En enero de 2020, desde China se popularizó un término sanitario para denominar una enfermedad que rápidamente sería parte de la cotidianeidad de nuestras vidas: COVID-19. Ese virus, nacido como una epidemia, generó una crisis sin precedentes y transformó cabalmente a la geopolítica mundial. A dos años de su aparición, China aún toma políticas nacionales para su lucha que siguen afectando sistémicamente el devenir económico y político del orbe.
Es factible caracterizar a China como “la fábrica del mundo”, cuestión que la ha convertido en una potencia económica cuyas tasas de crecimiento impactan fuertemente en el desarrollo económico del planeta. En consecuencia, la evolución económica mundial está atada al éxito de las políticas nacionales que se aplican en el país asiático, más allá de las situaciones globales que se dan en otros actores.
Esas políticas nacionales chinas generan un shock sistémico en el concierto internacional que impacta fuertemente en las cadenas globales de valor. El peso de esas decisiones se define en que gran parte de las empresas del mundo dependen de insumos o bienes intermedios que son necesarios para el desarrollo de otros sectores productivos, cuyo rotulo lleva impreso el famoso: made in China.
El mundo ha debido enfrentarse a una problemática que perturba su economía por la creación desde el gobierno chino de una política sanitaria cuyo objetivo fue y es erradicar al virus de COVID-19 de sus tierras, denominándola “COVID Cero”. A través de esa decisión, China aplicó los llamados “lockdown” o sea cierres abruptos de regiones, provincias o ciudades en los que se prohibía básicamente cualquier tipo de actividades humanas, excepto aquellas conocidas como “esenciales”.
Está política fue diseñada a razón del momento inicial de la epidemia y como respuesta rápida al problema sanitario de magnitud que afectaba severamente la salud poblacional china; puesto que se repetían las imágenes de ciudadanos afectados por el virus falleciendo en calles, o los servicios hospitalarios saturados por dicha razón. Asimismo, el reciente virus no tenía registro científico alguno por lo que la medicina no hallaba el tratamiento adecuado que tuviera eficacia médica en su lucha y así poder aplicarlo masivamente.
Con el avance de una epidemia, que luego se transformó en pandemia, permitió una respuesta -aunque tardía- a nivel global. La Organización Mundial de la Salud decretó la pandemia, y los países en mayor o menor medida tomaron decisiones similares, pero también fueron hallando las alternativas sanitarias que permitieron obtener otro tipo de herramientas para su lucha mediante el conocimiento científico como vacunas, tratamientos, etc.
Aunque se fueron relajando las medidas sanitarias en el resto de los países en relación a los confinamientos extremos, la política desarrollada por el gobierno del Partido Comunista Chino, no varió en ese sentido. Al contrario, desde abril de este año, que se siguieron extendiendo las prolongadas cuarentenas como cierres de regiones y ciudades que produjeron severos deterioros al desarrollo económico chino, pero también internacional.
El “COVID Cero” y la nueva ola de contagios
La política sanitaria china de respuesta rápida al COVID-19 tuvo un determinado éxito para las necesidades políticas y sanitarias del país, ya que, con el cierre programado el gobierno chino pudo ir desarrollando otras tácticas como avances científicos que permitieran combatir la enfermedad, sin la necesidad de recurrir a medidas extremas como las aplicadas primariamente.
China se convirtió en un productor en escala de insumos médicos como barbijos, pistolas infrarrojas de lectura de temperatura corporal, y otros implementos necesarios. Además, destinó cientos de millones de dólares al desarrollo de medicamentos y vacunas que permitieran una solución científica para combatir los efectos que generaba la enfermedad en la población mundial.
Al tener efecto las primeras medidas contra el COVID-19, y permitir así un cierto relajamiento de las medidas restrictivas, los países intentaron volver a una normalidad accediendo a liberar conexiones internacionales y el regreso al desarrollo de las actividades como antes del impacto global generado por el virus. Ello originó que el virus mutara generando cepas que convertían a la enfermedad en más contagiosa o más agresiva, logrando un cierto nivel de pánico no sólo entre la población sino en los gobiernos, porque se causaron reinfecciones o contagios masivos que eran difíciles de abordar.
Ante este nuevo escenario, China volvió a tomar nuevamente las primeras medidas restrictivas aplicando fuertes cierres que afectaron a diversas y distintas regiones del país durante el año 2021 y el año 2022. Actualmente, implican alrededor de más de 45 ciudades cerradas, cuya población está en alrededor de 400 millones que representan el 40% del PBI chino. En el último tiempo, Shanghái se ha convertido en el paradigma de esta política sanitaria por el impacto que genera tener clausurada y detenida al área metropolitana más grande de Asia.
