¿Por qué Sudáfrica es parte de los BRICS? Parece un caso completamente distinto a los otros integrantes de esta alianza económica de potencias emergentes, pero tiene su razón de ser. Te explicamos por qué se incluyó a Sudáfrica entre el grupo de países emergentes, y cuál es su situación social y económica más de dos décadas después de las elecciones que ganó Nelson Mandela y cambiaron la historia del país.
Durante muchos años, los llamados países BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) contagiaron de optimismo a la economía mundial que observaba como el tradicional peso de las potencias occidentales caía en detrimento de los nuevos países emergentes. Tras una década de crecimiento ininterrumpido, políticas sociales inclusivas y apertura el exterior, ha llegado la “resaca” que va afectando a estos países uno a uno: Primero China, luego la India y ahora llega el turno de Brasil. Lo que parecía a todas luces “el milagro de los BRICS” se ha tornado en un simple espejismo.
La Corte Penal Internacional creada en 1998 con la firma del Tratado de Roma se propone constituirse como el más alto Tribunal en materia criminal a nivel internacional. Su trabajo encuentra varias limitaciones y depende en gran medida de la cooperación de los Estados. Recientemente, el caso que tuvo lugar en Sudáfrica pone de relieve una vez más esta relación entre Estados y la CPI.
Tras el fin del apartheid, el rugby sudafricano, élite mundial, no ha dejado de estar en el punto de mira como gran símbolo del afrikáner blanco. Tras distintos intentos de “homogeneizarlo”, llega la noticia de imponer antes del 2019 un 50% de jugadores negros.
Nelson Mandela es una de esas personas que han marcado un antes y un después en la historia del mundo. Pero sus sabias reflexiones y pensamientos van más allá del cambio social y abordan en muchas ocasiones el plano personal. Hoy te invitamos a que descubras esta faceta más personal de uno de los grandes líderes del Siglo XXI.
Spoiler Alert: Este post puede suavizar el famoso efecto de suspense del documental Searching for Sugar Man.
En la edición más reciente de los Premios de la Academia, el documental ganador en su categoría sobresale por varias curiosas razones. Empezando por su asombrosa producción, una odisea en sí misma, en la cual su director contaba con tan pocos recursos que filmó buena parte del documental con un teléfono móvil y realizó él mismo la edición y animaciones de toda la obra. Más allá de una peripecia técnica, la narrativa del documental sobrepasa por mucho en suspense y humanidad a la mayoría de ficciones que aquella noche competían por la estatuilla del Oscar a “Mejor Guion Original”.
Searching for Sugar Man se puede interpretar como una especie de actualización urbana, cruda, y casi surreal de la aparentemente inverosímil historia que inspiró a La Cenicienta. Además, es una fascinante crónica detectivesca, en donde en la vida real un equipo de fans investigaron durante años, al mejor estilo de Sherlock Holmes, la inexplicable muerte de su ídolo. Como si no fuera suficiente es también un inusual episodio revolucionario, una reflexión de cómo el arte puede corroer los poros del odio de un sistema político y social, mientras oxigena a la generación de jóvenes que lucha y se acerca al mundo más justo que han logrado imaginar. Aunque parezca exagerado, es en el fondo el descubrimiento del más auténtico e ignorado profeta de su tiempo.
El héroe desconocido de la lucha contra el Apartheid
Este sistema va a derrumbarse pronto, ante la presión de una melodía joven y enojada…
“Esto no es una canción, es una explosión (1970)” Sixto Rodríguez
Estamos en Ciudad del Cabo, la hoja que cae del calendario muestra algún borroso mes de 1972. En el tocadiscos suena la música de un artista con nombre latino, un absoluto desconocido. Un grupo de jóvenes blancos, ya hastiados del absurdo sistema racial de su país, escuchan atónitos unas desgarradoras letras que brotan de una voz clara y melódica. Por vez primera, mientras rasguea unos acordes, alguien les grita la palabra Establishment; más aún, alguien les dice que ese Establishment puede ser derribado. En la cabeza de estos jóvenes inicia el movimiento subversivo y contracultural de los blancos afrikáans que lucharán durante las siguientes décadas hasta ver derrumbado el sistema del Apartheid en Sudáfrica, cumpliendo la profecía de aquel extraño músico que los inspiró desde su adolescencia.
