario del Ministerio de Economía hablara del fenómeno ‘Ni-Ni’ como una “enfermedad social”.
No fue ni será la primera vez que escuchamos este tipo de mensajes, sobre todo, en foros de empleo y congresos de jóvenes en América Latina, pero pregunto ¿cómo se originó?, ¿por qué se sigue insistiendo tanto?, ¿por qué desde el gobierno, grandes empresas y líderes de opinión se comenzaron a introducir estas ideas?, ¿por qué se habla de emprendedurismo cuando se intenta hablar de empleo? y, ¿por qué se hablabdel fenómeno Ni-Ni cuando se intenta hablar de desempleo?
En el presente artículo analizaremos brevemente los discursos imbricados en las ideas mencionadas partiendo de lo que señala Manuel Antonio Garretón, cuando nos habla de la importancia de analizar los discursos que circulan en y son generados por la sociedad civil, calificándolos como “una pista importante para categorizar sociológicamente las visiones de sociedad civil que están en juego. Los conceptos están en disputa, y por esto es importante conocer de qué forma se hace.
“Los jóvenes”: una forma de expresarse
En primer lugar, un error que suele cometerse es el agrupar a los jóvenes como un grupo homogéneo, con los mismos intereses y necesidades. Como si no existieran factores que los determinan sobremanera como el entorno cultural o económico de su familia de origen. De este modo, como señala Raúl Olivan, no tiene mucho sentido hablar sobre la juventud en términos generales, pues desde un punto de vista sociológico y antropológico resulta mucho más interesante y riguroso hacerlo sobre jóvenes pobres, jóvenes inmigrantes, o jóvenes con padres analfabetas. Y lo mismo pasa cuando se intenta hablar en términos generales sobre las mujeres o las personas mayores. Existe un acusado enfoque paternalista que crea un discurso uniformizante que despoja el componente, probablemente, más determinante para hablar de los intereses y demandas de cierto sector de la sociedad: la clase social.
No es casualidad por tanto, añade Olivan, que la mayoría de las veces quien firma, estudia, retrata o planifica políticas sea precisamente un padre de familia entre 45 y 55 años y con trabajo estable.
Sin embargo, lo que podría ocultarse tras esta “forma de hablar” -apunta Bordieu- es una disputa discursiva por ganar el concepto de “empleado óptimo”. Los mayores tienen temor a que los más jóvenes acaparen sus puestos de trabajo, por lo que intentan hacer primar la experiencia. Mientras que los jóvenes harán valer los títulos y la novedad a la experiencia, en un intento de jubilar a los mayores antes de tiempo con el objetivo de ocupar sus puestos. Así, existe temor en ambos bandos. Por otra parte, es cierto que, más allá de los intereses compartidos de clase, los jóvenes tienen intereses y filias colectivos de generación, especialmente culturales, de moda, de música, entre otros.
Los Ni-Ni: una doble trampa
Volviendo a las palabras del funcionario del ministerio de economía de Perú, a priori, cabe pensar que existen personas que ni trabajan ni estudian ni son jóvenes. No obstante, la atención se centra en esta franja generacional dejando de lado, de nuevo, los factores socioeconómicos y culturales que influyen en este fenómeno. Por ejemplo: el aumento de las tasas universitarias, maternidad y paternidad tempranas, o la falta de oferta de empleo digno, entre otros.
Muchas veces, los jóvenes no tienen el dinero para seguir estudiando porque tampoco hay un trabajo que permita ahorrar. Y otras veces no se consigue el trabajo indicado porque se necesita completar ese posgrado que cuesta lo equivalente a 8 de tus salarios. Con el discurso Ni-Ni se intenta sugerir la idea de que “los jóvenes” son unos holgazanes, unos gandules que no quieren ni estudiar ni trabajar, desplazando toda la responsabilidad de la falta de empleo y de educación superior gratuita hacia ellos. Y lo que está comprobado es que la población de jóvenes provenientes de familias con bajos ingresos, se ven obligados a abandonar la escuela a una edad más temprana con lo que se les dificulta más conseguir un empleo, aunque tengan la intención de conseguirlo. Mientras que en las clases altas, sus integrantes tienen harto complicado no aprovechar las oportunidades ofrecidas desde su capital social acumulado.
Este fenómeno no es ni se comporta, en ningún caso, como una enfermedad —lo que nos remitiría a tratar problemas sociales como una especie de trastorno por el que pasan los organismos vivos necesariamente—, sino que encuentra sus variables además de en la clase social, en los entornos social y cultural, en la falta de empleo de calidad, y en la no-gratuidad y no-universalización de la educación superior; responsabilidad, en primera instancia, del Estado.