Lockdown, las cadenas globales de valor y su implicancia en el mundo
¿Cómo es que una política sanitaria que se toma a nivel nacional agrega un condicionante más a la problemática global que perjudica los estándares de desarrollo económico global? Ello se explica en la interdependencia compleja que ha generado que el mundo se encuentre conectado generando lazos que van más allá de los canales tradicionales de la política y la diplomacia.
Retomando el concepto de que China es la fábrica del mundo, es necesario entender que con la expansión de la globalización durante los años noventa, las empresas tomaron políticas de internacionalización que significaron crear redes de producción instaladas por diferentes partes del planeta buscando así optimizar los costos -mayormente salariales- y en acelerar la producción a demanda. Esa política fue auspiciada por una mejora sustancial de las comunicaciones y la logística, destacándose el shipping.
Básicamente, esto significa que un teléfono móvil, un refrigerador o una laptop puede ser diseñados en el estadounidense Silicón Valley, pero se termina confeccionando en una fábrica instalada en algún otro punto del orbe, como puede ser el complejo industrial de Shanghái o de Wuhan.
El apagón de regiones o ciudades enteras efectuado por el gobierno chino se tradujo en que aquellas empresas transnacionales que dependían de algún sector estratégico que se desarrolla en este país, hayan sentido el shock que significa el cese de la provisión de los productos que comercializan. Para graficar ello, la ciudad de Shanghái no sólo se destaca por su cantidad de habitantes, sino que es uno de los lugares más importantes para la industria manufacturera, tecnológica y logística mundial.
Es allí donde se concentra el 46% de la producción china de semiconductores, así como el equipamiento industrial esencial para sectores productivos alrededor del mundo. Además, según las estadísticas de 2021, desde su puerto se exporta el 20% del PBI de la República Popular China, por lo que afectó de sobremanera a muchas cadenas de valor globales que tienen su epicentro en este hub del comercio internacional.
Para citar ejemplos, Quanta es el mayor fabricante de computadores portátiles del mundo por contrato a demanda, produciendo entre otras la MacBook que está detenida en su elaboración -pese a que este año había informado un envío de 72 millones de laptops- . También Tesla informó que posee cerrada su fábrica de autos eléctricos en Shanghái que produce alrededor de 2000 vehículos por día.
Sumado a estos datos, es para resaltar el gran cuello de botella que se ha generado en el mundo del transporte marítimo. El cierre del puerto de Shanghái representa un grave problema para el costo de los embarques de productos en el mundo, recortando la disponibilidad de containers para el traslado de bienes y generando un problema más que importante para la distribución de productos a nivel mundial, todavía más cuando el resto de los países ha retornado a niveles de consumo previos a la pandemia.
El mundo también paga las consecuencias
Xi Jinping y el politburó chino, asumen que esta política de “COVID Cero” conlleva ciertos perjuicios, pero sostienen que es su mejor herramienta para luchar contra la enfermedad en el país más poblado del mundo. Aunque para el regimen comunista no han sido de agrado las quejas que ha esbozado la Organización Mundial de la Salud al respecto.
China enfrenta no sólo problemas “indoor” en función de estas políticas, como la ralentización de su economía, las dificultades de acceso a alimentos o sanidad y el desgaste psicológico por parte de su población, ante este tipo de decisiones que generan hartazgo. A su vez, también enfrenta las medidas “outdoor “que se traducen en las presiones internacionales de alza de precios, la caída de la producción como desarrollo global, y posiblemente, la reducción de inversiones directas extranjeras en su economía por no considerarlo un actor confiable.
Mientras tanto, el orbe suma otro capítulo a la incertidumbre social, política y económica. En este último plano, las restricciones chinas se suman al impacto del conflicto ruso-ucraniano lo que podría retrasar el crecimiento hasta un 5% del PBI mundial y así se alimenta fuertemente el espiral inflacionario que afecta al acceso de bienes de consumo básicos en la mayoría de los países del mundo.
El concierto internacional será difícil de cambiar. Con la crisis del COVID-19, se ha marcado un supuesto “principio del fin” para la hiperglobalización, pero será muy arduo desarticular en el mediano plazo las grandes cadenas globales de valor, puesto que las interdependencias entre los principales actores económicos del mundo son muy profundas como para cambiarlas de raíz, sin antes no tener consecuencias imprevistas.
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