De manera misteriosa y quizás sin precedentes, Sixto Rodríguez, un músico norteamericano de descendencia mexicana, se convirtió en uno de los mayores íconos de la lucha por la libertad sudafricana. Algo que se acerca al milagro si se toma en cuenta que se cree que en su país natal no vendió más de 20 discos, que un solitario disco entró por accidente a Sudáfrica, y que el mismo Rodríguez durante décadas no supo que en algún lejano lugar habitado por 40 millones de personas sus canciones eran atesoradas con más fervor que las de los Beatles o Elvis Presley.
El caso es aún más curioso ya que sin promoción de disquera alguna, copias peregrinas de sus discos llegaron a Australia y Jamaica, en donde incluso importantes cantantes de reggae versionaron sus canciones pero, dejándole también en el anonimato, no reconocían sus derechos de autoría. El documental ha sido criticado por omitir estasinformaciones de su relativo y también extraño éxito en otros países. En su defensa este,más que un documental sobre un hombre, es la historia de una búsqueda, y finalmente lade un encuentro.
Es como si Jimi Hendrix repentinamente reviviera
La historia de Rodríguez en Sudáfrica se acerca a la categoría de mítica. Su álbum Cold Fact ya para mediados de los 70s era considerado a la par o superior a lo mejor de Bob Dylan, Simon & Garfunkel, The Doors o The Rolling Stones. Sencillamente para los sudafricanos de clase media Rodríguez era uno de los artistas más importantes de todos los tiempos. Sin embargo, nadie sabía absolutamente nada de él, nadie le había visto en concierto, ni siquiera en televisión. Rodríguez era el enigma personificado.
Subrepticiamente se corrió la voz, incluso en los medios de comunicación, de que Rodríguez se había suicidado de manera espectacular en medio de una presentación. Las versiones diferían entre un disparo en la sien y una shamánica inmolación en fuego. Lo que nunca se puso en duda fue que como otras superestrellas, había muerto en la cúspide de su talento. Así pasaron más de 20 años.
Al poco tiempo de iniciado el sistema democrático sudafricano, inesperadamenteRodríguez fue descubierto como trabajador de clase obrera en su ciudad natal de Detroit.En su primer concierto en Sudáfrica, cuando salió al escenario, el público, más quepasmado, como si presenciaran la encarnación de un perdido semidiós, lo ovacionaroncomo lo haríamos si John Lennon se levantara de su tumba.
Una seductora lección de humildad
Rodríguez es atípico, no solo por su increíble historia de superestrella inconsciente, sino por su inusitada actitud hacia el dinero y la fama. Aun en su renacer artístico ha decidido permanecer en la pobreza, regalando casi todo lo que ha ganado, porque como él confiesa “se puede ser pobre y digno”. En un reportaje dedicado a él por el afamado programa televiso 60 Minutes, titulado sugestivamente “El icono de rock que no lo sabía”, el presentador hasta luce exasperado, incapaz de comprender que el ego de este hombre permanezca inmutable ante la consciencia de que su música inspiró la caída de uno de los regímenes más simbólicos del siglo XX.
Regresemos nuevamente a la noche en que Searching for Sugar Man ganó el Oscar al mejor documental. El productor del mismo, luego de agradecer a toda su familia y levantando la estatuilla dorada confiesa: “Rodríguez no está aquí esta noche porque no quería llevarse ningún crédito para sí, y eso dice casi todo sobre este hombre y su historia que todos deberíamos conocer”.
Solo súbete a mi música y mis canciones te harán libre…
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