Emprendedurismo como signo de nuestro tiempo
Después de las palabras de introducción de Foro para el Empleo Juvenil antes mencionado, muchos tuvimos la sensación de que el encontrar empleo era únicamente un problema de aquellos que buscaban porque no era lo suficientemente espabilados, no diseñaban bien su CV o no buscaban de la manera apropiada. Como única solución a esto, desde la mesa se emplazaba a los participantes a -cómo no- emprender. Si bien es razonable pensar que “si no consigues el trabajo soñado, puedes luchar por creártelo”, esto tiene limitaciones del tipo financiero y de capacidades. No todos podemos ni queremos emprender. Y no se puede llamar “emprendedor” a un anciano que sobrevive vendiendo “paletas” o a los niños que lustran zapatos en las plazas de las grandes ciudades latinoamericanas. En todo caso, emprender será otra cosa. Algo que requiera de un capital que, invertido en un medio de producción/servicios, genere una rentabilidad tal que asegure una vida digna al emprendedor de forma sostenida.
En estos tiempos de fragmentación sindical, empleo inestable, contratos cortos, y de instituciones (servicios sociales, familia, iglesia, partido político) débiles en general, pareciera que lo único cierto es uno mismo, la energía, los sueños y la pasión individuales, que funcionan como incentivos para no renunciar a tu empresa, tú mismo. Porque no hay proyecto más importante que el “self”, uno mismo. Los libros de autoyuda se multiplican intentando dar soluciones individuales a problemas colectivos.
Casando muy bien con esta nueva filosofía individualista, en el plano laboral, se constituye la filosofía del emprendedor con libros tales como “Lidera tu vida: descubre quién eres, qué quieres y emprende tus sueños”, “100 euros Start up: ¡Ponte en marcha!: conviértete en emprendedor y reinventa tu futuro” o “Emprendedor social ¡tú puedes!”. Se escriben centenares de estos cada año, y algunos van más allá, haciendo de esto su forma de vida, alejando lo colectivo del ascenso empresarial.
Volviendo al discurso emprendedurista —aquí distinguimos emprendimiento de emprendedurismo, ya que este último se relaciona con el discurso que promueve el emprendimiento como única salida a la falta empleo— dentro de las discusiones sobre (falta de) empleo cabe apuntar que, cuando hay una oportunidad, se da una situación de megacompetencia, como la que ocurre hoy en casi todo el mundo. A este respecto dice Pérez, profesor de la ESADE, que el que tiene más dinero tiene capacidad de innovar más rápido y el producto queda en desventaja con otros que consiguen escalar (crecer mucho sin aumentar costes) antes.
El emprendedurismo tiene sus trampas y, de nuevo, guarda relación con el capital acumulado. Una vez, durante una entrevista, preguntaron a Bill Gates si hubiera podido convertirse en el innovador tecnológico de más éxito en el mundo y en uno de los hombres más ricos del planeta si hubiera nacido en Sudamérica. Bill Gates no demoró en contestar: “En casi todos los lugares del mundo en que podría haber nacido, no habría tenido las increíbles oportunidades que tuve aquí (EE.UU.): tuve una muy buena educación y fui increíblemente afortunado en cuanto a las circunstancias que me tocaron. En la mayoría de los lugares, habría sido simplemente un mal agricultor porque nadie hubiera aprobado las cosas que he hecho.”
Sin duda, para emprender no sólo necesitas capital, sino aptitudes que no todos tenemos ni queremos tener. Convertirte en tu empresa implica costes que no todos estamos dispuestos a asumir. Para María Ibáñez y Jesús Jiménez, del Centro de Psicología e Introspección de Huesca, “en el neoliberalismo económico las personas que no tengan éxito y no desarrollen esos supuestos talentos serán culpables de no haber tenido pensamientos positivos, de no haber creído suficiente en sí mismos y de no haber vendido su imagen. No se culpa a la sociedad, el sistema u otras dificultades de la vida. Se responsabiliza al individuo.” Si no consigues vender ni tener el tan ansiado “éxito”, sólo tú eres el culpable.
Pero, incluso en la lógica del “hombre de Estado”, no existe suficiente prueba empírica para promover el emprendimiento y la proliferación de pymes con el fin de crear una economía robusta y resistente. En la Unión Europea, aunque en casi todas las economías las pymes representen como mínimo el 90% del tejido empresarial —incluso en Alemania, donde el peso de las grandes corporaciones es el más alto—, la presencia de un porcentaje mayor de empresas medianas y grandes hace la economía más robusta y resistente a las crisis. Del mismo modo, Ha Joon Chang en “23 cosas que no te cuentan sobre el capitalismo“, comenta que, la mayoría de habitantes de los países ricos no se han planteado ni por asomo crear su propia empresa, y es que aunque algunos sueñen con abrir su propio negocio y ser su propio jefe, pocos llegan a ponerlo en práctica porque es difícil y arriesgado. De hecho, concluye el autor, en los países empobrecidos se tiene hasta 10 veces más posibilidades de autoemplearse que en los países ricos.
En nuestros tiempos se recomienda, especialmente a la ‘juventud’, emprender individualmente, pero no crear cooperativas con nuestros pares. Se castiga mediáticamente a los jóvenes que no pueden trabajar ni estudiar, pero también se sanciona a los que se organizan en sindicatos para no perder su empleo. Se pretende arrinconar entre un abismo cuyo fondo es convertirte en un “Ni-Ni”, y un camino que debes hacer tú solo: el emprendimiento.
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